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Se ponía una bata —de piqué blanco en verano, rellena de plumas en invierno— y chinelas de cuero marroquí, y subía por una escalera privada que llevaba a su propio dormitorio, donde se sentaba frente al fuego, bebía una taza de té o de agua aromatizada con azahar, abría sus cartas, hojeaba los diarios y charlaba con Constant, antes de sumergirse en un baño caliente. Los baños calientes, como los fuegos de leña, eran uno de los grandes placeres de la vida de Napoleón, lo mismo que de Pauline; quizás a causa de la enseñanza temprana de Letizia. Napoleón solía permanecer en el baño por lo menos una hora, y accionaba constantemente el grifo, dando salida a tanto vapor que Constant, cuya tarea era leerle los diarios, de vez en cuando necesitaba abrir la puerta para ver la letra impresa. Napoleón aseguraba que el baño lo serenaba —solía decir que equivalía a cuatro horas de sueño— y que también era beneficioso para su disuria. Después del baño Napoleón se ponía una camiseta de franela, pantalones y bata, y comenzaba a afeitarse. Era una tarea que la mayoría de los hombres confiaba a un valet o a un barbero, pero Napoleón siempre se afeitó solo. Mientras Rustam, su guardaespaldas mameluco, sostenía un espejo, Napoleón se enjabonaba la cara con jabón perfumado con hierbas o naranjas, y utilizando una navaja que previamente había sido sumergida en agua caliente, se afeitaba con movimientos descendentes. Siempre encargaba en Inglaterra sus navajas con mango de madreperla, pues el acero de Birmingham era superior al francés. Con esas navajas ejecutaba la tarea de afeitarse meticulosamente y al acabar preguntaba a Constant y a Rustam si lo había hecho bien. Napoleón ya había pasado una hora en el baño, y ciertamente no podía afirmarse que estuviera sucio, pero al igual que su madre se mostraba muy puntilloso con la limpieza personal. Ahora se lavaba las manos con pasta de almendras; y el rostro, cuello y oídos con una esponja y jabón. Después se limpiaba los dientes; los escarbaba con un palillo de madera de boj pulida, y después se los cepillaba dos veces, primero con pasta dentífrica, y después con coral reducido a fino polvo. Los dientes de Napoleón eran naturalmente blancos y fuertes, y nunca requirieron la atención del dentista Dubois, que por lo tanto recibía seis mil francos anuales por nada —era el único funcionario de la casa de Napoleón que gozaba de una sinecura—. Finalmente, Napoleón se enjuagaba la boca con una mezcla de agua y brandy, y se raspaba la lengua, como entonces era la moda, con un raspador de plata, bermellón o carey. Duplan, que era también el peluquero de Josefina, por esta época cortaba una vez por semana los cabellos de Napoleón. Eran cabellos finos, de un tono castaño claro. Había dejado de empolvarlos en 1799 a petición de Josefina, pero continuó usándolos largos hasta el fin del Consulado. Después, debido a que comenzaba a caérsele, adoptó la costumbre de llevarlos muy cortos. Napoleón concluía su tocado desnudándose hasta la cintura y pidiendo a Constant que derramase agua de colonia sobre la cabeza, de modo que se le escurriese por el torso. Napoleón se friccionaba el pecho y la espalda con un cepillo de cerdas duras y Constant hacía lo mismo sobre los hombros y la espalda. Después, comenzaba a vestirse. Era muy austero en el vestir. Conseguía que los zapatos le durasen dos años, los uniformes y los pantalones tres años, la ropa blanca seis años. Como tenía los pies delicados, un criado que usaba el mismo número era el encargado de ablandar los zapatos nuevos durante un período de tres días. Se aficionó a las pantuflas, que eran de cuero rojo o verde, y las usaba hasta que literalmente se deshacían. Cierta vez impresionó a su sastre al pedirle que remendase un par de pantalones de montar que tenía los fondillos rotos. Napoleón solía usar una camiseta de franela, calzoncillos de algodón muy cortos, una camisa de hilo, medias de seda blanca, pantalones de cachemira blanca sostenidos por tirantes, y zapatos con pequeñas hebillas doradas. Alrededor del cuello usaba una corbata de muselina muy fina y sobre la camisa un chaleco bastante largo de cachemira blanca. La levita preferida era la relativamente