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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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CAPÍTULO CATORCE<br />

<strong>La</strong> apertura de las iglesias<br />

Una anécdota que circulaba bajo el antiguo régimen relata de qué modo cierto<br />

marqués llega a su casa y encuentra a su esposa acostada con un obispo. El<br />

marqués se encogió de hombros, abrió la ventana, e inclinándose sobre <strong>los</strong><br />

transeúntes de la calle, trazó una ostentosa señal de la cruz. «¿Qué está<br />

haciendo?», preguntó el obispo. «Usted está cumpliendo mis funciones —replicó el<br />

marqués—, de modo que yo me ocupo de las suyas».<br />

<strong>La</strong> anécdota refleja el disgusto provocado por el alto clero, que recibía enormes<br />

sueldos —el arzobispo Dillon, de Narbonne, tenía un ingreso de un millón de<br />

francos, y generalmente gastaba más que esa suma— y dedicaba su tiempo a jugar<br />

y frecuentar prostitutas en París, y a menudo ni siquiera creía en Dios. Sólo ese<br />

malestar puede explicar la violencia revolucionaria contra la Iglesia. Incluso antes<br />

de la Revolución, muchos sacerdotes católicos, escandalizados por la cínica<br />

inmoralidad de una «clase de funcionarios» ausentistas, afirmaban que habían<br />

recibido sus poderes espirituales directamente de Cristo, no del obispo; que<br />

también el<strong>los</strong> eran depositarios de la fe, y que tenían el derecho de sentarse en <strong>los</strong><br />

Concilios Eclesiásticos.<br />

De modo que Francia tenía sus sans-culottes espirituales, y el<strong>los</strong> fueron <strong>los</strong> que<br />

redactaron y en 1790 juraron fidelidad a la Constitución Civil del Clero. Este<br />

instrumento exigía que <strong>los</strong> curas fuesen elegidos por <strong>los</strong> feligreses, y <strong>los</strong> obispos,<br />

como otros magistrados cualesquiera, por el electorado. Alrededor del 55 por ciento<br />

del clero juró fidelidad, y entre el<strong>los</strong> Giuseppe Fesch, tío de <strong>Napoleón</strong>, que opinó<br />

que la Constitución Civil devolvía su «pureza original» al cristianismo.<br />

No era ésta la posición de <strong>los</strong> que no juraron. Monsieur Emery, un santo<br />

sacerdote que se parecía a Punch y dirigía el seminario de Saint Sulpice, rehusó<br />

jurar fidelidad a la nueva ley porque a su juicio subordinaba la Iglesia al Estado, y<br />

sobre todo, porque el cuerpo que elegía un obispo bien podía incluir a <strong>los</strong><br />

protestantes o incluso a <strong>los</strong> ateos. De <strong>los</strong> 160 obispos de Francia todos menos siete<br />

rehusaron prestar juramento y emigraron. Pero entre <strong>los</strong> siete estaba un hombre<br />

muy inteligente, el cojo obispo de Autun, es decir Charles de Talleyrand.<br />

Los revolucionarios moderados se consideraban satisfechos si conseguían<br />

reformar a la Iglesia y mantenerla al margen de la política. Pero <strong>los</strong> extremistas<br />

querían eliminarla por completo. El panfletista Fierre Colar hizo el recuento de<br />

todos <strong>los</strong> hombres muertos a causa del «fanatismo» religioso, y llegó a un gran<br />

total de 16.419.200 víctimas. Dupuis, miembro de <strong>los</strong> Quinientos, escribió un libro<br />

que pretendía demostrar que la religión en realidad es astronomía mal orientada, y<br />

que se asignó el nombre de «cordero de Dios» a Cristo porque en Pascua el sol<br />

entra en el signo del carnero. Dupuis llegaba a la conclusión, con cierta temeridad,<br />

de que Cristo era una personificación del sol, y <strong>los</strong> cristianos, adoradores del sol, a<br />

semejanza de <strong>los</strong> peruanos a quienes les cortaban el cuello. Uno de <strong>los</strong> directores.<br />

<strong>La</strong> Revelliére, llegó incluso más lejos: trató de imponer en Francia la teofilantropía,<br />

una mescolanza de protestantismo, \osfilósofosy la francmasonería, cuyo<br />

celebrante, un «hombre de familia» ataviado con toga azul, cinturón rojo y túnica<br />

blanca, invocaba al Padre de la Naturaleza con textos extraídos de una variada<br />

gama de materiales, desde Rousseau hasta el Corán y <strong>los</strong> himnos de Zoroastro.<br />

canónigo Galbo asumió el control de la ciudad y la noche del 5 de junio dirigió la<br />

masacre de 338 franceses.<br />

Durante tres meses el propio <strong>Napoleón</strong> salió de campaña contra <strong>los</strong> españoles,<br />

y ganó cuatro batallas. Después, tuvo que regresar a Austria y dejó a Joseph a<br />

cargo de la jefatura. Joseph creía ser soldado, pero carecía de fibra y rudeza.<br />

