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CAPÍTULO DOCE El primer cónsul Cuando se convirtió en primer cónsul Napoleón comenzó a ser bien conocido. Hasta ese momento había sido una figura bidimensional —algunos franceses escribían su nombre de pila «Léopon» y otros «Néopole»—, pero gracias a los partes de noticias y a las publicaciones, la gente común y corriente llegó a familiarizarse con todos los detalles de su apariencia y su atuendo, con su vida privada y sus métodos de trabajo. Napoleón medía un metro sesenta y seis centímetros; más o menos la estatura media de un francés de su tiempo. En su juventud había sido delgado, pero cuando se convirtió en primer cónsul comenzó a engordar. El rasgo más distintivo de su cuerpo era el pecho ancho, que encerraba pulmones de capacidad excepcional. Como hemos visto, esta particularidad física le infundía tremenda energía, una energía que se expresaba en la vida cotidiana a través de dos características: Napoleón casi siempre estaba de pie o caminando, rara vez sentado, y poseía una capacidad verbal desusada. En su juventud a menudo se había mantenido en silencio, pero como primer cónsul llegó a ser un hombre locuaz. Napoleón tenía la espalda ancha y los miembros bien formados, pero no eran miembros especialmente musculosos. Por ejemplo, sus muslos carecían de fuerza. Montaba su caballo como un saco de patatas, y tenía que inclinarse bastante hacia adelante para mantener el equilibrio; durante las partidas de caza a menudo el animal lo despedía. Poseía un físico enérgico pero no poderoso, nada comparable con los de Augereau, Massena o Kléber. Carecía de proporciones, de peso y musculatura; y en su condición de soldado, en un arma distinta de la artillería, Napoleón probablemente no habría conseguido destacarse. Napoleón solía afirmar que su latido cardíaco era menos audible y acentuado que el de la mayoría de los hombres, pero sus médicos no pudieron encontrar pruebas en ese sentido. Su pulso oscilaba entre las cincuenta y cuatro y las sesenta pulsaciones por minuto. De modo que el ritmo del metabolismo al parecer coincidía con el promedio. Ninguna peculiaridad física puede explicar la velocidad con la cual su mente trabajaba. Este cuerpo que irradiaba energía mostraba una sorprendente sensibilidad. La piel blanca y muy fina era muy sensible ante el frío, e incluso con un tiempo que para otros era benigno a Napoleón le agradaba tener un buen fuego de leña. Ciertamente, un fuego abierto era uno de sus placeres. Napoleón padecía una miopía muy leve, pero sus ojos grandes se mostraban excepcionalmente atentos, y captaban de una mirada el detalle más pequeño. Su sentido del olfato también estaba sumamente desarrollado. Napoleón detestaba los olores penetrantes; en su caso era una tortura encontrarse en una habitación recién pintada, u oler un desagüe aunque estuviese lejos. Insistía en que sus habitaciones oliesen a limpio, y de vez en cuando ordenaba quemar en ellas madera de áloe. Su sentido del gusto era menos agudo. A menudo comía sin advertir lo que tenía sobre el plato, y a menos que Josefina agregase el azúcar, podía beber sin endulzar el café que le servía después de la comida. Sin embargo insistía mucho en que sus alimentos Napoleón hizo mucho personalmente por los músicos. El poderoso Conservatorio había arruinado y llevado a la desesperación a Lesueur cuando Napoleón lo salvó, le dio un lugar donde vivir, encontró un escenario para sus óperas y le encargó misas para su capilla. Napoleón otorgó la Corona de Hierro a su cantante favorito, Girolamo Crescenti. Como generalmente se reservaba la Corona para los actos de coraje en el campo de batalla, los críticos comenzaron a murmurar, hasta que fueron