La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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<strong>Napoleón</strong> y Josefina se veían con más frecuencia durante la pausa de un día y<br />
medio establecida al fin de cada décade, la semana republicana de diez días.<br />
Entonces iban a Malmaison, a unos trece kilómetros de París, donde habían<br />
adquirido una pequeña casa de tres plantas con techo de tejas. Josefina decoró<br />
Malmaison con su acostumbrado buen gusto, y dirigió la casa con la sencillez que<br />
tanto ella como <strong>Napoleón</strong> preferían. Por la noche ella cosía, o a veces ejecutaba<br />
una melodía fácil con su arpa. <strong>La</strong> alegraba escapar de las fiestas formales que<br />
debían ofrecer en las Tullerías. «Yo nací —dijo Josefina— para ser esposa de un<br />
campesino».<br />
Josefina diseñó el jardín de Malmaison en el estilo denominado chino. Los<br />
caminos sinuosos discurrían entre <strong>los</strong> arbustos y <strong>los</strong> árboles para llegar a diferentes<br />
lugares: una estatua de Neptuno por Puget, Cupido en un templo, san Francisco de<br />
Asís en una gruta, la imitación de una tumba bajo un sauce, un pequeño puente<br />
sobre un arroyo adornado con dos obeliscos de granito rojo, recordatorio de la<br />
campaña de Egipto.<br />
Josefina amaba las flores, y ella, que había crecido en una isla de flores,<br />
introdujo en Malmaison, y por lo tanto en Francia, especies hasta ese momento<br />
desconocidas, entre ellas algunas variedades de magnolias, camelias y el jazmín de<br />
Martinica. Persuadió a <strong>Napoleón</strong> que ordenase traer plantas raras de Australia, y a<br />
pesar de la guerra le pidió que introdujese de contrabando brotes procedentes de<br />
Kew.<br />
Josefina tenía especial interés por la flor cuyo nombre había sido el suyo hasta<br />
su primera juventud. Por aquella época las rosas eran menos populares que <strong>los</strong><br />
tulipanes, <strong>los</strong> jacintos y <strong>los</strong> claveles, por la sola razón de que, pese a su vivido<br />
color, eran pequeñas, frágiles, y florecían sólo un día o dos: de ahí que <strong>los</strong> poetas<br />
utilizaran la rosa para simbolizar el rápido paso de la juventud. Josefina plantó<br />
doscientas variedades de rosas y sobre esa base trató de cultivar una rosa que<br />
floreciese más tiempo. Con la ayuda de Aimé Bonpland, finalmente cruzó las<br />
centifolias —rosa de Provenza— con la rosa de China, notable por su fuerza, para<br />
producir la rosa té. <strong>La</strong> rosa té tenía flores débiles y sus colores no eran muy<br />
vivaces, pero poseía más resistencia, y sobre todo florecía durante semanas. Más<br />
tarde, a partir de la rosa té se obtendría el híbrido perpetuo, de modo que la<br />
mayoría de las rosas de jardín actuales se remontan a Malmaison. Josefina encargó<br />
grabados de todas sus rosas a Fierre Joseph Redouté, que combinaba la exactitud<br />
meticu<strong>los</strong>a del detalle con el sentimiento del artista por el color y la forma. Gracias<br />
a las famosas láminas de color de Redouté, en cierto sentido las rosas de Josefina<br />
continúan floreciendo.<br />
Josefina buscaba en su jardín lo que se le negaba en la vida real.<br />
Cierto día, en su apartamento de Plombiéres, mientras <strong>Napoleón</strong> navegaba en<br />
dirección a Egipto, Josefina estaba cosiendo pañue<strong>los</strong>, cuando una amiga que se<br />
encontraba en el balcón vio un simpático perro en la calle, y llamó a Josefina para<br />
que lo observase. Josefina se apresuró a salir con dos amigas más; de pronto el<br />
balcón se desplomó, y Josefina cayó desde más de cuatro metros, lo cual le causó<br />
heridas internas. Los médicos temieron que como resultado de estas lesiones<br />
jamás pudiera tener otro hijo.<br />
Josefina continuó concurriendo todos <strong>los</strong> veranos a Plombiéres, con la<br />
esperanza de que las aguas renovaran su fertilidad, y tendió a la hipocondría. Tuvo<br />
misteriosas jaquecas, y perseguía a Corvisart, el médico de <strong>Napoleón</strong>, para pedirle<br />
pildoras que la curasen. Él le suministraba miga de pan envuelta en papel plateado,<br />
y ella afirmaba que este remedio obraba maravillas. Josefina prefería estas pildoras<br />
a la cura permanente que <strong>Napoleón</strong> proponía para las jaquecas: el aire fresco. Solía<br />
decirle que saliera a realizar un largo paseo en carruaje.<br />
<strong>Napoleón</strong> sentía la falta de hijos propios, y compensaba esa carencia invitando<br />
a Malmaison a sus sobrinos y otros parientes jóvenes. Le agradaba especialmente<br />
el pequeño hijo de su hermana Carolina, la que se había casado con Murat. «El tío<br />
Bibiche» llevaba a su sobrino a ver las gacelas. Primero, permitía que el niño<br />
montase una de las gacelas y después, excitaba a <strong>los</strong> animales ofreciéndoles rapé;<br />
