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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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CAPÍTULO ONCE<br />

Una nueva Constitución.<br />

<strong>Napoleón</strong> llegó a su casa de París a las seis de la mañana del 16 de octubre de<br />

1799, y se consideró afortunado de haber escapado de la flota inglesa; sin<br />

embargo, inmediatamente se complicó en un drama doméstico. Su casa había sido<br />

lujosamente redecorada, pero Josefina no estaba allí. «Los guerreros de Egipto —<br />

comentó secamente <strong>Napoleón</strong>—, se parecen a <strong>los</strong> de Troya. Sus esposas han sido<br />

igualmente fieles», y ratificó su decisión de divorciarse de Josefina. Sólo cuando su<br />

esposa regresó dos días después, y explicó que había salido al encuentro de su<br />

marido por el camino de Borgoña —<strong>Napoleón</strong> había regresado por Nevers—<br />

acompañada por sus hijos y rogó la noche entera, llorando, frente a la puerta<br />

cerrada, <strong>Napoleón</strong> suavizó su actitud y le perdonó el episodio de Charles.<br />

<strong>Napoleón</strong> se acusó a sí mismo de ser débil —era cieno, de acuerdo con las<br />

normas corsas—, pero Josefina percibió únicamente la fuerza que se manifestaba<br />

tras la amenaza de divorcio y la terrible noche de llanto. Supo entonces que<br />

<strong>Napoleón</strong> era el amo y como era una mujer de tipo muy femenino, prefería que así<br />

fuese. Ella y <strong>Napoleón</strong> comenzaron a crear una relación más feliz.<br />

Los directores esperaban a <strong>Napoleón</strong>, y en realidad lo habían convocado en una<br />

carta que fue interceptada. Cuando se presentó a informar, le ofrecieron el mando<br />

del ejército que prefiriese. <strong>Napoleón</strong> había regresado con el fin de afrontar la<br />

amenaza de la invasión extranjera, pero comprobó que durante el verano otros<br />

habían resuelto eficazmente el problema; entre el<strong>los</strong>, principalmente Massena.<br />

Otros peligros amenazaban a Francia, y <strong>Napoleón</strong> dijo a <strong>los</strong> directores que<br />

reflexionaría acerca del ofrecimiento.<br />

<strong>Napoleón</strong> no tenía más que examinar su propio círculo para descubrir la<br />

extensión de la podredumbre que debilitaba a Francia. Paúl Barras había caído muy<br />

bajo. Descuidaba su trabajo para perseguir a mujeres de escasa moral y asistir a<br />

sesiones de juego; llevaba la vida descrita por su primo el marqués de Sade, y<br />

vendía <strong>los</strong> empleos para pagar sus propios placeres.<br />

El gobierno prácticamente no existía, y por eso mismo había aumentado la<br />

inflación. Después de una docena de representaciones de su pieza teatral Osear,<br />

Arnault, amigo de <strong>Napoleón</strong>, había recibido del cajero del teatro derechos que<br />

equivalían a 1.300.000 francos. «¡Francia está más pobre que nunca!», dijo Arnault<br />

a su madre. «¿Cómo es eso?», preguntó ella: «Porque soy millonario», fue su<br />

respuesta.<br />

Siete octavas partes de <strong>los</strong> artesanos parisienses carecían de empleo, y <strong>los</strong><br />

funcionarios civiles llevaban mucho tiempo sin cobrar el sueldo.<br />

Los caminos eran tan inseguros que parte del equipaje de <strong>Napoleón</strong> fue robado<br />

por bandidos. <strong>La</strong> Vendée y Bretaña se habían levantado nuevamente en armas, y<br />

en París muchos esperaban la llegada de un rey Borbón, pues nadie creía que<br />

hubiera cosa peor que <strong>los</strong> directores. <strong>La</strong>s floristas ofrecían sus ramilletes con un<br />

guiño y un codazo: «Cinco por un luis. Cinco por un luis».<br />

Más deprimente que <strong>los</strong> hechos era la actitud de <strong>los</strong> franceses frente a esta<br />

situación. Dos hermanos de <strong>Napoleón</strong> habían escrito novelas que reflejaban el<br />

desorden: la de Joseph se desarrollaba en las nieves alpinas, la de Lucien en las<br />

con cierta añoranza en la posibilidad de un heredero, porque durante la batalla de<br />

Regensburg, en 1809, una bala de mosquete lo había herido en el pie, y poco<br />

después el estudiante sajón Frederick Staps había intentado matarlo; al ser<br />

interrogado Staps reconoció que también había intentado asesinar a Francisco de<br />

