La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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norte <strong>los</strong> que invadieron el sur.» No le agradaba avanzar contra la corriente de la<br />
historia. Pero, ¿y si declaraba la guerra? Ahora disponía de un aliado seguro en<br />
Austria. Si infligía una derrota decisiva a <strong>los</strong> ejércitos del zar, una derrota<br />
semejante a la de Austerlitz o Friedland, salvaría el Gran Ducado de Varsovia, y con<br />
él a Europa occidental entera, de la invasión rusa, y dispondría quizá de cinco años<br />
de paz para terminar la lucha contra Inglaterra, donde eran evidentes <strong>los</strong> indicios<br />
de desgaste; el nivel de la desocupación era elevado, y como decía <strong>Napoleón</strong>,<br />
«están atiborrados de pimienta, pero no tienen pan».<br />
En definitiva, <strong>Napoleón</strong> decidió que la guerra inmediata era el menor de <strong>los</strong> dos<br />
males.<br />
El 24 de junio de 1812, en Kovno, <strong>Napoleón</strong> presenció el cruce del río Niemen<br />
por <strong>los</strong> primeros regimientos del Gran Ejército. Allí, cinco años antes, en una balsa<br />
techada, había abrazado por primera vez a Alejandro. Durante ocho días sus tropas<br />
atravesaron el río a paso vivo, sobre tres puentes de pontones. Había italianos, con<br />
<strong>los</strong> uniformes bordados con la leyenda «Gli uomini liberi sonó fratelli». Había<br />
muchos polacos, y su caballería desplegaba estandartes con <strong>los</strong> colores nacionales,<br />
el rojo y el blanco. Había dos regimientos portugueses con uniformes pardo claro y<br />
aplicaciones escarlatas. Había bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses,<br />
napolitanos, alemanes del norte, sajones y suizos, y cada contingente nacional<br />
tenía sus uniformes y sus canciones. Era un total de veinte naciones con 530.000<br />
hombres. Desde <strong>los</strong> tiempos en que Jerjes había dirigido a las naciones de Asia a<br />
través del Helesponto no se había visto una fuerza tan considerable.<br />
Los franceses formaban la tercera parte del total. <strong>Napoleón</strong> podía ver a cada<br />
regimiento precedido por el estandarte que él le había dado.<br />
Bajo un águila de bronce con las alas desplegadas flotaba una bandera<br />
cuadrada de satén blanco enmarcada sobre tres lados por un reborde de oro y<br />
bordado con grandes letras asimismo de oro: «El emperador a su Segundo<br />
Regimiento de Coraceros», y al dorso las batallas en que el regimiento había<br />
intervenido; el resto del satén estaba adornado con abejas de oro de unos tres<br />
centímetros de longitud.<br />
<strong>La</strong> Guardia Imperial de <strong>Napoleón</strong> formaba una élite especial de 45.000<br />
hombres, dividida en la Vieja Guardia, constituida por veteranos, y la Joven<br />
Guardia, que agrupaba a <strong>los</strong> mejores reclutas. Los granaderos de la Guardia, con<br />
una estatura mínima de un metro setenta y cinco centímetros, vestían uniformes<br />
azules, pantalones blancos y morriones de treinta centímetros de altura, el costado<br />
izquierdo adornado con una escarapela tricolor y una pluma escarlata. Tenían<br />
derecho de usar patillas y espesos bigotes. Un mero granadero tenía la paga y la<br />
jerarquía del sargento de las restantes unidades, y además se le entregaba con la<br />
comida media botella de vino. Los granaderos de la caballería de la Guardia<br />
montaban únicamente cabal<strong>los</strong> negros, usaban pantalones de cuero y chaquetas<br />
verde oscuro adornadas con cinco filas de botones de latón y alamares amaril<strong>los</strong>.<br />
Los veintidós mejores de el<strong>los</strong> tenían el privilegio de formar la guardia personal de<br />
<strong>Napoleón</strong>.<br />
Seguía a cada división una columna de diez kilómetros de suministros, formada<br />
por ganado, carretas cargadas de trigo, albafiiles encargados de construir hornos, y<br />
panaderos que debían convertir el trigo en pan, veintiocho millones de botellas de<br />
vino y dos millones de brandy; mil cañones y varias veces ese número de vagones<br />
con municiones.<br />
Había ambulancias, camilleros y hospitales de sangre, así como equipos para<br />
construir puentes y forjas portátiles. Todos <strong>los</strong> jefes superiores tenían su propio<br />
carruaje e incluso un carro o dos para transportar la ropa de cama, <strong>los</strong> libros, <strong>los</strong><br />
mapas, y otros elementos. El total de carros y vehícu<strong>los</strong> se elevaba a treinta mil;<br />
<strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> a ciento cincuenta mil.<br />
<strong>La</strong> moral de esta enorme fuerza era sumamente elevada. <strong>La</strong> «segunda guerra<br />
polaca», como la denominó <strong>Napoleón</strong> (la primera fue la guerra de 1806-1807), no<br />
fue ciertamente un acto irreflexivo, y Metternich, el diplomático europeo más<br />
sólido, creyó que culminaría con el éxito de las fuerzas francesas. Algunos oficiales<br />
garganta; generalmente sobreviene la muerte en pocos días. <strong>Napoleón</strong> había<br />
