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Napoleón comía deprisa y moderadamente. A veces utilizaba la mano izquierda para empujar el alimento sobre el tenedor. La comida entera, incluido el café, concluía en veinte minutos. Cierta vez que duró más tiempo, dijo en broma: «El poder está comenzando a corromper.» Si había invitados, algunos de ellos, sobre todo Eugéne, se ocupaban de cenar bien antes de asistir. Napoleón solía decir: «Para comer deprisa, hágalo conmigo. Para comer bien, visite al segundo cónsul, y para comer mal, al tercero». Napoleón trataba consideradamente a sus criados. Cuando atravesaba una habitación, decía una palabra de saludo a los lacayos que estaban en guardia, y si un lacayo le prestaba un servicio, por pequeño que fuese, se lo agradecía. Cuando trabajaba con su secretario, Méneval, hasta bien entrada la noche, solía pedir helados y sorbetes, y elegía los gustos preferidos por Méneval. Si lo veía adormecerse, interrumpía el dictado y ordenaba al secretario que se bañase, y el propio Napoleón impartía la orden de que preparasen el agua del baño. Se afirma que nadie es un héroe para su valet, sin embargo Napoleón logró conquistar no sólo la estima sino el afecto de dos valéts: primero Constant, y más tarde Marchand. Constant aprendió a identificar los estados de ánimo de su amo. Cuando se sentía feliz. Napoleón entonaba una canción sentimental de la época. Aunque sabía música, invariablemente desentonaba, y cantaba con fuerte voz. Una de sus piezas favoritas era: Ah! cen estfait, je me marie; y otra: Non, non, z'il est impossible D'avoir un plus aimable enfant. Siempre cantaba z'il en lugar de cela, un extraño kalianismo que persistía. Asimismo, cuando estaba de buen humor. Napoleón pellizcaba el lóbulo de la oreja de Constant, o le daba una palmadita sobre la mejilla. Pero si estaba de mal humor, en lugar de emitir el alegre «Ohé! Oh! Oh!», Napoleón convocaba a Constant con un seco «Monsieur! Monsieur Constant!». Se acercaba al hogar, empuñaba el atizador y atacaba varias veces al carbón o los leños, o descargaba un puntapié sobre los leños, una costumbre que le costó varios pares de zapatos quemados. Después de 1808 se puso de manifiesto otro signo de desagrado: la pantorrilla de su pierna izquierda —la que había recibido la herida infligida por una pica inglesa— ascendía y descendía espasmódicamente. Como muchos hombres sencillos, Napoleón tenía un temperamento muy vivaz. Con su voluntad de hierro generalmente lograba controlarlo, pero no siempre era ése el caso. Explotaba si un criado hacía mal su trabajo, y lo mismo le sucedía si sus generales cometían errores. Más de una vez en el campo de batalla perdió los estribos y golpeó a su general en la cara. Ciertamente, era el peor fallo personal de Napoleón y le granjeó más de un enemigo. A menudo una trivialidad provocaba la explosión. Por ejemplo, cierta vez un pelo de su cepillo de dientes se le incrustó entre los dientes, y Napoleón no pudo extraerlo. Se enojó, golpeó el suelo con los pies y ordenó llamar a su médico; sólo cuando éste retiró el pelo culpable, Napoleón recuperó su acostumbrado buen humor. Una vez cumplida la tarea cotidiana. Napoleón solía asistir al teatro. Pero rara vez permanecía más de un acto; le bastaba para adivinar la continuación, sobre todo si se trataba de un clásico que él ya conocía. Si él y Josefina tenían invitados, alrededor de las once daba la señal de retirada diciendo: «Vamos a acostarnos.» Cuando ya estaba en el dormitorio de Josefina, Napoleón se desnudaba deprisa, se ponía un camisón, se sujetaba los cabellos