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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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sugirió el nombre de Charles Francois Lebrun, un normando de sesenta años que<br />

había servido en el Ministerio de Finanzas de Luis XV y luego se había retirado,<br />

bastante joven, para traducir a Hornero y aTasso. <strong>Napoleón</strong> preguntó a Roederer<br />

acerca de Lebrun.<br />

—¿Sabe colaborar? —preguntó <strong>Napoleón</strong>.<br />

—Sí, lo hace muy bien —contestó Roederer.<br />

—Envíeme sus escritos —dijo <strong>Napoleón</strong>.<br />

—¿Se refiere a sus discursos en la Asamblea? —inquirió Roederer.<br />

—No, a sus libros.<br />

—¿Qué importancia pueden tener esas obras para el cargo de cónsul? —se<br />

extrañó Roederer —Deseo examinar las dedicatorias —dijo crípticamente <strong>Napoleón</strong>.<br />

Según se comprobó, ninguno de <strong>los</strong> libros de Lebrun tenía dedicatoria, pero sí<br />

exhibían un estilo claro y conciso. <strong>Napoleón</strong> se formó buena opinión del estilo y dio<br />

el cargo a Lebrun.<br />

A semejanza de Cambacérés, Lebrun era un hombre alto y corpulento —es<br />

decir, <strong>los</strong> dos colegas eran considerablemente más altos que <strong>Napoleón</strong>—, pero<br />

tenía facciones vulgares y costumbres sobrias; usaba una sencilla peluca de las<br />

llamadas «alas de paloma», y <strong>Napoleón</strong> descubriría que era un auténtico mago de<br />

las finanzas. Solía visitar a Lebrun entrada la noche, después de las horas de<br />

trabajo, se sentaba en la cama del dueño de la casa —Lebrun era viudo— y<br />

aprendía <strong>los</strong> misterios de las tasas bancarias, las notas de descuento y la deuda<br />

pública.<br />

<strong>La</strong> nueva Constitución fue publicada el 24 de diciembre de 1799.<br />

Como correspondía, se imprimió en un tipo nuevo y especial, muy claro y muy<br />

discreto, basado exclusivamente en líneas rectas y círcu<strong>los</strong>, creación del gran<br />

tipógrafo Francois Didot. Ahora correspondía al electorado francés juzgar el<br />

documento. <strong>La</strong> gente estaba cansada del mal gobierno; deseaba alguien que<br />

gobernase, y sabían que <strong>Napoleón</strong> era eficiente. Algunos miembros de <strong>los</strong><br />

Quinientos habían gritado «¡Dictador!», pero en Roma un dictador había dictado y<br />

aplicado la ley; más aún, no había sido elegido por el pueblo. Por consiguiente, de<br />

ningún modo podía afirmarse que el primer cónsul era un dictador.<br />

Por el contrario, si la democracia es un sistema bajo el cual el pueblo entero<br />

confía el gobierno a <strong>los</strong> magistrados que él mismo eligió por un período limitado, de<br />

acuerdo con la nueva Constitución, Francia estaba entrando en una etapa<br />

democrática. De todos modos, el pueblo francés aprobó lo que leyó. Con menos<br />

abstención que en plebiscitos precedentes, votaron abrumadoramente en favor de<br />

la nueva Constitución, con <strong>Napoleón</strong>, Cambacérés y Lebrun en <strong>los</strong> cargos de<br />

cónsules, 3.011.007 de electores; mil quinientos sesenta y dos votos fueron en<br />

contra.<br />

Desde noviembre de 1799 hasta febrero de 1800, mientras se contaron <strong>los</strong><br />

votos. <strong>Napoleón</strong> fue sólo cónsul provisional. Vivía en el Luxemburgo, y se<br />

contentaba con realizar tareas de rutina. Envió cirujanos, médicos, armas y una<br />

compañía de actores a sus camaradas que estaban en Egipto; cuando George<br />

Washington murió, ordenó que el ejército guardase luto durante diez días, y<br />

pronunció un discurso exaltando al hombre que había «afirmado sobre una base<br />

segura la libertad de su país». También resolvió el problema del atuendo que <strong>los</strong><br />

cónsules debían usar en las ceremonias oficiales. Algunos sugirieron un uniforme<br />

de terciopelo blanco, botas de media caña de cuero rojo, que había sido popular en<br />

la corte de Luis XVI, con el gorro rojo revolucionario. «Ni gorro rojo ni botas rojas<br />

de media caña», dijo <strong>Napoleón</strong>. En cambio, eligió un uniforme de doble solapa<br />

bordado con alamares de oro, de terciopelo azul para sus colegas, de terciopelo<br />

rojo para él mismo.<br />

Cuando se anunciaron <strong>los</strong> resultados del plebiscito, <strong>Napoleón</strong> se trasladó, el 17<br />

de febrero de 1800, a las Tullerías, donde él y sus colegas tenían departamentos.<br />

Había comenzado un nuevo siglo, y para Francia una nueva época. Ocho años<br />

antes <strong>Napoleón</strong> había visto a la turba que irrumpía en ese mismo palacio y ponía el<br />

Después de la batalla de Bailen, que fue su primera derrota, <strong>Napoleón</strong> habló<br />

ante su Consejo de Estado, con lágrimas en <strong>los</strong> ojos, acerca de <strong>los</strong> recursos que el<br />

general Dupont debió haber encontrado en la desesperación misma de su situación.<br />

