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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Chateaubriand era otro asunto. <strong>Napoleón</strong> tenía elevada opinión de Le Géniedu<br />

Christianismey deseaba la incorporación de Chateaubriand a la Academia. Pero<br />

Lemercier se oponía a Chateaubriand. Cierta vez afirmó que una obra tan<br />

imperfecta como Le Génieno podía, «sin cierto atisbo de ridículo», ocupar el tiempo<br />

de la Academia a la hora de otorgar <strong>los</strong> premios.<br />

En 1811 falleció Marie Joseph Chénier, autor de dramas en verso, y gracias<br />

sobre todo al apoyo de <strong>Napoleón</strong> la Academia eligió a Chateaubriand para ocupar el<br />

asiento vacante. De acuerdo con la costumbre, Chateaubriand habría tenido que<br />

pronunciar un discurso de elogio de su predecesor; una situación embarazosa para<br />

un realista, porque Chénier había votado en favor de la muerte de Luis XVI.<br />

Fontanes, consejero de <strong>Napoleón</strong> en asuntos literarios, sugirió a Chateaubriand que<br />

debía limitarse a mencionar de pasada a Chénier, para continuar después con un<br />

elogio de <strong>Napoleón</strong>. «Sé que usted puede hacerlo con absoluta sinceridad.»<br />

Chateaubriand redactó su discurso. En efecto, elogió a <strong>Napoleón</strong> pero, decidido a<br />

decir lo que pensaba en política, continuó condenando el alzamiento de <strong>los</strong><br />

sacrilegos contra las dinastías, y especialmente a Chénier.<br />

Cuando le mostraron el discurso, <strong>Napoleón</strong> dijo irritado a Segur:<br />

«¡Cómo se atreve la Academia a hablar de regicidios, si yo, que estoy coronado<br />

y debería tener más motivos para odiar<strong>los</strong> en cambio ceno con el<strong>los</strong>!» Tachó el<br />

pasaje ofensivo, pero Chateaubriand se negó a modificarlo, de manera que nunca<br />

ocupó oficialmente su asiento. Una tormenta en un vaso de agua, pero ilustra bien<br />

la actitud de <strong>Napoleón</strong> frente a la literatura; ante todo, era necesaria la<br />

reconciliación y que todos enterraran las armas. El incidente cobra más relieve en<br />

vista de que <strong>Napoleón</strong> había ayudado a Chénier, que se encontraba en la mayor<br />

pobreza, y le había dado un empleo, a pesar de que durante años Chénier había<br />

escrito criticándolo y lo había atacado en el Tribunado. Por ejemplo, en diciembre<br />

de 1801 Chénier se opuso a la palabra «subdito», usada en el artículo 3 del tratado<br />

de paz con Rusia. No sin cierta exageración poética, Chénier afirmó que cinco<br />

millones de franceses habían muerto para dejar de ser subditos, y que la palabra<br />

«subdito» debía permanecer enterrada bajo las ruinas de la Bastilla. <strong>Napoleón</strong> tuvo<br />

que abrir el diccionario y demostrar que el uso diplomático del término «subdito»<br />

permitía aplicarlo a <strong>los</strong> ciudadanos de una república tanto como a <strong>los</strong> de una<br />

monarquía.<br />

A veces se afirma que <strong>Napoleón</strong> coartó la literatura, y en general la publicación<br />

de materiales escritos, a causa del restablecimiento de la censura. Examinemos <strong>los</strong><br />

hechos en su contexto histórico. Había existido censura antes de 1789, y la libertad<br />

de publicar nunca había sido una cuestión importante durante la Revolución. <strong>La</strong><br />

formulación más completa de <strong>los</strong> principios revolucionarios, la Constitución de<br />

1791, aborda el tema únicamente en el capítulo V, sección 17. «Nadie puede ser<br />

arrestado o acusado por publicar o imprimir escritos acerca de un tema cualquiera,<br />

a menos que intencionadamente incite a la gente a desobedecer a la ley o a<br />

menoscabar al gobierno...» En otras palabras, se presuponía cierto grado de<br />

control oficial, y de hecho todos <strong>los</strong> gobiernos que se sucedieron entre 1791 y 1799<br />

habían comprobado que podían sobrevivir sólo gracias a la censura de la prensa, el<br />

teatro y <strong>los</strong> libros.<br />

Consideremos en primer lugar el caso de la prensa. Cuando <strong>Napoleón</strong> accedió al<br />

cargo de primer cónsul, París tenía setenta y tres periódicos. <strong>La</strong> mayoría pertenecía<br />

a realistas que, con el fin de restaurar a Luis XVIII en el trono, estaban dispuestos<br />

a imprimir todos <strong>los</strong> escánda<strong>los</strong>, <strong>los</strong> rumores o las mentiras. El 16 de enero de<br />

1800, cuando Francia estaba al borde de la quiebra, algunos periódicos anunciaron<br />

que tropas anglorrusas habían desembarcado en Bretaña y capturado tres mil<br />

prisioneros. Era una invención lisa y llana, pero provocó pánico, determinó la caída<br />

de la Bolsa y ciertamente determinó que la gente «menoscabara al gobierno».<br />

<strong>Napoleón</strong> había heredado del Directorio una ley que autorizaba a la policía a<br />

clausurar <strong>los</strong> periódicos, y al día siguiente la utilizó para clausurar<strong>los</strong> casi todos.<br />

