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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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incienso depositado en <strong>los</strong> incensarios, el lavado de las manos, <strong>los</strong> besos<br />

depositados en <strong>los</strong> anil<strong>los</strong>, y <strong>los</strong> libros y el ruido de las prendas—, el prolongado<br />

ceremonial otorgado para proteger su vida con un muro de respeto, sencillamente<br />

hastió a <strong>Napoleón</strong>. Se observó que hacia el final de la ceremonia de tres horas<br />

ahogaba un bostezo.<br />

<strong>La</strong> misa entró en su etapa final. <strong>Napoleón</strong> no recibió la comunión.<br />

«Yo era demasiado creyente para cometer sacrilegio, y muy poco para aceptar<br />

un rito vacío.» El Papa otorgó la bendición y se encaminó hacia la sacristía.<br />

Entonces <strong>Napoleón</strong> prestó el juramento solemne con una mano sobre <strong>los</strong><br />

Evangelios. «Juro defender la igualdad de derechos y la libertad política y civil...<br />

Juro mantener la integridad del territorio de la República —es decir Francia,<br />

Bélgica, Saboya, el margen izquierdo del Rin y Píamente—. Juro respetar y lograr<br />

que se respeten las leyes del Concordato y la libertad de cultos... Juro gobernar en<br />

beneficio de <strong>los</strong> intereses, la felicidad y la gloria del pueblo de Francia.» Después,<br />

el heraldo de armas anunció: «¡El muy glorioso y muy augusto <strong>Napoleón</strong>,<br />

emperador de <strong>los</strong> franceses, ha sido consagrado y entronizado!» <strong>La</strong> prolongada<br />

ceremonia había concluido, y <strong>Napoleón</strong> y Josefina regresaron a las Tullerías.<br />

<strong>La</strong> coronación alcanzó su propósito principal: no habría más atentados contra la<br />

vida de <strong>Napoleón</strong>. Estaba seguro, envuelto en su propia aureola. Y aunque ahora<br />

las formas eran imperiales, la República sobrevivió. <strong>La</strong> Constitución del año VIII<br />

continuó en vigor, con una o dos modificaciones secundarias. <strong>La</strong> moneda reprodujo<br />

la cabeza de <strong>Napoleón</strong> —como lo había hecho bajo el Consulado vitalicio— pero se<br />

inscribió la palabra République.<br />

<strong>Napoleón</strong> insistió en que nada esencial había cambiado y, con una buena razón,<br />

que él mismo todavía era el republicano de siempre.<br />

Recordaba a menudo sus orígenes modestos, y <strong>los</strong> tiempos en que era teniente<br />

de artillería y recorría París a pie. Aludía al trono con absoluta sinceridad como «un<br />

trozo de madera revestida de terciopelo». Rehusaba darse aires. Cuando después<br />

de recibir el título imperial Constant lo despertaba por la mañana, y a su pregunta<br />

de costumbre acerca de la hora y el tiempo, contestaba subrayando la primera<br />

palabra: «Sire, las siete de la mañana y soleado», <strong>Napoleón</strong> sonreía, le pellizcaba<br />

la oreja y lo llamaba «Monsieur le dróle». Más tarde cuando Josefina le escribió una<br />

carta almidonada con la expresión «Sus Majestades», él le pidió que retornase al<br />

«tu»: «Sigo siendo el mismo. Los hombres de mi clase nunca cambian».<br />

Pero un observador atento, incluso admitiendo la sinceridad de <strong>Napoleón</strong>,<br />

podría haber advertido uno o dos signos de peligro. En vísperas de la coronación,<br />

en las Tullerías, iluminadas por decenas de miles de luces, <strong>Napoleón</strong> cenó solo con<br />

Josefina. Opinó que la corona «le sentaba tan bien» que la obligó a usarla durante<br />

la cena. Los franceses tenían sentimientos más o menos análogos en relación con<br />

la corona de <strong>Napoleón</strong>.<br />

El propio <strong>Napoleón</strong>, cuando la usaba, no veía la ligera banda de oro, pero otros<br />

la veían, juzgaban que le sentaba muy bien, y por supuesto, cuando hablaban a<br />

<strong>Napoleón</strong>, lo hacían como hablan <strong>los</strong> hombres que no tienen corona al hombre que<br />

sí la tiene. <strong>Napoleón</strong> tenía razón. <strong>La</strong> coronación no lo cambió, pero cambió a todo el<br />

resto de Francia.<br />

<strong>Napoleón</strong> creía que era republicano. En efecto, lo era. Pero como hemos visto,<br />

siempre había sido algo más que un republicano. Orientaba su vida de acuerdo con<br />

dos principios: republicanismo y honor.<br />

A medida que <strong>los</strong> franceses asignaron cada vez más peso a <strong>los</strong> deseos de<br />