aislado <strong>los</strong> casos, pero la peste se había difundido a varios centenares de enfermos.<br />
Algunos estaban tan enfermos que ni siquiera podían montar una muía. De<br />
modo que se suscitó el interrogante: ¿Qué hacer con el<strong>los</strong>?. <strong>Napoleón</strong> prestaba<br />
más atención que la mayoría de <strong>los</strong> soldados a sus heridos y enfermos. Por<br />
ejemplo, en El Cairo ordenó que les preparasen un pan de calidad especial, y se<br />
prohibió que lo consumieran «el comandante en jefe, <strong>los</strong> generales o el<br />
contramaestre general», y también dispuso que las bandas militares tocasen todos<br />
<strong>los</strong> días a las doce para levantar el ánimo de <strong>los</strong> pacientes. Compadecía a sus<br />
valerosos soldados afectados por la peste negra. Sabía que si aún estaban vivos<br />
cuando <strong>los</strong> turcos se apoderasen de el<strong>los</strong>, serían decapitados. Dijo a Desgenettes,<br />
comandante del cuerpo médico, que era conveniente terminar con sus sufrimientos<br />
mediante una fuerte dosis de láudano.<br />
Desgenettes no estuvo de acuerdo. Afirmó que era mejor dejar<strong>los</strong> en el<br />
campamento, y que afrontaran el riesgo. Finalmente se concertó un compromiso:<br />
<strong>los</strong> médicos administraron láudano, como analgésico, a treinta de <strong>los</strong> soldados<br />
enfermos que estaban moribundos. El láudano provocó el efecto imprevisto de<br />
obligar<strong>los</strong> a vomitar, con resultados beneficiosos, y varios de <strong>los</strong> treinta se<br />
recuperaron y regresaron sanos y salvos. Con respecto a <strong>los</strong> enfermos que podían<br />
viajar, <strong>Napoleón</strong> impartió esta orden: «Todos <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>, <strong>los</strong> camel<strong>los</strong> y las muías<br />
estarán reservados para <strong>los</strong> heridos, <strong>los</strong> enfermos y <strong>los</strong> afectados por la plaga que<br />
muestren el más mínimo signo de vida.» Apenas se conoció la orden cuando se<br />
presentó el ordenanza de <strong>Napoleón</strong>: ¿Qué caballo se reservaba el general para sí?<br />
<strong>Napoleón</strong> descargó irritado el látigo sobre el ordenanza. «Todos <strong>los</strong> que no están<br />
enfermos irán a pie, comenzando por mí».<br />
<strong>Napoleón</strong> condujo a su maltrecho ejército hacia el sur, a lo largo de la costa de<br />
Tierra Santa, y se internó en el desierto de Sinaí. En febrero y a caballo había sido<br />
un viaje ingrato, pero a pie, con un largo cortejo de heridos, y con un calor que se<br />
elevaba a 54 grados centígrados, era una lenta tortura. De todos modos, hacia<br />
principios de junio. <strong>Napoleón</strong> había conseguido poner a salvo a su ejército en<br />
Egipto y se preparaba para repeler al ejército turco, que según preveía<br />
desembarcaría pronto.<br />
Los turcos desembarcaron cerca de Alejandría el 11 de julio, y acamparon en la<br />
cercana península de Abukir; allí, el 25 de julio <strong>Napoleón</strong> <strong>los</strong> atacó. Tenía 8.000<br />
hombres contra 9.000 turcos, la mayoría, una élite de jenízaros, vestidos con<br />
abultados pantalones azules y turbantes rojos, y armados con mosquetes, pistolas<br />
y sables. Se dispusieron en dos filas separadas por un kilómetro y medio, la<br />
primera línea en una llanura y la segunda sobre una colina, el monte Vizir. Atrás<br />
tenían el mar, y <strong>Napoleón</strong> llegó a la conclusión de que el mar sería su mejor aliado<br />
en la batalla inminente.<br />
<strong>Napoleón</strong> envió a <strong>La</strong>nnes y LEstaing contra el centro de la primera línea de <strong>los</strong><br />
turcos, y ordenó a Mural que con la caballería rodease <strong>los</strong> flancos derecho e<br />
izquierdo. De este modo <strong>los</strong> turcos retrocedieron hacia el monte Vizir. <strong>Napoleón</strong><br />
permitió descansar a sus tropas y reanudó la batalla a las tres de la tarde.<br />
Murat, que vestía un soberbio uniforme, con más alamares dorados que paño<br />
azul, reveló un soberbio coraje. Mustafá, el general turco de barba blanca, disparó<br />
una pistola directamente a la mandíbula inferior de Murat, entonces Murat arrancó<br />
de un sablazo la pistola de la mano del turco, y el arma voló acompañada por dos<br />
dedos de la mano; después, continuó dirigiendo a su caballería hacia el centro de<br />
<strong>los</strong> jenízaros, y finalmente <strong>los</strong> arrojó al mar. Cinco mil turcos murieron ahogados,<br />
unos dos mil fueron muertos y otros dos mil fueron hechos prisioneros. Sólo un<br />
puñado escapó.<br />
<strong>La</strong> estrategia de <strong>Napoleón</strong>, combinada con el coraje de Murat, convirtió a Abukir<br />
en una importante y oportuna victoria francesa. Borró la mancha de Acre. «Digan a<br />
todas las jóvenes damas —escribió Murat a Francia—, que aun si Murat perdió algo<br />
de su apostura, ellas comprobarán que nada perdió de su bravura en la guerra del<br />
amor».