La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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Rose de Blair, solía leer a Bolingbroke, su autor favorito. Recibía mucho, y<br />
solicitaba instrucciones acerca de la etiqueta a la anciana madame de Genlis, «una<br />
Madre de la Iglesia» que podía recordar cómo era Versalles durante el reinado de<br />
Luis XV. Esa venerable dama aconsejó a Elisa que evitase recibir a sus invitados<br />
con la frase «Os saludo», que dijese «vino de Burdeos» y jamás «burdeos», y «un<br />
presente», nunca «un regalo». Elisa también gastó 60.000 francos de su propio<br />
peculio con el fin de organizar una compañía de actores franceses, de manera que<br />
<strong>los</strong> róscanos mejorasen su francés. En cambio, <strong>Napoleón</strong> prefería que <strong>los</strong> róscanos<br />
perfeccionasen su propia lengua. Creó un premio anual de quinientos napoleones<br />
para la mejor obra en italiano de autor toscano, e invitó a la Academia Crusca,<br />
abierta nuevamente por Elisa, a revisar el diccionario italiano. De modo que en<br />
pequeñas cosas <strong>Napoleón</strong> y su hermana trataron de pagar parte de la deuda<br />
contraída con la región que había sido la cuna de <strong>los</strong> Buonaparte.<br />
Elisa se acostumbró a firmar E, del mismo modo que su hermano firmaba N.<br />
Pero <strong>Napoleón</strong> pronto le recordó que las leyes del Imperio tenían más fuerza que el<br />
vínculo de sangre o que su firma casi real. <strong>La</strong> condesa de Albany, nacida en<br />
Alemania, era la turbulenta viuda del príncipe Bonnie Charlie y durante un tiempo<br />
fue la amante de Alfieri.<br />
<strong>La</strong> dama comenzó a provocar dificultades en Florencia, y un ministro francés<br />
ordenó su traslado a Parma. Elisa dijo a sus funcionarios que no hicieran caso de la<br />
orden.<br />
<strong>Napoleón</strong> escribió inmediatamente a Elisa, y le dijo que podía apelar la orden,<br />
pero que no tenía derecho a revocarla, pues a diferencia de sus hermanos, y a<br />
pesar de su título, ella no era más que la administradora de varios departamentos<br />
que desde el punto de vista técnicos eran franceses.<br />
«En estas circunstancias, tus instrucciones son criminales, y en rigor puedes ser<br />
enjuiciada... Eres una de mis subditos, y como todos <strong>los</strong> franceses, hombres o<br />
mujeres, tienes la obligación de obedecer a <strong>los</strong> ministros».<br />
El emperador aportó refinamientos a Lucca y Toscana; y llevó aportes<br />
fundamentales a las regiones más atrasadas. Dalmacia es un ejemplo apropiado.<br />
Allí, <strong>Napoleón</strong> debió terminar con <strong>los</strong> castigos inhumanos, por ejemplo las tandas<br />
de pa<strong>los</strong> y el marcado. Pudo aplicar algunas secciones del Código, pero no el<br />
registro de <strong>los</strong> nacimientos, porque en muchas aldeas no había nadie que supiese<br />
escribir. Comprobó que Dalmacia era un país atravesado por senderos de cabras,<br />
pero sin verdaderos caminos. De modo que, al principio, <strong>Napoleón</strong> puso a cargo al<br />
general Marmont, quien construyó <strong>los</strong> primeros caminos dignos de ese nombre en<br />
Dalmacia. Abrió uno de Knin a Spiit —unos cien kilómetros— en sólo seis semanas.<br />
Los habitantes locales bromeaban y decían que mientras <strong>los</strong> austríacos se habían<br />
limitado a hablar de un camino, Marmont había montado de un salto su caballo, se<br />
había lanzado al galope y al desmontar, el camino ya estaba abierto.<br />
Una de las características del Imperio napoleónico es que se realizaron enormes<br />
esfuerzos para ayudar a <strong>los</strong> desposeídos. En París, <strong>Napoleón</strong> remedió la deplorable<br />
situación de <strong>los</strong> hospitales, donde se amontonaba a <strong>los</strong> enfermos sin tener en<br />
cuenta la edad, el sexo o la naturaleza de su enfermedad. También eliminó la<br />
práctica de mantener a <strong>los</strong> enfermos mentales atados de pies y manos a sus<br />
camas; fundó dos hogares para incurables y otro para instruir a <strong>los</strong> sordomudos.<br />
También en Dalmacia <strong>Napoleón</strong> promovió <strong>los</strong> derechos humanos; eligió gobernador<br />
a Vicenzo Dándolo, un hombre que parecía poco prometedor, un veneciano de<br />
humilde cuna e ideas humanas que antes no había administrado nada más<br />
importante que su farmacia, Se demostró que Dándolo había sido una buena<br />
elección, y su gestión aportó cinco años de compasión a un país en el cual<br />
prevalecían condiciones espantosas. Con el propósito de mejorar las sombrías<br />
condiciones de las cárceles, Dándolo nombró un «protector de <strong>los</strong> detenidos»,<br />
encargado de vigilar la alimentación de <strong>los</strong> internos, recoger las quejas y asegurar<br />
la libertad de <strong>los</strong> individuos que ya habían terminado sus condenas. Asimismo,<br />
Dándolo puso fin al escándalo de la casa de huérfanos de Spiit, un gueto sin<br />
ventanas donde había una sola nodriza para cada cinco o seis infantes esqueléticos,<br />