sencilla impuesto aplicado al vino—, planeó lagos que permitían la navegación en bote en los Campos Elíseos y concibió dos fuentes gigantescas. Aunque nunca fueron construidas, las fuentes merecen que se les preste atención porque revelan los gustos de Napoleón en el ámbito de la estatuaria: Veo por los diarios (escribió Napoleón desde Madrid el 21 de diciembre de 1808 a su ministro del Interior) que usted ha puesto la piedra fundamental de la fuente en el asiento de la Bastilla. Supongo que el elefante estará en el centro de una enorme fuente llena de agua, que será una hermosa bestia, y que tendrá magnitud suficiente para permitir que la gente entre en el howdah colorado sobre su lomo. Quiero mostrar de qué modo los antiguos aseguraban estos howdahs, y para qué se usaban los elefantes. Envíeme el diseño de esta obra. Ordene que se preparen los planos de otra fuente que representará una elegante galera con tres hileras de remos —por ejemplo la de Demetrio— con las mismas dimensiones que un trirreme clásico. Podría instalársela en medio de una plaza pública, o en otro lugar semejante, con chorros de agua alrededor, para acentuar la belleza de la capital. La Revolución había resquebrajado los antiguos moldes artísticos, y cuando Napoleón se convirtió en emperador halló una considerable diversidad en la pintura francesa. Por ejemplo, Josefina colgaba de sus paredes cuadros con escenas bucólicas de vacas que pacían pacíficamente; Louis Bonaparte compró el cuadro Belisario mendigando, de Gérard; un anciano ciego, obligado a llevar al niño moribundo que ha sido su guía, avanza a tientas a través de la llanura bajo la triste luz del anochecer. Ninguno de estos temas había atraído a Napoleón. Al emperador le agradaban los cuadros que representaban a hombres haciendo cosas. Del cuadro Termopilas, de David, dijo: «No es un tema apropiado para un cuadro. Leónidas perdió.» Asimismo, cuando examinó una lista de temas históricos para adornar la vajilla de Sévres, Napoleón se detuvo bruscamente ante la siguiente leyenda: «San Luis, prisionero en África, elegido juez por los hombres que lo derrotaron.» Lo tachó de un plumazo. Con respecto al estilo, Napoleón rechazaba la tendencia neoclásica —es decir, la presentación de los contemporáneos desnudos o con atuendos clásicos— y sentía desagrado por la alegoría. Le agradaban el color, el movimiento, y sobre todo la exactitud histórica. En una nota enviada a Denon dice: «Ordene la ejecución de un gran cuadro que represente el Acta de la Mediación, con muchos diputados, diecinueve de ellos vestidos de gala.» Exactamente diecinueve. El artista contemporáneo que mejor satisfizo las exigencias de Napoleón fue Antoine Gros, llevado inicialmente a Milán por Josefina. Gros se inició como alumno de David, pero reaccionó contra la equilibrada paleta de su maestro: «La pintura espartana es una contradicción en sí misma.» Le agradaba la abundancia del color, y sobre todo del verde botella y el rojo. Aún más le agradaba representar el movimiento. Este aspecto era esencial en las escenas de batallas encargadas por Napoleón. , Ciertamente, Gros incorporó a la pintura los cambios que Napoleón promovió en la esfera de la actividad bélica, pues fue el primero que consiguió representar sobre la tela grandes movimientos de grupos, por ejemplo columnas de infantería y escuadrones de caballería. Las más grandes escenas de batallas de Gros, sobre todo Abukir y Eyiau, no sólo son escrupulosamente exactas, sino que, como obras de arte, no fueron superadas en su tipo. Parte del equipo militar representado por los pintores entró en las casas como temas decorativos: se popularizaron los banquillos en forma de tambores y los cortinajes imitando a tiendas. Los lechos, que durante el reinado de Luis XV habían sido, por así decirlo, rincones con cortinados, se convirtieron en lugares para dormir, desapareciendo los cuatro postes; a menudo tenían la cabecera y los pies muy sencillos, y haciendo juego, una almohada en cada extremo y encima un dosel de seda liviano. Las sillas y los divanes perdieron sus curvas caprichosas; tenían el respaldo recto, porque en ellas se sentaban soldados de espaldas rectas. Las alfombras exhibían emblemas imperiales; águilas, cornucopias, victorias.

