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motivo las obligaciones de Inglaterra con el rey de Napóles, pese a que ese monarca estaba más preocupado por la caza del jabalí que por el prestigio político, y durante diez años había sido títere de Inglaterra. El 16 de mayo Jorge III celebró un Consejo en el cual se ordenó la firma de «patentes de corso y represalia contra Francia»; el 18, en la bahía deAudierne, dos fragatas inglesas se apoderaron de dos barcos mercantes franceses: era el modo reconocido de declarar la guerra. ¿Por qué Inglaterra fue a la guerra? No como ella afirmó, porque Napoleón tenía «ambiciones de un imperio universal», sino porque la paz la asustaba. En la paz, Inglaterra no disponía de medios de presión sobre Francia en Europa, pero en la guerra todas las potencias continentales eran posibles miembros de una coalición. Con respecto a las causas por las cuales la paz la asustaba, Andréossy ofrece la respuesta: «No se trata de determinado hecho, sino de la totalidad de los hechos relacionados con la gloria del primer cónsul y la grandeza de Francia: eso es lo que asusta [a los ingleses]». Las cortes europeas consideraron a Inglaterra moral y técnicamente responsable de la ruptura de Amiens. Por ejemplo, el prusiano Hardenberg, que por cierto no sentía aprecio por Francia, escribió: «Habría sido conveniente que Inglaterra demostrase tanta buena voluntad como Bonaparte en relación con la paz.» Un agente de los Borbones en París informó: «Parece evidente que Bonaparte se ha inclinado por la guerra con suma renuencia.» Incluso en Inglaterra, Fox condenó la ruptura en un discurso que fue considerado el más grande de los que pronunció, y por su parte, William Wilberforce sostuvo que Malta había sido obtenida pagando un precio muy alto, es decir la violación de la confianza pública, que es la posesión más preciada de una nación. Como todos los franceses. Napoleón lamentó la guerra. En lugar de continuar su labor, que era el desarrollo de Francia y la industria francesa, se vio obligado a continuar una lucha que ya llevaba siete años. Consideró —y con buenas razones— que estaba librando una guerra defensiva. Todas las guerras que Napoleón tuvo que librar después fueron también defensivas, en el sentido de que tuvieron su origen en la guerra con Inglaterra. Durante los doce años siguientes Europa se vería saturada con el olor acre de la pólvora. Las guerras influirían sobre la mayoría de los actos futuros de Napoleón, e imprimirían un sello militar a su gobierno. Es lo que Napoleón tenía en mente cuando más tarde escribió: «Nunca he sido realmente mi propio amo; siempre fui gobernado por las circunstancias». CAPÍTULO DIECISÉIS Emperador de los franceses El 17 de diciembre de 1800 un hombre robusto de barba rubia y una cicatriz en la frente entró en la tienda de Lamballe, comerciante de granos, en la rué Meslée de París. Según dijo, era intermediario. Había comprado una carga de azúcar morena, y deseaba llevarla a Laval, en Bretaña, donde cambiaría el azúcar por paño. Con ese fin, deseaba comprar el carro ligero y la pequeña yegua de Lamballe. La yegua era una baya vieja, de crin gastada y cola raída, y Lamballe estaba dispuesto a venderla. Pidió doscientos francos por el carro y la yegua. El intermediario aceptó, pagó la suma y se posesionó de la compra. Después, llevó el carro a un establo que había alquilado en la rué Paradis, 19, cerca de Saint-Lazare. Los días siguientes el intermediario y dos amigos, vistiendo delantales y sobretodos, llegaron al establo y aseguraron con diez fuertes anillos de hierro un gran barril de vino Macón. Llegaban al establo y lo abandonaban furtivamente; conversaban en voz baja, y la buena gente de la rué Paradis llegó a la conclusión de que eran contrabandistas de brandy. En realidad, los tres eran oficiales del ejército clandestino que trabajaban, cumpliendo órdenes de Londres, en favor de la restauración de Luis XVIII en el trono de Francia. El «intermediario», oriundo de París, era Francois Carbón. Sus amigos eran caballeros al principio de la treintena, ambos originarios de Bretaña, y poseían la característica fidelidad absoluta de los bretones a una causa. Uno se llamaba Limoelan y era hijo de un realista guillotinado; el otro era Saint-Réjant. Un año antes, cuando Napoleón concedió la amnistía a todos los habitantes de Francia occidental que depusieron las armas, Saint-Réjant había convertido en menudos fragmentos la carta de amnistía. Afirmó que jamás dejaría de combatir al gobierno. Él y Limoelan hasta ese momento habían limitado sus actividades a asaltar las diligencias, pero ahora, por orden de su jefe, otro bretón llamado Georges Cadoudal, se proponían hacer algo más importante. La víspera de Navidad, Francois Carbón unció la yegua al carro, y acompañado por Limoelan trasladó el gran barril de vino Macón a la Porte Saint-Denis, en los suburbios septentrionales de París. Allí descargaron el barril, y lo llevaron rodando hasta una casa abandonada. Media hora después regresaron con el barril, ahora lleno y sin duda pesado, pues lo trasladaban sobre una carretilla de mano. Con la ayuda de SaintRéjant y otro hombre, después de varios intentos, consiguieron subir el barril al carro. Limoelan, Saint-Réjant y Carbón llevaron el carro hasta la rué SaintNicaise, precisamente al norte del palacio de las Tullerías. Había caído la noche y comenzaba a llover. Detuvieron el carro, y movieron el barril, como si quisieran verificar el contenido. En realidad, estaban insertando una mecha de seis segundos en el barril, completamente lleno de pólvora y piedras rotas. Limoelan cruzó hasta la esquina de la place du Carrousel, desde donde, en el momento apropiado, podía indicar a Saint-Réjant que encendiera la mecha. Saint- Réjant retrocedió con el carro hasta una posición en la cual obligaría a aminorar la marcha, pero sin detenerla del todo, a un vehículo que entrase por la rué Saint- Nicaise. Al ver a una niña de catorce años llamada Pensol, cuya madre se ganaba la

