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Hubiera podido suponerse que Napoleón otorgaría al ejército una posición privilegiada en Francia; dos ejemplos entre muchos muestran lo que sucedió realmente. El general Cervoni, comandante de la 8.a división, ordenó que «todos los que fueran descubiertos portando armas serían encarcelados en el Fon St. Jean, de Marsella»; el 7 de marzo de 1807 Napoleón lo criticó: «Un general carece de funciones civiles, salvo que se le haya conferido una ad hoc. Cuando carece de misión, no puede influir sobre los tribunales, la municipalidad o la policía. Considero una locura la actitud que usted adoptó.» Cuando los cadetes de la escuela de artillería de Metz provocaron disturbios e insultaron a la gente, Napoleón los llamó al orden: «El ejército prusiano acostumbraba a insultar y maltratar a los burgueses, y éstos después se sintieron encantados cuando el ejército fue derrotado. Una vez aplastado, ese ejército desapareció y nada vino a reemplazarlo, porque no tenía detrás de sí a la nación. El ejército francés es excelente sólo porque forma una unidad con la nación.» Napoleón formulaba constantemente el concepto de que un francés es primero ciudadano y después soldado, y de que todos los delitos cometidos por un soldado en tiempo de paz ante todo debían ser remitidos a las autoridades civiles. Como dijo en 1808: «En el mundo hay sólo dos fuerzas: la espada y el espíritu; por espíritu entiendo las instituciones civiles y religiosas; a la larga, el espíritu siempre derrota a la espada». Éste fue el trabajo de Napoleón en el campo del derecho. Pero las leyes pueden ser eficaces sólo si se educa a los ciudadanos de modo que las respeten. Por consiguiente, el complemento de las reformas legales de Napoleón es su reforma del sistema educativo francés. Bajo la monarquía, los sacerdotes enseñaban a los niños franceses sobre la base del pago de honorarios. La Revolución arrebató las escuelas a los sacerdotes, declaró el derecho de todos los niños a la educación secular libre, pero no tenía dinero ni personal para aplicar la idea. Cuando Napoleón se convirtió en primer cónsul, comprobó que en realidad no había escuelas primarias, y que existían unos pocos colegios secundarios oficiales de buen nivel, las llamadas escuelas centrales, así como cieno número de colegios privados. Las universidades habían sido clausuradas. Napoleón reabrió las escuelas primarias, con los sacerdotes en el papel de maestros, pero consagró su atención principal a los colegios secundarios. Fundó más de trescientos, y modificó su currículo para permitir la especialización temprana. A la edad de quince años un jovencito decidía estudiar matemática e historia de la ciencia, o clásicos y filosofía. A los diecisiete se presentaba al examen de bachillerato. Si lo aprobaba, podía optar por una educación superior en París, en la Sorbona, reabierta por Napoleón lo mismo que las universidades provinciales. Napoleón miraba con malos ojos a las escuelas centrales porque enseñaban idéologie, es decir, que las actitudes éticas son por completo relativas, y deben variar de una época a otra. Napoleón creía que este principio menoscababa la moral y el respeto a la ley. Clausuró las écoles centrales y las sustituyó por los liceos. Como Francia por entonces estaba en guerra, promovió en los liceos cierta atmósfera militar. Los alumnos, principalmente hijos de oficiales, usaban uniformes azules y aprendían ejercicios y mosquetería. Napoleón determinó que se dictasen dos horas semanales de instrucción religiosa, así como un curso de filosofía basado en Descanes, Malebranche y Condillac, discípulo de Locke, todo ello con el fin de combatir la idéologie. Concretamente vetó la propuesta de enseñar literatura creadora: «Corneille y Racine