manos, con las cuales retorcía constantemente una ramita de álamo. Su moral<br />
privada era tan desordenada como la de Talleyrand, que fue el padre de su primer<br />
hijo. En Delphine, Germaine representó al ex obispo en el personaje de madame de<br />
Vernon, y entonces Talleyrand murmuró: «Entiendo que en su novela madame de<br />
Stael se disfrazó y me disfrazó de mujer.» Germaine de Stael entró en la vida de<br />
<strong>Napoleón</strong> cuando le escribió algunas cartas durante la primera campaña de Italia.<br />
Afirmó que él era «Escipión y Tancredo, y reunía en sí mismo las sencillas virtudes<br />
de uno y <strong>los</strong> hechos brillantes del otro». Qué lástima, agregaba, que un genio<br />
estuviera casado con una insignificante y pequeña criolla, incapaz de apreciarlo o<br />
comprenderlo. <strong>Napoleón</strong> se rió ante la idea de que esa intelectualoide se<br />
comparase con Josefina, y no contestó. Pero Germaine era tenaz, y cuando retornó<br />
a París lo visitó inesperadamente. <strong>Napoleón</strong>, que estaba bañándose, ordenó<br />
informarla de que no estaba vestido, pero Germaine no prestó atención al detalle:<br />
«El genio no tiene sexo.» Más tarde, en casa de Talleyrand, arrinconó al<br />
conquistador y le ofreció una rama de laurel. Con la esperanza de recibir a cambio<br />
un tributo semejante, la autora preguntó: «¿Quién es la mujer a quien usted<br />
respeta más?» <strong>Napoleón</strong> contestó: «<strong>La</strong> que mejor cuida su hogar.» «Sí, comprendo<br />
su punto de vista. Pero, ¿cuál es, para usted, la mejor mujer?» «Madame, la que<br />
tiene más hijos».<br />
Germaine batió larga y enérgicamente el parche republicano, pero cabe<br />
preguntarse hasta qué punto era sincera. En 1798 la paz continuaba prevaleciendo<br />
en Suiza, pero con la ayuda francesa, se estaba preparando una revolución<br />
democrática, y Germaine temía por las rentas de su familia. «Habrá que permitirles<br />
que obtengan todo lo que desean —escribió a un amigo—, salvo la eliminación de<br />
las rentas feudales.» Trató de lograr que <strong>Napoleón</strong> se opusiera a la revolución que<br />
eliminaría su renta privada, y describió un paisaje lírico de la felicidad, la<br />
tranquilidad y la belleza natural de Suiza. «Sí, no lo dudo —la interrumpió<br />
<strong>Napoleón</strong>—, pero <strong>los</strong> hombres necesitan derechos políticos; sí, derechos políticos».<br />
Los directores habían exiliado de París a madame de Stael por sus actividades<br />
subversivas, pero cuando <strong>Napoleón</strong> fue designado primer cónsul la permitió<br />
regresar. También designó miembro del Tribunado a Benjamín Constant, amante<br />
de Germaine. Constant también era suizo; un novelista genial, pero como hombre<br />
vivía torturado por la inseguridad, y era tímido como un ratón. Se esforzaba<br />
inútilmente por romper lo que él denominaba «la cadena» que lo ataba a<br />
Germaine.<br />
También él era teóricamente republicano, pero su diario no revela amor por la<br />
gente común, «la nación no es más que un montón de basura».<br />
Constant era un gran teórico. A semejanza de Germaine de Stael, deseaba que<br />
Francia se pareciera a Inglaterra, a Alemania, a Suiza —a diferentes países, salvo a<br />
Francia—. Expresó estas opiniones en el Tribunado, y convirtió consecuentemente<br />
en debate fi<strong>los</strong>ófico todos <strong>los</strong> intentos de reforma práctica. Incluso se opuso al<br />
Concordato, porque Germaine deseaba que Francia se adhiriese al protestantismo<br />
ya que ella misma era protestante. En 1802, cuando <strong>Napoleón</strong> reemplazó a veinte<br />
tribunos, uno de <strong>los</strong> que salieron fue Benjamín Constant.<br />
Germaine de Stael no había conseguido convertirse en la amante o la<br />
colaboradora de <strong>Napoleón</strong>, y por lo tanto decidió que sería su enemiga mortal,<br />
«pues no podía mostrarse indiferente ante un hombre así». Interpretó la remoción<br />
de Constant como un insulto infligido a su propia persona, y decidió contestar.<br />
Convenció a su padre de que escribiese un folleto que demoliera la Constitución<br />
francesa. <strong>Napoleón</strong> supuso —acertadamente— que Germaine era la inspiradora del<br />
folleto, y le ordenó que saliera de París. Podía vivir en Francia, pero no en París.<br />
Germaine, que florecía con las situaciones dramáticas, escribió exultante a un<br />
amigo: «Me teme. Eso es mi alegría, mi orgullo y mi terror.» En realidad, <strong>Napoleón</strong><br />
no la temía, pero la consideraba una molestia irritante. Germaine salió<br />
prontamente de Francia y durante <strong>los</strong> doce años siguientes recorrió Europa,<br />
denunciando al hombre que la «oprimía». En Alemania llamó la atención de Goethe<br />
el hecho de que «ella no tenía la más mínima idea del significado del deber»; en