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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Se ponía una bata —de piqué blanco en verano, rellena de plumas en invierno—<br />

y chinelas de cuero marroquí, y subía por una escalera privada que llevaba a su<br />

propio dormitorio, donde se sentaba frente al fuego, bebía una taza de té o de agua<br />

aromatizada con azahar, abría sus cartas, hojeaba <strong>los</strong> diarios y charlaba con<br />

Constant, antes de sumergirse en un baño caliente.<br />

Los baños calientes, como <strong>los</strong> fuegos de leña, eran uno de <strong>los</strong> grandes placeres<br />

de la vida de <strong>Napoleón</strong>, lo mismo que de Pauline; quizás a causa de la enseñanza<br />

temprana de Letizia.<br />

<strong>Napoleón</strong> solía permanecer en el baño por lo menos una hora, y accionaba<br />

constantemente el grifo, dando salida a tanto vapor que Constant, cuya tarea era<br />

leerle <strong>los</strong> diarios, de vez en cuando necesitaba abrir la puerta para ver la letra<br />

impresa. <strong>Napoleón</strong> aseguraba que el baño lo serenaba —solía decir que equivalía a<br />

cuatro horas de sueño— y que también era beneficioso para su disuria.<br />

Después del baño <strong>Napoleón</strong> se ponía una camiseta de franela, pantalones y<br />

bata, y comenzaba a afeitarse. Era una tarea que la mayoría de <strong>los</strong> hombres<br />

confiaba a un valet o a un barbero, pero <strong>Napoleón</strong> siempre se afeitó solo. Mientras<br />

Rustam, su guardaespaldas mameluco, sostenía un espejo, <strong>Napoleón</strong> se<br />

enjabonaba la cara con jabón perfumado con hierbas o naranjas, y utilizando una<br />

navaja que previamente había sido sumergida en agua caliente, se afeitaba con<br />

movimientos descendentes.<br />

Siempre encargaba en Inglaterra sus navajas con mango de madreperla, pues<br />

el acero de Birmingham era superior al francés. Con esas navajas ejecutaba la<br />

tarea de afeitarse meticu<strong>los</strong>amente y al acabar preguntaba a Constant y a Rustam<br />

si lo había hecho bien.<br />

<strong>Napoleón</strong> ya había pasado una hora en el baño, y ciertamente no podía<br />

afirmarse que estuviera sucio, pero al igual que su madre se mostraba muy<br />

puntil<strong>los</strong>o con la limpieza personal. Ahora se lavaba las manos con pasta de<br />

almendras; y el rostro, cuello y oídos con una esponja y jabón. Después se<br />

limpiaba <strong>los</strong> dientes; <strong>los</strong> escarbaba con un palillo de madera de boj pulida, y<br />

después se <strong>los</strong> cepillaba dos veces, primero con pasta dentífrica, y después con<br />

coral reducido a fino polvo. Los dientes de <strong>Napoleón</strong> eran naturalmente blancos y<br />

fuertes, y nunca requirieron la atención del dentista Dubois, que por lo tanto recibía<br />

seis mil francos anuales por nada —era el único funcionario de la casa de <strong>Napoleón</strong><br />

que gozaba de una sinecura—. Finalmente, <strong>Napoleón</strong> se enjuagaba la boca con una<br />

mezcla de agua y brandy, y se raspaba la lengua, como entonces era la moda, con<br />

un raspador de plata, bermellón o carey.<br />

Duplan, que era también el peluquero de Josefina, por esta época cortaba una<br />

vez por semana <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> de <strong>Napoleón</strong>. Eran cabel<strong>los</strong> finos, de un tono castaño<br />

claro. Había dejado de empolvar<strong>los</strong> en 1799 a petición de Josefina, pero continuó<br />

usándo<strong>los</strong> largos hasta el fin del Consulado. Después, debido a que comenzaba a<br />

caérsele, adoptó la costumbre de llevar<strong>los</strong> muy cortos.<br />

<strong>Napoleón</strong> concluía su tocado desnudándose hasta la cintura y pidiendo a<br />

Constant que derramase agua de colonia sobre la cabeza, de modo que se le<br />

escurriese por el torso. <strong>Napoleón</strong> se friccionaba el pecho y la espalda con un cepillo<br />

de cerdas duras y Constant hacía lo mismo sobre <strong>los</strong> hombros y la espalda.<br />

Después, comenzaba a vestirse. Era muy austero en el vestir. Conseguía que<br />

<strong>los</strong> zapatos le durasen dos años, <strong>los</strong> uniformes y <strong>los</strong> pantalones tres años, la ropa<br />

blanca seis años. Como tenía <strong>los</strong> pies delicados, un criado que usaba el mismo<br />

número era el encargado de ablandar <strong>los</strong> zapatos nuevos durante un período de<br />

tres días. Se aficionó a las pantuflas, que eran de cuero rojo o verde, y las usaba<br />

hasta que literalmente se deshacían. Cierta vez impresionó a su sastre al pedirle<br />

que remendase un par de pantalones de montar que tenía <strong>los</strong> fondil<strong>los</strong> rotos.<br />

<strong>Napoleón</strong> solía usar una camiseta de franela, calzoncil<strong>los</strong> de algodón muy<br />

cortos, una camisa de hilo, medias de seda blanca, pantalones de cachemira blanca<br />

sostenidos por tirantes, y zapatos con pequeñas hebillas doradas. Alrededor del<br />

cuello usaba una corbata de muselina muy fina y sobre la camisa un chaleco<br />

bastante largo de cachemira blanca. <strong>La</strong> levita preferida era la relativamente sencilla<br />

impuesto aplicado al vino—, planeó lagos que permitían la navegación en bote en<br />

