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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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vida vendiendo bizcochos recién horneados en la rué du Bac, Saint-Réjant la llamó<br />

y le ofreció doce sueldos por sujetar la yegua unos pocos minutos.<br />

<strong>La</strong> niña aceptó, y Saint-Réjant le entregó las bridas de la yegua. Después,<br />

Saint-Réjant se preparó para accionar un pedernal. Calculó que después de<br />

encender la mecha, dispondría apenas del tiempo necesario para correr hacia la<br />

esquina y llegar a lugar seguro.<br />

Entretanto, en el palacio de las Tullerías, <strong>Napoleón</strong> había terminado su cena de<br />

veinte minutos y dormitaba en el salón, junto a un fuego de leños. Esa noche, en la<br />

Ópera, se ofrecía por primera vez en Francia, <strong>La</strong> creación de Haydn. Josefina y<br />

Hortense ansiaban asistir a la función, y se habían puesto vestidos de noche.<br />

<strong>Napoleón</strong>, que como de costumbre había tenido un día fatigoso, se resistía a<br />

acompañarlas. «Vamos —suplicó Josefina—. Te distraerás.» <strong>Napoleón</strong> cerró<br />

somnolienro <strong>los</strong> ojos y después de una pausa dijo: «Id vosotras. Yo me quedaré<br />

aquí.» Josefina replicó que no iría sola y se sentó para hacerle compañía. Tal como<br />

preveía, <strong>Napoleón</strong> no estaba dispuesto a privarla de su velada festiva; ordenó que<br />

preparasen inmediatamente <strong>los</strong> carruajes. Ya eran las ocho.<br />

<strong>Napoleón</strong> se ubicó primero en su carruaje y éste partió. Josefina, que sentía<br />

frío, se cubrió <strong>los</strong> hombros con un hermoso y cálido chai que acababa de recibir de<br />

Constantinopla. El chai atrajo la atención de Jean Rapp, el ayudante de campo de<br />

<strong>Napoleón</strong>, nacido en Aisacia y veterano de Egipto. Rapp sugirió que el chai<br />

parecería aún más tentador si Josefina lo usaba al estilo egipcio, y por pedido de<br />

Josefina, plegó el chai y lo depositó sobre <strong>los</strong> rizos castaños. Entretanto, Carolina<br />

había oído el ruido del carruaje de <strong>Napoleón</strong> que se alejaba. «Deprisa, hermana»,<br />

dijo Josefina. <strong>La</strong> esposa del primer cónsul salió de la sala y bajó la escalera hacia el<br />

segundo carruaje, acompañada por Hortense, Carolina y Rapp.<br />

A causa del incidente con el chai, el carruaje partió tres minutos después que el<br />

de <strong>Napoleón</strong>.<br />

Esa noche, quizá porque era víspera de Navidad, César, el cochero de<br />

<strong>Napoleón</strong>, estaba levemente ebrio. Fustigó a <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>, y el carruaje, precedido<br />

por la tropa de granaderos montados, se lanzó a través de la place du Carrousel.<br />

Dentro, <strong>Napoleón</strong> volvió a dormitar y comenzó a soñar. Era una pesadilla. En ella<br />

parecía revivir un incidente de la campaña de Italia, cuando había insistido en<br />

cruzar el Tagliamento en su carruaje, sin advertir que el río era muy profundo. Los<br />

cabal<strong>los</strong> no habían podido hacer pie, y el propio <strong>Napoleón</strong> escapó por poco a la<br />

muerte.<br />

En la esquina de la rué Saint-Nicaise, Limoelan esperaba ansioso.<br />

Pero cuando vio el coche y la escolta, le fallaron <strong>los</strong> nervios. En lugar de avisar<br />

a Saint-Réjant, no dijo nada. Los granaderos que marchaban al frente pasaron<br />

montados en sus cabal<strong>los</strong>, y doblaron la esquina, unos veinte metros por delante<br />

del carruaje. Apenas vio a <strong>los</strong> granaderos, Saint-Réjant accionó el pedernal,<br />

encendió la mecha aplicada al regalo navideño destinado a <strong>Napoleón</strong>, y echó a<br />

correr.<br />

César vio la yegua y el carro que bloqueaban parcialmente la calzada. Si<br />

hubiese estado sobrio, quizás habría frenado el vehículo, pero se sentía muy<br />

animado y pasó al galope por la estrecha abertura, internándose en la calle<br />

siguiente, la rué de Valois. En ese momento, con un estampido semejante a la<br />

andanada de cien cañones, el barril explotó. <strong>La</strong> exp<strong>los</strong>ión fue tan violenta que casi<br />

desmontó a <strong>los</strong> granaderos, pero <strong>Napoleón</strong> no sufrió heridas. Si el segundo<br />

carruaje hubiese estado inmediatamente detrás, la exp<strong>los</strong>ión lo habría destruido,<br />

pero gracias al retraso sólo las ventanas quedaron destruidas. Los cabal<strong>los</strong> se<br />

encabritaron, Josefina se desmayó. Hortense sufrió un corte en la mano, y<br />

Carolina, que estaba embarazada de nueve meses, fue sacudida brutalmente;<br />

como consecuencia, el niño que llevaba en su seno nacería epiléptico. Pero la rué<br />

