La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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Leipzig decidieran que en el futuro, y en el ámbito de la universidad, las estrellas<br />
del cinturón y de la espada de Orion recibiesen la denominación de estrellas de<br />
<strong>Napoleón</strong>. Goethe, que en su condición de ministro sabía de qué hablaba, opinaba<br />
que el trabajo productivo de <strong>Napoleón</strong> en el Imperio de hecho era genial. «Sí, sí, mi<br />
buen amigo —dijo a Eckermann—, no es necesario componer poemas y piezas<br />
teatrales para ser productivo; hay también una productividad de <strong>los</strong> hechos, y ella<br />
a menudo posee una jerarquía significativamente más elevada».<br />
El Imperio perduraría sólo diez años, pero las ideas subyacentes en él se<br />
prolongarían hasta nuestros días. El Código <strong>Napoleón</strong> y el principio del gobierno<br />
propio llegaron a ser parte de la trama de Europa continental y, salvo en España,<br />
ningún rey se atrevió nunca a restablecer <strong>los</strong> privilegios feudales abolidos por<br />
<strong>Napoleón</strong>. En Portugal, <strong>Napoleón</strong> allanó el camino a la Constitución liberal de 1821;<br />
incluso en España su principio de la libertad religiosa cumpliría la función de una<br />
levadura liberal; fue aplicado temporalmente en 1869 durante la regencia ilustrada<br />
de Francisco Serrano, y más o menos modificado se convirtió en ley en 1966. Pero<br />
el derrocamiento de las dinastías española y portuguesa promovido por <strong>Napoleón</strong><br />
originó <strong>los</strong> resultados más importantes en el hemisferio occidental. En vida de<br />
<strong>Napoleón</strong>, e influidos sobre todo por <strong>los</strong> principios que él había aplicado en el<br />
Imperio, México, Colombia, Ecuador, Argentina, Perú y Chile alcanzarían la<br />
independencia. Finalmente, y aunque <strong>Napoleón</strong> no vivió para verlo, al promover la<br />
unidad nacional y el gobierno representativo, el emperador <strong>Napoleón</strong> hizo tanto<br />
como el que más en favor de la creación de <strong>los</strong> estados modernos de Alemania e<br />
Italia.<br />
secundarios privados: en 1806 su número se elevaba a 377, comparados con 370<br />
colegios oficiales.<br />
Los colegios secundarios oficiales estaban destinados exclusivamente a <strong>los</strong><br />
varones: en 1800, ningún francés hubiese deseado otra cosa. En el Consejo, el 1<br />
de marzo de 1806, <strong>Napoleón</strong> dijo: «No creo que necesitemos inquietarnos con un<br />
plan de instrucción para las jóvenes; sus madres les imparten la mejor educación<br />
posible. <strong>La</strong> educación pública no les conviene, porque nunca se ven obligadas a<br />
estar en público.» Pero al año siguiente <strong>Napoleón</strong> redactó el currículo destinado a<br />
las hijas huérfanas de Legionarios de Honor en un colegio de Ecouen. Debían<br />
aprender a leer, escribir y calcular, algo de historia y geografía, algo de botánica,<br />
pero nada de latín. Debían aprender a remendar calcetines y camisas, y a bordar,<br />
bailar y cantar, así como <strong>los</strong> rudimentos de la crianza. «De hecho, el conocimiento<br />
exacto impartido allí debe limitarse al Evangelio. Deseo que el lugar produzca, no<br />
mujeres encantadoras, sino mujeres virtuosas. Tienen que ser atractivas porque se<br />
ajusten a elevados principios y posean corazones cálidos, no porque sean<br />
ingeniosas o divertidas».<br />
En el campo de la educación superior, <strong>Napoleón</strong> fundó dos escuelas de derecho<br />
en París, y en las provincias, para instruir a <strong>los</strong> docentes, la Escuela normal<br />
superior, que hasta hoy ha preservado una reputación envidiable. Proyectó, pero<br />
nunca realizó, una escuela de estudios avanzados de historia; quizás al recordar<br />
sus propios momentos de desconcierto en Valence quiso que esa institución<br />
publicase una lista de <strong>los</strong> mejores libros: «Un joven ya no necesita perder meses<br />
en el estudio engañoso de autoridades inadecuadas o indignas de confianza.» Otra<br />
de las buenas ideas de <strong>Napoleón</strong> que nunca fructificó fue un colegio de treinta<br />
profesores, que abarcaría el campo entero del saber, y donde todos podrían acudir<br />
con el fin de conseguir información acerca de determinado punto.<br />
Un principio de la Revolución era que nadie debía ser independiente del Estado,<br />
de ahí, por ejemplo, la abolición de las corporaciones; y el principio de que todos<br />
<strong>los</strong> componentes del Estado debían responder a una forma dada, por ejemplo, la<br />
uniformidad de <strong>los</strong> pesos y las medidas.<br />
<strong>Napoleón</strong> aplicó este principio cuando creó en 1808 una corporación, que<br />
recibiría el nombre de Universidad, responsable de velar por que toda la educación,<br />
incluida la privada, «tendiera a formar ciudadanos respetuosos de su religión, su<br />
gobierno, su patria y su familia».<br />
Todos <strong>los</strong> maestros tenían que prometer cumplir las reglas de la Universidad, y<br />
<strong>Napoleón</strong> deseaba que esta promesa fuese una ocasión muy solemne: <strong>los</strong> docentes<br />
«deberían casarse, por así decirlo, con la causa de la educación, de la misma<br />
manera que sus predecesores se casaban con la Iglesia, con la diferencia de que su<br />
matrimonio no necesitaba ser tan sagrado ni tan indisoluble».<br />
<strong>Napoleón</strong> deseaba que su Universidad produjese ciudadanos respetuosos de la<br />
ley. Pero este propósito no se originó en él; era un rasgo de la época. El pensador<br />
liberal Turgot había propuesto un sistema global muy parecido al de <strong>Napoleón</strong>,<br />
«para instruir a <strong>los</strong> ciudadanos»; y Jeanbon Saint-André, ex miembro del Comité<br />
de Salud Pública, quiso que <strong>los</strong> niños franceses fuesen instruidos en un código<br />
moral uniforme, y por consiguiente se convirtiesen «en personas respetuosas de la<br />
ley». Por la época en que <strong>Napoleón</strong> asumió el poder, diez años de caos moral y<br />
político habían determinado que fuese urgente la necesidad de una etapa de<br />
conservadurismo político, y por lo tanto intelectual. Si <strong>Napoleón</strong> convirtió esta idea<br />
en el rasgo principal de su programa educacional, bien puede argüirse que no tenía<br />
alternativa.<br />
Pero en este marco había posibilidades de innovación, y se diría que <strong>Napoleón</strong><br />
no alcanzó a percibirlas. Llevó demasiado lejos su conservadurismo natural cuando<br />
convirtió al latín y la matemática en la base de la educación secundaria. No sólo no<br />
logró alentar la enseñanza de las ciencias fundadas en la <strong>observación</strong> y la<br />
experimentación —un hecho sobremanera extraño, en vista de la expedición<br />
egipcia— sino que el espíritu del conformismo intelectual gravitó en perjuicio de la<br />
inventiva.