<strong>Napoleón</strong>, el concepto de honor llegó a destacarse en la República Francesa: el<br />

honor y sus conceptos hermanos, la gloria, el patriotismo a ultranza y la<br />

caballerosidad que había llevado a <strong>Napoleón</strong> a coronar a Josefina. Ese sentimiento<br />

ya se había incorporado al juramento de la coronación. Pocos advirtieron ef cambio,<br />

pero el cambio en efecto existió, promovido por <strong>Napoleón</strong>. El emperador había<br />

jurado no sólo gobernar —como <strong>los</strong> reyes franceses antes que él habían<br />

gobernado— en el interés y por la felicidad del pueblo de Francia, sino también por<br />

su gloria.<br />

hacia la batalla, libera a la victoria, derriba a <strong>los</strong> reyes, lleva armas hasta <strong>los</strong><br />

confines de la tierra]».<br />

Si detestaba la adulación pararreligiosa, en todo caso <strong>Napoleón</strong> trató de<br />

convertir a la religión cristiana en un aliado del mantenimiento del orden. Cuando<br />

en 1806 llegó el momento de publicar un nuevo catecismo, <strong>Napoleón</strong> decidió<br />

basarlo en el catecismo de Bossuet, y ampliar la sección acerca del cuarto<br />

mandamiento. En la versión de 1806 se establecía que un cristiano debía a su<br />

gobernante amor, respeto, obediencia, fidelidad, servicio militar, impuestos y<br />

fervorosas plegarias por la salud del mandatario, como también por el bienestar<br />

espiritual y temporal del Estado.<br />

Pero incluso mientras buscaba el apoyo de la Iglesia, <strong>Napoleón</strong> se atuvo<br />

firmemente a sus principios de que el temporal y el espiritual son dos dominios<br />

distintos, y debían mantenerse separados en Francia.<br />

Fácilmente hubiera podido utilizar su autoridad cada vez más firme para<br />

subordinar la Iglesia al Estado, pero aunque de vez en cuando se sintió tentado de<br />

seguir ese camino, retrocedió deprisa. Por ejemplo, en 1805 decidió que <strong>los</strong><br />

boletines del frente debían ser leídos desde <strong>los</strong> pulpitos, pero correspondía al<br />

obispo impartir la correspondiente directiva si lo consideraba oportuno, y por<br />

consejo de Ponalis, <strong>Napoleón</strong> se apresuró a suspender el plan general. <strong>Napoleón</strong><br />

ordenó que las canas pastorales fuesen aprobadas por el ministro de Religiones,<br />

pero también anuló esta medida después de 1810. Asimismo, <strong>Napoleón</strong> se abstuvo<br />

de subordinar el Estado a la Iglesia. Cuando <strong>los</strong> obispos lo exhortaron a clausurar<br />

todas las tiendas y todas las tabernas <strong>los</strong> domingos, de modo que <strong>los</strong> fieles no se<br />

apartaran de la misa, <strong>Napoleón</strong> replicó: «El poder del cura reside en las<br />

exhortaciones que realiza desde el pulpito y en el confesionario. Los espías<br />

policiales y las cárceles son modos impropios si se quieren restaurar las prácticas<br />

religiosas».<br />

Una de las tragedias de la vida de <strong>Napoleón</strong> fue que él y Pío, que habían<br />

concertado el Concordato, pronto se vieron enredados en una dolorosa disputa. <strong>La</strong><br />

disputa de <strong>Napoleón</strong> con Pío a menudo ha sido representada como el aplastamiento<br />

del poder espiritual por el temporal.<br />

Veamos lo que realmente sucedió.<br />

Cuando la guerra con Inglaterra continuó y se extendió, para <strong>Napoleón</strong> fue una<br />

necesidad estratégica clausurar a <strong>los</strong> barcos ingleses todos <strong>los</strong> puertos<br />

continentales. Si no procedía así, no tenía esperanza de terminar un día con la<br />

guerra. Incluso un estado neutral, si desembarcaba y después distribuía artícu<strong>los</strong><br />

ingleses, podía amenazar un embargo que debía ser total, o desecharse. Por<br />

consejo de sus cardenales, muchos de <strong>los</strong> cuales tenían una actitud amistosa hacia<br />

Austria, aliada de Inglaterra, el Papa rehusó cerrar sus puerros. En mayo de 1809,<br />

y como único medio de imponer el embargo, <strong>Napoleón</strong> ocupó Roma y <strong>los</strong> Estados<br />

Papales.<br />

Destruyó la posición de Pío como gobernante, pero en compensación por <strong>los</strong><br />

ingresos perdidos le asignó dos millones de francos anuales. En una circular dirigida<br />

a <strong>los</strong> obispos franceses <strong>Napoleón</strong> explicó que «Nuestro Señor Jesucristo, pese a su<br />

condición de descendiente de David, no deseaba un reino terrenal».<br />

Pío excomulgó a <strong>Napoleón</strong> porque éste se había apoderado de Roma y <strong>los</strong><br />

Estados Papales. <strong>Napoleón</strong> juzgó que esta actitud era ilógica, y además<br />

representaba una injusta confusión de las atribuciones temporales y espirituales.<br />

«El Papa —dijo— es un merodeador peligroso, que debe ser encerrado.» Ordenó<br />

que Pío fuese trasladado al palacio obispal de Savona. Allí, nuevamente Pío aplicó<br />

sanciones espirituales ante un agravio temporal, pues declinó consagrar a <strong>los</strong><br />

candidatos que <strong>Napoleón</strong> proponía para las sedes de Francia a medida que éstas<br />

quedaban vacantes.<br />

Hacia 1811 por lo menos veintisiete sedes francesas carecían de obispo.<br />

Cuando se le pedía que consagrara a <strong>los</strong> candidatos de <strong>Napoleón</strong>, Pío replicaba que<br />

no podía consagrar a hombres propuestos por un excomulgado. En marzo de 1811<br />

<strong>Napoleón</strong> convocó una comisión de eclesiásticos eminentes para discutir lo que

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