«El viejo Horacio en Horace, de Corneille, tenía razón. Después de decir "Que él<br />

muriera", agregó "O que una terrible desesperación lo abrumase." Los críticos<br />

carecen de psicología cuando censuran a Corneille porque debilita gratuitamente el<br />

efecto de "Que él muriese" en el segundo verso».<br />

En su juventud <strong>Napoleón</strong> deseaba que la tragedia acabase en derramamiento<br />

de sangre. «El héroe tiene que morir», dijo a Arnault cuando aconsejó a su amigo<br />

que reformase el último acto de Les Vénitiens. Pero a medida que avanzó en la vida<br />

se debilitó su inclinación al derramamiento de sangre, y hay un final feliz en la obra<br />

que él prefería por encima del resto, es decir, Cinna, de Corneille, que <strong>Napoleón</strong> vio<br />

doce veces, es decir dos más que Phedre e Iphigénie de Racine. El héroe de Cinna<br />

es Augusto, uno de <strong>los</strong> tres romanos antiguos a quien <strong>Napoleón</strong> admiraba más; <strong>los</strong><br />

otros eran Pompeyo y Julio César. Durante una visita a la Galia, Augusto se entera<br />

de que Cinna, su mejor amigo, ha estado conspirando para matarlo; después de<br />

prolongada vacilación, por consejo de su esposa Livia perdona al culpable, le ofrece<br />

su amistad y le concede el consulado.<br />

Cinna es un drama de misericordia. <strong>La</strong> predilección de <strong>Napoleón</strong> por la obra<br />

revela un aspecto del carácter de <strong>Napoleón</strong>, y el hecho de que la viera doce veces<br />

sin duda acentuó la intensidad del sentimiento. Por lo menos en dos ocasiones<br />

<strong>Napoleón</strong> perdonó a <strong>los</strong> culpables cuando una mujer pedía compasión: una,<br />

después de la conspiración de Cadoudal, y otra cuando el príncipe Hatzfeid espió en<br />

favor del enemigo.<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía ideas muy definidas acerca de lo que debía ser una tragedia. En<br />

primer lugar, «el héroe, para que fuese interesante, no debía parecer<br />

completamente culpable ni completamente inocente». El héroe jamás debía comer<br />

en escena —Benjamín Constant era un tonto si afirmaba lo contrario— y tampoco<br />

debía sentarse; «cuando la gente se sienta la tragedia se convierte en comedia».<br />

Quizás ésta era una de las razones por las cuales <strong>Napoleón</strong> rara vez se sentaba.<br />

Después, como en <strong>los</strong> cuadros, debía haber abundancia de color local auténtico; en<br />

este aspecto <strong>Napoleón</strong> criticaba <strong>los</strong> dramas orientales de Voltaire. Finalmente, no<br />

debían existir dioses que cargaran <strong>los</strong> dados en perjuicio del héroe:<br />

nada de «destino». «¿Qué tenemos que ver ahora con el destino? —dijo a<br />

Goethe—. <strong>La</strong> política es el destino.» Es una <strong>observación</strong> profunda. <strong>Napoleón</strong> creía<br />

que, al enfrentar a un hombre con otro, la política aportaba <strong>los</strong> elementos de la<br />

tragedia, que es el conflicto entre lo que el hombre propone y lo que es realmente<br />

posible. A medida que se sucedieron <strong>los</strong> años del Imperio, <strong>Napoleón</strong> se encontró<br />

atrapado cada vez más en este tipo de tragedia. <strong>La</strong> literatura había penetrado en<br />

su sangre y, como veremos, llegó a ver su propia situación trágica con referencia a<br />

su autor favorito, es decir Corneille; el héroe tiene que mostrar, hasta <strong>los</strong> límites<br />

mismos de su resistencia, y aun más allá, una voluntad cuyo temple se asemeje al<br />

del acero de Toledo.<br />

En su condición de gobernante de Francia, <strong>Napoleón</strong> deseaba alentar la<br />

literatura, pero percibía las dificultades de la tarea. No creía en <strong>los</strong> «historiadores<br />

oficiales» o en <strong>los</strong> «poetas laureados». «En general, ninguna de las formas de la<br />

creación que son sencillamente cuestión de gusto, y que pueden ser intentadas por<br />

todos, necesita el aliento oficial.» En cambio, <strong>Napoleón</strong> creía en la necesidad de<br />

elevar la jerarquía de la literatura mediante la reorganización del Instituto, de<br />

manera que el idioma y la literatura franceses formasen una sección especial —la<br />

Academia Francesa— y tratando de que <strong>los</strong> mejores escritores fuesen elegidos<br />

miembros de la entidad. Un ejemplo apropiado es Chateaubriand. En política<br />

Chateaubriand era un típico realista bretón, y <strong>Napoleón</strong> comprobó que podía<br />

provocar dificultades. En el Salón de 1809 <strong>Napoleón</strong> se detuvo frente al retrato del<br />

autor realizado por Girodet, y observó largamente el rostro hundido, <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong><br />

desordenados y la mano oculta bajo la solapa de la chaqueta: «Parece un<br />

conspirador que acaba de descender por la chimenea.» Pero como escritor

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