<strong>los</strong> honores militares y civiles —replicó <strong>Napoleón</strong>—, habremos establecido dos<br />
órdenes, y en cambio la nación es una. Si otorgamos honores sólo a <strong>los</strong> soldados,<br />
eso será aún peor, pues entonces la nación dejará de existir.» Los oficiales<br />
superiores deseaban que se distinguiera entre las recompensas a <strong>los</strong> oficiales y las<br />
recompensas a <strong>los</strong> soldados de fila, pero <strong>Napoleón</strong> insistió en que se otorgase la<br />
misma recompensa a todos.<br />
Así pues. <strong>Napoleón</strong> creó en 1802 la Legión de Honor. <strong>La</strong> dividió en quince<br />
cohortes, cada una integrada por 350 legionarios, treinta oficiales, veinte<br />
comandantes y siete grandes oficiales. El beneficiario juraba «consagrarse al<br />
servicio de la República, mantener su territorio completo y entero, salvaguardar sus<br />
leyes y propiedades nacionales...<br />
y hacer todo lo que esté a su alcance para preservar la libertad y la igualdad».<br />
Recibía una estrella de cinco puntas, de esmalte azul, decorada con roble y laurel, y<br />
la colgaba de la solapa de su chaqueta, sujeta por una cinta de muaré rojo. El<br />
destinatario también recibía una pequeña recompensa monetaria: 250 francos<br />
anuales, que se elevaban a cinco mil francos en el caso de <strong>los</strong> altos oficiales.<br />
<strong>La</strong> Legión de Honor, como la mayoría de <strong>los</strong> actos constructivos de <strong>Napoleón</strong>,<br />
suscitó fiera oposición. Los igualitarios de carácter doctrinario la criticaron.<br />
Rochambeau y <strong>La</strong> Fayette declinaron la recompensa; ambos habían vivido en<br />
Estados Unidos y compartían el desagrado norteamericano por las órdenes<br />
honoríficas. El general Moreau la ridiculizó, pues condecoró a su cocinera con una<br />
cacerola de honor. Pero la Legión de Honor cumplió su propósito. <strong>La</strong> estrella<br />
esmaltada de cinco puntas llegó a ser codiciada por casi todos <strong>los</strong> franceses, y poca<br />
duda cabe de que originó un esfuerzo y una energía inmensos. En general,<br />
<strong>Napoleón</strong> otorgó la recompensa a treinta mil hombres, en la mayoría de <strong>los</strong> casos<br />
por actos de bravura en el campo de batalla. Incluso hoy la Legión de Honor<br />
continúa cumpliendo su propósito. Los franceses consideran que una vida<br />
caracterizada por el espíritu cívico es incompleta sin la recompensa, usada como<br />
una cinta discreta y muy angosta en el ojal de la solapa.<br />
Cuando al principio del Consulado <strong>Napoleón</strong> reflexionó acerca de la situación del<br />
pueblo francés, comprobó que <strong>los</strong> habitantes del país estaban dispersos, desunidos,<br />
como «granos de arena». Dijo que deseaba unir<strong>los</strong>, trabajar en favor de la<br />
cohesión. Todos sus actos constructivos pueden interpretarse como pasos<br />
orientados hacia esta meta, y sobre todo esta afirmación es aplicable a la<br />
declaración del 26 de abril de 1802.<br />
Ese día <strong>Napoleón</strong> otorgó una amnistía —o un armisticio, como insistió en<br />
denominarlo— a <strong>los</strong> franceses que vivían en el exterior. Al declarar que la lucha<br />
faccional había concluido, y que <strong>los</strong> franceses, cualesquiera que fuesen sus<br />
opiniones, debían reconciliarse, invitó a todos <strong>los</strong> emigrados, salvo a <strong>los</strong> que habían<br />
prestado servicio junto a <strong>los</strong> enemigos de Francia, a retornar al país. Cuarenta mil<br />
aceptaron la invitación de <strong>Napoleón</strong>, retornaron a su patria, y engrosaron las filas<br />
de las clases militares y profesionales. Uno de el<strong>los</strong> fue Alexandre des Mazis, el<br />
viejo amigo de <strong>Napoleón</strong>. Como adivinó que no tenía un centavo, <strong>Napoleón</strong> le envió<br />
una letra del tesoro por diez mil francos y una nota manuscrita: «Des Mazis, una<br />
vez me prestaste dinero, ahora es mi turno».<br />
Cuando el tesoro, colmado, le permitió construir, <strong>Napoleón</strong> decidió trabajar en<br />
favor de la cohesión mediante el progreso de las comunicaciones. Construyó tres<br />
grandes canales, tres grandes puertos, tres grandes caminos. Los canales son el<br />
Saint-Quentin; la vía de agua de Ñames a Brest, con un recorrido de 260<br />
kilómetros; y el canal que une el Ródano con el Rin. Mediante estos canales<br />
<strong>Napoleón</strong> podía enviar artícu<strong>los</strong> de Amsterdam a Marsella y de Lyon a Brest, sin<br />
exponer<strong>los</strong> a <strong>los</strong> cañones navales ingleses. Los puertos fueron Cherburgo, Brest y<br />
Amberes; y <strong>los</strong> caminos, tres rutas que atravesaban <strong>los</strong> Alpes. Como <strong>Napoleón</strong><br />
sabía por experiencia personal, cuando llegaban a <strong>los</strong> Alpes era necesario<br />
desmantelar <strong>los</strong> carruajes y cargar<strong>los</strong> sobre recuas de muías, y en invierno a<br />
menudo había que esperar dos semanas a que se fundiese la espesa capa de nieve.<br />
<strong>Napoleón</strong> abrió caminos a través del Gran San Bernardo, el Pequeño San Bernardo