La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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<strong>Napoleón</strong> había sido criado bajo el criterio del derecho romano, que establece<br />
que una esposa está sometida a su marido. Durante la redacción de <strong>los</strong> capítu<strong>los</strong><br />
acerca del matrimonio, <strong>Napoleón</strong> defendió enérgicamente este principio. El texto<br />
acerca del matrimonio, dijo, «debería incluir una promesa de obediencia y fidelidad<br />
de la esposa. Tiene que entender que al salir de la tutoría de su familia, pasa a la<br />
del marido...<br />
El ángel habló a Adán y a Eva de obediencia, eso solía figurar en la ceremonia<br />
del matrimonio, pero estaba en latín y la esposa no lo entendía.<br />
Necesitamos el concepto de obediencia sobre todo en París, donde las mujeres<br />
tienen el derecho de hacer lo que les place. No digo que influirá sobre todas, sólo<br />
sobre algunas». <strong>Napoleón</strong> convenció al Consejo, y el artículo 213 del Código<br />
estipula: «<strong>La</strong> esposa debe obediencia a su marido».<br />
Durante la redacción del Código Civil, el choque principal tuvo que ver con el<br />
divorcio. Portalis, que era un católico devoto, se opuso al divorcio, y muchos<br />
consejeros opinaban que constituía una amenaza para la estabilidad social: en París<br />
durante <strong>los</strong> años 1799 y 1800 un matrimonio de cada cinco acababa en divorcio.<br />
<strong>Napoleón</strong>, que apreciaba el valor de la familia, miraba con desagrado el divorcio, y<br />
aún no pensaba que un día se vería obligado a considerar su divorcio de Josefina.<br />
Pero también aquí adoptó una postura liberal, defendió el divorcio con el<br />
argumento de que la dureza personal a veces lo convierte en un paso necesario, y<br />
logró que el divorcio fuera incorporado al Código Civil.<br />
«Una vez admitido el divorcio —dijo <strong>Napoleón</strong>—, ¿es posible otorgarlo por<br />
incompatibilidad? Habría un grave inconveniente, que al contraer matrimonio quizá<br />
ya pensara en la posibilidad de disolverlo. Sería como decir: "Estaré casado hasta<br />
que mis sentimientos cambien".» <strong>Napoleón</strong> y sus consejeros llegaron a la<br />
conclusión de que por sí misma la incompatibilidad no era razón suficiente para<br />
conceder el divorcio.<br />
Autorizaron el divorcio por consentimiento mutuo cuando mediaban razones<br />
graves, por ejemplo la deserción; pero la pareja debía obtener también la<br />
aprobación de <strong>los</strong> padres. «Considero que una pareja que tiende a divorciarse es<br />
presa de la pasión, y necesita que se la guíe.» Además, podía apelarse al divorcio<br />
sólo después de dos años y antes de <strong>los</strong> veinte años de vida conyugal. Es<br />
interesante observar que el espíritu de <strong>los</strong> tiempos sería una fuerza más importante<br />
que la ley; en París, bajo <strong>Napoleón</strong>, se divorciaba un promedio de sólo sesenta<br />
parejas anuales.<br />
<strong>Napoleón</strong> y el Consejo de Estado redactaron <strong>los</strong> 2.281 artícu<strong>los</strong> del Código Civil<br />
entre julio y diciembre de 1800. Pero <strong>Napoleón</strong> descubrió que la oposición no<br />
terminaba aquí. El Tribunado formuló objeciones mezquinas al vital capítulo<br />
primero que defendía <strong>los</strong> derechos civiles, y sólo en 1804, cuando terminó el<br />
mandato de muchos miembros del Tribunado, <strong>Napoleón</strong> pudo obtener la aprobación<br />
del Código. Lo publicó el 21 de marzo de 1804.<br />
Los hombres que representaron <strong>los</strong> papeles más importantes en la redacción<br />
del Código fueron Tronchet y Portalis. <strong>Napoleón</strong> reconoció la labor que el<strong>los</strong><br />
realizaron erigiendo estatuas de ambos abogados en la Cámara del Consejo. Pero el<br />
propio <strong>Napoleón</strong> representó también un papel muy importante. Él aportó orden a<br />
Francia, es decir, el marco indispensable para la elaboración de la ley; él logró que<br />
se redactara prontamente el Código; él consiguió que se lo escribiera, no en la<br />
jerga legal de costumbre, sino en un estilo claro que era inteligible para el hombre<br />
de la calle. Stendhal lo admiraba tanto que diariamente leía varios capítu<strong>los</strong> para<br />
formar su propio estilo. <strong>Napoleón</strong> impuso dos de <strong>los</strong> principales artícu<strong>los</strong>: una<br />
familia fuerte y el derecho al divorcio.<br />
Finalmente, <strong>Napoleón</strong> trató —no siempre con éxito— que un espíritu liberal<br />
gravitase sobre un elevado número de artícu<strong>los</strong>, por ejemplo, él propuso que el<br />
nacimiento fuera registrado, no en el lapso de veinticuatro horas, como antes, sino<br />
dentro de <strong>los</strong> tres días.<br />
En este sentido, el Código Civil merece que se lo denomine Código de<br />
<strong>Napoleón</strong>, el nombre que se le asignó en 1807, fecha en que ya se había impreso<br />