con un pañuelo de Madras anudado delante, y se metía en la cama, atemperada en invierno mediante una sartén caliente. Cuidaba mucho de que todas las velas fuesen apagadas no sólo en el dormitorio, sino también en el corredor adyacente, pues le desagradaba el más mínimo rayo de luz. Napoleón dormía entre siete y ocho horas. A veces podía omitir una noche de sueño sin efectos perjudiciales. Si en sus viajes, o durante una campaña tenía que CAPÍTULO DIECINUEVE El estilo imperio Las artes, sobre todo la música y la tragedia, representaron un papel importante en la vida de Napoleón, y él, como otros gobernantes de Francia, contribuyó mucho a la promoción de las artes mediante la protección dispensada a los escritores, los pintores y los músicos, y el aporte generoso de fondos al teatro y al ballet. Pero el emperador era diferente de sus predecesores, los reyes. Napoleón influyó sobre las artes no sólo a través de su gusto personal sino gracias a sus hechos, pues sus victorias en el campo de batalla marcarían con su sello no sólo la forma de una silla puesta en el salón sino también los temas de la gran ópera. Esa combinación del gusto de Napoleón con la inspiración que sus victorias aportaron a los artistas es lo que se denomina el estilo Imperio. Napoleón no simpatizaba especialmente con los parisienses, pero quiso convertir a París en la ciudad europea más bella, «la capital de las capitales», y allí concentró sus obras y edificios públicos. Comenzó por atravesar la ciudad con un camino triunfal, orientado de este a oeste. Ordenó a sus arquitectos favoritos, Perder y Fontaine, que concibieran una obra simétrica y regular; quizá mencionó la Vicenza de Palladlo, de la que tenía un conocimiento directo. El resultado fue la rué de Rivoli, larga, recta, y con arcadas. Napoleón deseaba que fuese una calle de aspecto discreto, y no permitió que hubiera anuncios de las tiendas, talleres, panaderos o carniceros. Al norte abrió otra calle recta: la rué de Castiglione, la cual sobre el extremo más alejado de la place Vendóme se convierte en la rué de la Paix. Al abrir estas calles, tan diferentes de la red circundante de callejones. Napoleón impuso una atmósfera nueva, descrita así por Víctor Hugo: Le vieux París nestpius quune rué éternelle. Qui s'étire elegante et droite comme un I. En distant, Rivoli, Rivoli, Rivoli. Napoleón instaló la luz de gas en París, y hacia 1814 la ciudad tenía 4.500 faroles callejeros de luz de gas. También ideó un nuevo sistema de numeración de las calles. La Revolución había iniciado la numeración por distritos, como en Venecia, y por lo tanto era muy difícil localizar los números altos. El prefecto Frochot deseaba que los números descendieran por un lado de la calle y después de dar la vuelta se elevaran por el otro. Era un problema matemático que interesó a Napoleón. Decidió que en todas las calles habría números pares a un lado e impares al otro; en las calles paralelas al Sena, la numeración seguiría el movimiento del río, y en las otras calles comenzaría por el extremo más próximo al río. El sistema de Napoleón ha perdurado hasta ahora. Para aclarar aún más las cosas, Napoleón ordenó que se pintaran sobre fondo rojo los números de las calles paralelas al Sena, y las restantes sobre fondo negro. Dos temores heredados de la monarquía inquietaban a Napoleón: las amantes y Versalles, y así como juró no someterse nunca a la influencia de las mujeres, juró también que jamás acometería construcciones extravagantes. Para su propio uso construyó sólo dos teatritos, uno en las Tullerías y el otro en Saint-Cloud; en París

