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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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que ella cumpliese dieciocho. <strong>La</strong> forma cortés no engañó a <strong>Napoleón</strong>: era sin duda<br />

un rechazo.<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió ofendido, y decepcionado en cuanto que gobernante de<br />

Francia. El rechazo descalabró totalmente su plan maestro.<br />

Pero quizá todavía fuera posible afirmar la paz sobre un matrimonio.<br />

El principio de <strong>Napoleón</strong> era que necesitaba tener un aliado seguro, y que éste<br />

debía ser una de las potencias continentales. Si Alejandro renunciaba a su amistad,<br />

el amigo bien podía ser Francisco de Austria.<br />

El 6 de febrero de 1810 <strong>Napoleón</strong> ordenó a Eugene que se presentase al<br />

embajador austríaco para pedir la mano de la hija del emperador Francisco; la<br />

joven María Luisa tenía entonces dieciocho años. <strong>La</strong> petición no fue mal recibida.<br />

Francisco había perdido varias provincias después de la última y desafortunada<br />

guerra, y abrigaba la esperanza de que una alianza matrimonial induciría a<br />

<strong>Napoleón</strong> a devolver algunas. Era lamentable que <strong>Napoleón</strong> fuese un advenedizo,<br />

pero de todos modos Francisco otorgó su consentimiento, y salvó su conciencia con<br />

la afirmación de que el emperador francés era descendiente directo de <strong>los</strong> duques<br />

de Toscana.<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió muy complacido. Preparó un itinerario en virtud del cual<br />

María Luisa debía llegar en la fecha más temprana posible, es decir el 27 de marzo<br />

de 1810. Encargó un traje nuevo a Léger, un sastre de moda.<br />

En una demostración de tacto, ordenó que <strong>los</strong> cuadros de sus victorias<br />

austríacas fuesen retirados de todas las paredes del palacio. Había dejado de bailar<br />

el año precedente, «después de todo, cuarenta son cuarenta», pero comenzó a<br />

recibir lecciones de vals, con el fin de complacer a su joven esposa. El maestro de<br />

ceremonias de <strong>Napoleón</strong> cubrió diez páginas enteras con el detalle del ceremonial<br />

de la llegada de Su Alteza; pero en definitiva esa tarea resultó inútil, pues en su<br />

impaciencia por tener un hijo <strong>Napoleón</strong> interceptó el carruaje de María Luisa, y se<br />

la llevó directamente a Compiégne.<br />

María Luisa era rubia, con ojos azules y gatunos, el cutis rosado, y las manos y<br />

<strong>los</strong> pies pequeños. Le agradaban las comidas sustanciosas, y especialmente la<br />

crema agria, la langosta y el chocolate, y era más sensual que Josefina. <strong>La</strong> noche<br />

de bodas, complacida por la técnica amatoria de <strong>Napoleón</strong>, lo invitó a «hacerlo de<br />

nuevo».<br />

Pero la principal diferencia entre las dos esposas tenía que ver con el carácter y<br />

la educación; Josefina había sido una mujer valerosa y libre; María Luisa era un ser<br />

temeroso, y se había criado en una corte servil bajo la autoridad de un padre<br />

riguroso. Llegó a Francia colmada de temores.<br />

Incluso temía a <strong>los</strong> fantasmas, y no podía dormirse si no había media docena<br />

de velas encendidas. Como sabemos, a <strong>Napoleón</strong> le agradaba la oscuridad total, y<br />

de ahí que después de hacer el amor se dirigiese a su propio dormitorio.<br />

Conquistar a esa mujer nerviosa, tonta y sensual no era la tarea más fácil del<br />

mundo. Muchos miembros de la corte la juzgaban severamente, pero <strong>Napoleón</strong><br />

concentró la atención en las buenas cualidades de María Luisa, lo que él<br />

denominaba su frescura de capullo de rosa y su virtud de la veracidad. Como sabía<br />

que era extranjera y tenía miedo. <strong>Napoleón</strong> le consagraba una parte considerable<br />

de su precioso tiempo, y apoyaba su inclinación a la pintura. Gracias a su fuerza y<br />

su firmeza, a la energía con que atraía a las mujeres, y a su bondad, al cabo de<br />

pocas semanas la había conquistado.<br />

María Luisa se quedó embarazada en julio, y en el curso de <strong>los</strong> meses<br />

siguientes Francia entera aguardó expectante las salvas: 21 si era niña; 101 si era<br />

varón. El 20 de marzo de 1811 comenzó el parto de María Luisa. El ginecólogo<br />

preveía un parto difícil, y <strong>Napoleón</strong> le dijo que si era necesario elegir entre la vida<br />

de la madre y la del hijo, debía salvar a la madre; una orden que siempre sería<br />

recordada con gratitud por María Luisa. Efectivamente, el parto fue difícil, pero el<br />

niño nació vivo. Cuando oyó la salva de 101 cañonazos, <strong>los</strong> ojos de <strong>Napoleón</strong><br />

derramaron lágrimas de alivio y alegría. Al fin tenía heredero. Escribió lo siguiente<br />

puso a trabajar en la compilación de la crónica más suntuosa y detallada de un país<br />

extranjero que se hubiera elaborado hasta ese momento: la Description de<br />

1'Egypte.<br />

En diez volúmenes infolio bellamente ilustrados, que abordaban todos <strong>los</strong><br />

temas, de las antigüedades a la zoología <strong>Napoleón</strong> reveló al mundo <strong>los</strong><br />

descubrimientos realizados por el Instituí d'Egypte, y de hecho todo lo que valía la<br />

pena saber acerca del pasado y el presente de Egipto. Más que las banderas turcas<br />

capturadas en el monte Tabor y Abukir, estos libros fueron <strong>los</strong> trofeos de su<br />

campaña egipcia.

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