silenciados por el comentario ingenioso de Giuseppina Grassini: «Crescenti ha sido herido»; en efecto, era un cástralo. Napoleón también apreciaba a Garat, que podía cantar con voz de bajo, barítono, tenor o soprano. Garat, un hombre adiposo y afectado, generalmente adornado con enormes corbatas y chalecos bordados, consideraba una cuestión de honor llegar siempre tarde. Esta costumbre movió a Cherubini a llegar dos horas tarde al funeral de Garat, y a observar: «Conozco a Garat; cuando dice mediodía, se refiere a las dos». Los generales romanos, los conquistadores, los jefes celtas armados hasta los dientes, irrumpieron en el escenario del Imperio. Pero si la ópera llegó a parecerse a la batalla, ésta debió no poco a la ópera. Es notable el hecho de que cuando las tropas francesas marchaban contra el enemigo, lo hacían al son de la música operística. «Veillons au salutde 1'Empire», que bajo el Imperio reemplazó, a la Marsellesa, provenía de una ópera de Dalayrac. Otro fragmento preferido por los soldados «Oú peut-on etre mieux quau sein de safamille?» provenía del famoso dúo de Lucile, de Grétry, y por su parte «La victoire est a nous» es un fragmento de La Caravane du Caire, del mismo compositor. Estas melodías y otras semejantes eran ejecutadas por las bandas militares durante la batalla. Aunque por supuesto es imposible una comparación objetiva, la mayoría de las personas probablemente coincidirá en la opinión de que la música militar francesa era mucho más emocionante que la de otro ejército cualquiera de su tiempo, de modo que no es exagerado afirmar que un reducido número de melodías pegadizas y emotivas, ejecutadas con pífanos y tambores, ayudaron a Napoleón a alcanzar sus victorias. El propio Napoleón tenía conciencia de la importancia de estas piezas. El 29 de noviembre de 1803 escribió a su ministro del Interior: «Quiero que usted ordene componer una canción, con la melodía del Chant du départ, para la invasión a Inglaterra. Mientras está en eso. ordene componer una serie de canciones referidas al mismo tema, pero con diferentes melodías». Si a Napoleón le agradaba una canción pegadiza, también lo complacía un libro sugestivo. Su lectura favorita era la historia narrada, «la historia es para los hombres», y su biblioteca portátil revestida de caoba incluía libros de historia acerca de casi todos los países y casi todas las épocas. En 1806 estaba leyendo a Gregorio de Tours y a otros cronistas del último período del Imperio Romano; en 1812, en Moscú, la Historia de Carlos XII, de Voltaire. Cuando conocía a un historiador, Napoleón le preguntaba cuál era la época más feliz de la historia; el escritor suizo de tendencia liberal Johannes von Müller respondió que los Antoninos; Wieland opinó que no existía una época más feliz que las restantes: la historia se desarrollaba en círculos, y Napoleón aprobó esa respuesta. A Napoleón le entusiasmaba la litada y creía que la Odisea era una obra muy inferior. Antes de partir para Egipto escuchó a su amigo Arnault cuando éste leyó la escena en que Odiseo regresa y descubre a los pretendientes de Penélope que viven a expensas de su reino. «Rateros, infames... ésos no son reyes», exclamó enojado Napoleón, y tomó una traducción francesa, encuadernada en cuero de becerro, de la versión libre de Ossian realizada por Macpherson, y comenzó a declamar lo que él consideraba auténtica poesía heroica. El relato favorito de Napoleón en Ossian era Darthula. La acción se desarrolla en Irlanda, donde tres hermanos libran una guerra sin esperanza contra el usurpador Cairbar. Nathos, uno de los hermanos, se enamora de Darthula, y hacia el final los tres hermanos y Darthula mueren. «Ella cayó sobre el exánime Nathos, como una