motivo las obligaciones de Inglaterra con el rey de Napóles, pese a que ese<br />

monarca estaba más preocupado por la caza del jabalí que por el prestigio político,<br />

y durante diez años había sido títere de Inglaterra. El 16 de mayo Jorge III celebró<br />

un Consejo en el cual se ordenó la firma de «patentes de corso y represalia contra<br />

Francia»; el 18, en la bahía deAudierne, dos fragatas inglesas se apoderaron de<br />

dos barcos mercantes franceses: era el modo reconocido de declarar la guerra.<br />

¿Por qué Inglaterra fue a la guerra? No como ella afirmó, porque <strong>Napoleón</strong><br />

tenía «ambiciones de un imperio universal», sino porque la paz la asustaba. En la<br />

paz, Inglaterra no disponía de medios de presión sobre Francia en Europa, pero en<br />

la guerra todas las potencias continentales eran posibles miembros de una<br />

coalición. Con respecto a las causas por las cuales la paz la asustaba, Andréossy<br />

ofrece la respuesta:<br />

«No se trata de determinado hecho, sino de la totalidad de <strong>los</strong> hechos<br />

relacionados con la gloria del primer cónsul y la grandeza de Francia:<br />

eso es lo que asusta [a <strong>los</strong> ingleses]».<br />

<strong>La</strong>s cortes europeas consideraron a Inglaterra moral y técnicamente<br />

responsable de la ruptura de Amiens. Por ejemplo, el prusiano Hardenberg, que por<br />

cierto no sentía aprecio por Francia, escribió: «Habría sido conveniente que<br />

Inglaterra demostrase tanta buena voluntad como Bonaparte en relación con la<br />

paz.» Un agente de <strong>los</strong> Borbones en París informó: «Parece evidente que Bonaparte<br />

se ha inclinado por la guerra con suma renuencia.» Incluso en Inglaterra, Fox<br />

condenó la ruptura en un discurso que fue considerado el más grande de <strong>los</strong> que<br />

pronunció, y por su parte, William Wilberforce sostuvo que Malta había sido<br />

obtenida pagando un precio muy alto, es decir la violación de la confianza pública,<br />

que es la posesión más preciada de una nación.<br />

Como todos <strong>los</strong> franceses. <strong>Napoleón</strong> lamentó la guerra. En lugar de continuar<br />

su labor, que era el desarrollo de Francia y la industria francesa, se vio obligado a<br />

continuar una lucha que ya llevaba siete años.<br />

Consideró —y con buenas razones— que estaba librando una guerra defensiva.<br />

Todas las guerras que <strong>Napoleón</strong> tuvo que librar después fueron también<br />

defensivas, en el sentido de que tuvieron su origen en la guerra con Inglaterra.<br />

