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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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agregaba sabor: de ese modo, tenía dos objetivos en lugar de uno: ganar y que no<br />

lo descubriesen. Por supuesto, también en la guerra <strong>los</strong> generales de mente<br />

convencional creían que <strong>Napoleón</strong> hacía trampas: ¡no se atenía a las reglas!.<br />

En resumen, ésta era la vida privada del primer cónsul. En definitiva, era una<br />

vida satisfactoria. <strong>Napoleón</strong> se sentía satisfecho, en el sentido de que podía<br />

manifestar libremente sus cualidades, y de que tenía una familia y una vida social<br />

agradable. El signo externo de su serenidad era que la cara y el cuerpo, que antes<br />

exhibían una sorprendente delgadez, comenzaron a llenarse.<br />

<strong>La</strong>s características que señalan la vida privada de <strong>Napoleón</strong> influyeron sobre su<br />

vida pública. <strong>La</strong> notable moderación que es posible discernir en sus costumbres se<br />

convirtió en un principio político esencial. «<strong>La</strong> moderación es la base de la moral, y<br />

la virtud más importante del hombre —dijo en 1800—... Sin ella, puede existir una<br />

facción, pero nunca un gobierno nacional.» <strong>La</strong> pulcritud se convirtió, en la vida<br />

pública, en incorruptibilidad, tan evidente para todos, que no se conocen ejemp<strong>los</strong><br />

de que ni siquiera intentasen sobornar al primer cónsul. Como veremos, el hábito<br />

del ahorro se convertiría en la base de la política económica.<br />

Finalmente, está su conservadurismo. Puede observarse que <strong>Napoleón</strong> continuó<br />

bebiendo el mismo vino, cantando las mismas melodías, bailando las danzas que le<br />

agradaban cuando era joven. Lo complacían las prendas viejas, no las nuevas.<br />

Fácilmente estrechaba relaciones con la gente y las cosas. <strong>La</strong> novedad no le atraía<br />

por su valor intrínseco.<br />

<strong>Napoleón</strong> trasladó esa característica a la vida pública. A fines de 1800 dijo a<br />

Roederer: «Deseo que mis diez años en el cargo pasen sin que sea necesario<br />

despedir a un solo ministro, a un solo general, a un solo consejero de Estado».<br />

Si <strong>los</strong> principios de <strong>Napoleón</strong> pueden resumirse en la palabra moderación, la<br />

voluntad que <strong>los</strong> respaldaba era por completo inmoderada.<br />

Su voluntad extraía su vigor extraordinario de dos elementos que él ni siquiera<br />

por un instante cuestionó: el amor al honor y el amor a la República Francesa. El<br />

primero era su derecho de primogenitura como noble, y estaba fortalecido por la<br />

educación y su rango en el ejército; el segundo provenía de una intensa convicción<br />

personal. Por separado, cualquiera de <strong>los</strong> dos habría sido una fuerza poderosa;<br />

juntos, conformaron la voluntad más inflexible que la historia haya conocido.<br />

El trabajo era la voluntad de <strong>Napoleón</strong> en acción, y el principal escenario del<br />

trabajo era su estudio, que daba al jardín de las Tullerías y al Sena, una habitación<br />

a la cual sólo él y su secretario podían acceder. En el centro había un gran<br />

escritorio de caoba, pero <strong>Napoleón</strong> lo utilizaba únicamente cuando firmaba cartas.<br />

Generalmente se paseaba por el estudio, y si se sentaba, lo hacía en un gran diván<br />

de tafetán verde, cerca del fuego. Su secretario se sentaba frente a un escritorio<br />

más pequeño, junto a la ventana, de espaldas al jardín.<br />

<strong>Napoleón</strong> trabajaba hablando; es decir, normalmente dictaba. Hablaba deprisa,<br />

y a menudo se adelantaba mucho a la taquigrafía de su secretario. Cuando había<br />

terminado de dictar, el secretario le presentaba una transcripción, y él la corregía a<br />

pluma. Rara vez escribió extensamente de puño y letra, porque como él mismo<br />

decía, sus pensamientos eran más veloces que la pluma. Asimismo, excepto<br />

cuando se esforzaba mucho, su escritura era de difícil lectura —aunque siempre<br />

escribía con pulcritud y claridad <strong>los</strong> números— y su ortografía era por demás<br />

peculiar. Incluso escribía mal el apellido de su esposa, en lugar deTascher ponía<br />

Tachére.<br />

Esta costumbre de hablar en lugar de escribir órdenes, cartas, informes y otros<br />

materiales, también presupone un pensamiento claro y rápido. Era también una<br />

técnica gracias a la cual <strong>Napoleón</strong> imponía su voluntad a cada detalle y lo asimilaba<br />

para futuras referencias. Como observó Roederer: «<strong>La</strong>s palabras que nosotros<br />

mismos escribimos hasta cierto punto nos apresan; y también <strong>los</strong> proyectos que<br />

cobran forma por escrito generalmente son imprecisos e incoherentes... Pero el<br />

dictado es otra cuestión. Recitamos en voz alta lo que deseamos aprender de<br />

memoria, un nombre de pila o un número que necesitamos recordar.» Aquí está la<br />

explicación de la memoria muy retentiva de <strong>Napoleón</strong>.<br />

«tenerlo todo». El chambelán de turno, el puntil<strong>los</strong>o monsieur de Beaumont<br />

anunció con cierto matiz de desdén:<br />

«Madame la maréchale Lefebvre.» <strong>Napoleón</strong> se acercó para recibirla.<br />