<strong>los</strong> Campos Elíseos y concibió dos fuentes gigantescas. Aunque nunca fueron<br />

construidas, las fuentes merecen que se les preste atención porque revelan <strong>los</strong><br />

gustos de <strong>Napoleón</strong> en el ámbito de la estatuaria:<br />

Veo por <strong>los</strong> diarios (escribió <strong>Napoleón</strong> desde Madrid el 21 de diciembre de 1808<br />

a su ministro del Interior) que usted ha puesto la piedra fundamental de la fuente<br />

en el asiento de la Bastilla. Supongo que el elefante estará en el centro de una<br />

enorme fuente llena de agua, que será una hermosa bestia, y que tendrá magnitud<br />

suficiente para permitir que la gente entre en el howdah colorado sobre su lomo.<br />

Quiero mostrar de qué modo <strong>los</strong> antiguos aseguraban estos howdahs, y para qué<br />

se usaban <strong>los</strong> elefantes. Envíeme el diseño de esta obra. Ordene que se preparen<br />

<strong>los</strong> planos de otra fuente que representará una elegante galera con tres hileras de<br />

remos —por ejemplo la de Demetrio— con las mismas dimensiones que un trirreme<br />

clásico. Podría instalársela en medio de una plaza pública, o en otro lugar<br />

semejante, con chorros de agua alrededor, para acentuar la belleza de la capital.<br />

<strong>La</strong> Revolución había resquebrajado <strong>los</strong> antiguos moldes artísticos, y cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> se convirtió en emperador halló una considerable diversidad en la pintura<br />

francesa. Por ejemplo, Josefina colgaba de sus paredes cuadros con escenas<br />

bucólicas de vacas que pacían pacíficamente; Louis Bonaparte compró el cuadro<br />

Belisario mendigando, de Gérard; un anciano ciego, obligado a llevar al niño<br />

moribundo que ha sido su guía, avanza a tientas a través de la llanura bajo la triste<br />

luz del anochecer. Ninguno de estos temas había atraído a <strong>Napoleón</strong>.<br />

Al emperador le agradaban <strong>los</strong> cuadros que representaban a hombres haciendo<br />

cosas. Del cuadro Termopilas, de David, dijo: «No es un tema apropiado para un<br />

cuadro. Leónidas perdió.» Asimismo, cuando examinó una lista de temas históricos<br />

para adornar la vajilla de Sévres, <strong>Napoleón</strong> se detuvo bruscamente ante la<br />

siguiente leyenda: «San Luis, prisionero en África, elegido juez por <strong>los</strong> hombres<br />

que lo derrotaron.» Lo tachó de un plumazo.<br />

Con respecto al estilo, <strong>Napoleón</strong> rechazaba la tendencia neoclásica —es decir, la<br />

presentación de <strong>los</strong> contemporáneos desnudos o con atuendos clásicos— y sentía<br />

desagrado por la alegoría. Le agradaban el color, el movimiento, y sobre todo la<br />

exactitud histórica. En una nota enviada a Denon dice: «Ordene la ejecución de un<br />

gran cuadro que represente el Acta de la Mediación, con muchos diputados,<br />

diecinueve de el<strong>los</strong> vestidos de gala.» Exactamente diecinueve.<br />

El artista contemporáneo que mejor satisfizo las exigencias de <strong>Napoleón</strong> fue<br />

Antoine Gros, llevado inicialmente a Milán por Josefina. Gros se inició como alumno<br />

de David, pero reaccionó contra la equilibrada paleta de su maestro: «<strong>La</strong> pintura<br />

espartana es una contradicción en sí misma.» Le agradaba la abundancia del color,<br />

y sobre todo del verde botella y el rojo. Aún más le agradaba representar el<br />

movimiento. Este aspecto era esencial en las escenas de batallas encargadas por<br />

<strong>Napoleón</strong>. , Ciertamente, Gros incorporó a la pintura <strong>los</strong> cambios que <strong>Napoleón</strong><br />

promovió en la esfera de la actividad bélica, pues fue el primero que consiguió<br />

representar sobre la tela grandes movimientos de grupos, por ejemplo columnas de<br />

infantería y escuadrones de caballería. <strong>La</strong>s más grandes escenas de batallas de<br />

Gros, sobre todo Abukir y Eyiau, no sólo son escrupu<strong>los</strong>amente exactas, sino que,<br />

como obras de arte, no fueron superadas en su tipo.<br />

Parte del equipo militar representado por <strong>los</strong> pintores entró en las casas como<br />

temas decorativos: se popularizaron <strong>los</strong> banquil<strong>los</strong> en forma de tambores y <strong>los</strong><br />

cortinajes imitando a tiendas. Los lechos, que durante el reinado de Luis XV habían<br />

sido, por así decirlo, rincones con cortinados, se convirtieron en lugares para<br />

dormir, desapareciendo <strong>los</strong> cuatro postes; a menudo tenían la cabecera y <strong>los</strong> pies<br />

muy sencil<strong>los</strong>, y haciendo juego, una almohada en cada extremo y encima un dosel<br />

de seda liviano.<br />

<strong>La</strong>s sillas y <strong>los</strong> divanes perdieron sus curvas caprichosas; tenían el respaldo<br />

recto, porque en ellas se sentaban soldados de espaldas rectas. <strong>La</strong>s alfombras<br />

exhibían emblemas imperiales; águilas, cornucopias, victorias.

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