Durante <strong>los</strong> doce años siguientes Europa se vería saturada con el olor acre de la<br />

pólvora. <strong>La</strong>s guerras influirían sobre la mayoría de <strong>los</strong> actos futuros de <strong>Napoleón</strong>, e<br />

imprimirían un sello militar a su gobierno. Es lo que <strong>Napoleón</strong> tenía en mente<br />

cuando más tarde escribió:<br />

«Nunca he sido realmente mi propio amo; siempre fui gobernado por las<br />

circunstancias».<br />

CAPÍTULO DIECISÉIS<br />

Emperador de <strong>los</strong> franceses<br />

El 17 de diciembre de 1800 un hombre robusto de barba rubia y una cicatriz en<br />

la frente entró en la tienda de <strong>La</strong>mballe, comerciante de granos, en la rué Meslée<br />

de París. Según dijo, era intermediario.<br />

Había comprado una carga de azúcar morena, y deseaba llevarla a <strong>La</strong>val, en<br />

Bretaña, donde cambiaría el azúcar por paño. Con ese fin, deseaba comprar el<br />

carro ligero y la pequeña yegua de <strong>La</strong>mballe. <strong>La</strong> yegua era una baya vieja, de crin<br />

gastada y cola raída, y <strong>La</strong>mballe estaba dispuesto a venderla. Pidió doscientos<br />

francos por el carro y la yegua. El intermediario aceptó, pagó la suma y se<br />

posesionó de la compra. Después, llevó el carro a un establo que había alquilado en<br />

la rué Paradis, 19, cerca de Saint-<strong>La</strong>zare.<br />

Los días siguientes el intermediario y dos amigos, vistiendo delantales y<br />

sobretodos, llegaron al establo y aseguraron con diez fuertes anil<strong>los</strong> de hierro un<br />

gran barril de vino Macón. Llegaban al establo y lo abandonaban furtivamente;<br />

conversaban en voz baja, y la buena gente de la rué Paradis llegó a la conclusión<br />

de que eran contrabandistas de brandy.<br />

En realidad, <strong>los</strong> tres eran oficiales del ejército clandestino que trabajaban,<br />

cumpliendo órdenes de Londres, en favor de la restauración de Luis XVIII en el<br />

trono de Francia. El «intermediario», oriundo de París, era Francois Carbón. Sus<br />

amigos eran caballeros al principio de la treintena, ambos originarios de Bretaña, y<br />

poseían la característica fidelidad absoluta de <strong>los</strong> bretones a una causa. Uno se<br />

llamaba Limoelan y era hijo de un realista guillotinado; el otro era Saint-Réjant. Un<br />

año antes, cuando <strong>Napoleón</strong> concedió la amnistía a todos <strong>los</strong> habitantes de Francia<br />

occidental que depusieron las armas, Saint-Réjant había convertido en menudos<br />

fragmentos la carta de amnistía. Afirmó que jamás dejaría de combatir al gobierno.<br />

Él y Limoelan hasta ese momento habían limitado sus actividades a asaltar las<br />

diligencias, pero ahora, por orden de su jefe, otro bretón llamado Georges<br />

Cadoudal, se proponían hacer algo más importante.<br />

<strong>La</strong> víspera de Navidad, Francois Carbón unció la yegua al carro, y acompañado<br />

por Limoelan trasladó el gran barril de vino Macón a la Porte Saint-Denis, en <strong>los</strong><br />

suburbios septentrionales de París. Allí descargaron el barril, y lo llevaron rodando<br />

hasta una casa abandonada. Media hora después regresaron con el barril, ahora<br />

lleno y sin duda pesado, pues lo trasladaban sobre una carretilla de mano. Con la<br />

ayuda de SaintRéjant y otro hombre, después de varios intentos, consiguieron<br />

subir el barril al carro.<br />

Limoelan, Saint-Réjant y Carbón llevaron el carro hasta la rué SaintNicaise,<br />

precisamente al norte del palacio de las Tullerías. Había caído la noche y<br />

comenzaba a llover. Detuvieron el carro, y movieron el barril, como si quisieran<br />

verificar el contenido. En realidad, estaban insertando una mecha de seis segundos<br />

en el barril, completamente lleno de pólvora y piedras rotas.<br />

Limoelan cruzó hasta la esquina de la place du Carrousel, desde donde, en el<br />

momento apropiado, podía indicar a Saint-Réjant que encendiera la mecha. Saint-<br />

Réjant retrocedió con el carro hasta una posición en la cual obligaría a aminorar la<br />

marcha, pero sin detenerla del todo, a un vehículo que entrase por la rué Saint-<br />

Nicaise. Al ver a una niña de catorce años llamada Pensol, cuya madre se ganaba la

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