emprendió un programa más amplio de construcciones, pero siempre prestando mucha atención al costo. El edificio más original de Napoleón es el templo en honor de la Grande Armée. Fue una idea suya decidida en 1806. Organizó un concurso público y eligió un diseño de Vignon derivado del Partenón. Dentro, se grabarían sobre placas de mármol los nombres de todos los soldados que habían combatido en Austria y en Alemania. Los únicos adornos serían algunas alfombras, así como cojines y estatuas, «pero no —dijo Napoleón—, de la clase que se ve en los comedores de los banqueros». Entonces se formuló el interrogante: ¿Dónde se levantaría el templo? Napoleón podía apostar una batería de cañones en cinco segundos, pero cuando se trataba de elegir la ubicación de un edificio cavilaba y daba largas, pues en este tema carecía de principios rectores o de instinto. Durante varios meses vaciló entre distintos sitios, incluso la colina de Montmartre. Finalmente, con la ayuda de sus planificadores urbanos eligió un lugar al norte de la place de la Concorde. La construcción comenzó inmediatamente, y hacia 1811 estaba bastante avanzada. Otros edificios concebidos por Napoleón para París son la Bolsa, inspirada en el templo de Vespasiano en Roma, pero terminada sólo después del reinado de Napoleón, y una nueva ala que debía unir el Louvre con las Tullerías. Napoleón presentó un modelo destinado a suscitar los comentarios del público, y esa actitud provocó el desdén de su asesor, Fontanes, que desconfiaba del gusto popular. Como parte de la reconstrucción del Louvre, Napoleón encargó a Percier y a Fontaine la construcción de una fuente en uno de los patios. Crearon un grupo más o menos barroco de náyades de cuyos pechos brotaba agua. Napoleón echó una ojeada a la fuente. «Retiren esas nodrizas. Las náyades eran vírgenes». Napoleón deseaba construir cuatro arcos triunfales en París, para celebrar las batallas de Marengo y Austerlitz, la paz y la religión. «Mi idea es utilizarlos para subsidiar a la arquitectura francesa durante diez años, en el nivel de 200.000 francos... y la escultura francesa durante veinte años.» En realidad, construyó sólo dos arcos; el más pequeño, dedicado a Austerlitz, se levanta en lo que era la entrada de las Tullerías. Es una construcción elegante con cuatro columnas de mármol rojo a cada lado. Pero no agradó a Napoleón, que consideraba que era «más un pabellón que una entrada». Los caballos de bronce creados inicialmente para el Templo del Sol, en Corinro, y capturados por los franceses en Venecia, fueron puestos sobre la cima del arco, y durante una de las ausencias de Napoleón, Denon agregó un carro y una estatua de Napoleón. Éste ordenó que se retirara inmediatamente la estatua, señalando que el arco estaba destinado a glorificar, no a su persona, sino «al ejército que tuve el honor de dirigir». Asimismo, Napoleón vetó el plan de Champagny de rebautizar place Napoleón a la place de la Concorde. «Debemos conservar el nombre actual. La concordia es lo que hace invencible a Francia». El otro arco napoleónico es el Are de Triomphe de 1'Etoile. Aunque se concibió en el estilo neoclásico, Napoleón continuó abrigando la esperanza de mejorarlo: «Un monumento dedicado a la Grande Armée tiene que ser amplio, sencillo, majestuoso, y no ha de tomar en préstamo elementos de la antigüedad.» Aprobó los planos de Chalgrin, que son anticlásicos puesto que el arco carece de columnas. Tampoco en este caso Napoleón supo dónde situarlo. En primer lugar pensó en la ruinosa Bastilla, lugar tradicional de retorno para los ejércitos franceses, después en la place de la Concorde, y finalmente aprobó el plan de Chalgrin, que era instalar el arco hacia el noroeste de París, una suerte de herradura gigantesca en el cruce de dos caminos rurales. Como sabemos a Napoleón le gustaba el agua, tanto por sí misma como por su utilidad como factor de higiene, y gran parte de lo que hizo en París se relaciona con el agua. Bordeó el Sena con cuatro kilómetros de quais de piedra, y construyó tres puentes sobre el rio, entre ellos uno de hierro fundido, una invención más o menos reciente. Mejoró el suministro de agua potable —pagó la obra con un de