Inglaterra, Byron observó que «ella discurseaba, sermoneaba, enseñaba política inglesa a nuestros principales políticos whigs, al día siguiente de su llegada a Inglaterra; y... también enseñaba política a nuestros políticos tories un día después. Si no me equivoco, el propio soberano tuvo que soportar este flujo de elocuencia». Como estaba en tratos con los enemigos de Francia en tiempo de guerra, Germaine podía ser arrestada, pero Napoleón la dejó en libertad. Sin embargo cuando Junot le pidió que le permitiese regresar a París, Napoleón se negó. «Sé cómo actúa. Passato U pencólo, gabbato U santo. Cuando pasó el peligro, se hace burla de los santos.» Con el tiempo Napoleón se reconciliaría con Benjamín Constant, pero nunca con Germaine. Tal vez la observación más sagaz acerca de esta dama magistral es la que formuló Talleyrand: «Es tan buena amiga que se muestra dispuesta a arrojar al agua a todos sus conocidos por el placer de salvarlosNapoleón no era el tipo de hombre que permitiera que nadie lo arrojase al agua; y una mujer menos que nadie. pasar más tiempo sin dormir, lo compensaba con una o más breves siestas, pues podía dormir a voluntad aun cuando sonaran los cañones a pocos metros de distancia. Esta capacidad para dormir a voluntad es uno de los rasgos más reveladores de Napoleón. Supone una gran calma. Aunque sus sentidos eran agudos, y percibía con mucha claridad. Napoleón rara vez se preocupaba y pocas veces se inquietaba gravemente. «Si yo estuviera en la cima de la catedral de Milán —exclamó cierta vez—, y alguien me arrojase de cabeza, mientras cayese estaría mirando alrededor, con mucha calma.» Pero la calma que es indispensable para dormir no puede ser convocada a voluntad; debe provenir de un nivel más profundo, de un subconsciente en paz con uno mismo y con el medio. Si Napoleón podía dormir a ratos sin que le importasen las circunstancias, la razón está en que se sentía en armonía con sus propios instintos más profundos y con la gente que lo rodeaba. De estas personas, la más importante era Josefina, con quien después de su retorno de Egipto Napoleón inició un período de vida conyugal feliz. No sólo continuaba amando a su lánguida criolla, sino que había llegado a apreciar su carácter. Josefina cuidaba admirablemente de sus hijos; hacía mucho bien a los amigos; ofrecía regalos de dinero a los parientes pobres o a los artistas sin trabajo. «Yo solamente gano batallas —dijo Napoleón—. Con su bondad, Josefina gana los corazones de la gente». Por su parte, Josefina ahora amaba a su marido y lo comprendía, según decía el mismo Napoleón, mejor que nadie. Era un hombre rudo, y cuando estaba en el peinador de su esposa para disponer las flores que adornaban los cabellos de la mujer, retorcía y tironeaba hasta que a ella se le llenaban los ojos de lágrimas. Era imposible ofrecer en las Tullerías una cena o una fiesta civilizadas. Napoleón trabajaba demasiado, y jamás pedía el consejo de Josefina. Sin embargo, el 18 de octubre de 1801 ella escribió a su madre: «Bonaparte... hace muy feliz a tu hija. Es bondadoso, amable, en una palabra: un hombre encantador». Josefina había ayudado a revelar esta faceta del carácter de Napoleón, y el deseo secreto del corso, manifestado cinco años antes, ahora se había convertido en un hecho: «Por lo que hace a Clisson, ya no se mostraba sombrío y triste... La fama militar lo había convertido en un ser orgulloso y a veces duro, pero el amor de Eugénie le aportó indulgencia y flexibilidad». Una señal de su cambio fue que Napoleón comenzó a interesarse en las ropas de su esposa; si lo hubiese hecho antes, tal vez no habría existido Hippolyte Charles. Al comienzo del Consulado, Josefina y sus amigas usaban vestidos escotados de gasa transparente. Napoleón no veía con simpatía estas prendas, y una noche ordenó a un lacayo que amontonase lefios en el hogar del salón, hasta que la habitación pareció un horno. «Deseaba tener un gran fuego —explicó—, pues el frío es muy intenso y estas damas están casi desnudas.» Josefina entendió la sugerencia, y en 1801 comenzó a usar materiales opacos, aunque cortados de un modo original que pronto habría de convertirse en moda: cintura alta, mangas cortas abullonadas, la falda cayendo recta, de modo que moldeaba la figura sin destacarla; y en lugar de zapatos, finas chinelas. Con este atuendo, Josefina llevaba los cabellos cortos, adornados con cintas, joyas o flores. El principal defecto de Josefina era la extravagancia. Gastaba prodigiosamente, sobre todo en ropas y joyas. Mientras Napoleón estaba en Egipto, Josefina compró treinta y ocho sombreros con plumas de airón, a 1.800 francos el sombrero, y sus deudas al comienzo del Consulado se elevaban a 1.200.000 francos. Contrariaba los buenos sentimientos de Josefina rechazar los artículos que le ofrecían, por caros que fuesen; una debilidad con la cual los modistos inescrupulosos aprendieron a contar. El espíritu ahorrativo de Napoleón se sintió ofendido por la extravagancia de Josefina; él, que nunca llevaba dinero en los bolsillos de su chaqueta, pagó las deudas de Josefina en 1800, pero durante los años siguientes tuvo que pagar sumas cada vez más elevadas. Era el único punto en que él la reprendía constantemente.

