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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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CAPÍTULO VEINTE<br />

El camino a Moscú<br />

Los arcos de triunfo, la sala del trono revestida de oro y violeta, <strong>los</strong> derechos<br />

del hombre ofrecidos a Europa, eran todos elementos en cierto sentido tan tenues<br />

como la última producción en la Opera. <strong>Napoleón</strong> percibió con absoluta claridad que<br />

estas y sus restantes realizaciones perdurarían sólo si podía establecer una paz<br />

duradera en Europa. Pero era difícil llegar a la paz. <strong>La</strong>s cortes lo odiaban, y ese<br />

sentimiento anidaba sobre todo en <strong>los</strong> ingleses, que se reían de su título de<br />

emperador y juraban destruir el Imperio.<br />

<strong>Napoleón</strong> comprendió que Inglaterra sólo podía ser derrotada en el mar, y al<br />

alcanzar el poder inició un programa acelerado de construcción de barcos, y sobre<br />

todo de grandes naves armadas con enormes cañones.<br />

Pero no podía alcanzar el número de navios de la flota inglesa. En abril de 1804<br />

Francia tenía 225 barcos, mientras que Inglaterra, solamente en <strong>los</strong> mares<br />

europeos, contaba con 402.<br />

A <strong>Napoleón</strong>, que en su niñez había deseado incorporarse a la marina, le<br />

gustaban <strong>los</strong> barcos y la navegación. Aprendió el nombre de todos <strong>los</strong> elementos de<br />

un barco y <strong>los</strong> aspectos más detallados de la guerra en el mar, pero nunca llegó a<br />

consustanciarse con su marina, y jamás la convirtió en un instrumento de guerra<br />

formidable. Una de las razones de esta situación es que pensaba excesivamente<br />

con referencia a la artillería, de ahí <strong>los</strong> cañones de gran alcance, y muy poco con<br />

referencia a la audacia de <strong>los</strong> capitanes. Tuvo la mala suerte de perder a su mejor<br />

marino, <strong>La</strong>touche Tréville, que murió en tierra en agosto de 1804; pero cometió un<br />

error al retener a Villeneuve, que aunque valeroso, era un pesimista nato, y nunca<br />

infundía en sus hombres el sentimiento de que triunfarían.<br />

El 20 de octubre de 1805 Villeneuve partió de Cádiz con una flota<br />

francoespafiola de treinta y tres barcos, y al día siguiente combatió contra Nelson,<br />

que tenía veintisiete. Nelson infringió todas las reglas, más o menos como<br />

<strong>Napoleón</strong> había hecho durante su primera campaña de Italia; atacó en dos<br />

columnas, y dividió en tres a la flota de Villeneuve. El último mensaje enviado por<br />

Nelson desde el Victory fue:<br />

«Acerqúense más al enemigo», y en este tipo de combate <strong>los</strong> grandes cañones<br />

franceses eran inútiles. Diecisiete barcos de Villeneuve fueron capturados, uno<br />

estalló y Villeneuve, agobiado por el remordimiento, más tarde se suicidó.<br />

<strong>La</strong> derrota de <strong>Napoleón</strong> en Trafalgar es un momento crucial en la situación<br />

militar y de la búsqueda de la paz emprendida por el emperador.<br />

Se vio obligado a abandonar definitivamente sus planes de invasión, y en<br />

adelante, a utilizar su armada para mantener fuera de <strong>los</strong> puertos continentales a<br />

<strong>los</strong> barcos ingleses. En el mar adoptó una actitud defensiva, y en cambio<br />

Inglaterra, liberada del temor a la invasión, pudo representar un papel más activo<br />

en tierra, y reforzar con dinero, pólvora y granaderos a <strong>los</strong> enemigos continentales<br />

de <strong>Napoleón</strong>. Ciertamente, la batalla naval librada frente a la costa de España<br />

contribuyó a atraer a <strong>Napoleón</strong> hacia el corazón de Rusia.<br />

<strong>Napoleón</strong> comprendió que podía mantener la paz en el continente sólo si<br />

contaba con un aliado firme. Como cumple a un corso, entendía que ese aliado<br />

debía ser un amigo fiel y permanente. En primer lugar, intentó ser amigo del<br />

Llegó el general Lefebvre, que era el oficial más importante; en 1789 había sido<br />

sargento mayor, y ahora ocupaba el cargo de gobernador militar de París. Era un<br />

hombre de pueblo, corpulento y hosco, con una mandíbula prominente, y miró a <strong>los</strong><br />

ojos de <strong>Napoleón</strong> cuando dijo con su espeso acento aisaciano: «¿Qué demonios<br />

sucede aquí?» <strong>Napoleón</strong> le explicó que debían salvar a la República. Lefebvre<br />

frunció el entrecejo y retrocedió, pero <strong>Napoleón</strong> sabía que esa actitud gruñona<br />

ocultaba un corazón cálido. «Mire —dijo—, aquí está la espada que porté en la<br />

batalla de las Pirámides. Se la ofrezco como una prenda de mi estima y confianza.»<br />

