La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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De las paredes se colgaban lujosas sedas de Lyon. <strong>La</strong> abundancia de oro<br />
compensaba la severidad de las líneas; no sólo en <strong>los</strong> relojes y <strong>los</strong> vasos, sino en<br />
las alacenas, las cómodas y las sillas. Tres razones justificaban esta práctica. En<br />
primer lugar, el oro o el dorado eran el equivalente decorativo de <strong>los</strong> alamares y las<br />
charreteras de <strong>los</strong> oficiales; segundo, después de un prolongado período de<br />
escasez, el oro abundaba en Francia, y su uso no era mera ostentación; tercero,<br />
<strong>Napoleón</strong> fomentó la decoración lujosa como un modo de ayudar a <strong>los</strong> fabricantes.<br />
Según afirmó, una de las razones que lo indujeron a restablecer la corte fue crear<br />
un mercado para <strong>los</strong> muchos artesanos franceses especializados en la producción<br />
de artícu<strong>los</strong> de lujo. Es hasta cierto punto una paradoja que entre las más bellas<br />
obras maestras del reinado del ahorrativo <strong>Napoleón</strong> se incluyese la lujosa orfebrería<br />
de Auguste, Biennais y Odiot.<br />
A semejanza de muchos hombres cuya mente se orientaba hacia la<br />
matemática, <strong>Napoleón</strong> amaba la música. A menudo cantaba para sí mismo, y<br />
cuando tarareaba «Ah!c'en estfait.je me marie», era el momento de que el<br />
peticionario formulase su solicitud. Solía desentonar, pero según la versión del<br />
violinista Blangini, «ciertamente tenía buen oído».<br />
Su instrumento favorito era la voz humana y su música predilecta la de<br />
Giovanni Paisiello, de quien se ha dicho que es el Correggio de la música. Del aria<br />
«Gia U sol», de Nina, la pastoral de Paisiello, dijo que podría escucharla todas las<br />
noches de su vida.<br />
En general, <strong>Napoleón</strong> presenciaba unas diez representaciones de ópera italiana<br />
todos <strong>los</strong> años, ocho de ópera cómica y sólo dos o tres de ópera francesa. Cierta<br />
vez se quejó a Etienne Méhuí de que la música francesa carecía de gracia y<br />
melodía. Irritado, Méhuí se encerró en su habitación, compuso una ópera de estilo<br />
italiano titulada UIrato y después de presentarla como la obra de un italiano<br />
desconocido, la llevó a escena. <strong>Napoleón</strong> asistió al estreno, gustó de las melodías,<br />
aplaudió y dijo varias veces a Méhuí, que estaba sentado a su lado: «Nada puede<br />
superar a la música italiana.» Se extinguieron las últimas notas, <strong>los</strong> cantantes<br />
hicieron las tres reverencias acostumbradas, y se anunció el nombre del<br />
compositor: Etienne Méhuí. <strong>La</strong> sorpresa de <strong>Napoleón</strong> fue total, pero después dijo a<br />
Méhuí: «No tengo ningún inconveniente en que me engañe de nuevo».<br />
«<strong>La</strong> Opera —dijo <strong>Napoleón</strong>—, es el alma misma de París, así como París es el<br />
alma de Francia.» El propio <strong>Napoleón</strong> contribuyó mucho a elevar su nivel. Estipuló<br />
que debían presentarse anualmente ocho producciones nuevas, y fijó el número de<br />
ensayos de cada una. Debía pagarse mejor a <strong>los</strong> compositores y <strong>los</strong> cantantes, y<br />
para ayudar a cubrir el costo suspendió la práctica de otorgar palcos gratuitos a <strong>los</strong><br />
funcionarios oficiales. Él mismo dio ejemplo pagando por su propio palco veinte mil<br />
francos anuales. Con el propósito de formar una reserva de cantantes, asignó<br />
dieciocho lugares gratuitos a <strong>los</strong> alumnos del Conservatoire, y arregló que un<br />
compositor promisorio se uniese a <strong>los</strong> estudiantes de arte —entre el<strong>los</strong> estaba<br />
Ingres— que estaban becados en Villa Mediéis.<br />
El Imperio fue un período de gran auge de la ópera. Lesueur, hijo de un<br />
campesino normando, presentó en 1804 su obra Ossian ou les Bardes, y tres años<br />
después Le Triomphe de Trajan, obra en la cual trasladó a <strong>los</strong> tiempos romanos el<br />
gesto de clemencia de <strong>Napoleón</strong> cuando perdonó al príncipe Hatzfeld. Otra ópera<br />
importante fue <strong>La</strong> Vestale, de Sponrini; un oficial romano y una virgen Vestal se<br />
enamoran; la virgen se muestra negligente y permite que se apague la llama<br />
sagrada y la condenan a muerte, entonces el oficial se presenta al frente de sus<br />
tropas, se apodera de la virgen y la desposa. <strong>La</strong> Academia de Música desaprobó la<br />
ópera, y <strong>Napoleón</strong> ordenó que se representara sólo porque gustaba mucho a<br />
Josefina. Fue un gran éxito, y durante <strong>los</strong> años siguientes alcanzó las doscientos<br />
representaciones. <strong>Napoleón</strong> sugirió el tema de otra ópera, Femand Cortez, de<br />
