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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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guerra y le envió dos millones y medio de libras para pagar nuevas tropas, Cobenzl<br />

y Joseph, hermano de <strong>Napoleón</strong>, firmaron la paz en Lunéville, en febrero de 1801.<br />

<strong>La</strong> guerra, que nunca había sido popular entre el pueblo inglés, llegó a ser cada<br />

vez más impopular a medida que Europa concertaba la paz, y Fox no fue el único<br />

que la describió como una interferencia injusta en <strong>los</strong> asuntos internos de Francia.<br />

En febrero de 1801, Jorge III y Pitt discreparon acerca de ciertas concesiones a <strong>los</strong><br />

católicos, y Pitt utilizó este pretexto para renunciar. Lo sucedió Addington, hijo de<br />

un médico, un hombre moderado y sin ambiciones, que se mantenía fuera del<br />

círculo de <strong>los</strong> oligarcas, de donde el marbete: «Como Londres es comparada con<br />

Paddington, así Pitt es comparado con Addington.» En respuesta al reclamo popular<br />

de paz, Addington ordenó a lord Cornwailis que se dirigiese a Amiens, y allí el<br />

representante inglés firmó en marzo de 1802 un tratado de paz con Joseph<br />

Bonaparte. Inglaterra debía devolver todas las conquistas coloniales, salvo Trinidad<br />

y Ceilán; en el lapso de seis meses también debía devolver Alejandría a Turquía, y<br />

Malta, una captura reciente, a Francia; por su parte, Francia devolvería Tárenlo al<br />

rey de Napóles. Era una paz favorable para <strong>los</strong> franceses. No se decía una palabra<br />

acerca del continente; más aún, Jorge III borró discretamente el secular título de<br />

sus predecesores: «Rey de Francia».<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió muy complacido con la paz. Al anunciarla simultáneamente<br />

con el Concordato, asistió a un solemne Tedeum en Notre Dame y habló de «la<br />

gran familia europea». Bromeó con Jackson, el ministro inglés: «Si ustedes<br />

mantienen la paz tan exitosamente como hacen la guerra, durará.» Abolió el<br />

Ministerio de Policía, y depositó sobre su mesa de tocador bustos de Nelson y de<br />

Charles James Fox, líder del partido inglés de la paz. En septiembre de 1802 invitó<br />

a cenar a Fox, y al describir la ocasión el inglés afirma: «No dudé de su sinceridad<br />

acerca del mantenimiento de la paz.» En efecto, <strong>Napoleón</strong>, que ahora miraba más<br />

allá de Europa, «habló mucho de las posibilidades de eliminar todas las diferencias<br />

entre <strong>los</strong> habitantes de <strong>los</strong> dos mundos, de mezclar al negro con el blanco, y de<br />

alcanzar la paz universal».<br />

El inglés común y corriente también se alegró ante la concenación de la paz.<br />

Los londinenses retiraron <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> del carruaje del general <strong>La</strong>uriston, el francés<br />

que llevó la noticia, y lo arrastraron por Bond Street y St. James Street hasta<br />

Whitehall, a <strong>los</strong> gritos de «¡Viva Bonaparte!», lanzados por cuatro mil miembros de<br />

la «multitud porcina», como <strong>los</strong> denominó Cobbett, colega de Windham. Se<br />

reanimó el comercio, Bremen y Hamburgo ocuparon el lugar de Amberes, y 1802<br />

fue un año de gran prosperidad. Por esta vez, Inglaterra obtuvo un excedente de la<br />

exportación por valor de 45,9 millones de libras, comparados con 32,2 millones de<br />

libras en 1788. En 1803 Francia redujo <strong>los</strong> impuestos aduaneros aplicados a<br />

muchos artícu<strong>los</strong>, aunque para proteger sus fábricas poco mecanizadas elevó <strong>los</strong><br />

aranceles correspondientes a las telas de algodón.<br />

En el Parlamento algunos oradores aprobaron la paz. El duque de Clarence, hijo<br />

de Jorge III, opinó que la nueva Francia y Gran Bretaña se complementaban, pues<br />

una era una potencia militar y la otra naval.<br />

Castiereagh argumentó que la paz pondría a prueba a Francia; y que era justo<br />

ofrecerle una oportunidad. Pero muchos oradores temían las consecuencias de la<br />

paz. Grey temía que Francia aislara a Inglaterra de África y la subordinara a<br />

Estados Unidos; William Eliott temía que Francia se apoderara de Brasil y Perú.<br />

En <strong>los</strong> Comunes, William Windham declaró que <strong>los</strong> franceses habían abolido el<br />

matrimonio y convertido al país entero en «un burdel universal»; temía que<br />

utilizaran la paz para hacer lo mismo en Inglaterra.<br />

Bonaparte jamás respetaría la paz: eso repugnaba a la naturaleza general de la<br />

ambición, a la naturaleza de la ambición francesa, a la naturaleza de la ambición<br />

revolucionaria francesa. El discurso de Windham le costó su escaño de Norwich. A<br />

pesar de que otros miembros adoptaban posiciones semejantes, el Parlamento<br />

ratificó el Tratado de Amiens. En <strong>los</strong> Lores la votación fue de 122 a favor contra 16<br />

por el rechazo; en <strong>los</strong> Comunes 276 contra 20.<br />

republicanos durante <strong>los</strong> primeros años de la Revolución. Con respecto a la palabra<br />