Entregó la espada a Lefebvre, que se sintió conmovido. Un momento después dijo:<br />

«Estoy dispuesto a arrojar al río a esos malditos abogados».<br />

Entretanto, <strong>los</strong> Ancianos se habían reunido en sesión urgente. Cornet, amigo de<br />

Sieyés, anunció que se había descubierto una conspiración, y que tenían apenas<br />

unos instantes para salvar al Estado: «A menos que aprovechéis este momento —<br />

advirtió utilizando la retórica contemporánea—, la República será destruida, y su<br />

esqueleto entregado a <strong>los</strong> buitres que se disputarán sus miembros arrancados.»<br />

Cornet propuso que <strong>los</strong> Consejos se trasladasen a Saint-Cloud, donde se reunirían<br />

al día siguiente, y que <strong>Napoleón</strong> fuese designado comandante del distrito de París,<br />

con el fin de garantizar la seguridad de <strong>los</strong> Consejos. <strong>La</strong>s dos medidas fueron<br />

aprobadas.<br />

Apenas Cornet lo notificó de su designación, <strong>Napoleón</strong> vistió el uniforme de<br />

general: pantalones blancos, levita azul con anchas solapas recamadas de oro, y en<br />

la cintura una faja roja, blanca y azul. Montado en un fogoso corcel español negro<br />

que le habían prestado, llevó a París a sus amigos <strong>los</strong> oficiales, dejó atrás la place<br />

de la Concorde, con su estatua de yeso de la Libertad, y se acercó a las Tullerías. A<br />

las diez entró en el palacio y juró fidelidad a <strong>los</strong> Ancianos, como comandante del<br />

distrito de París. Después, envió a trescientos hombres de sus nuevas tropas al<br />

Luxemburgo, para «proteger» a <strong>los</strong> directores. Alarmados, Gohier y Moulins<br />

trataron de llegar hasta Barras, pero éste les informó de que estaba bañándose.<br />

Y en eso continuó, con la esperanza de que <strong>Napoleón</strong> se le acercara en el<br />

último momento. Esa reunión no llegó a producirse, Gohier y Moulins renunciaron,<br />

y más avanzado el día, Talleyrand entró cojeando en el Luxemburgo, habló con<br />

Barras, negoció como sólo él sabía hacerlo, y finalmente obtuvo su renuncia; el<br />

precio fue medio millón de francos.<br />

Aquella misma noche Barras se dirigió a su casa de campo escoltado por <strong>los</strong><br />

dragones de <strong>Napoleón</strong>. El propio <strong>Napoleón</strong> permaneció en las Tullerías hasta tarde,<br />

conversando con Sieyés. Llegaron a la conclusión de que las cosas no habían salido<br />

demasiado mal y <strong>los</strong> parisienses opinaron lo mismo, pues <strong>los</strong> bonos de la deuda<br />

nacional subieron de 11,35 a 12,88.<br />

A la mañana siguiente, <strong>Napoleón</strong> salvó <strong>los</strong> doce kilómetros hasta Saint-Cloud,<br />

un palacio alto y pesado con pilastras en la fachada principal y un complicado techo<br />

curvo. Sus hombres ya estaban allí, las tiendas montadas a <strong>los</strong> lados del camino.<br />

Había unos pocos y belicosos granaderos, pero la gran mayoría estaba formada por<br />

<strong>los</strong> plácidos veteranos a quienes se encomendaba el papel de guardia<br />

parlamentaria.<br />

Estaban reunidos en grupo, y se pasaban unos a otros una sola pipa: hacía<br />

meses que no recibían su paga y pocos podían comprar tabaco. <strong>Napoleón</strong> preguntó<br />

si todo estaba listo. Le dijeron que nada estaba listo. Los obreros informaron que<br />

aún estaban instalando bancos, sillas, colgaduras, estrados y plataformas<br />

adornados con la figura de Minerva, pues <strong>los</strong> Consejos se mostraban muy<br />

puntil<strong>los</strong>os con <strong>los</strong> decorados. <strong>La</strong> noticia representó un contratiempo para<br />

<strong>Napoleón</strong>, porque daba tiempo para organizarse a aquel<strong>los</strong> de sus enemigos que<br />

pertenecían al grupo de <strong>los</strong> Quinientos. Se reunió con Sieyés en un estudio del<br />

primer piso, y se preparó para una larga espera. Caminaba de un extremo a otro<br />

de la habitación, y a veces removía el fuego con un pedazo de madera.<br />

Finalmente concluyó el arreglo de las habitaciones. Los Ancianos desfilaron<br />

hacia la Galerie d'Apollon, con sus lujosos frescos de Mignard que celebraban al<br />

dios Sol, e indirectamente al Rey Sol, mientras la orquesta ejecutaba <strong>La</strong> Marsellesa.

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