«¿Cómo está usted, madame la maréchale, duquesa de Danzig?» (título que<br />

Beaumont había omitido). Ella se volvió rápidamente hacia el chambelán:<br />

«Muchacho, tómate ésa y vuelve por otra.» <strong>Napoleón</strong> fue el primero en festejar la<br />

salida.<br />

<strong>Napoleón</strong> invitaba a su corte a la antigua nobleza, pero a menudo se<br />

manifestaba cierta frialdad entre él y el<strong>los</strong>. Cuando la duquesa de Fleury regresó a<br />

Francia al amparo de la amnistía. <strong>Napoleón</strong>, que sabía que era una mujer de vida<br />

tempestuosa, le preguntó con cierta brusquedad:<br />

«Bien, madame, ¿todavía sois cariñosa con <strong>los</strong> hombres?» A lo que ella<br />

respondió: «Sí, Sire, cuando son corteses.» Otra vez madame de Chevreuse llegó a<br />

las Tullerías cargada de diamantes. «¡Qué espléndido conjunto de joyas! —dijo<br />

<strong>Napoleón</strong>; y después preguntó ingenuamente—: ¿Son todas auténticas?» «Cie<strong>los</strong>,<br />

Sire, realmente no lo sé. Pero de todos modos son lo bastante buenas para usarlas<br />

aquí».<br />

Durante el otoño de 1809 <strong>Napoleón</strong> recibió en la corte al Marqués Gamillo<br />

Massimo, que había provocado dificultades en Roma y a quien habían obligado a<br />

tomarse unas vacaciones en París. Después del acostumbrado intercambio de<br />

cortesías, <strong>Napoleón</strong> preguntó a Gamillo si era cierto que <strong>los</strong> Massimi descendían del<br />

gran general romano Fabius Maximus. Con un atisbo de desdén por el emperador<br />

advenedizo, Camillo replicó: «No podría demostrarlo, Sire. Esa historia se ha<br />

contado en nuestra familia sólo durante mil doscientos años».<br />

Estos personajes no eran enemigos en el sentido riguroso de la palabra; no<br />

eran más que miembros más o menos descontentos de la antigua sociedad a la que<br />

hubiera gustado el restablecimiento de sus privilegios.<br />

Pero <strong>Napoleón</strong>, en efecto, tenía enemigos. Formaban una pequeña minoría,<br />

pero de todos modos eran enemigos, y le causaron muchas dificultades. Antes de<br />

detenernos en el<strong>los</strong>, vale la pena preguntarse qué hizo <strong>Napoleón</strong> para provocar su<br />

enemistad.<br />

Por educación y convicción <strong>Napoleón</strong> era un republicano liberal, pero se<br />

convirtió en primer cónsul después de ocho años de derramamiento de sangre y<br />

casi anarquía. Todo había sido cuestionado; ya nada era sagrado. <strong>Napoleón</strong><br />

comprendió que si deseaba salvar <strong>los</strong> principios más importantes elaborados<br />

durante la Revolución —la igualdad, la libertad y la justicia—, sobre todo debía<br />

impedir la reaparición de <strong>los</strong> antiguos odios y las luchas intestinas.<br />

Éstos pronto cobraron renovada fuerza en el Tribunado. Cualquiera que fuese el<br />

tema del debate, ciertos tribunos tendían a cuestionar toda la Constitución y la<br />

concepción básica que la informaba. En 1801, el Tribunado rechazó las primeras y<br />

fundamentales secciones del Código Civil. Después, se opusieron al Concordato y a<br />

la Legión de Honor. <strong>Napoleón</strong> llegó a la conclusión de que no podía gobernar en<br />

estas condiciones. Si carecía de un código legal, Francia volvería a caer en la<br />

ilegalidad.<br />

Si se deseaba conservar las libertades esenciales, debían restringirse las<br />

restantes; para salvaguardar el liberalismo había que limitar la acción de uno de <strong>los</strong><br />

órganos liberales del gobierno.<br />

<strong>La</strong> Constitución establecía que en 1802 debía reemplazarse un quinto de <strong>los</strong><br />

miembros del Tribunado, pero no estipulaba cómo debía hacerse. Por consejo de<br />

Cambacérés, <strong>Napoleón</strong> decidió asumir personalmente la tarea. De ese modo<br />

eliminó a la principal oposición, incluida la persona de Benjamín Constant, y logró<br />

la sanción legal del Código Civil. En agosto de 1802 redujo el Tribunado de cien a<br />

cincuenta miembros, y en 1804 determinó que se reuniera dividido en tres grupos<br />

separados y por lo tanto menos influyentes. Al mismo tiempo, amplió las<br />

atribuciones del Senado, un organismo más conservador.<br />

No puede sorprender que hacia 1807 el Tribunado abandonase su actitud crítica<br />

frente a <strong>Napoleón</strong>; había modificado totalmente su posición, y ahora manifestaba

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