De las paredes se colgaban lujosas sedas de Lyon. La abundancia de oro compensaba la severidad de las líneas; no sólo en los relojes y los vasos, sino en las alacenas, las cómodas y las sillas. Tres razones justificaban esta práctica. En primer lugar, el oro o el dorado eran el equivalente decorativo de los alamares y las charreteras de los oficiales; segundo, después de un prolongado período de escasez, el oro abundaba en Francia, y su uso no era mera ostentación; tercero, Napoleón fomentó la decoración lujosa como un modo de ayudar a los fabricantes. Según afirmó, una de las razones que lo indujeron a restablecer la corte fue crear un mercado para los muchos artesanos franceses especializados en la producción de artículos de lujo. Es hasta cierto punto una paradoja que entre las más bellas obras maestras del reinado del ahorrativo Napoleón se incluyese la lujosa orfebrería de Auguste, Biennais y Odiot. A semejanza de muchos hombres cuya mente se orientaba hacia la matemática, Napoleón amaba la música. A menudo cantaba para sí mismo, y cuando tarareaba «Ah!c'en estfait.je me marie», era el momento de que el peticionario formulase su solicitud. Solía desentonar, pero según la versión del violinista Blangini, «ciertamente tenía buen oído». Su instrumento favorito era la voz humana y su música predilecta la de Giovanni Paisiello, de quien se ha dicho que es el Correggio de la música. Del aria «Gia U sol», de Nina, la pastoral de Paisiello, dijo que podría escucharla todas las noches de su vida. En general, Napoleón presenciaba unas diez representaciones de ópera italiana todos los años, ocho de ópera cómica y sólo dos o tres de ópera francesa. Cierta vez se quejó a Etienne Méhuí de que la música francesa carecía de gracia y melodía. Irritado, Méhuí se encerró en su habitación, compuso una ópera de estilo italiano titulada UIrato y después de presentarla como la obra de un italiano desconocido, la llevó a escena. Napoleón asistió al estreno, gustó de las melodías, aplaudió y dijo varias veces a Méhuí, que estaba sentado a su lado: «Nada puede superar a la música italiana.» Se extinguieron las últimas notas, los cantantes hicieron las tres reverencias acostumbradas, y se anunció el nombre del compositor: Etienne Méhuí. La sorpresa de Napoleón fue total, pero después dijo a Méhuí: «No tengo ningún inconveniente en que me engañe de nuevo». «La Opera —dijo Napoleón—, es el alma misma de París, así como París es el alma de Francia.» El propio Napoleón contribuyó mucho a elevar su nivel. Estipuló que debían presentarse anualmente ocho producciones nuevas, y fijó el número de ensayos de cada una. Debía pagarse mejor a los compositores y los cantantes, y para ayudar a cubrir el costo suspendió la práctica de otorgar palcos gratuitos a los funcionarios oficiales. Él mismo dio ejemplo pagando por su propio palco veinte mil francos anuales. Con el propósito de formar una reserva de cantantes, asignó dieciocho lugares gratuitos a los alumnos del Conservatoire, y arregló que un compositor promisorio se uniese a los estudiantes de arte —entre ellos estaba Ingres— que estaban becados en Villa Mediéis. El Imperio fue un período de gran auge de la ópera. Lesueur, hijo de un campesino normando, presentó en 1804 su obra Ossian ou les Bardes, y tres años después Le Triomphe de Trajan, obra en la cual trasladó a los tiempos romanos el gesto de clemencia de Napoleón cuando perdonó al príncipe Hatzfeld. Otra ópera importante fue La Vestale, de Sponrini; un oficial romano y una virgen Vestal se enamoran; la virgen se muestra negligente y permite que se apague la llama sagrada y la condenan a muerte, entonces el oficial se presenta al frente de sus tropas, se apodera de la virgen y la desposa. La Academia de Música desaprobó la ópera, y Napoleón ordenó que se representara sólo porque gustaba mucho a Josefina. Fue un gran éxito, y durante los años siguientes alcanzó las doscientos representaciones. Napoleón sugirió el tema de otra ópera, Femand Cortez, de Sponrini. Por primera vez llevó a escena a catorce jinetes; un periodista propuso que se fijara un anuncio sobre la puerta del teatro: «Aquí se representa