coronel de Cazadores, sin encajes ni recamados. Era verde oscura, con botones dorados, cuello escarlata y las solapas también ribeteadas de escarlata. Después de 1802 se aficionó a usar un bicornio de piel negra, bastante simple, salvo por una pequeña tricolor. Bajo techo llevaba el sombrero en la mano izquierda, y si perdía los estribos arrojaba el sombrero al suelo y lo pisoteaba. Napoleón aparece a menudo en los retratos con la mano derecha metida bajo el chaleco blanco, pero no hay motivos para pensar que adoptaba habitualmente esa postura. La pose era cómoda para los artistas, porque de este modo necesitaban dibujar una sola mano, y habían estado usándola en los retratos de oficiales desde antes de la Revolución. Al dar las nueve, cuando salía de su dormitorio para comenzar el trabajo. Napoleón recibía de Constant un pañuelo rociado con agua de colonia que deslizaba en el bolsillo derecho; y una cajita de rapé, que llevaba en el bolsillo izquierdo. La cajita de rapé contenía tabaco grueso del más corriente. De vez en cuando Napoleón tomaba una porción y la olía, pero sin inhalarla. Oler tabaco y saborear pedazos de caramelo aromatizado con anís, que tenía en una bombonera, eran los dos modos en que Napoleón distendía sus nervios. Napoleón tomaba dos comidas diarias: el almuerzo a las once, solo frente a una pequeña mesa de caoba, y la cena, alrededor de las siete y media, en compañía de Josefina y algunos amigos. No era quisquilloso con los alimentos, pero tenía gustos definidos. Le gustaban las lentejas, las habas blancas y las patatas. Le desagradaban la carne mal cocida y el ajo. Entre sus platos favoritos estaban el vol-au-vent y la bouché h la reine. También lo satisfacía el pollo; salteado, a la provenzal (pero sin ajo), o en un estilo denominado Marengo. Después de la batalla de ese nombre, en que por segunda vez Napoleón expulsó de Italia a los austríacos, un grupo de exploradores retornó con un extraño conjunto: huevos, tomates, cangrejos y un pollito. Con estos elementos, Dunan, que era el chef de Napoleón, preparó un plato que lo satisfizo y que ordenó fuera servido con frecuencia en las Tullerías. A Napoleón le agradaba la comida sencilla, pero Dunan, que había servido al exigente duque de Borbón, se enorgullecía con los platos abundantes y complicados. Se suscitó un conflicto de voluntades. Después de una comida especialmente suculenta, Napoleón reprendía a Dunan: «Usted consigue que coma demasiado. No me conviene. En el futuro, solamente dos platos.» Cierto día Napoleón preguntó a Dunan por qué nunca servía crépinettes de cerdo, una especie de salchicha. Dunan replicó delicadamente que eran indigestas, aunque en realidad las consideraba plebeyas. Pero pocos días más tarde sirvió un plato sumamente complicado, las crépinettes de perdiz. A pesar de sí mismo, Napoleón las saboreó con agrado. Al día siguiente reaparecieron las crépinettes de perdiz. Esta vez. Napoleón perdió los estribos, empujó la mesa y salió encolerizado. Dunan se sintió profundamente ofendido. El mayordomo de la casa apeló a todo su tacto, y calmó los ánimos de ambas partes. Entonces Dunan sirvió un sencillo pollo asado, y Napoleón manifestó su satisfacción aplicando a Dunan un golpecito amistoso en la mejilla. Napoleón siempre bebía en sus comidas un barato borgoña rojo. Consumía aproximadamente media botella diaria, y siempre diluía el vino con agua. Nunca tuvo bodega, y cuando lo necesitaba compraba el vino en la tienda del despensero local. Generalmente era Chambertin, y a veces, Clos-Vougeot o Cháteau-Lafite. De este modo satisfacía tanto su espíritu ahorrativo como su inclinación a la sencillez. Los parisienses bromeaban acerca de la sencilla mesa de Napoleón, y la comparaban con la de Cambacérés. El segundo cónsul ofrecía cenas que duraban dos horas, y en las cuales se servía paté con trufas, soufflé de vainilla y perdices horneadas de un lado, y asadas del otro. Eran episodios serios para los gourmets, y por lo tanto los comensales mantenían silencio. Cierto día un invitado se distrajo de tal modo que inició una conversación. «¡Ssh! —dijo Cambacérés con gesto severo, mientras se servía más paté—, no podemos concentrarnos».