no sabían más que el buen alumno de una clase de retórica; no es posible aprender el buen gusto y el genio.» Convirtió al latín y la matemática en el pilar del currículo. En su carácter de ex alumno de Brienne, Napoleón se interesó mucho por sus liceos. Pero estas academias casi militares eran sólo una pane de su contribución a la educación francesa. Mientras Napoleón ejerció el poder, Francia llegó a tener treinta y nueve liceos, y más de trescientos colegios secundarios oficiales de distinto carácter. Más aún, Napoleón permitió el aumento del número de colegios CAPÍTULO DIECIOCHO Amigos y enemigos Napoleón creó el Imperio con la ayuda de amigos, y también con la ayuda de amigos lo gobernó; no unos pocos íntimos, sino muchos amigos, pertenecientes a todas las clases y poseedores de cualidades muy variadas. Pudo conquistar a estos amigos y conservar su fidelidad porque él mismo fue buen amigo para ellos. Como la mayoría de los hijos segundos, era generoso y sociable, y simpatizaba fácilmente con la gente. Además, era soldado. De los ocho a los veintisiete años había vivido en una sociedad masculina, para la cual la amistad era el valor supremo. Napoleón descubrió que sus relaciones amistosas con los hombres a menudo comenzaban con un sentimiento de atracción física, y esta reacción adoptaba una forma extraña: «Me dijo —afirma Caulaincourt—... que en su caso el corazón no era el órgano del sentimiento, que experimentaba emociones sólo donde la mayoría de los hombres tenía sentimientos de carácter muy distintos; nada en el corazón, todo en los ríñones y en otro lugar cuyo nombre no mencionaré.» Napoleón describió esa sensación como «una suene de cosquilleo doloroso, una irritabilidad nerviosa... el chirrido de una sierra a veces me provoca la misma sensación». Salvo quizás en la prensa inglesa, nunca se acusó a Napoleón de mantener relaciones homosexuales; más aún, le desagradaba la homosexualidad, como era y es todavía el caso de la mayoría de los franceses. En la Escuela Militar se había alejado de Laugier de Bellecourt precisamente por esa razón. Pero en la vida pública no convertía en prejuicio ese desagrado. Designó a Cambacérés segundo cónsul y después archicanciller, pese a que era homosexual, y una sola vez Napoleón se burló de él a causa de sus inclinaciones. A partir de la base representada por la atracción física, Napoleón construía la amistad con los materiales aportados por la sinceridad. Le agradaban los hombres que hablaban francamente, aunque se tratara del anciano monsieur Emery que defendía al Papa. En sus amigos soldados apreciaba sobre todo el coraje. Con coraje uno se enfrentaba a la muerte; era la virtud gracias a la cual dos hombres se convertían en hermanos de sangre. No existía experiencia tan intensa como la que tenían los amigos que marchaban hombro con hombro a la batalla, cada uno confiado en el coraje del otro, cada uno dispuesto a derramar su sangre por el otro. De ahí que muchos de los amigos más íntimos de Napoleón fuesen soldados. Uno era Gérard Duroc. Provenía de una antigua y empobrecida familia de Lorena, era tres años menor que Napoleón, el cuerpo delgado y la estatura un poco superior al promedio, los cabellos negros y los ojos oscuros y protuberantes. Después de salir de la academia militar se unió a Napoleón como ayudante de campo en la primera campaña de Italia. Napoleón se sintió impresionado por el carácter excepcionalmente bondadoso de Duroc, por sus buenos modales y la paciencia de la cual carecía el propio Napoleón. De modo que empleó a su amigo en funciones diplomáticas, y cuando fue emperador lo puso al frente de la casa imperial y la corte. Duroc, que en su infancia había tenido que vigilar el céntimo, se adhirió sin reservas a las costumbres frugales de Napoleón.

