La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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Inglaterra, Byron observó que «ella discurseaba, sermoneaba, enseñaba política<br />
inglesa a nuestros principales políticos whigs, al día siguiente de su llegada a<br />
Inglaterra; y... también enseñaba política a nuestros políticos tories un día<br />
después. Si no me equivoco, el propio soberano tuvo que soportar este flujo de<br />
elocuencia».<br />
Como estaba en tratos con <strong>los</strong> enemigos de Francia en tiempo de guerra,<br />
Germaine podía ser arrestada, pero <strong>Napoleón</strong> la dejó en libertad.<br />
Sin embargo cuando Junot le pidió que le permitiese regresar a París, <strong>Napoleón</strong><br />
se negó. «Sé cómo actúa. Passato U pencólo, gabbato U santo.<br />
Cuando pasó el peligro, se hace burla de <strong>los</strong> santos.» Con el tiempo <strong>Napoleón</strong><br />
se reconciliaría con Benjamín Constant, pero nunca con Germaine. Tal vez la<br />
<strong>observación</strong> más sagaz acerca de esta dama magistral es la que formuló<br />
Talleyrand: «Es tan buena amiga que se muestra dispuesta a arrojar al agua a<br />
todos sus conocidos por el placer de salvar<strong>los</strong>.» <strong>Napoleón</strong> no era el tipo de hombre<br />
que permitiera que nadie lo arrojase al agua; y una mujer menos que nadie.<br />
pasar más tiempo sin dormir, lo compensaba con una o más breves siestas, pues<br />
podía dormir a voluntad aun cuando sonaran <strong>los</strong> cañones a pocos metros de<br />
distancia. Esta capacidad para dormir a voluntad es uno de <strong>los</strong> rasgos más<br />
reveladores de <strong>Napoleón</strong>.<br />
Supone una gran calma. Aunque sus sentidos eran agudos, y percibía con<br />
mucha claridad. <strong>Napoleón</strong> rara vez se preocupaba y pocas veces se inquietaba<br />
gravemente. «Si yo estuviera en la cima de la catedral de Milán —exclamó cierta<br />
vez—, y alguien me arrojase de cabeza, mientras cayese estaría mirando<br />
alrededor, con mucha calma.» Pero la calma que es indispensable para dormir no<br />
puede ser convocada a voluntad; debe provenir de un nivel más profundo, de un<br />
subconsciente en paz con uno mismo y con el medio. Si <strong>Napoleón</strong> podía dormir a<br />
ratos sin que le importasen las circunstancias, la razón está en que se sentía en<br />
armonía con sus propios instintos más profundos y con la gente que lo rodeaba.<br />
De estas personas, la más importante era Josefina, con quien después de su<br />
retorno de Egipto <strong>Napoleón</strong> inició un período de vida conyugal feliz. No sólo<br />
continuaba amando a su lánguida criolla, sino que había llegado a apreciar su<br />
carácter. Josefina cuidaba admirablemente de sus hijos; hacía mucho bien a <strong>los</strong><br />
amigos; ofrecía rega<strong>los</strong> de dinero a <strong>los</strong> parientes pobres o a <strong>los</strong> artistas sin trabajo.<br />
«Yo solamente gano batallas —dijo <strong>Napoleón</strong>—. Con su bondad, Josefina gana <strong>los</strong><br />
corazones de la gente».<br />
Por su parte, Josefina ahora amaba a su marido y lo comprendía, según decía el<br />
mismo <strong>Napoleón</strong>, mejor que nadie. Era un hombre rudo, y cuando estaba en el<br />
peinador de su esposa para disponer las flores que adornaban <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> de la<br />
mujer, retorcía y tironeaba hasta que a ella se le llenaban <strong>los</strong> ojos de lágrimas. Era<br />
imposible ofrecer en las Tullerías una cena o una fiesta civilizadas. <strong>Napoleón</strong><br />
trabajaba demasiado, y jamás pedía el consejo de Josefina. Sin embargo, el 18 de<br />
octubre de 1801 ella escribió a su madre: «Bonaparte... hace muy feliz a tu hija. Es<br />
bondadoso, amable, en una palabra: un hombre encantador».<br />
Josefina había ayudado a revelar esta faceta del carácter de <strong>Napoleón</strong>, y el<br />
deseo secreto del corso, manifestado cinco años antes, ahora se había convertido<br />
en un hecho: «Por lo que hace a Clisson, ya no se mostraba sombrío y triste... <strong>La</strong><br />
fama militar lo había convertido en un ser orgul<strong>los</strong>o y a veces duro, pero el amor<br />
de Eugénie le aportó indulgencia y flexibilidad».<br />
Una señal de su cambio fue que <strong>Napoleón</strong> comenzó a interesarse en las ropas<br />
de su esposa; si lo hubiese hecho antes, tal vez no habría existido Hippolyte<br />
Charles. Al comienzo del Consulado, Josefina y sus amigas usaban vestidos<br />
escotados de gasa transparente. <strong>Napoleón</strong> no veía con simpatía estas prendas, y<br />
una noche ordenó a un lacayo que amontonase lefios en el hogar del salón, hasta<br />
que la habitación pareció un horno. «Deseaba tener un gran fuego —explicó—,<br />
pues el frío es muy intenso y estas damas están casi desnudas.» Josefina entendió<br />
la sugerencia, y en 1801 comenzó a usar materiales opacos, aunque cortados de<br />
un modo original que pronto habría de convertirse en moda: cintura alta, mangas<br />
cortas abullonadas, la falda cayendo recta, de modo que moldeaba la figura sin<br />
destacarla; y en lugar de zapatos, finas chinelas.<br />
Con este atuendo, Josefina llevaba <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> cortos, adornados con cintas,<br />
joyas o flores.<br />
El principal defecto de Josefina era la extravagancia. Gastaba prodigiosamente,<br />
sobre todo en ropas y joyas. Mientras <strong>Napoleón</strong> estaba en Egipto, Josefina compró<br />
treinta y ocho sombreros con plumas de airón, a 1.800 francos el sombrero, y sus<br />
deudas al comienzo del Consulado se elevaban a 1.200.000 francos. Contrariaba<br />
<strong>los</strong> buenos sentimientos de Josefina rechazar <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> que le ofrecían, por caros<br />
que fuesen; una debilidad con la cual <strong>los</strong> modistos inescrupu<strong>los</strong>os aprendieron a<br />
contar. El espíritu ahorrativo de <strong>Napoleón</strong> se sintió ofendido por la extravagancia<br />
de Josefina; él, que nunca llevaba dinero en <strong>los</strong> bolsil<strong>los</strong> de su chaqueta, pagó las<br />
deudas de Josefina en 1800, pero durante <strong>los</strong> años siguientes tuvo que pagar<br />
sumas cada vez más elevadas. Era el único punto en que él la reprendía<br />
constantemente.