«emperador», originariamente el emperador romano había sido el hombre que<br />

ejercía el imperium en representación del pueblo de la república; de ahí las<br />

monedas con la cabeza del emperador en un lado, y en el otro la palabra res<br />

publica. Por lo tanto, <strong>Napoleón</strong> no vio nada que se opusiese al sentimiento<br />

republicano en la palabra «emperador». No era más que un cambio de título que<br />

afirmaría, a <strong>los</strong> ojos del mundo, la legalidad y la continuidad de la República.<br />

En primer lugar, <strong>Napoleón</strong> consultó a la opinión pública y ésta se mostró<br />

favorable. De acuerdo con un informe policial, fechado el 17 de abril de 1804, la<br />

gente opinaba que el título de emperador era un «medio seguro de consolidar la<br />

paz y la tranquilidad de Francia». Es decir, la paz podía desalentar a <strong>los</strong> Borbones y<br />

a sus aliados. Después, <strong>Napoleón</strong> consultó con sus generales, y también éstos lo<br />

aprobaron.<br />

Finalmente preguntó a su Consejo de Estado. Entre <strong>los</strong> abogados, como en el<br />

pueblo, había un enérgico sentimiento monárquico. Después de todo, Francia había<br />

sido una monarquía durante catorce sig<strong>los</strong>. Tronchet, Portalis, Treilhard —es decir,<br />

<strong>los</strong> consejeros más respetados— aprobaron la idea.<br />

Josefina fue casi la única que se opuso al plan de asignar a <strong>Napoleón</strong> el título de<br />

emperador. «Nadie entenderá la necesidad del cambio; todos lo atribuirán a<br />

ambición u orgullo.» Como pronóstico del sentimiento que se manifestó más tarde,<br />

fue un juicio notablemente exacto, pero la verdadera razón que movió a Josefina a<br />

oponerse fue que aún no había dado un hijo a <strong>Napoleón</strong>, y temía que él eligiera ese<br />

momento para divorciarse. Ciertamente, <strong>Napoleón</strong> contempló la posibilidad del<br />

divorcio en 1804, y creyó que sería un paso políticamente prudente el volver a<br />

casarse. Pero amaba a Josefina, y así se suscitó un conflicto íntimo cuyo resultado<br />

el propio <strong>Napoleón</strong> describió para beneficio de Roederer: «Me dije: ¿abandonar a<br />

esta buena mujer porque estoy elevándome en el mundo? Si me hubiesen arrojado<br />

a la cárcel o exiliado, ella habría compartido mi destino. Y ahora, porque estoy<br />

llegando a ser poderoso, ¿debo despedirla? No, eso sobrepasa mi capacidad. Soy<br />

hombre, y tengo <strong>los</strong> sentimientos de un hombre. No fui amamantado por una<br />

tigresa».<br />

En el Tribunado, baluarte del republicanismo, Jean Francois Curée, un<br />

meridional hasta ese momento famoso por su silencio, se puso de pie para<br />

presentar una moción en la cual pedía que <strong>Napoleón</strong> fuese proclamado emperador<br />

de <strong>los</strong> franceses, y «que la dignidad imperial fuese hereditaria en su familia».<br />

Carnot fue el único tribuno que se opuso. También en las restantes asambleas la<br />

moción de Curée fue aprobada casi por unanimidad. De todos modos, <strong>Napoleón</strong><br />

vaciló. Dijo que aceptaría el título, que implicaba sólo un cambio de forma; pero la<br />

atribución de traspasarlo a un heredero debía llegar del pueblo a través de un<br />

plebiscito.<br />

<strong>La</strong> suya no sería una monarquía de derecho divino, sino la monarquía por<br />

voluntad popular. El pueblo expresó su voluntad incluso de un modo más unánime<br />

que cuando aprobó el Consulado. Ante la propuesta de que «el título imperial fuese<br />

hereditario», más de tres millones y medio de franceses votaron por el sí, y menos<br />

de tres mil en contra.<br />

De modo que <strong>Napoleón</strong> sería emperador. «¿Debemos llamar al Papa?»,<br />

preguntó a su Consejo. Portalis afirmó que la presencia del Papa siempre influía<br />

mucho tanto en la propia Francia como en el exterior.<br />

«Pero, ¿será una actitud lógica? —objetó Treilhard—, ¿precisamente cuando la<br />

nación proclama la libertad de cultos?» Regnault formuló otra idea en el mismo<br />

sentido: «Es importante demostrar que es el pueblo y no Dios quien otorga las<br />

coronas.» <strong>La</strong> mayoría de <strong>los</strong> consejeros no deseaba la presencia del Papa, y<br />

entonces, como era inevitable que sucediese, alguien mencionó a Carlomagno. «No<br />

fue Carlomagno —lo corrigió <strong>Napoleón</strong>—, fue Pepino a quien el papa Esteban<br />

coronó en París... Pero lo que debemos considerar es si la coronación realizada por<br />

el Papa será útil para el conjunto de la nación... <strong>La</strong>s ceremonias civiles nunca<br />

fueron realizadas sin la religión. Por ejemplo, en Inglaterra ayunan antes de una

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