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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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favor de la incredulidad». Fourcroy, un químico a quien <strong>Napoleón</strong> envió de gira a<br />

través de Francia, y que no estimaba al clero, informó en diciembre de 1800 que<br />

por doquier se respetaba el domingo: «<strong>La</strong> masa del pueblo francés desea retornar a<br />

sus antiguas costumbres, y ya no es hora de oponerse a esta tendencia general de<br />

la nación».<br />

<strong>Napoleón</strong> comprendió que la mayoría de <strong>los</strong> franceses deseaba practicar<br />

nuevamente la fe católica. Pero, ¿en qué forma? Había dos iglesias en Francia, cada<br />

una con sus obispos, sus sacerdotes y sus lugares de culto —a veces clandestino—<br />

y cada una de ellas odiaba a la otra.<br />

Al atravesar Valence, a su retorno de Egipto, había descubierto que el cuerpo<br />

de Pío VI permanecía insepulto después de seis semanas, porque el clero<br />

constitucional rehusaba celebrar <strong>los</strong> últimos ritos en beneficio de quien había<br />

descrito como «sacrilegio» la venta de tierras eclesiásticas.<br />

«A decir verdad, es un tanto excesivo», fue el comentario de <strong>Napoleón</strong>.<br />

El propio <strong>Napoleón</strong> había comenzado la Revolución favoreciendo a la Iglesia<br />

Constitucional. Ése era el organismo que había surgido del crisol de la Revolución, y<br />

en beneficio del clero constitucional el propio <strong>Napoleón</strong> había combatido tres días<br />

en las calles de Ajaccio. Tenía motivos para sospechar de <strong>los</strong> que se negaban a<br />

jurar, pues debían fidelidad a <strong>los</strong> obispos que habían emigrado y se habían unido a<br />

<strong>los</strong> Borbones, y también debían fidelidad al papado antirrepublicano. A primera<br />

vista, la Iglesia Constitucional parecía la que se adaptaba mejor a las necesidades<br />

francesas, y <strong>Napoleón</strong> bien podría haber elegido ese camino, salvo en un punto<br />

importante e inexorable, el oeste de Francia. El pueblo de Normandía meridional,<br />

Bretaña y Vendée ya llevaban siete años luchando tenazmente por el derecho de<br />

practicar la fe de sus padres.<br />

En febrero de 1800 un corpulento sacerdote, de rostro redondo curtido por las<br />

inclemencias del tiempo, llegó a las Tullerías para hablar a <strong>Napoleón</strong> de <strong>los</strong><br />

habitantes del Oeste. Se llamaba Etienne Bernier y tenía treinta y ocho años. Era<br />

hijo de un tejedor de Mayenne, había realizado un brillante doctorado en teología, y<br />

rehusado prestar el juramento constitucional; después, se había unido a las<br />

guerrillas de la Vendée, compartiendo su vida peligrosa en <strong>los</strong> brezales y <strong>los</strong><br />

páramos.<br />

Bernier le describió a <strong>Napoleón</strong> incidentes de la guerra: <strong>los</strong> soldados<br />

arrodillados frente a <strong>los</strong> calvarios de piedra, antes de entrar en batalla cantando el<br />

Vexilla Regís; veinte mujeres de Chanzeaux, dirigidas por su cura, que se habían<br />

atrincherado en la torre de la iglesia y luchado hasta que todos murieron; el amado<br />

general de guardabosques, Stofflet, que había muerto con el grito: «¡Viva la<br />

religión!».<br />

Después, la represalia de <strong>los</strong> azules: <strong>los</strong> aldeanos de Les Lúes encerrados en su<br />

iglesia, que después fue incendiada; <strong>los</strong> vendeanos que rehusaron demoler una<br />

cruz, crucificados; dos campesinas acusadas de haber depositado flores sobre un<br />

altar, ejecutadas mientras cantaban el Salve Regina. Durante siete años sombríos,<br />

explicó Bernier a <strong>Napoleón</strong>, el Oeste había ejecutado y sufrido tales actos de<br />

heroísmo. <strong>Napoleón</strong> escuchó, profundamente impresionado como siempre por<br />

relatos que reflejaban el coraje personal. Sabía que Bernier no falseaba <strong>los</strong> hechos,<br />

pues el Ministerio del Interior le había dicho que las tropas del gobierno no habían<br />

logrado eliminar al catolicismo de la Vendée. «Me sentiría orgul<strong>los</strong>o de ser un<br />

vendeano —dijo a Bernier—... Sin duda, debemos hacer algo por la gente que ha<br />

realizado tales sacrificios».<br />

En teoría, hubiera sido posible dejar correr el tiempo y permitir que <strong>los</strong><br />

enemigos del juramento y <strong>los</strong> constitucionales asistieran cada uno a sus propias<br />

iglesias. Pero en la Francia de 1800 ésa no era una solución viable. Habría<br />

discrepado con el concepto revolucionario general de una República indivisible, y<br />

con el eje más sólido de la historia francesa:<br />

la centralización. También habría sido un arreglo poco preciso, y la imprecisión<br />

no tenía lugar en la vida de <strong>Napoleón</strong>.<br />

métodos reales, pero sentía mucho afecto por sus hermanos, y siempre trataba de<br />

promocionar<strong>los</strong>, ya que creía que podían llegar a ser buenos gobernantes.<br />