una ópera a pie y a caballo». estuviesen limpios. Cierta vez, mientras comía habas verdes, encontró un haba filamentosa; durante un momento creyó que estaba masticando pelos, y le repugnó tamo la idea que desde entonces siempre miró con cautela las habas verdes. La cabeza de Napoleón era de tamaño mediano; sin embargo parecía grande porque tenía el cuello corto. Sus pies eran pequeños: veintiséis centímetros de longitud. También sus manos eran pequeñas y bellamente formadas, con los dedos alargados y las uñas bien dibujadas. Asimismo, el pene y los testículos eran pequeños. Durante la juventud y la edad madura. Napoleón mantuvo una notable aptitud física. A los veinte años, mientras atravesaba las salinas de Ajaccio, había pescado una fiebre muy grave y casi había muerto. En 1797, durante la campaña de Italia, padeció de hemorroides, pero las eliminó después de aplicar tres o cuatro sanguijuelas. En 1801 tuvo un episodio de intoxicación con alimentos como consecuencia de la falta de ejercicio. El mal cedió a la fricción con una mezcla de alcohol, aceite de oliva y cebadilla, una planta mexicana utilizada para expulsar lombrices. En 1803, cuando estaba en Bruselas, contrajo una tos grave y escupió sangre, pero curó muy pronto el mal con la aplicación de ventosas. La dolencia más mortificante que Napoleón padeció fue la disuria intermitente, una enfermedad de la vejiga que dificulta la micción. En campaña, su escolta de caballería estaba acostumbrada a verlo inclinado sobre un árbol, a veces hasta cinco minutos, esperando la salida de la orina. En general, se consideraba a Napoleón un hombre muy apuesto. Tenía el cutis limpio y la tez pálida. La frente era ancha y alta. Los ojos eran gris azulado, y miraban fijamente. En cambio, la boca era flexible, y expresaba del modo más claro el estado de ánimo de Napoleón: en los accesos de cólera apretaba los labios, en la ironía los curvaba, y cuando estaba de buen humor los suavizaba con una agradable sonrisa. El timbre de voz correspondía al registro medio. Aunque había fracasado en el intento de aprender alemán, y más tarde inglés, dominaba el francés y lo hablaba a la perfección; su oído para la música lo ayudó a perder completamente el acento italiano en la época en que abandonó la escuela. Generalmente hablaba con velocidad moderada, pero cuando estaba excitado lo hacía muy deprisa; de acuerdo con el embajador papal, «como un torrente». Veamos de qué modo Napoleón, mientras revistaba las tropas frente a las Tullerías el 5 de mayo de 1802, impresionó a una inglesa sagaz, Fanny Burney. Su rostro «exhibe unas características impresionantes: pálido casi hasta ser cetrino, mientras no sólo en los ojos, sino en todos los rasgos, la inquietud, el pensamiento, la melancolía y la meditación se manifiestan intensamente, con tanto carácter, más aún, genio, y una seriedad tan profunda, o quizá sea mejor decir tristeza, que afecta enérgicamente el espíritu del observador». Fanny Burney había esperado ver a un general victorioso que se pavoneara, pero descubrió, según dice, que tenía «mucho más el aire de un estudiante que de un guerrero». A juicio de Mary Berry, que también vio a Napoleón en 1802, pero estuvo más cerca de él, la «boca, cuando habla... exhibe una notable y desusada expresión de dulzura. Sus ojos son de color gris claro y mira francamente a la persona con quien habla. Para mí, eso siempre es una buena señal». Napoleón vivía en la antigua suite de ocho habitaciones que había pertenecido a Luis XVI en el primer piso de las Tullerías, y estaba atendido por criados que vestían una librea celeste adornada con encaje plateado. Por la noche iba a las habitaciones de Josefina en la planta baja, el lugar que ella había decorado elegantemente de acuerdo con el estilo más reciente. Él y Josefina dormían en una cama doble de caoba, profusamente adornada con oro, en un rincón protegido por cortinas, en el dormitorio celeste de Josefina. El día para Napoleón comenzaba entre las seis y las siete, cuando lo despertaba Constant, el valet belga. A Napoleón le agradaba levantarse temprano, y a menudo observaba que al alba el cerebro trabaja mejor.