<strong>Napoleón</strong> comía deprisa y moderadamente. A veces utilizaba la mano izquierda<br />

para empujar el alimento sobre el tenedor. <strong>La</strong> comida entera, incluido el café,<br />

concluía en veinte minutos. Cierta vez que duró más tiempo, dijo en broma: «El<br />

poder está comenzando a corromper.» Si había invitados, algunos de el<strong>los</strong>, sobre<br />

todo Eugéne, se ocupaban de cenar bien antes de asistir. <strong>Napoleón</strong> solía decir:<br />

«Para comer deprisa, hágalo conmigo. Para comer bien, visite al segundo cónsul, y<br />

para comer mal, al tercero».<br />

<strong>Napoleón</strong> trataba consideradamente a sus criados. Cuando atravesaba una<br />

habitación, decía una palabra de saludo a <strong>los</strong> lacayos que estaban en guardia, y si<br />

un lacayo le prestaba un servicio, por pequeño que fuese, se lo agradecía. Cuando<br />

trabajaba con su secretario, Méneval, hasta bien entrada la noche, solía pedir<br />

helados y sorbetes, y elegía <strong>los</strong> gustos preferidos por Méneval. Si lo veía<br />

adormecerse, interrumpía el dictado y ordenaba al secretario que se bañase, y el<br />

propio <strong>Napoleón</strong> impartía la orden de que preparasen el agua del baño. Se afirma<br />

que nadie es un héroe para su valet, sin embargo <strong>Napoleón</strong> logró conquistar no<br />

sólo la estima sino el afecto de dos valéts: primero Constant, y más tarde<br />

Marchand.<br />

Constant aprendió a identificar <strong>los</strong> estados de ánimo de su amo.<br />

Cuando se sentía feliz. <strong>Napoleón</strong> entonaba una canción sentimental de la época.<br />

Aunque sabía música, invariablemente desentonaba, y cantaba con fuerte voz. Una<br />

de sus piezas favoritas era:<br />

Ah! cen estfait, je me marie; y otra: Non, non, z'il est impossible D'avoir un<br />

plus aimable enfant.<br />

Siempre cantaba z'il en lugar de cela, un extraño kalianismo que persistía.<br />

Asimismo, cuando estaba de buen humor. <strong>Napoleón</strong> pellizcaba el lóbulo de la oreja<br />

de Constant, o le daba una palmadita sobre la mejilla.<br />

Pero si estaba de mal humor, en lugar de emitir el alegre «Ohé! Oh! Oh!»,<br />

<strong>Napoleón</strong> convocaba a Constant con un seco «Monsieur! Monsieur Constant!». Se<br />

acercaba al hogar, empuñaba el atizador y atacaba varias veces al carbón o <strong>los</strong><br />

leños, o descargaba un puntapié sobre <strong>los</strong> leños, una costumbre que le costó varios<br />

pares de zapatos quemados.<br />

Después de 1808 se puso de manifiesto otro signo de desagrado: la pantorrilla<br />

de su pierna izquierda —la que había recibido la herida infligida por una pica<br />

inglesa— ascendía y descendía espasmódicamente.<br />

Como muchos hombres sencil<strong>los</strong>, <strong>Napoleón</strong> tenía un temperamento muy vivaz.<br />

Con su voluntad de hierro generalmente lograba controlarlo, pero no siempre era<br />

ése el caso. Explotaba si un criado hacía mal su trabajo, y lo mismo le sucedía si<br />

sus generales cometían errores. Más de una vez en el campo de batalla perdió <strong>los</strong><br />

estribos y golpeó a su general en la cara. Ciertamente, era el peor fallo personal de<br />

<strong>Napoleón</strong> y le granjeó más de un enemigo. A menudo una trivialidad provocaba la<br />

exp<strong>los</strong>ión. Por ejemplo, cierta vez un pelo de su cepillo de dientes se le incrustó<br />

entre <strong>los</strong> dientes, y <strong>Napoleón</strong> no pudo extraerlo. Se enojó, golpeó el suelo con <strong>los</strong><br />

pies y ordenó llamar a su médico; sólo cuando éste retiró el pelo culpable,<br />

<strong>Napoleón</strong> recuperó su acostumbrado buen humor.<br />

Una vez cumplida la tarea cotidiana. <strong>Napoleón</strong> solía asistir al teatro.<br />

Pero rara vez permanecía más de un acto; le bastaba para adivinar la<br />

continuación, sobre todo si se trataba de un clásico que él ya conocía.<br />

Si él y Josefina tenían invitados, alrededor de las once daba la señal de retirada<br />

diciendo: «Vamos a acostarnos.» Cuando ya estaba en el dormitorio de Josefina,<br />