Austria, «pero Francisco tenía hijos que lo sucederían».<br />

<strong>Napoleón</strong> continuaba amando a Josefina. Como antes, rezongaba ante las<br />

extravagancias de su esposa —en 1809, 524 pares de zapatos y 3.599 francos en<br />

colorete, destinado a avivar sus mejillas descoloridas—, pero cuando ella enfermó<br />

en el verano de 1808, <strong>Napoleón</strong> a veces se levantaba cuatro veces en una noche<br />

para comprobar cómo estaba. Sin embargo, en octubre de 1809 <strong>Napoleón</strong> decidió<br />

que debía sacrificar sus sentimientos por Josefina, y <strong>los</strong> que ella tenía por él. <strong>La</strong><br />

situación era tan grave que debía volver a casarse, pues era el único camino que<br />

podía llevar a la paz. Antes de regresar de Austria a Francia ordenó que se<br />

clausurase la puerta de comunicación entre su apartamento y el de Josefina.<br />

El 30 de noviembre de 1809, en las Tullerías, <strong>Napoleón</strong> dijo a Josefina que<br />

obtendría la anulación del matrimonio. «Todavía te amo —dijo—, pero en política el<br />

corazón no existe, sólo importa la cabeza.» Josefina se desmayó, y después lloró y<br />

rogó, pero sin éxito. <strong>La</strong> Corte Eclesiástica Diocesana de París otorgó la anulación<br />

del apresurado matrimonio religioso que se había celebrado en vísperas de la<br />

coronación, porque se había realizado la ceremonia sin la presencia del sacerdote<br />

parroquial y de testigos. Procedieron así, no sólo para complacer a <strong>Napoleón</strong>, sino<br />

porque, de acuerdo con la ley canónica del momento, el matrimonio carecía de<br />

validez, como lo reconoció incluso el anciano monsieur Emery, de Saint-Sulpice.<br />

El 15 de diciembre, después de catorce años, Josefina salió de la vida de<br />

<strong>Napoleón</strong>. Partió de Malmaison, una residencia impregnada por el aroma de las<br />

rosas, y se llevó consigo un par de wolfhound miniatura y un canasto con <strong>los</strong><br />

cachorros recién nacidos de estos animales. <strong>Napoleón</strong> llamó a Eugene, que se<br />

encontraba en Milán, con el fin de que confortase a Josefina. «Sé fuerte, sé fuerte»,<br />

la alentaba en sus cartas, como si estuviese hablando con un personaje de<br />

Corneille. Un mes después de la separación escribió: «Deseo mucho vene, pero<br />

debo tener la certeza de que eres fuerte y no débil. Yo también soy un poco débil, y<br />

eso me incomoda terriblemente».<br />

Entretanto, <strong>Napoleón</strong> había pedido a su embajador en San Petersburgo que le<br />

enviase un informe acerca de Anna, hermana de Alejandro. «Aclare desde el<br />

principio que lo que necesitamos es tener hijos.<br />

Infórmeme... cuándo ella puede ser madre, pues en las circunstancias actuales<br />

incluso un período de seis meses importa.» Caulaincourt replicó que la familia<br />

imperial era precoz desde el punto de vista físico, y que Anna, que tenía casi<br />

dieciséis años, ya era nubil. El 22 de noviembre <strong>Napoleón</strong> ordenó a Caulaincourt<br />

que pidiese al zar la mano de Anna.<br />

Se proponía conseguir que ese matrimonio fuese la piedra angular del Imperio<br />

y una garantía de paz. Incluso <strong>los</strong> experimentados parisienses se entusiasmaron<br />

ante la inminente unión de Roma y Bizancio, de Carlomagno e Irene.<br />

Alejandro dijo a Caulaincourt que si la decisión dependía de él, estaba dispuesto<br />

a dar inmediatamente su consentimiento; pero a causa de un decreto del finado<br />

zar, el futuro de Anna dependía de la emperatriz madre. Cuando se la abordó, esta<br />

dama consultó a su hija casada, Catherine, duquesa de Oidenburgo. Catherine dijo<br />

que estaba de acuerdo.<br />

Pero entonces la emperatriz madre comenzó a dar largas. ¿Anna sería feliz? Era<br />

una joven tan sumisa y <strong>Napoleón</strong> un hombre tan imperativo...<br />

Y ella, en París, ¿podría practicar la religión ortodoxa? ¿Estaría <strong>Napoleón</strong> en<br />

condiciones de darle hijos? Necesitaba tiempo para pensarlo.<br />

<strong>Napoleón</strong> había contado con una rápida aceptación. Cuando llegaron las cartas<br />

de Caulaincourt, con la ominosa <strong>observación</strong> de que Alejandro carecía de voluntad<br />

para oponerse a su madre. <strong>Napoleón</strong> llegó a la conclusión de que la corte rusa se<br />

preparaba para rechazar el proyecto; y en verdad, eso sucedió pocos días más<br />

tarde; la discusión acerca del matrimonio de Anna debía esperar dos años, hasta

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