emprendió un programa más amplio de construcciones, pero siempre prestando<br />

mucha atención al costo.<br />

El edificio más original de <strong>Napoleón</strong> es el templo en honor de la Grande Armée.<br />

Fue una idea suya decidida en 1806. Organizó un concurso público y eligió un<br />

diseño de Vignon derivado del Partenón.<br />

Dentro, se grabarían sobre placas de mármol <strong>los</strong> nombres de todos <strong>los</strong> soldados<br />

que habían combatido en Austria y en Alemania. Los únicos adornos serían algunas<br />

alfombras, así como cojines y estatuas, «pero no —dijo <strong>Napoleón</strong>—, de la clase que<br />

se ve en <strong>los</strong> comedores de <strong>los</strong> banqueros». Entonces se formuló el interrogante:<br />

¿Dónde se levantaría el templo? <strong>Napoleón</strong> podía apostar una batería de cañones en<br />

cinco segundos, pero cuando se trataba de elegir la ubicación de un edificio<br />

cavilaba y daba largas, pues en este tema carecía de principios rectores o de<br />

instinto. Durante varios meses vaciló entre distintos sitios, incluso la colina de<br />

Montmartre. Finalmente, con la ayuda de sus planificadores urbanos eligió un lugar<br />

al norte de la place de la Concorde. <strong>La</strong> construcción comenzó inmediatamente, y<br />

hacia 1811 estaba bastante avanzada.<br />

Otros edificios concebidos por <strong>Napoleón</strong> para París son la Bolsa, inspirada en el<br />

templo de Vespasiano en Roma, pero terminada sólo después del reinado de<br />

<strong>Napoleón</strong>, y una nueva ala que debía unir el Louvre con las Tullerías. <strong>Napoleón</strong><br />

presentó un modelo destinado a suscitar <strong>los</strong> comentarios del público, y esa actitud<br />

provocó el desdén de su asesor, Fontanes, que desconfiaba del gusto popular.<br />

Como parte de la reconstrucción del Louvre, <strong>Napoleón</strong> encargó a Percier y a<br />

Fontaine la construcción de una fuente en uno de <strong>los</strong> patios. Crearon un grupo más<br />

o menos barroco de náyades de cuyos pechos brotaba agua. <strong>Napoleón</strong> echó una<br />

ojeada a la fuente. «Retiren esas nodrizas. <strong>La</strong>s náyades eran vírgenes».<br />

<strong>Napoleón</strong> deseaba construir cuatro arcos triunfales en París, para celebrar las<br />

batallas de Marengo y Austerlitz, la paz y la religión. «Mi idea es utilizar<strong>los</strong> para<br />

subsidiar a la arquitectura francesa durante diez años, en el nivel de 200.000<br />

francos... y la escultura francesa durante veinte años.» En realidad, construyó sólo<br />

dos arcos; el más pequeño, dedicado a Austerlitz, se levanta en lo que era la<br />

entrada de las Tullerías.<br />

Es una construcción elegante con cuatro columnas de mármol rojo a cada lado.<br />