Saint-Nicaise soportó <strong>los</strong> peores daños. <strong>La</strong> exp<strong>los</strong>ión voló casas enteras y pulverizó<br />

a la yegua, el carro y a la niña, Pensol, que había estado sosteniendo las bridas. <strong>La</strong><br />

exp<strong>los</strong>ión arrancó <strong>los</strong> pechos de una mujer que se había acercado a la puerta de su<br />

ministro de Relaciones Exteriores, que consideraba a <strong>Napoleón</strong> «realmente loco... y<br />

que su popularidad equivalía al odio perfecto», aplicó la política de conquistar a <strong>los</strong><br />

franceses «razonables» contra su «loco» primer cónsul. Con este fin autorizó a<br />

Whitworth a gastar cien mil guineas en sobornos, cuando Whitworth comenzó sus<br />

conversaciones el 3 de abril con Talleyrand y Joseph Bonaparte.<br />

Los negociadores franceses no aceptaron las guineas de Whitworth.<br />

Coincidieron con <strong>Napoleón</strong> cuando éste dijo: «En este tratado veo sólo dos<br />

nombres: Tárenlo, una cláusula que yo he cumplido, y Malta, una cláusula que<br />

ustedes no han cumplido.» Se mantuvieron firmes en relación con Malta, pero<br />

como Inglaterra deseaba una base en el Mediterráneo le ofrecieron Creta o Corfú,<br />

que posee un puerto excelente.<br />

Whitworth replicó con una serie completamente nueva de exigencias. Francia<br />

debía entregar Malta a Inglaterra durante diez años, y también evacuar Holanda y<br />

Suiza. Whitworth presentó estas condiciones verbalmente a Talleyrand, las<br />

describió como un ultimátum y anunció que partiría de París si no se había firmado<br />

un acuerdo en el plazo de siete días. Se negó a poner por escrito sus exigencias, ni<br />

siquiera en un papel sin firma. Como observó Talleyrand: «Es indudable que aquí<br />

tenemos el primer ultimátum verbal en la historia de las negociaciones modernas».<br />

Pasaron siete días y Whitworth pidió su pasaporte. Entonces intervino<br />

<strong>Napoleón</strong>. Aunque para él era un punto de honor mantener intacto el territorio<br />

francés según le había sido confiado el 19 Brumario, en interés de la paz propuso<br />

renunciar a Malta; Inglaterra podía mantener la isla tres o cuatro años, después<br />

pasaría a manos de las tres potencias que garantizaban el tratado: Rusia, Prusia o<br />

Austria. En una carta a Hawkesbury, Whitworth describió el plan como «... una<br />

propuesta de tal carácter que permite un ajuste honorable y ventajoso de las<br />

diferencias actuales». Pero el ministerio inglés, que de acuerdo con Andréossy ya<br />

había «pactado con el partido de Grenville», rechazó el plan. <strong>Napoleón</strong> consiguió<br />

que Rusia ofreciera su mediación, y aunque este país tenía una actitud amistosa<br />

hacia Inglaterra, el gobierno inglés rechazó también su oferta. El 4 de mayo,<br />

Whitworth, inconsciente de la ironía, escribió a su país: «Estoy convencido de que<br />

el primer cónsul está decidido a evitar una ruptura si es posible; pero está<br />

gobernado de un modo tan absoluto a causa de su temperamento que no cabe<br />

responder por él.» El 11 de mayo en Saint-Cloud, <strong>Napoleón</strong> convocó a <strong>los</strong> siete<br />

miembros de la sección de Asuntos Extranjeros del Consejo de Estado para<br />

examinar la forma más reciente del ultimátum inglés: Inglaterra reclamaba la<br />

posesión de Malta durante diez años y la isla de <strong>La</strong>mpedusa permanentemente;<br />

Francia debía evacuar Holanda en el plazo de un mes.<br />

Con respecto a Holanda, <strong>Napoleón</strong> se proponía retirar todas sus tropas, pero<br />

éste era un asunto continental, y él no veía que debiese interesar a Inglaterra.<br />

Acerca de <strong>La</strong>mpedusa, <strong>Napoleón</strong> consideraba que en el lapso de cuatro años podía<br />

llegar a ser tan fuerte como Malta, de modo que Inglaterra, cuya armada se había<br />

duplicado desde 1792, llegaría a ejercer la hegemonía política y comercial<br />

permanente del Mediterráneo. <strong>Napoleón</strong> creía que Inglaterra ya disponía de<br />

ventajas comerciales suficientes en ultramar, y que «implica llevar demasiado lejos<br />

la ambición codiciar algo que no le pertenece ni por la geografía ni por la<br />

naturaleza». El término «ultimátum» también molestó a <strong>Napoleón</strong>, sugería que «un<br />

superior negocia con un inferior». «Si el primer cónsul —dijo <strong>Napoleón</strong>—, fuese tan<br />

cobarde que aceptase esta paz remendada con Inglaterra, se vería desautorizado<br />

por la nación».<br />

Por mayoría de votos, el Consejo insistió en las condiciones firmadas en<br />

Amiens. Mientras Whitworth recibía su pasaporte y salía de París en la noche del 12<br />

al 13 de mayo, bajo su propia responsabilidad <strong>Napoleón</strong> decidió hacer el último<br />

intento de evitar la guerra. Envió a Whitworth un despacho para decirle que estaba<br />

dispuesto a ceder Malta: Inglaterra podía mantener la isla durante diez años si<br />

Francia reocupaba Tarento.<br />

Whitworth, que recibió en Chantílly el despacho de <strong>Napoleón</strong>, continuó viaje a<br />

Calais y luego a Londres sin contestar. Addington rechazó la oferta, y formuló como

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