La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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corona de nieve. Los cabel<strong>los</strong> de Darthula se extienden sobre la cara de Nathos.<br />
¡Se mezcla la sangre de ambos!».<br />
Hacia el final de la veintena, <strong>Napoleón</strong> gustaba mucho de Ossian, y a su<br />
regreso de Egipto dio a su hijastro el nombre de Osear —el hijo de Ossian—. Pero<br />
<strong>los</strong> poemas eran demasiado sencil<strong>los</strong> para mantener por mucho tiempo su interés.<br />
Tendió a inclinarse más hacia las novelas, y sobre todo a las que asignaban un<br />
papel importante al amor. Después de la historia, las novelas eran su lectura<br />
favorita. No le interesaban las novelas de estilo inglés, en las que se recompensa la<br />
virtud y se castiga el vicio; lo que le agradaba era el final trágico, como en Comte<br />
de Comminges, de madame de Tencin, una obra en la cual mueren tanto el héroe<br />
como la heroína. Rechazaba el suicidio como final. En <strong>La</strong>s penas del joven Werther<br />
le pareció artificioso que Werther se quitara la vida a causa de la frustración de su<br />
ambición y su amor. «No concuerda con la naturaleza —dijo a Goethe—. El lector<br />
se ha formado la idea de que Werther siente un amor ilimitado por Charlotte, y el<br />
suicidio debilita esta imagen».<br />
<strong>Napoleón</strong> poseía un franco y saludable sentido del humor. No lo demostraba<br />
con frecuencia porque Francia y la época no estaban bien dispuestas en ese<br />
sentido, pero ese rasgo de todos modos existía, y que era así puede inferirse del<br />
libro humorístico que le complacía más: El poema heroico cómico Vert-Vert, de<br />
Louis Gresset. Vert- Vertes un loro que vive en un convento. Se sabe de memoria<br />
solamente palabras santas, muchos cánticos y el Ave Jesús. <strong>La</strong>s monjas lo miman,<br />
y <strong>los</strong> visitantes vienen desde lejos para admirarlo. Un convento de monjas les<br />
ruega que se les permita tenerlo durante una quincena, y lo envían río abajo por el<br />
Loira en una embarcación en la que <strong>los</strong> novios se hacen arrumacos, <strong>los</strong> soldados<br />
hablan de violaciones, saqueos y sangre; cuando llega a destino Vert-Vertjura y<br />
maldice como la soldadesca. «Con silbidos desdeñosos, batiendo las alitas,<br />
¡maldición, gritaba, estas monjas son tontas!» <strong>La</strong>s monjas huyen persignándose y<br />
lo devuelven a toda prisa. Encierran a Vert-Vert, que se reforma y finalmente<br />
muere a causa de un exceso de go<strong>los</strong>inas.<br />
Este poema es propio de mediados del siglo XVIII, y muestra un toque muy<br />
ligero. Puede parecer sorprendente que <strong>Napoleón</strong>, que encargaba fuentes<br />
elefanriásicas apreciara un toque tan ligero; pero así era. Lo apreciaba también en<br />
Josefina, cuyo humor era asimismo de este tipo. Cierto día ella se paseaba por el<br />
parque de Malmaison con un príncipe extranjero, un hombre de carácter muy<br />
grave. Creía que todo lo que veía había sido construido especialmente —tal era<br />
entonces la moda— para mejorar el paisaje. Después de preguntar acerca de las<br />
grutas y las reproducciones de temp<strong>los</strong>, directo como siempre, el visitante señaló a<br />
lo lejos el acueducto de Marly, construido con un gran coste económico para llevar<br />
agua a las fuentes de Versalles. «¿Eso? —dijo Josefina—. Sólo es una minucia que<br />
Luis XIV organizó para mí».<br />
Entre todas las artes. <strong>Napoleón</strong> prefería el drama trágico. Sabemos que lo<br />
complacía porque exaltaba el honor y el coraje. Presenció 377 representaciones<br />
trágicas, es decir un número más elevado que las representaciones de ópera<br />
italiana, y conocía de memoria muchas escenas.<br />
Después de Marengo, donde la derrota se convirtió en victoria gracias a una<br />
carga de Desaix, <strong>Napoleón</strong> le recitó a un ayudante varios versos de <strong>La</strong> Mort de<br />
César, de Voltaire:<br />
J'ai serví, commandé, vaincu quarante années,.<br />
Du monde entre mes mainsfai vu les destíneos,.<br />
Etj'ai toujours connu quen tout événement.<br />
Le destín des états dépendait d'un moment.<br />
(He servido, mandado y vencido cuarenta años;.<br />
Encerré entre mis manos <strong>los</strong> destinos del mundo,.<br />
Y supe siempre que en todo acontecer.<br />
El destino de <strong>los</strong> estados dependía de un instante).<br />
gorro rojo sobre la cabeza de Luis XVI. Quizás imaginó esa escena cuando dijo a<br />
Josefina: «Ven, criollita, duerme en la cama de tus amos».<br />
<strong>La</strong>s Tullerías, casi vacías, tenían muchos recuerdos reales. Uno de <strong>los</strong> primeros<br />
actos de <strong>Napoleón</strong> fue exorcizar<strong>los</strong>, y con su vigoroso sentido de la historia,<br />
asignarse él mismo, por así decirlo, una línea de antepasados. Pidió a Lucien que<br />
instalase en la Gran Galería estatuas de Démostenos, Alejandro, Aníbal, Escipión,<br />
Bruto, Cicerón, Catón, César, Gustavo Adolfo, Turena, el gran Conde, Duguay-<br />
Trouin, Mariborough, el príncipe Eugéne, el mariscal de Sajonia, Washington,<br />
Federico el Grande, Mirabeau, Dugommier, Dampierre, Marceauyjoubert.<br />
Cierta vez, el teniente segundo Bonaparte había expresado en un ensayo la<br />
esperanza de que pudiera decir en su lecho de muerte: «He asegurado la felicidad<br />
de cien familias; he llevado una vida dura, pero el Estado la aprovechará.» Ahora,<br />
con las estatuas de sus héroes cerca, a la edad de treinta años y seis meses,<br />
<strong>Napoleón</strong> al fin estaba en condiciones de comenzar a trabajar en pos de esa meta.