Pero no agradó a <strong>Napoleón</strong>, que consideraba que era «más un pabellón que una<br />

entrada». Los cabal<strong>los</strong> de bronce creados inicialmente para el Templo del Sol, en<br />

Corinro, y capturados por <strong>los</strong> franceses en Venecia, fueron puestos sobre la cima<br />

del arco, y durante una de las ausencias de <strong>Napoleón</strong>, Denon agregó un carro y<br />

una estatua de <strong>Napoleón</strong>. Éste ordenó que se retirara inmediatamente la estatua,<br />

señalando que el arco estaba destinado a glorificar, no a su persona, sino «al<br />

ejército que tuve el honor de dirigir». Asimismo, <strong>Napoleón</strong> vetó el plan de<br />

Champagny de rebautizar place <strong>Napoleón</strong> a la place de la Concorde.<br />

«Debemos conservar el nombre actual. <strong>La</strong> concordia es lo que hace invencible a<br />

Francia».<br />

El otro arco napoleónico es el Are de Triomphe de 1'Etoile. Aunque se concibió<br />

en el estilo neoclásico, <strong>Napoleón</strong> continuó abrigando la esperanza de mejorarlo:<br />

«Un monumento dedicado a la Grande Armée tiene que ser amplio, sencillo,<br />

majestuoso, y no ha de tomar en préstamo elementos de la antigüedad.» Aprobó<br />

<strong>los</strong> planos de Chalgrin, que son anticlásicos puesto que el arco carece de columnas.<br />

Tampoco en este caso <strong>Napoleón</strong> supo dónde situarlo. En primer lugar pensó en la<br />

ruinosa Bastilla, lugar tradicional de retorno para <strong>los</strong> ejércitos franceses, después<br />

en la place de la Concorde, y finalmente aprobó el plan de Chalgrin, que era<br />

instalar el arco hacia el noroeste de París, una suerte de herradura gigantesca en el<br />

cruce de dos caminos rurales.<br />

Como sabemos a <strong>Napoleón</strong> le gustaba el agua, tanto por sí misma como por su<br />

utilidad como factor de higiene, y gran parte de lo que hizo en París se relaciona<br />

con el agua. Bordeó el Sena con cuatro kilómetros de quais de piedra, y construyó<br />

tres puentes sobre el rio, entre el<strong>los</strong> uno de hierro fundido, una invención más o<br />

menos reciente. Mejoró el suministro de agua potable —pagó la obra con un<br />

de coronel de Cazadores, sin encajes ni recamados. Era verde oscura, con botones<br />

dorados, cuello escarlata y las solapas también ribeteadas de escarlata.<br />

Después de 1802 se aficionó a usar un bicornio de piel negra, bastante simple,<br />

salvo por una pequeña tricolor. Bajo techo llevaba el sombrero en la mano<br />

izquierda, y si perdía <strong>los</strong> estribos arrojaba el sombrero al suelo y lo pisoteaba.<br />

<strong>Napoleón</strong> aparece a menudo en <strong>los</strong> retratos con la mano derecha metida bajo el<br />

chaleco blanco, pero no hay motivos para pensar que adoptaba habitualmente esa<br />

postura. <strong>La</strong> pose era cómoda para <strong>los</strong> artistas, porque de este modo necesitaban<br />

dibujar una sola mano, y habían estado usándola en <strong>los</strong> retratos de oficiales desde<br />

antes de la Revolución.<br />

Al dar las nueve, cuando salía de su dormitorio para comenzar el trabajo.<br />

<strong>Napoleón</strong> recibía de Constant un pañuelo rociado con agua de colonia que deslizaba<br />

en el bolsillo derecho; y una cajita de rapé, que llevaba en el bolsillo izquierdo. <strong>La</strong><br />

cajita de rapé contenía tabaco grueso del más corriente. De vez en cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> tomaba una porción y la olía, pero sin inhalarla. Oler tabaco y saborear<br />

pedazos de caramelo aromatizado con anís, que tenía en una bombonera, eran <strong>los</strong><br />

dos modos en que <strong>Napoleón</strong> distendía sus nervios.<br />

<strong>Napoleón</strong> tomaba dos comidas diarias: el almuerzo a las once, solo frente a una<br />

pequeña mesa de caoba, y la cena, alrededor de las siete y media, en compañía de<br />

