La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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eforzar a Rusia de acuerdo con las lineas de la Francia napoleónica; y también que<br />
Alejandro cerraba <strong>los</strong> puertos rusos a <strong>los</strong> barcos ingleses. Pero <strong>Napoleón</strong> se sentía<br />
preocupado por la situación en Viena, donde <strong>los</strong> partidarios de la guerra,<br />
encabezados por el archiduque Car<strong>los</strong>, hermano de Francisco, estaban ganando<br />
terreno, y comenzaban a movilizarse las tropas. Decidió reunirse nuevamente con<br />
Alejandro, y asegurar su apoyo en el caso de un ataque austríaco.<br />
<strong>Napoleón</strong> y Alejandro se reunieron por segunda vez en Erfürt, Alemania<br />
Oriental, en 1808. <strong>Napoleón</strong> convocó a tres reyes y treinta y cinco príncipes para<br />
aumentar la pompa, y a la Comedie Francaise con el fin de que representase<br />
algunas tragedias. Como Alejandro era duro de uno de sus oídos, <strong>Napoleón</strong> ordenó<br />
que <strong>los</strong> tronos imperiales fuesen adelantados y ocupasen una plataforma a cierta<br />
altura sobre la orquesta.<br />
<strong>La</strong> sexta velada, cuando Edipo llegó al verso: «<strong>La</strong> amistad de un hombre fuerte<br />
es un don de <strong>los</strong> dioses», Alejandro se puso de pie y estrechó cálidamente la mano<br />
de <strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>Napoleón</strong> preguntó si podía contar con la ayuda de Alejandro en el caso de un<br />
ataque austríaco. Observó sorprendido que Alejandro se mostraba muy renuente a<br />
una respuesta afirmativa. De todos modos, aceptó elaborar un plan muy general de<br />
acción coordinada. Como precio de la alianza. <strong>Napoleón</strong> convino en que Alejandro,<br />
que ya había anexionado Finlandia, se anexionase también las antiguas provincias<br />
turcas de Valaquia y Moldavia; una conquista territorial muy considerable.<br />
Alejandro se sintió impresionado por <strong>los</strong> extremos a <strong>los</strong> que estaba dispuesto a<br />
llegar <strong>Napoleón</strong> con el fin de garantizar la paz en Europa. «Nadie comprende el<br />
carácter de este hombre... —confió a Talleyrand—. Nadie comprende cuan bueno<br />
es.» Pero <strong>Napoleón</strong> no compartía la satisfacción del zar. Sintió que Alejandro, en<br />
Erfürt, carecía de sinceridad, del compromiso fraterno total que para un hombre<br />
nacido en Córcega era la señal distintiva de la amistad. Dijo a Talleyrand: «No<br />
puedo avanzar con él».<br />
En abril de 1809, como <strong>Napoleón</strong> había previsto, Austria declaró la guerra a<br />
Francia. <strong>Napoleón</strong> había ofrecido cierta vez designar a Alejandro jefe de un cuerpo<br />
de ejército, pero el zar no mostró deseos de recordarle la oferta. Más aún, no se<br />
mostró deseoso en absoluto de ayudar a <strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>La</strong>s tropas rusas que presuntamente debían atacar la provincia austríaca de<br />
Galitzia no aparecieron, y durante la campaña ulterior, el cuerpo auxiliar ruso se<br />
limitó a desencadenar un par de ataques poco enérgicos, en el más sangriento de<br />
<strong>los</strong> cuales tuvo dos muertos y dos heridos. En definitiva <strong>Napoleón</strong> no necesitó la<br />
ayuda rusa; aplastó por sí mismo a Austria, y después de la batalla de Wagram,<br />
que duró dos días, firmó una paz satisfactoria.<br />
<strong>Napoleón</strong>, para quien la amistad era un asunto de todo o nada, no podía<br />
entender por qué Alejandro lo había dejado caer. En realidad, había sucedido lo<br />
siguiente: a partir de Tilsit, Alejandro se vio presionado por la familia, la corte y <strong>los</strong><br />
nobles, que lo exhortaban a abandonar su alianza con <strong>Napoleón</strong>. Después de Tilsit,<br />
un ruso escribió en su diario:<br />
«El amor al zar se ha trocado en algo peor que el odio, en una suerte de<br />
repugnancia.» Su influyente madre había advertido a Alejandro que no debía ir a<br />
Erfürt, la fortaleza de «un tirano sangriento»; sus generales lo esdiortaban a<br />
apoderarse por propia iniciativa de Polonia. Demasiado honesto para faltar a su<br />
palabra, pero no lo bastante fuerte para apoyarse en la opinión de su entorno,<br />
Alejandro había adoptado una débil posición intermedia. Pero este tipo de conducta<br />
era incomprensible para <strong>Napoleón</strong>. El gobernante digno de ese nombre era fiel a<br />
sus amigos y a sus principios. Por lo tanto, ¿qué era Alejandro? Un conspirador,<br />
«un griego bizantino».<br />
<strong>Napoleón</strong> sentía una intensa decepción personal, así como una gran frustración<br />
política. Pero ¿acaso existía otro vínculo más firme y duradero que la amistad? Sí, y<br />
había sido utilizado por generaciones de gobernantes franceses. El matrimonio<br />