Leipzig decidieran que en el futuro, y en el ámbito de la universidad, las estrellas del cinturón y de la espada de Orion recibiesen la denominación de estrellas de Napoleón. Goethe, que en su condición de ministro sabía de qué hablaba, opinaba que el trabajo productivo de Napoleón en el Imperio de hecho era genial. «Sí, sí, mi buen amigo —dijo a Eckermann—, no es necesario componer poemas y piezas teatrales para ser productivo; hay también una productividad de los hechos, y ella a menudo posee una jerarquía significativamente más elevada». El Imperio perduraría sólo diez años, pero las ideas subyacentes en él se prolongarían hasta nuestros días. El Código Napoleón y el principio del gobierno propio llegaron a ser parte de la trama de Europa continental y, salvo en España, ningún rey se atrevió nunca a restablecer los privilegios feudales abolidos por Napoleón. En Portugal, Napoleón allanó el camino a la Constitución liberal de 1821; incluso en España su principio de la libertad religiosa cumpliría la función de una levadura liberal; fue aplicado temporalmente en 1869 durante la regencia ilustrada de Francisco Serrano, y más o menos modificado se convirtió en ley en 1966. Pero el derrocamiento de las dinastías española y portuguesa promovido por Napoleón originó los resultados más importantes en el hemisferio occidental. En vida de Napoleón, e influidos sobre todo por los principios que él había aplicado en el Imperio, México, Colombia, Ecuador, Argentina, Perú y Chile alcanzarían la independencia. Finalmente, y aunque Napoleón no vivió para verlo, al promover la unidad nacional y el gobierno representativo, el emperador Napoleón hizo tanto como el que más en favor de la creación de los estados modernos de Alemania e Italia. secundarios privados: en 1806 su número se elevaba a 377, comparados con 370 colegios oficiales. Los colegios secundarios oficiales estaban destinados exclusivamente a los varones: en 1800, ningún francés hubiese deseado otra cosa. En el Consejo, el 1 de marzo de 1806, Napoleón dijo: «No creo que necesitemos inquietarnos con un plan de instrucción para las jóvenes; sus madres les imparten la mejor educación posible. La educación pública no les conviene, porque nunca se ven obligadas a estar en público.» Pero al año siguiente Napoleón redactó el currículo destinado a las hijas huérfanas de Legionarios de Honor en un colegio de Ecouen. Debían aprender a leer, escribir y calcular, algo de historia y geografía, algo de botánica, pero nada de latín. Debían aprender a remendar calcetines y camisas, y a bordar, bailar y cantar, así como los rudimentos de la crianza. «De hecho, el conocimiento exacto impartido allí debe limitarse al Evangelio. Deseo que el lugar produzca, no mujeres encantadoras, sino mujeres virtuosas. Tienen que ser atractivas porque se ajusten a elevados principios y posean corazones cálidos, no porque sean ingeniosas o divertidas». En el campo de la educación superior, Napoleón fundó dos escuelas de derecho en París, y en las provincias, para instruir a los docentes, la Escuela normal superior, que hasta hoy ha preservado una reputación envidiable. Proyectó, pero nunca realizó, una escuela de estudios avanzados de historia; quizás al recordar sus propios momentos de desconcierto en Valence quiso que esa institución publicase una lista de los mejores libros: «Un joven ya no necesita perder meses en el estudio engañoso de autoridades inadecuadas o indignas de confianza.» Otra de las buenas ideas de Napoleón que nunca fructificó fue un colegio de treinta profesores, que abarcaría el campo entero del saber, y donde todos podrían acudir con el fin de conseguir información acerca de determinado punto. Un principio de la Revolución era que nadie debía ser independiente del Estado, de ahí, por ejemplo, la abolición de las corporaciones; y el principio de que todos los componentes del Estado debían responder a una forma dada, por ejemplo, la uniformidad de los pesos y las medidas. Napoleón aplicó este principio cuando creó en 1808 una corporación, que recibiría el nombre de Universidad, responsable de velar por que toda la educación, incluida la privada, «tendiera a formar ciudadanos respetuosos de su religión, su gobierno, su patria y su familia». Todos los maestros tenían que prometer cumplir las reglas de la Universidad, y Napoleón deseaba que esta promesa fuese una ocasión muy solemne: los docentes «deberían casarse, por así decirlo, con la causa de la educación, de la misma manera que sus predecesores se casaban con la Iglesia, con la diferencia de que su matrimonio no necesitaba ser tan sagrado ni tan indisoluble». Napoleón deseaba que su Universidad produjese ciudadanos respetuosos de la ley. Pero este propósito no se originó en él; era un rasgo de la época. El pensador liberal Turgot había propuesto un sistema global muy parecido al de Napoleón, «para instruir a los ciudadanos»; y Jeanbon Saint-André, ex miembro del Comité de Salud Pública, quiso que los niños franceses fuesen instruidos en un código moral uniforme, y por consiguiente se convirtiesen «en personas respetuosas de la ley». Por la época en que Napoleón asumió el poder, diez años de caos moral y político habían determinado que fuese urgente la necesidad de una etapa de conservadurismo político, y por lo tanto intelectual. Si Napoleón convirtió esta idea en el rasgo principal de su programa educacional, bien puede argüirse que no tenía alternativa. Pero en este marco había posibilidades de innovación, y se diría que Napoleón no alcanzó a percibirlas. Llevó demasiado lejos su conservadurismo natural cuando convirtió al latín y la matemática en la base de la educación secundaria. No sólo no logró alentar la enseñanza de las ciencias fundadas en la observación y la experimentación —un hecho sobremanera extraño, en vista de la expedición egipcia— sino que el espíritu del conformismo intelectual gravitó en perjuicio de la inventiva.

