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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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su capacidad de juicio estaba disminuida. <strong>Napoleón</strong> retiró de la guerra a su<br />

valeroso amigo y lo designó gobernador de la provincia de Iliria, un cargo<br />

honorífico y de escasa responsabilidad. Junot lo ocupó poco tiempo, pues murió de<br />

apoplejía en 1813. Hasta el fin ansió volver al lado de <strong>Napoleón</strong>. «Pobre Junot —<br />

dijo Duroc—. Es como yo. Nuestra amistad con el emperador es la vida entera para<br />

ambos».<br />

Algunos mariscales de <strong>Napoleón</strong> compartían ese sentimiento. Oudinot, el<br />

sencillo hijo de un cervecero de Bar-le-Duc, herido treinta y cuatro veces; su<br />

ocupación favorita era, después de la cena, apagar velas a tiros de pistola;<br />

Macdonaid, hijo del miembro de un clan escocés, originario de la isla de South Uist,<br />

sus ocupaciones favoritas eran coleccionar vasos etruscos y tocar el violín; Ney,<br />

nacido en Saarlouis, tenía como lengua materna el alemán, un héroe pelirrojo que<br />

mascaba tabaco y a quien <strong>Napoleón</strong> valoraba en 300 millones de francos; Lefebvre,<br />

el ex sargento mayor a quien en vísperas de Brumario <strong>Napoleón</strong> regaló su sable y<br />

más tarde el ducado de Danzig. Lefebvre fue quien mejor conservó <strong>los</strong> generosos<br />

rega<strong>los</strong> que <strong>Napoleón</strong> acumuló sobre sus mariscales.<br />

Cuando un amigo le envidió su prosperidad, el título y el estilo de vida, el<br />

canoso y viejo soldado observó: «Bien, puede usted tenerlo todo, pero por un<br />

precio. Bajaremos al jardín y yo dispararé sobre usted sesenta veces; si no muere,<br />

todo será suyo».<br />

<strong>Napoleón</strong> era amigo también de <strong>los</strong> soldados rasos. Recordaba sus nombres, y<br />

<strong>los</strong> trataba de tu. Demostraba lo que sentía por el<strong>los</strong> compartiendo las privaciones<br />

y <strong>los</strong> peligros. «Querida madre, si hubieras visto a nuestro emperador —escribió el<br />

soldado Deflambart, de la infantería ligera, después de la batalla dejena—, siempre<br />

en el centro de la pelea, alentando a sus tropas. Vimos caer a su lado a varios<br />

generales y coroneles; incluso lo vimos con un grupo de tiradores donde el<br />

enemigo podía verlo perfectamente. El mariscal Bessiéres y el príncipe Murat le<br />

dijeron que estaba exponiéndose impropiamente, y entonces él se volvió y contestó<br />

tranquilamente: "¿Por quién me toman? ¿Por un obispo?"» Entre <strong>los</strong> civiles<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía también muchos amigos, y aunque estas amistades carecían de la<br />

intensidad de las anteriores, no por eso eran menos estrechas. Un ejemplo típico<br />

de este grupo es Fierre Louis Roederer, un economista de Metz que fue también el<br />

principal periodista republicano de Francia. Roederer tenía quince años más que<br />

<strong>Napoleón</strong>, y su apariencia formaba un acentuado contraste con la de <strong>Napoleón</strong>,<br />

pues Roederer tenía la cara huesuda y angu<strong>los</strong>a, y la nariz ganchuda. Los dos se<br />

conocieron durante una cena ofrecida por Talleyrand el 13 de marzo de 1798.<br />

Roederer había publicado una crítica de <strong>Napoleón</strong> en vista de que éste había<br />

enviado oro de Italia directamente a <strong>los</strong> directores y no a <strong>los</strong> Consejos. «Encantado<br />

de conocerlo —empezó <strong>Napoleón</strong>—. Admiré su talento hace dos años, cuando leí el<br />

artículo en que me atacó».<br />

Esta actitud era característica en <strong>Napoleón</strong>; mostraba cálida simpatía a <strong>los</strong><br />

hombres que manifestaban francamente su pensamiento. Llegó a admirar mucho a<br />

Roederer, y consolidó una amistad que, por extraño que parezca, floreció<br />

alimentada por las permanentes diferencias.<br />

Cierro día, Bénézech, superintendente de las Tullerías, prohibió a <strong>los</strong><br />

trabajadores que se pasearan por <strong>los</strong> jardines en ropas de trabajo. <strong>Napoleón</strong><br />

consideró que la medida era impropiamente severa, y la anuló.<br />

Roederer opinó que <strong>Napoleón</strong> estaba equivocado; «las ropas de trabajo son<br />

para trabajar, no para pasear». Cuando <strong>Napoleón</strong> quiso incorporar al Tribunado a<br />

poetas y a otros literatos, Roederer discrepó; sostenía que a <strong>los</strong> poetas les interesa<br />

únicamente que se hable de el<strong>los</strong>. <strong>Napoleón</strong> propuso inaugurar un Liceo en todas<br />

las ciudades que tuviesen más de diez mil habitantes, y Roederer se opuso, y con<br />

razón —pues afirmó que jamás hallaría un número suficiente de individuos<br />

calificados—.<br />

«Por supuesto, <strong>los</strong> tendré —replicó <strong>Napoleón</strong>—. Usted opone muchas<br />

dificultades. Usted es como Jardín; como tengo la principal caballeriza de Francia,<br />

nunca dispongo de caballo que montar. Con otra persona, dispondría de sesenta».<br />

fue discutido punto por punto por el Consejo de Estado, bajo la presidencia de<br />