CAPÍTULO DOCE<br />

El primer cónsul<br />

Cuando se convirtió en primer cónsul <strong>Napoleón</strong> comenzó a ser bien conocido.<br />

Hasta ese momento había sido una figura bidimensional —algunos franceses<br />

escribían su nombre de pila «Léopon» y otros «Néopole»—, pero gracias a <strong>los</strong><br />

partes de noticias y a las publicaciones, la gente común y corriente llegó a<br />

familiarizarse con todos <strong>los</strong> detalles de su apariencia y su atuendo, con su vida<br />

privada y sus métodos de trabajo.<br />

<strong>Napoleón</strong> medía un metro sesenta y seis centímetros; más o menos la estatura<br />

media de un francés de su tiempo. En su juventud había sido delgado, pero cuando<br />

se convirtió en primer cónsul comenzó a engordar. El rasgo más distintivo de su<br />

cuerpo era el pecho ancho, que encerraba pulmones de capacidad excepcional.<br />

Como hemos visto, esta particularidad física le infundía tremenda energía, una<br />

energía que se expresaba en la vida cotidiana a través de dos características:<br />

<strong>Napoleón</strong> casi siempre estaba de pie o caminando, rara vez sentado, y poseía<br />

una capacidad verbal desusada. En su juventud a menudo se había mantenido en<br />

silencio, pero como primer cónsul llegó a ser un hombre locuaz.<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía la espalda ancha y <strong>los</strong> miembros bien formados, pero no eran<br />

miembros especialmente muscu<strong>los</strong>os. Por ejemplo, sus mus<strong>los</strong> carecían de fuerza.<br />

Montaba su caballo como un saco de patatas, y tenía que inclinarse bastante hacia<br />

adelante para mantener el equilibrio; durante las partidas de caza a menudo el<br />

animal lo despedía.<br />

Poseía un físico enérgico pero no poderoso, nada comparable con <strong>los</strong> de<br />

Augereau, Massena o Kléber. Carecía de proporciones, de peso y musculatura; y en<br />

su condición de soldado, en un arma distinta de la artillería, <strong>Napoleón</strong><br />

probablemente no habría conseguido destacarse.<br />

<strong>Napoleón</strong> solía afirmar que su latido cardíaco era menos audible y acentuado<br />

que el de la mayoría de <strong>los</strong> hombres, pero sus médicos no pudieron encontrar<br />

pruebas en ese sentido. Su pulso oscilaba entre las cincuenta y cuatro y las sesenta<br />

pulsaciones por minuto. De modo que el ritmo del metabolismo al parecer coincidía<br />

con el promedio.<br />

Ninguna peculiaridad física puede explicar la velocidad con la cual su mente<br />

trabajaba.<br />

Este cuerpo que irradiaba energía mostraba una sorprendente sensibilidad. <strong>La</strong><br />

piel blanca y muy fina era muy sensible ante el frío, e incluso con un tiempo que<br />

para otros era benigno a <strong>Napoleón</strong> le agradaba tener un buen fuego de leña.<br />

Ciertamente, un fuego abierto era uno de sus placeres. <strong>Napoleón</strong> padecía una<br />

miopía muy leve, pero sus ojos grandes se mostraban excepcionalmente atentos, y<br />

captaban de una mirada el detalle más pequeño. Su sentido del olfato también<br />

estaba sumamente desarrollado. <strong>Napoleón</strong> detestaba <strong>los</strong> olores penetrantes; en su<br />

caso era una tortura encontrarse en una habitación recién pintada, u oler un<br />

desagüe aunque estuviese lejos. Insistía en que sus habitaciones oliesen a limpio, y<br />

de vez en cuando ordenaba quemar en ellas madera de áloe. Su sentido del gusto<br />

era menos agudo. A menudo comía sin advertir lo que tenía sobre el plato, y a<br />

menos que Josefina agregase el azúcar, podía beber sin endulzar el café que le<br />

servía después de la comida. Sin embargo insistía mucho en que sus alimentos<br />

<strong>Napoleón</strong> hizo mucho personalmente por <strong>los</strong> músicos. El poderoso<br />

Conservatorio había arruinado y llevado a la desesperación a Lesueur cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> lo salvó, le dio un lugar donde vivir, encontró un escenario para sus<br />

óperas y le encargó misas para su capilla. <strong>Napoleón</strong> otorgó la Corona de Hierro a su<br />

cantante favorito, Girolamo Crescenti.<br />

Como generalmente se reservaba la Corona para <strong>los</strong> actos de coraje en el<br />

campo de batalla, <strong>los</strong> críticos comenzaron a murmurar, hasta que fueron<br />

silenciados por el comentario ingenioso de Giuseppina Grassini:<br />

«Crescenti ha sido herido»; en efecto, era un cástralo. <strong>Napoleón</strong> también<br />

apreciaba a Garat, que podía cantar con voz de bajo, barítono, tenor o soprano.<br />

Garat, un hombre adiposo y afectado, generalmente adornado con enormes<br />

corbatas y chalecos bordados, consideraba una cuestión de honor llegar siempre<br />

tarde. Esta costumbre movió a Cherubini a llegar dos horas tarde al funeral de<br />