Hubiera podido suponerse que <strong>Napoleón</strong> otorgaría al ejército una posición<br />

privilegiada en Francia; dos ejemp<strong>los</strong> entre muchos muestran lo que sucedió<br />

realmente. El general Cervoni, comandante de la 8.a división, ordenó que «todos<br />

<strong>los</strong> que fueran descubiertos portando armas serían encarcelados en el Fon St. Jean,<br />

de Marsella»; el 7 de marzo de 1807 <strong>Napoleón</strong> lo criticó: «Un general carece de<br />

funciones civiles, salvo que se le haya conferido una ad hoc. Cuando carece de<br />

misión, no puede influir sobre <strong>los</strong> tribunales, la municipalidad o la policía.<br />

Considero una locura la actitud que usted adoptó.» Cuando <strong>los</strong> cadetes de la<br />

escuela de artillería de Metz provocaron disturbios e insultaron a la gente, <strong>Napoleón</strong><br />

<strong>los</strong> llamó al orden: «El ejército prusiano acostumbraba a insultar y maltratar a <strong>los</strong><br />

burgueses, y éstos después se sintieron encantados cuando el ejército fue<br />

derrotado. Una vez aplastado, ese ejército desapareció y nada vino a reemplazarlo,<br />

porque no tenía detrás de sí a la nación. El ejército francés es excelente sólo<br />

porque forma una unidad con la nación.» <strong>Napoleón</strong> formulaba constantemente el<br />

concepto de que un francés es primero ciudadano y después soldado, y de que<br />

todos <strong>los</strong> delitos cometidos por un soldado en tiempo de paz ante todo debían ser<br />

remitidos a las autoridades civiles. Como dijo en 1808: «En el mundo hay sólo dos<br />

fuerzas: la espada y el espíritu; por espíritu entiendo las instituciones civiles y<br />

religiosas; a la larga, el espíritu siempre derrota a la espada».<br />

Éste fue el trabajo de <strong>Napoleón</strong> en el campo del derecho. Pero las leyes pueden<br />

ser eficaces sólo si se educa a <strong>los</strong> ciudadanos de modo que las respeten. Por<br />

consiguiente, el complemento de las reformas legales de <strong>Napoleón</strong> es su reforma<br />

del sistema educativo francés.<br />

Bajo la monarquía, <strong>los</strong> sacerdotes enseñaban a <strong>los</strong> niños franceses sobre la<br />

base del pago de honorarios. <strong>La</strong> Revolución arrebató las escuelas a <strong>los</strong> sacerdotes,<br />

declaró el derecho de todos <strong>los</strong> niños a la educación secular libre, pero no tenía<br />

dinero ni personal para aplicar la idea. Cuando <strong>Napoleón</strong> se convirtió en primer<br />

cónsul, comprobó que en realidad no había escuelas primarias, y que existían unos<br />

pocos colegios secundarios oficiales de buen nivel, las llamadas escuelas centrales,<br />

así como cieno número de colegios privados. <strong>La</strong>s universidades habían sido<br />

clausuradas.<br />

<strong>Napoleón</strong> reabrió las escuelas primarias, con <strong>los</strong> sacerdotes en el papel de<br />

maestros, pero consagró su atención principal a <strong>los</strong> colegios secundarios. Fundó<br />

más de trescientos, y modificó su currículo para permitir la especialización<br />

temprana. A la edad de quince años un jovencito decidía estudiar matemática e<br />

historia de la ciencia, o clásicos y fi<strong>los</strong>ofía. A <strong>los</strong> diecisiete se presentaba al examen<br />

de bachillerato.<br />

Si lo aprobaba, podía optar por una educación superior en París, en la Sorbona,<br />

reabierta por <strong>Napoleón</strong> lo mismo que las universidades provinciales.<br />

<strong>Napoleón</strong> miraba con ma<strong>los</strong> ojos a las escuelas centrales porque enseñaban<br />

idéologie, es decir, que las actitudes éticas son por completo relativas, y deben<br />

variar de una época a otra. <strong>Napoleón</strong> creía que este principio menoscababa la<br />

moral y el respeto a la ley. Clausuró las écoles centrales y las sustituyó por <strong>los</strong><br />

liceos. Como Francia por entonces estaba en guerra, promovió en <strong>los</strong> liceos cierta<br />

atmósfera militar. Los alumnos, principalmente hijos de oficiales, usaban uniformes<br />

azules y aprendían ejercicios y mosquetería. <strong>Napoleón</strong> determinó que se dictasen<br />

dos horas semanales de instrucción religiosa, así como un curso de fi<strong>los</strong>ofía basado<br />

en Descanes, Malebranche y Condillac, discípulo de Locke, todo ello con el fin de<br />

combatir la idéologie. Concretamente vetó la propuesta de enseñar literatura<br />

creadora: «Corneille y Racine no sabían más que el buen alumno de una clase de<br />

retórica; no es posible aprender el buen gusto y el genio.» Convirtió al latín y la<br />

matemática en el pilar del currículo.<br />

En su carácter de ex alumno de Brienne, <strong>Napoleón</strong> se interesó mucho por sus<br />

liceos. Pero estas academias casi militares eran sólo una pane de su contribución a<br />

la educación francesa. Mientras <strong>Napoleón</strong> ejerció el poder, Francia llegó a tener<br />

treinta y nueve liceos, y más de trescientos colegios secundarios oficiales de<br />

distinto carácter. Más aún, <strong>Napoleón</strong> permitió el aumento del número de colegios<br />