Cometió errores. Ante cada error. <strong>Napoleón</strong> le escribió una carta implacable.<br />

Finalmente, la situación se deterioró tanto que en febrero de 1810 <strong>Napoleón</strong> puso a<br />

las provincias que estaban al norte del Ebro bajo un gobierno militar autónomo.<br />

Joseph se ofendió, se lo hizo saber a <strong>Napoleón</strong> y propuso abdicar. <strong>Napoleón</strong> se<br />

irritó porque Joseph deseaba abandonarlo y Joseph continuó en su puesto, pero<br />

durante tres años, con la maldición de una guerra de desgaste, hubo sentimientos<br />

amargos entre ambos hermanos.<br />

Joseph gobernó España hasta 1813, cuando una nueva invasión de Wellington<br />

desde Portugal convirtió al país entero en campo de batalla.<br />

Gobernó como el buen liberal que era, y aunque le desagradó el período que<br />

pasó en España, su dominio dio frutos, pues en 1812 las Cortes clandestinas, fieles<br />

a Fernando, hijo de Car<strong>los</strong> IV, aprobaron una Constitución que habría de continuar<br />

siendo hasta el siglo actual la piedra de toque de las libertades españolas; y esta<br />

Constitución fue en casi todos <strong>los</strong> puntos el eco de lo que había formulado Joseph,<br />

desde la prohibición de la tortura hasta la liquidación del feudalismo. Sólo difiere en<br />

el artículo dos. Mientras Joseph proclamó la libertad de cultos y de conciencia, la<br />

Constitución de las Cortes prohibió la práctica de todo lo que no fuera la fe católica,<br />

«que es y continuará siendo la religión del pueblo español».<br />

Este artículo es el eje de la diferencia entre <strong>los</strong> hermanos Bonaparte y <strong>los</strong><br />

españoles.<br />

Si Napóles fue un triunfo y España un desastre, Holanda habría de convertirse<br />

en un éxito condicionado. <strong>Napoleón</strong> invitó a su hermano favorito a gobernar ese<br />

país. Louis padecía una condición acida de la sangre, que le paralizaba<br />

parcialmente las manos. Tenía que escribir con una pluma atada a la muñeca con<br />

una cinta. Siempre modesto e inseguro de sí mismo, Louis vaciló ante la oferta de<br />

<strong>Napoleón</strong> y señaló que el clima holandés sería perjudicial para su salud. Tonterías,<br />

replicó <strong>Napoleón</strong>, diciéndole que era mejor morir sobre un trono, que vivir como un<br />

príncipe. Después resumió las obligaciones de Louis: «Proteger las libertades de <strong>los</strong><br />

holandeses, sus leyes y su religión; pero nunca dejar de ser francés».<br />

Louis llegó a <strong>La</strong> Haya el 23 de junio de 1806. Consciente en todo lo que hacía,<br />

inmediatamente comenzó a recibir lecciones de holandés del dramaturgo Bilderdijk.<br />

Puso en vigor un código penal más humano, y personalmente examinó cada<br />

sentencia de muerte conmutándola cuando era posible. Organizó una exposición<br />

anual para fomentar la industria holandesa. Cuando una barcaza cargada con<br />

dieciséis toneladas de pólvora explotó en Leyden, trabajó la noche entera<br />

rescatando víctimas. Convenció a <strong>Napoleón</strong> de que retirase las tropas francesas,<br />

cuyo alojamiento era costoso, y redujo la erogación anual de 78 a 55 millones de<br />

florines. También persuadió a <strong>Napoleón</strong> de que exceptuase a <strong>los</strong> holandeses del<br />

servicio militar, con el argumento de que eran de un pueblo manufacturero y<br />

comerciante. No puede sorprender que muy pronto se lo llamase «el buen rey<br />

Louis».<br />

<strong>Napoleón</strong> opinaba que Louis era demasiado benigno.<br />

«Un príncipe —escribió el 4 de abril de 1807—, que adquiere reputación de<br />

buen carácter durante el primer año de su reino, es el blanco de las burlas el<br />

segundo. El amor que <strong>los</strong> reyes inspiran debe ser viril —en parte respeto temeroso,<br />

y en parte ansia de reputación—. Cuando se afirma que un rey es un buen hombre,<br />

su reinado es un fracaso. ¿Cómo puede ser un buen hombre —o un buen padre, si<br />

así lo prefieres— y soportar la carga de la realeza, mantener el orden de <strong>los</strong><br />

descontentos, y silenciar las pasiones políticas o utilizarlas bajo su propia<br />

bandera?» Como temía <strong>Napoleón</strong>, el doliente Louis se mostró cada vez más<br />

accesible a las exigencias holandesas. Cuando quisieron contar con una clase noble,

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