Sólo trece de el<strong>los</strong> continuaron apareciendo hasta 1811, cuando la situación militar<br />

empeoró; entonces <strong>Napoleón</strong> <strong>los</strong> redujo a cuatro y estableció la censura.<br />

Sieyés aceptó la idea de un ejecutivo de tres iguales. Pero de nuevo <strong>Napoleón</strong><br />

lo desaprobó: <strong>los</strong> directores habían sido iguales, y solamente habían conseguido<br />

anularse mutuamente. <strong>Napoleón</strong> quería que uno de <strong>los</strong> tres adoptase decisiones, y<br />

<strong>los</strong> dos restantes fuesen consejeros. Estaba en juego la idea misma del verdadero<br />

carácter de una República. Desde 1793 el ejecutivo estaba formado por un grupo<br />

de hombres, no por uno solo. Pero esta actitud favorable hacia la oligarquía<br />

derivaba principalmente de Montesquieu que, con un criterio arbitrario, había<br />

elegido a Atenas y Esparta como mode<strong>los</strong> de lo que debía ser una república.<br />

<strong>Napoleón</strong> no creía que existiera un vínculo necesario entre república y<br />

oligarquía, y en esto se atenía a una tradición más antigua y prolongada. Por<br />

ejemplo, Massillón había definido la república como el estado regido por leyes, en<br />

beneficio del conjunto del pueblo.<br />

<strong>Napoleón</strong> y Sieyés no podían ponerse de acuerdo en el tema de la estructura<br />

del ejecutivo. De modo que convocaron a <strong>los</strong> asesores designados por <strong>los</strong> Consejos,<br />

y durante diez días <strong>Napoleón</strong> sostuvo la discusión. Finalmente, consiguió lo que<br />

deseaba: el ejecutivo consistiría en tres cónsules. El término fue acuñado por<br />

Sieyés, que lo había tomado de Berne, donde hasta 1798 <strong>los</strong> magistrados<br />

designados por el Senado recibían el nombre de cónsules. Solamente el primer<br />

cónsul adoptaría decisiones, y <strong>los</strong> cónsules segundo y tercero tendrían un papel<br />

consultivo. Una vez que coincidieron en este punto. <strong>Napoleón</strong>, Sieyés y sus<br />

consejeros redactaron la nueva Constitución, la cuarta de Francia desde 1789.<br />

<strong>La</strong> Constitución del año VIII, como se la denominó, estableció que <strong>los</strong> tres<br />

cónsules serían elegidos por diez años, y que eran reelegibles.<br />

En el futuro serían elegidos por el Senado, pero al principio se indicaría sus<br />

nombres en la Constitución. <strong>Napoleón</strong> Bonaparte sería el primer cónsul, y tendría<br />

poder para designar ministros y a ciertos jueces.<br />

<strong>La</strong> legislatura estaría formada por tres asambleas: un Consejo de Estado,<br />

designado por el primer cónsul, para redactar las leyes; un Tribunado de cien<br />

miembros para discutir las leyes; un Cuerpo Legislativo de trescientas personas<br />

para aprobar o rechazar las leyes en votación secreta.<br />

El Senado estaría formado por un máximo de ochenta miembros, de una edad<br />

mínima de cuarenta años. Los primeros senadores serían designados por el primer<br />

cónsul, y después elegirían a <strong>los</strong> nuevos miembros.<br />

Los senadores elegirían no sólo a <strong>los</strong> cónsules, sino a <strong>los</strong> miembros del<br />

Tribunado, del Cuerpo Legislativo y de la Corte Suprema de Apelaciones.<br />

<strong>Napoleón</strong> permitió que Sieyés eligiese libremente el Senado. Sieyés redactó un<br />

lista de veintinueve hombres, y les permitió elegir a otros veintinueve. El Senado<br />

definitivo incluía a hombres de todos <strong>los</strong> sectores de la opinión política, así como a<br />

unos pocos científicos distinguidos, por ejemplo <strong>La</strong>place, Monge y Berthollet.<br />

Cuando llegó el momento de que este cuerpo eligiese la legislatura, seleccionaron a<br />

hombres que, como el<strong>los</strong> mismos, poseían probada experiencia. De un total de 460<br />

miembros del Senado, el Tribunado y el Cuerpo Legislativo, por lo menos 387<br />

habían sido miembros de distintas asambleas desde la Revolución.<br />

Entre el<strong>los</strong> había regicidas, ex realistas, girondinos y montañeses.<br />

Uno de <strong>los</strong> rasgos más notables de la nueva Constitución, en su forma<br />

definitiva, fue esa continuidad con el pasado.<br />

<strong>Napoleón</strong> mismo eligió a sus colegas consulares. Eligió como segundo cónsul a<br />

Jean Jacques Cambacérés, de cuarenta y seis años, un abogado de Montpellier que<br />

se había destacado en la Convención como hábil redactor de leyes. Era un hombre<br />

corpulento, apuesto, de nariz larga y mentón prominente; era soltero y se<br />

mostraba muy puntil<strong>los</strong>o con su apariencia, usaba una trabajada peluca con tres<br />

hileras de rizos, y gastaba impertinentes, se movía con mesurada dignidad y<br />

mantenía una mesa excelente. Solía decir que «las buenas cenas gobiernan a un<br />

país».<br />

Desde el punto de vista político, Cambacérés estaba a la izquierda del centro, y<br />

para equilibrarlo, <strong>Napoleón</strong> buscó a un hombre de más edad, que representase <strong>los</strong><br />

mejores aspectos del antiguo régimen, si era posible un economista. Alguien

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