<strong>Napoleón</strong> en cincuenta y siete sesiones, es decir más de la mitad.<br />

<strong>Napoleón</strong> descubrió que coincidía con <strong>los</strong> abogados en las cuestiones más<br />

esenciales: igualdad ante la ley, el fin de <strong>los</strong> derechos y las obligaciones feudales,<br />

la inviolabilidad de la propiedad, el matrimonio como acto civil y no religioso, la<br />

libertad de conciencia, la libertad de elegir el trabajo que uno realiza. Estos<br />

principios fueron codificados.<br />

Pero a veces <strong>Napoleón</strong> se oponía a <strong>los</strong> abogados, sobre todo en relación con el<br />

tema de la familia. <strong>La</strong> Revolución había aumentado el poder del Estado a expensas<br />

de la familia. <strong>Napoleón</strong> deseaba equilibrar la situación fortaleciendo la familia, y<br />

sobre todo a su jefe; y adoptaba esta actitud porque entendía que la familia era la<br />

mejor salvaguardia de <strong>los</strong> débiles y <strong>los</strong> oprimidos. <strong>Napoleón</strong> fue quien incorporó un<br />

artículo que declaraba que <strong>los</strong> padres debían alimentar a sus hijos, si éstos eran<br />

pobres, incluso en la edad adulta. Lo denominó el «plato de comida paterno».<br />

<strong>Napoleón</strong> también deseaba obligar a <strong>los</strong> padres a suministrar dotes a sus hijas;<br />

creía que de este modo se evitaría que las jóvenes contrajeran matrimonio —o se<br />

vieran impedidas de hacerlo— contra su voluntad; y también quiso otorgar a <strong>los</strong><br />

abue<strong>los</strong> el derecho de proteger a <strong>los</strong> nietos del maltrato de <strong>los</strong> padres. En esto,<br />

como en otros aspectos. <strong>Napoleón</strong> no consiguió imponer su criterio.<br />

<strong>La</strong> Revolución había sido a veces un nivelador imperativo. Por ejemplo, en<br />

beneficio del igualitarismo, un decreto de 1794 estableció que un cabeza de familia<br />

con tres hijos no podía legar a uno de <strong>los</strong> hijos más del 25 por ciento por encima de<br />

lo que había legado a cualquiera de <strong>los</strong> dos restantes. <strong>Napoleón</strong> pensaba que debía<br />

permitirse que un testador legase hasta la mitad de sus bienes a un hijo, con lo<br />

cual por lo menos garantizaría que la casa de la familia pasara de una generación a<br />

otra.<br />

<strong>La</strong> única excepción estaría representada por las propiedades cuyo valor<br />

superase <strong>los</strong> cien mil francos. Tronchet se opuso: «¿Cómo podemos saber si la<br />

propiedad tiene o no un valor superior a <strong>los</strong> cien mil francos? Sería necesario usar<br />

<strong>los</strong> servicios de expertos, lo cual sería costoso, lento, y materia de disputas<br />

legales.» También aquí se rechazó la propuesta más liberal de <strong>Napoleón</strong>.<br />

<strong>La</strong> ley francesa consideraba muertos a ciertos criminales, sobre todo a <strong>los</strong> de<br />

carácter político. Estas personas no podían iniciar juicios, o hacer testamento.<br />

Como el matrimonio ahora era un acto civil, <strong>los</strong> juristas llegaron a la conclusión de<br />

que cuando se declaraba legalmente muerto a un hombre, su matrimonio también<br />

concluía, y por lo tanto desde el punto de vista legal la esposa era viuda. <strong>Napoleón</strong><br />

protestó:<br />

«Sería más humano matar al marido —y agregó—. En ese caso, por lo menos<br />

su esposa podría levantar un altar en el jardín, e ir a llorar allí.» Propuso a <strong>los</strong><br />

juristas que contemplasen las consecuencias de su lógica desde el punto de vista<br />

de la esposa, pero tampoco en esto consiguió salirse con la suya. Sólo en 1854 se<br />

eliminó del derecho francés el concepto de «muerte legal».<br />

<strong>Napoleón</strong> coincidía con el principio revolucionario de que el matrimonio era un<br />

acto civil, pero deseaba que <strong>los</strong> jóvenes considerasen responsablemente la unión<br />

conyugal. «El jefe del Registro Civil —observó <strong>Napoleón</strong>, sin duda porque recordaba<br />

su propio matrimonio—, casa a una pareja sin la más mínima solemnidad. Es un<br />

acto demasiado seco.<br />

Necesitamos algunas palabras que eleven la ceremonia. Vean lo que hacen <strong>los</strong><br />

sacerdotes con su homilía. Tal vez el marido y la mujer no presten atención al<br />

asunto, pero sus amigos lo tienen en cuenta.» Por desgracia, aunque el hecho no<br />

es sorprendente, ni <strong>Napoleón</strong> ni su Consejo encontraron expresiones no religiosas<br />

que originasen el efecto deseado. <strong>Napoleón</strong> tuvo más éxito cuando frustró la<br />

propuesta de que las jóvenes se casaran a <strong>los</strong> trece años y <strong>los</strong> varones a <strong>los</strong><br />

quince. «Ustedes no permiten que <strong>los</strong> niños de quince años participen en contratos<br />

legales; entonces, ¿cómo les permiten que intervengan en el más solemne de todos<br />

<strong>los</strong> contratos? Es conveniente que <strong>los</strong> hombres no se casen antes de <strong>los</strong> veinte<br />

años y las jóvenes antes de <strong>los</strong> dieciocho. Si no se procede así, la raza decaerá».

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