CAPÍTULO DIECIOCHO<br />

Amigos y enemigos<br />

<strong>Napoleón</strong> creó el Imperio con la ayuda de amigos, y también con la ayuda de<br />

amigos lo gobernó; no unos pocos íntimos, sino muchos amigos, pertenecientes a<br />

todas las clases y poseedores de cualidades muy variadas. Pudo conquistar a estos<br />

amigos y conservar su fidelidad porque él mismo fue buen amigo para el<strong>los</strong>. Como<br />

la mayoría de <strong>los</strong> hijos segundos, era generoso y sociable, y simpatizaba fácilmente<br />

con la gente. Además, era soldado. De <strong>los</strong> ocho a <strong>los</strong> veintisiete años había vivido<br />

en una sociedad masculina, para la cual la amistad era el valor supremo.<br />

<strong>Napoleón</strong> descubrió que sus relaciones amistosas con <strong>los</strong> hombres a menudo<br />

comenzaban con un sentimiento de atracción física, y esta reacción adoptaba una<br />

forma extraña: «Me dijo —afirma Caulaincourt—...<br />

que en su caso el corazón no era el órgano del sentimiento, que experimentaba<br />

emociones sólo donde la mayoría de <strong>los</strong> hombres tenía sentimientos de carácter<br />

muy distintos; nada en el corazón, todo en <strong>los</strong> ríñones y en otro lugar cuyo nombre<br />

no mencionaré.» <strong>Napoleón</strong> describió esa sensación como «una suene de cosquilleo<br />

doloroso, una irritabilidad nerviosa... el chirrido de una sierra a veces me provoca<br />

la misma sensación».<br />

Salvo quizás en la prensa inglesa, nunca se acusó a <strong>Napoleón</strong> de mantener<br />

relaciones homosexuales; más aún, le desagradaba la homosexualidad, como era y<br />

es todavía el caso de la mayoría de <strong>los</strong> franceses.<br />

En la Escuela Militar se había alejado de <strong>La</strong>ugier de Bellecourt precisamente por<br />

esa razón. Pero en la vida pública no convertía en prejuicio ese desagrado. Designó<br />

a Cambacérés segundo cónsul y después archicanciller, pese a que era<br />

homosexual, y una sola vez <strong>Napoleón</strong> se burló de él a causa de sus inclinaciones.<br />

A partir de la base representada por la atracción física, <strong>Napoleón</strong> construía la<br />

amistad con <strong>los</strong> materiales aportados por la sinceridad. Le agradaban <strong>los</strong> hombres<br />

que hablaban francamente, aunque se tratara del anciano monsieur Emery que<br />

defendía al Papa. En sus amigos soldados apreciaba sobre todo el coraje. Con<br />

coraje uno se enfrentaba a la muerte; era la virtud gracias a la cual dos hombres<br />

se convertían en hermanos de sangre. No existía experiencia tan intensa como la<br />

que tenían <strong>los</strong> amigos que marchaban hombro con hombro a la batalla, cada uno<br />

confiado en el coraje del otro, cada uno dispuesto a derramar su sangre por el otro.<br />

De ahí que muchos de <strong>los</strong> amigos más íntimos de <strong>Napoleón</strong> fuesen soldados.<br />

Uno era Gérard Duroc. Provenía de una antigua y empobrecida familia de<br />

Lorena, era tres años menor que <strong>Napoleón</strong>, el cuerpo delgado y la estatura un poco<br />

superior al promedio, <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> negros y <strong>los</strong> ojos oscuros y protuberantes.<br />

Después de salir de la academia militar se unió a <strong>Napoleón</strong> como ayudante de<br />

campo en la primera campaña de Italia.<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió impresionado por el carácter excepcionalmente bondadoso<br />

de Duroc, por sus buenos modales y la paciencia de la cual carecía el propio<br />

<strong>Napoleón</strong>. De modo que empleó a su amigo en funciones diplomáticas, y cuando<br />

fue emperador lo puso al frente de la casa imperial y la corte. Duroc, que en su<br />

infancia había tenido que vigilar el céntimo, se adhirió sin reservas a las<br />

costumbres frugales de <strong>Napoleón</strong>.

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