<strong>Napoleón</strong> se desnudaba deprisa, se ponía un camisón, se sujetaba <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> con<br />

un pañuelo de Madras anudado delante, y se metía en la cama, atemperada en<br />

invierno mediante una sartén caliente. Cuidaba mucho de que todas las velas<br />

fuesen apagadas no sólo en el dormitorio, sino también en el corredor adyacente,<br />

pues le desagradaba el más mínimo rayo de luz.<br />

<strong>Napoleón</strong> dormía entre siete y ocho horas. A veces podía omitir una noche de<br />

sueño sin efectos perjudiciales. Si en sus viajes, o durante una campaña tenía que<br />

CAPÍTULO DIECINUEVE<br />

El estilo imperio<br />

<strong>La</strong>s artes, sobre todo la música y la tragedia, representaron un papel<br />

importante en la vida de <strong>Napoleón</strong>, y él, como otros gobernantes de Francia,<br />

contribuyó mucho a la promoción de las artes mediante la protección dispensada a<br />

<strong>los</strong> escritores, <strong>los</strong> pintores y <strong>los</strong> músicos, y el aporte generoso de fondos al teatro y<br />

al ballet. Pero el emperador era diferente de sus predecesores, <strong>los</strong> reyes. <strong>Napoleón</strong><br />

influyó sobre las artes no sólo a través de su gusto personal sino gracias a sus<br />

hechos, pues sus victorias en el campo de batalla marcarían con su sello no sólo la<br />

forma de una silla puesta en el salón sino también <strong>los</strong> temas de la gran ópera. Esa<br />

combinación del gusto de <strong>Napoleón</strong> con la inspiración que sus victorias aportaron a<br />

<strong>los</strong> artistas es lo que se denomina el estilo Imperio.<br />

<strong>Napoleón</strong> no simpatizaba especialmente con <strong>los</strong> parisienses, pero quiso<br />

convertir a París en la ciudad europea más bella, «la capital de las capitales», y allí<br />

concentró sus obras y edificios públicos. Comenzó por atravesar la ciudad con un<br />

camino triunfal, orientado de este a oeste.<br />

Ordenó a sus arquitectos favoritos, Perder y Fontaine, que concibieran una obra<br />

simétrica y regular; quizá mencionó la Vicenza de Palladlo, de la que tenía un<br />

conocimiento directo. El resultado fue la rué de Rivoli, larga, recta, y con arcadas.<br />

<strong>Napoleón</strong> deseaba que fuese una calle de aspecto discreto, y no permitió que<br />

hubiera anuncios de las tiendas, talleres, panaderos o carniceros. Al norte abrió<br />

otra calle recta: la rué de Castiglione, la cual sobre el extremo más alejado de la<br />

place Vendóme se convierte en la rué de la Paix. Al abrir estas calles, tan diferentes<br />

de la red circundante de callejones. <strong>Napoleón</strong> impuso una atmósfera nueva,<br />

descrita así por Víctor Hugo:<br />

Le vieux París nestpius quune rué éternelle.<br />

Qui s'étire elegante et droite comme un I.<br />

En distant, Rivoli, Rivoli, Rivoli.<br />

<strong>Napoleón</strong> instaló la luz de gas en París, y hacia 1814 la ciudad tenía 4.500<br />

faroles callejeros de luz de gas. También ideó un nuevo sistema de numeración de<br />

las calles. <strong>La</strong> Revolución había iniciado la numeración por distritos, como en<br />

Venecia, y por lo tanto era muy difícil localizar <strong>los</strong> números altos. El prefecto<br />

Frochot deseaba que <strong>los</strong> números descendieran por un lado de la calle y después<br />

de dar la vuelta se elevaran por el otro. Era un problema matemático que interesó<br />

a <strong>Napoleón</strong>. Decidió que en todas las calles habría números pares a un lado e<br />

impares al otro; en las calles paralelas al Sena, la numeración seguiría el<br />

movimiento del río, y en las otras calles comenzaría por el extremo más próximo al<br />

río. El sistema de <strong>Napoleón</strong> ha perdurado hasta ahora. Para aclarar aún más las<br />

cosas, <strong>Napoleón</strong> ordenó que se pintaran sobre fondo rojo <strong>los</strong> números de las calles<br />

paralelas al Sena, y las restantes sobre fondo negro.<br />

Dos temores heredados de la monarquía inquietaban a <strong>Napoleón</strong>: las amantes y<br />

Versalles, y así como juró no someterse nunca a la influencia de las mujeres, juró<br />

también que jamás acometería construcciones extravagantes. Para su propio uso<br />

construyó sólo dos teatritos, uno en las Tullerías y el otro en Saint-Cloud; en París

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