podía consolidar una alianza; el matrimonio podía unir a dos personas; el<br />
matrimonio podía darle un hijo y heredero. <strong>Napoleón</strong> había comenzado a pensar<br />
calurosas junglas de Ceilán. Ambos adoptaban una actitud de escapismo y<br />
desesperanza en presencia de una situación que les parecía insoluble.<br />
<strong>Napoleón</strong> desechó la apatía de sus hermanos. Advirtió que la República estaba<br />
en peligro y que le correspondía hacer algo al respecto.<br />
Durante las dos semanas que siguieron a su retorno. <strong>Napoleón</strong> decidió que se<br />
dedicaría a la política. <strong>La</strong> decisión se originó naturalmente en sus aspiraciones<br />
anteriores, tal como las expresó en su ensayo acerca de la felicidad, pero se vio<br />
fortalecida por sus experiencias de Egipto.<br />
En su carácter de sultán El Kebir no sólo había mandado un ejército, sino<br />
gobernado un país y, según creía, lo había hecho bien. Cuando más tarde llegó a<br />
analizar <strong>los</strong> motivos que determinaron su decisión de comenzar la actividad<br />
política, dijo: «Procedí no por amor al poder, sino porque concluí que tenía más<br />
educación, que era más perceptivo, más clarividente, y que estaba mejor calificado<br />
que otros.» <strong>La</strong> primera idea de <strong>Napoleón</strong> fue que lo eligieran director. Los Consejos<br />
realizaban las elecciones, pero <strong>los</strong> deseos de <strong>los</strong> propios directores importaban<br />
mucho. De modo que <strong>Napoleón</strong> fue a Luxemburgo a ver a Paúl Barras. <strong>Napoleón</strong> no<br />
lo sabía, pero Barras estaba recorriendo las últimas etapas de sus negociaciones<br />
secretas con <strong>los</strong> realistas del extranjero en vista del retorno de Luis XVIII. Por este<br />
asunto, se le pagarían doce millones de francos. Consciente del republicanismo<br />
inflexible de <strong>Napoleón</strong>, Barras trató muy fríamente al joven general y lo remitió a<br />
Gohier, que en ese momento presidía el Directorio.<br />
Louis Gohier era un tímido abogado de cincuenta y tres años que compartía la<br />
debilidad de Barras por las mujeres bonitas; incluso sentía mucha simpatía por<br />
Josefina. Pero si <strong>Napoleón</strong> abrigaba alguna esperanza en ese sentido, pronto se vio<br />
cruelmente decepcionado. Gohier le señaló que, de acuerdo con la Constitución,<br />
una persona menor de cuarenta años no podía ser director. <strong>Napoleón</strong> tenía apenas<br />
treinta.<br />
Llegaría el día, dijo Gohier en actitud protectora, en que <strong>Napoleón</strong> sin duda<br />
podría incorporarse al gobierno; pero ahora no.<br />
—¿De modo que usted apoya una norma que priva a la República de <strong>los</strong><br />
hombres capaces?.<br />
—En mi opinión, general, no puede haber excusas para quien manipule la ley.<br />
—Presidente, usted se aterra a la letra estéril —fue la acre respuesta de<br />
<strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>Napoleón</strong> comprendió que no podría incorporarse al gobierno, pues Gohier era<br />
el ejemplo típico de <strong>los</strong> abogados que formaban <strong>los</strong> Consejos.<br />
Sin embargo, la acogida que se le había dispensado en Francia, <strong>los</strong> tributos no<br />
solicitados de personas de todas las jerarquías, lo convencieron de que tenía que<br />
representar un papel en la salvación de la República.<br />
Ciertamente, si él no la salvaba, ¿quién lo haría?.<br />
<strong>Napoleón</strong> decidió que sería necesario promover una nueva Constitución, con un<br />
límite de edad inferior para la incorporación al ejecutivo.<br />
El Directorio ya había demostrado cómo podía llegarse a hacer esto. En dos<br />
ocasiones distintas, en septiembre de 1797 y en mayo de 1798, <strong>los</strong> directores<br />
habían regulado las cámaras del Consejo apelando a las tropas para atemorizar a<br />
<strong>los</strong> miembros y obligar<strong>los</strong> a anular la elección de unos cincuenta diputados cuyas<br />
posiciones provocaban el temor de <strong>los</strong> directores. Más aún, Gohier, que se aferraba<br />
tan obstinadamente a la letra de la Constitución, pertenecía a un gobierno que dos<br />
veces había procedido inconstitucionalmente y que, al hacerlo, creían muchos<br />
franceses, había perdido el derecho a la autoridad legal.<br />
<strong>Napoleón</strong> no poseía influencia suficiente para promover ese cambio.<br />
Sin embargo, por entonces se le acercó Joseph Sieyés, el director<br />
recientemente designado. Autor del panfleto «¿Qué es el Tercer Estado?», que<br />
contribuyó a desencadenar la revolución, Sieyés tenía ya cincuenta y un años y era<br />
el orador más destacado en la defensa de <strong>los</strong> principios liberales.<br />
Vivía solo en su apartamento de soltero de un tercer piso con el perfil de cera<br />
de su héroe Voltaire. Era un hombre delgado, de cabeza alargada y calva, nariz