Sponrini. Por primera vez llevó a escena a catorce jinetes; un periodista propuso<br />
que se fijara un anuncio sobre la puerta del teatro: «Aquí se representa una ópera<br />
a pie y a caballo».<br />
estuviesen limpios. Cierta vez, mientras comía habas verdes, encontró un haba<br />
filamentosa; durante un momento creyó que estaba masticando pe<strong>los</strong>, y le repugnó<br />
tamo la idea que desde entonces siempre miró con cautela las habas verdes.<br />
<strong>La</strong> cabeza de <strong>Napoleón</strong> era de tamaño mediano; sin embargo parecía grande<br />
porque tenía el cuello corto. Sus pies eran pequeños: veintiséis centímetros de<br />
longitud. También sus manos eran pequeñas y bellamente formadas, con <strong>los</strong> dedos<br />
alargados y las uñas bien dibujadas.<br />
Asimismo, el pene y <strong>los</strong> testícu<strong>los</strong> eran pequeños.<br />
Durante la juventud y la edad madura. <strong>Napoleón</strong> mantuvo una notable aptitud<br />
física. A <strong>los</strong> veinte años, mientras atravesaba las salinas de Ajaccio, había pescado<br />
una fiebre muy grave y casi había muerto.<br />
En 1797, durante la campaña de Italia, padeció de hemorroides, pero las<br />
eliminó después de aplicar tres o cuatro sanguijuelas. En 1801 tuvo un episodio de<br />
intoxicación con alimentos como consecuencia de la falta de ejercicio. El mal cedió<br />
a la fricción con una mezcla de alcohol, aceite de oliva y cebadilla, una planta<br />
mexicana utilizada para expulsar lombrices. En 1803, cuando estaba en Bruselas,<br />
contrajo una tos grave y escupió sangre, pero curó muy pronto el mal con la<br />
aplicación de ventosas. <strong>La</strong> dolencia más mortificante que <strong>Napoleón</strong> padeció fue la<br />
disuria intermitente, una enfermedad de la vejiga que dificulta la micción. En<br />
campaña, su escolta de caballería estaba acostumbrada a verlo inclinado sobre un<br />
árbol, a veces hasta cinco minutos, esperando la salida de la orina.<br />
En general, se consideraba a <strong>Napoleón</strong> un hombre muy apuesto.<br />
Tenía el cutis limpio y la tez pálida. <strong>La</strong> frente era ancha y alta. Los ojos eran<br />
gris azulado, y miraban fijamente. En cambio, la boca era flexible, y expresaba del<br />
modo más claro el estado de ánimo de <strong>Napoleón</strong>: en <strong>los</strong> accesos de cólera apretaba<br />
<strong>los</strong> labios, en la ironía <strong>los</strong> curvaba, y cuando estaba de buen humor <strong>los</strong> suavizaba<br />
con una agradable sonrisa.<br />
El timbre de voz correspondía al registro medio. Aunque había fracasado en el<br />
intento de aprender alemán, y más tarde inglés, dominaba el francés y lo hablaba a<br />
la perfección; su oído para la música lo ayudó a perder completamente el acento<br />
italiano en la época en que abandonó la escuela. Generalmente hablaba con<br />
velocidad moderada, pero cuando estaba excitado lo hacía muy deprisa; de<br />
acuerdo con el embajador papal, «como un torrente».<br />
Veamos de qué modo <strong>Napoleón</strong>, mientras revistaba las tropas frente a las<br />
Tullerías el 5 de mayo de 1802, impresionó a una inglesa sagaz, Fanny Burney. Su<br />
rostro «exhibe unas características impresionantes:<br />
pálido casi hasta ser cetrino, mientras no sólo en <strong>los</strong> ojos, sino en todos <strong>los</strong><br />
rasgos, la inquietud, el pensamiento, la melancolía y la meditación se manifiestan<br />
intensamente, con tanto carácter, más aún, genio, y una seriedad tan profunda, o<br />
quizá sea mejor decir tristeza, que afecta enérgicamente el espíritu del<br />
observador». Fanny Burney había esperado ver a un general victorioso que se<br />
pavoneara, pero descubrió, según dice, que tenía «mucho más el aire de un<br />
estudiante que de un guerrero». A juicio de Mary Berry, que también vio a<br />
<strong>Napoleón</strong> en 1802, pero estuvo más cerca de él, la «boca, cuando habla... exhibe<br />
una notable y desusada expresión de dulzura. Sus ojos son de color gris claro y<br />
mira francamente a la persona con quien habla. Para mí, eso siempre es una buena<br />
señal».<br />
<strong>Napoleón</strong> vivía en la antigua suite de ocho habitaciones que había pertenecido a<br />
Luis XVI en el primer piso de las Tullerías, y estaba atendido por criados que<br />
vestían una librea celeste adornada con encaje plateado. Por la noche iba a las<br />
habitaciones de Josefina en la planta baja, el lugar que ella había decorado<br />
elegantemente de acuerdo con el estilo más reciente. Él y Josefina dormían en una<br />
cama doble de caoba, profusamente adornada con oro, en un rincón protegido por<br />
cortinas, en el dormitorio celeste de Josefina.<br />
El día para <strong>Napoleón</strong> comenzaba entre las seis y las siete, cuando lo despertaba<br />
Constant, el valet belga. A <strong>Napoleón</strong> le agradaba levantarse temprano, y a menudo<br />
observaba que al alba el cerebro trabaja mejor.