<strong>La</strong> única cualidad que Andoche Junot compartía con Duroc era el coraje. En<br />
otros aspectos estos dos soldados amigos de <strong>Napoleón</strong> eran como el día y la noche.<br />
Junot provenía de una familia humilde, y su padre era un modesto negociante de<br />
madera de Borgoña. Tenía la cabeza de forma irregular, la nariz achatada, <strong>los</strong><br />
cabel<strong>los</strong> rubios y <strong>los</strong> ojos azules centelleantes. Era muy nervioso e impulsivo,<br />
siempre tenía prisa, y cuando siendo sargento en Tolón conoció a <strong>Napoleón</strong> se lo<br />
apodaba «la Tormenta». Él y <strong>Napoleón</strong> simpatizaron, y Junot se incorporó al Estado<br />
Mayor de <strong>Napoleón</strong>. Durante <strong>los</strong> días sombríos de 1795, cuando el padre de Junot<br />
preguntaba acerca del general sin empleo a quien se había unido su hijo, Junot<br />
replicaba: «Por lo que puedo juzgar es uno de esos hombres que la naturaleza,<br />
mezquina, arroja sobre la tierra una vez en cien años.» Embarcó en la expedición a<br />
Egipto, y allí oyó a un oficial que criticaba a <strong>Napoleón</strong>; Junot retó a duelo al oficial,<br />
y el resultado fue que recibió en el vientre una herida de veinte centímetros de<br />
largo.<br />
Eso no le impidió mantener una relación con la joven abisinia llamada<br />
Xraxarane, y cuando la morena belleza le dio un hijo, Junot, que tenía inclinaciones<br />
literarias, llamó Ótelo al niño.<br />
<strong>Napoleón</strong> recompensó en su estilo habitual el coraje y la lealtad de Junot. Lo<br />
designó gobernador de París cuando Junot tenía veintinueve años, lo alentó a<br />
contraer matrimonio con <strong>La</strong>ure Permon, la misma que junto con su hermana cierta<br />
vez habían dicho que el teniente segundo Bonaparte era el Gato con Botas, y le<br />
entregó un regalo de bodas de cien mil francos. Cuando nació su primera hija,<br />
Junot rindió tributo a la esposa de <strong>Napoleón</strong> y la llamó Josefina; <strong>Napoleón</strong> entendió<br />
la sugerencia y regaló a Junot una casa en <strong>los</strong> Campos Elíseos, más cien mil<br />
francos para amueblarla. A Junot le agradaba la buena mesa, empleó a un chef<br />
famoso, Richaud, que se destacaba en la preparación del Brochet a la chambord, e<br />
incluso durante el embargo continental él y su esposa conseguían artícu<strong>los</strong> de lujo<br />
importados. <strong>Napoleón</strong>, que todo lo veía, escribió una severa carta a Junot: «<strong>La</strong>s<br />
damas, en su casa, deberían beber té suizo; es tan bueno como el té indio, y la<br />
achicoria es tan sana como el café de Arabia.» Tan sano, quizá; pero en Westfalia<br />
se vieron reducidos a beber una infusión de semillas de espárragos tostadas.<br />
El otro placer de Junot era las buenas ediciones. Reunió una colección formada<br />
principalmente por obras en vitela, publicadas por Didot de París y Bodoni de<br />
Parma. Poseía la edición Didot de Horacio y de <strong>La</strong> Fontaine, ambas con <strong>los</strong> dibujos<br />
originales de Percier, y una Iliada en tres volúmenes, esa Biblia de <strong>los</strong> generales<br />
napoleónicos, producida por Bodoni —y no fue mera presunción— con el fin de<br />
«ofrecer al emperador la muestra más perfecta posible del arte de la impresión».<br />
En 1805, <strong>Napoleón</strong> designó a Junot embajador en Portugal pero accedió al<br />
ruego de su amigo de que se lo llamase «apenas Su Majestad crea que oye el<br />
rugido del cañón». En noviembre, Junot salvó a escape <strong>los</strong> tres mil doscientos<br />
kilómetros del Tajo a Moravia, y se reunió con <strong>Napoleón</strong> a tiempo para combatir a<br />
su lado en Austerlitz. Dos años después <strong>Napoleón</strong> nuevamente obligó a Junot a<br />
atravesar Europa, esta vez con el propósito de apoderarse de Portugal de un día<br />
para otro con un minúsculo ejército. Junot entró en Lisboa el día fijado por<br />
<strong>Napoleón</strong>, al frente de mil quinientos hombres hambrientos y desastrados,<br />
mientras la familia real hacía las maletas; esa vez la anciana reina loca exhibió un<br />
último destello de dignidad. «No tan deprisa —dijo a su cochero de camino hacia el<br />
puerto—, la gente creerá que estamos huyendo.» De modo que <strong>los</strong> Braganza<br />
embarcaron para Brasil, las águilas de Francia sustituyeron a las quinas, y<br />
<strong>Napoleón</strong> confirió el título de duque de Ábranles a su tempestuoso general. El<br />
anciano Junot, el hombre de <strong>los</strong> bosques de Borgoña, comenzó a firmar sus cartas<br />
como «Padre del duque de Ábranles».<br />
Junot comandó ejércitos en España y también en Rusia, pero su excesiva<br />
impetuosidad le impedía ser un gran general. En Smolensk reveló una extraña<br />
lentitud y <strong>Napoleón</strong> se irritó mucho con él. Pero poco después descubrió la razón:<br />
Junot estaba acabado. Tenía el cuerpo rígido a causa del reumatismo, y la cabeza<br />
cosida a sablazos, al extremo de que parecía el tajo de un leñador, de manera que