Garat, y a observar: <strong>«Conozco</strong> a Garat; cuando dice mediodía, se refiere a las<br />

dos».<br />

Los generales romanos, <strong>los</strong> conquistadores, <strong>los</strong> jefes celtas armados hasta <strong>los</strong><br />

dientes, irrumpieron en el escenario del Imperio. Pero si la ópera llegó a parecerse<br />

a la batalla, ésta debió no poco a la ópera. Es notable el hecho de que cuando las<br />

tropas francesas marchaban contra el enemigo, lo hacían al son de la música<br />

operística. «Veillons au salutde 1'Empire», que bajo el Imperio reemplazó, a la<br />

Marsellesa, provenía de una ópera de Dalayrac. Otro fragmento preferido por <strong>los</strong><br />

soldados «Oú peut-on etre mieux quau sein de safamille?» provenía del famoso<br />

dúo de Lucile, de Grétry, y por su parte «<strong>La</strong> victoire est a nous» es un fragmento<br />

de <strong>La</strong> Caravane du Caire, del mismo compositor. Estas melodías y otras semejantes<br />

eran ejecutadas por las bandas militares durante la batalla.<br />

Aunque por supuesto es imposible una comparación objetiva, la mayoría de las<br />

personas probablemente coincidirá en la opinión de que la música militar francesa<br />

era mucho más emocionante que la de otro ejército cualquiera de su tiempo, de<br />

modo que no es exagerado afirmar que un reducido número de melodías pegadizas<br />

y emotivas, ejecutadas con pífanos y tambores, ayudaron a <strong>Napoleón</strong> a alcanzar<br />

sus victorias.<br />

El propio <strong>Napoleón</strong> tenía conciencia de la importancia de estas piezas. El 29 de<br />

noviembre de 1803 escribió a su ministro del Interior: «Quiero que usted ordene<br />

componer una canción, con la melodía del Chant du départ, para la invasión a<br />

Inglaterra. Mientras está en eso. ordene componer una serie de canciones referidas<br />

al mismo tema, pero con diferentes melodías».<br />

Si a <strong>Napoleón</strong> le agradaba una canción pegadiza, también lo complacía un libro<br />

sugestivo. Su lectura favorita era la historia narrada, «la historia es para <strong>los</strong><br />

hombres», y su biblioteca portátil revestida de caoba incluía libros de historia<br />

acerca de casi todos <strong>los</strong> países y casi todas las épocas. En 1806 estaba leyendo a<br />

Gregorio de Tours y a otros cronistas del último período del Imperio Romano; en<br />

1812, en Moscú, la Historia de Car<strong>los</strong> XII, de Voltaire. Cuando conocía a un<br />

historiador, <strong>Napoleón</strong> le preguntaba cuál era la época más feliz de la historia; el<br />

escritor suizo de tendencia liberal Johannes von Müller respondió que <strong>los</strong><br />

Antoninos; Wieland opinó que no existía una época más feliz que las restantes: la<br />

historia se desarrollaba en círcu<strong>los</strong>, y <strong>Napoleón</strong> aprobó esa respuesta.<br />

A <strong>Napoleón</strong> le entusiasmaba la litada y creía que la Odisea era una obra muy<br />

inferior. Antes de partir para Egipto escuchó a su amigo Arnault cuando éste leyó la<br />

escena en que Odiseo regresa y descubre a <strong>los</strong> pretendientes de Penélope que<br />

viven a expensas de su reino. «Rateros, infames... ésos no son reyes», exclamó<br />

enojado <strong>Napoleón</strong>, y tomó una traducción francesa, encuadernada en cuero de<br />

becerro, de la versión libre de Ossian realizada por Macpherson, y comenzó a<br />

declamar lo que él consideraba auténtica poesía heroica. El relato favorito de<br />

<strong>Napoleón</strong> en Ossian era Darthula. <strong>La</strong> acción se desarrolla en Irlanda, donde tres<br />

hermanos libran una guerra sin esperanza contra el usurpador Cairbar.<br />

Nathos, uno de <strong>los</strong> hermanos, se enamora de Darthula, y hacia el final <strong>los</strong> tres<br />

hermanos y Darthula mueren. «Ella cayó sobre el exánime Nathos, como una

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