Podía contar con su fidelidad, y el vínculo de sangre que <strong>los</strong> unía a él como<br />

emperador simbolizaría la unidad espiritual que deseaba afirmar entre <strong>los</strong> países<br />

del Imperio. Si examinamos sucesivamente a cada uno de estos dominios de la<br />

familia, comenzando por Napóles, podremos evaluar las realizaciones imperiales de<br />

<strong>Napoleón</strong>.<br />

Hasta 1806 Napóles fue gobernada por el rey Borbón Fernando I.<br />

Llamado Nasone por su larga nariz, leía dificultosamente, apenas sabía escribir,<br />

se cubría con reliquias y durante las tormentas se paseaba agitando una campanilla<br />

tomada en préstamo de la Santa Casa de Loreto.<br />

«Denle un jabalí para lancearlo, una paloma para dispararle, una raqueta o una<br />

caña de pescar —escribió William Beckford—, y se sentirá más contento que<br />

Salomón en toda su gloria.» Pero las funciones reales de Fernando no eran las<br />

mismas de Salomón; en realidad, le agradaba que le sirviesen macarrones en su<br />

palco de la ópera, y lamía el plato con muecas y gesticulaciones frente a un público<br />

que se desternillaba de risa. Después de casi cincuenta años de este tipo de<br />

gobierno, <strong>los</strong> cinco millones de habitantes del reino de Napóles se contaban entre<br />

<strong>los</strong> más pobres y <strong>los</strong> peor tratados de Europa. Treinta y un mil nobles y ochenta y<br />

dos mil clérigos eran dueños de dos terceras parres de la tierra. Un abad de<br />

Basilicata poseía setecientos siervos, les prohibía construir casas y todas las noches<br />

<strong>los</strong> llevaba al interior de un edificio, donde vivían como ganado, varias familias en<br />

una habitación. El rey había ordenado que se quemasen públicamente <strong>los</strong> libros de<br />

Voltaire, y un profesor de física, que había explicado la teoría de la batería<br />

eléctrica, era sospechoso de criticar a san Telmo.<br />

<strong>Napoleón</strong> ordenó a su hermano Joseph que fuese a Napóles y que aboliese el<br />

feudalismo, promoviese <strong>los</strong> derechos del hombre y protegiese la costa contra la<br />

marina inglesa. Joseph era una elección conveniente, porque hablaba italiano.<br />

Como lo sugería su rostro pequeño .y bien dibujado, carecía del impulso y la<br />

voluntad de <strong>Napoleón</strong>; pero era un trabajador esforzado, un hombre de mente<br />

abierta a quien sus amigos conocían como el «rey filósofo».<br />

Joseph ejecutó inmediatamente las órdenes de su hermano. El 2 de agosto de<br />

1806 abolió todas las jurisdicciones relacionadas con <strong>los</strong> barones, todos <strong>los</strong><br />

derechos que implicaban servicios personales, y todos <strong>los</strong> derechos de agua. Un<br />

mes después dividió todas las propiedades feudales entre <strong>los</strong> pequeños agricultores<br />

que las trabajaban. Recorrió las provincias —Fernando conocía únicamente la<br />

región de Napóles— y en cada una organizó un Consejo como primer paso del<br />

gobierno parlamentario. Ajuicio de <strong>los</strong> napolitanos liberales, esta medida<br />

representaba un programa tan considerable como el que el país podía soportar.<br />

Poco a poco aplicó el Código <strong>Napoleón</strong>, cuyos ejemplares <strong>los</strong> Borbones ya habían<br />

quemado públicamente.<br />

Joseph encontró una deuda nacional de 130 millones de ducados, siete veces la<br />

que tenía Francia. <strong>La</strong> enjugó por completo vendiendo 213 propiedades monásticas<br />

y jubilando a <strong>los</strong> monjes con un estipendio anual que oscilaba entre 265 y 530<br />

francos. Mantuvo tres grandes abadías, entre ellas Monte Cassino, con cien monjes<br />

«secularizados», que debían atender <strong>los</strong> archivos y la biblioteca, y para el futuro<br />

limitó el clero a cinco en lugar de sesenta por millar de habitantes. Joseph reformó<br />

por completo el sistema impositivo con el fin de favorecer a <strong>los</strong> pobres, y sustituyó<br />

veintitrés impuestos directos, algunos aplicados a las cosechas, por un único y<br />

nuevo impuesto basado en el ingreso estimado que superaba cierto nivel; y con el<br />

propósito de determinar dicho impuesto inició una encuesta catastral. Los<br />

impuestos en Napóles representaban un promedio de doce francos por persona,<br />

comparados con <strong>los</strong> veintisiete francos en Francia.<br />

Cuando era embajador en Madrid, Lucien Bonaparte grababa sus tarjetas de<br />

visita con las cabezas coronadas de laureles de Hornero, Rafael y Gluck. Sin llegar<br />

tan lejos, Joseph hizo mucho para fomentar las artes en Napóles. Emplazó una<br />

estatua de Tasso, cuya obra Jerusalén liberada lo seducía. <strong>Napoleón</strong> prefería al más

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