Josefina y algunos amigos. No era quisquil<strong>los</strong>o con <strong>los</strong> alimentos, pero tenía gustos<br />

definidos. Le gustaban las lentejas, las habas blancas y las patatas. Le<br />

desagradaban la carne mal cocida y el ajo. Entre sus platos favoritos estaban el<br />

vol-au-vent y la bouché h la reine. También lo satisfacía el pollo; salteado, a la<br />

provenzal (pero sin ajo), o en un estilo denominado Marengo. Después de la batalla<br />

de ese nombre, en que por segunda vez <strong>Napoleón</strong> expulsó de Italia a <strong>los</strong><br />

austríacos, un grupo de exploradores retornó con un extraño conjunto:<br />

huevos, tomates, cangrejos y un pollito. Con estos elementos, Dunan, que era<br />

el chef de <strong>Napoleón</strong>, preparó un plato que lo satisfizo y que ordenó fuera servido<br />

con frecuencia en las Tullerías.<br />

A <strong>Napoleón</strong> le agradaba la comida sencilla, pero Dunan, que había servido al<br />

exigente duque de Borbón, se enorgullecía con <strong>los</strong> platos abundantes y<br />

complicados. Se suscitó un conflicto de voluntades. Después de una comida<br />

especialmente suculenta, <strong>Napoleón</strong> reprendía a Dunan: «Usted consigue que coma<br />

demasiado. No me conviene. En el futuro, solamente dos platos.» Cierto día<br />

<strong>Napoleón</strong> preguntó a Dunan por qué nunca servía crépinettes de cerdo, una especie<br />

de salchicha.<br />

Dunan replicó delicadamente que eran indigestas, aunque en realidad las<br />

consideraba plebeyas. Pero pocos días más tarde sirvió un plato sumamente<br />

complicado, las crépinettes de perdiz. A pesar de sí mismo, <strong>Napoleón</strong> las saboreó<br />

con agrado. Al día siguiente reaparecieron las crépinettes de perdiz. Esta vez.<br />

<strong>Napoleón</strong> perdió <strong>los</strong> estribos, empujó la mesa y salió encolerizado. Dunan se sintió<br />

profundamente ofendido. El mayordomo de la casa apeló a todo su tacto, y calmó<br />

<strong>los</strong> ánimos de ambas partes. Entonces Dunan sirvió un sencillo pollo asado, y<br />

<strong>Napoleón</strong> manifestó su satisfacción aplicando a Dunan un golpecito amistoso en la<br />

mejilla.<br />

<strong>Napoleón</strong> siempre bebía en sus comidas un barato borgoña rojo. Consumía<br />

aproximadamente media botella diaria, y siempre diluía el vino con agua. Nunca<br />

tuvo bodega, y cuando lo necesitaba compraba el vino en la tienda del despensero<br />

local. Generalmente era Chambertin, y a veces, C<strong>los</strong>-Vougeot o Cháteau-<strong>La</strong>fite. De<br />

este modo satisfacía tanto su espíritu ahorrativo como su inclinación a la sencillez.<br />

Los parisienses bromeaban acerca de la sencilla mesa de <strong>Napoleón</strong>, y la<br />

comparaban con la de Cambacérés. El segundo cónsul ofrecía cenas que duraban<br />

dos horas, y en las cuales se servía paté con trufas, soufflé de vainilla y perdices<br />

horneadas de un lado, y asadas del otro. Eran episodios serios para <strong>los</strong> gourmets, y<br />

por lo tanto <strong>los</strong> comensales mantenían silencio. Cierto día un invitado se distrajo de<br />

tal modo que inició una conversación. «¡Ssh! —dijo Cambacérés con gesto severo,<br />

mientras se servía más paté—, no podemos concentrarnos».

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