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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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lechones, una cabra, una ternera y una vaca. Hacía mucho calor, <strong>los</strong> hombres<br />

sufrían las picaduras de <strong>los</strong> insectos y <strong>los</strong> veteranos recordaban las condiciones que<br />

habían afrontado en Egipto.<br />

El principal ejército ruso, unos ciento veinte mil hombres con seiscientos<br />

cañones, estaba mandado por un parsimonioso general de origen escocés, Barclay<br />

de Tolly. <strong>Napoleón</strong> abrigaba la esperanza de enfrentarse con Barclay en Vilna, a<br />

unos ochenta kilómetros de la frontera. Pero Barclay abandonó Vilna. Procedía así<br />

en cumplimiento de las órdenes del zar, que en una actitud característica había<br />

decidido evitar una confrontación directa.<br />

<strong>Napoleón</strong> persiguió a Barclay hasta Vitebsk, a orillas del Duna, pero Barclay lo<br />

evitó y se reunió a orillas del Dniéper con el segundo ejército del príncipe<br />

Bagration. <strong>Napoleón</strong> descendió por el valle del Dniéper con el propósito de luchar<br />

por separado con <strong>los</strong> dos ejércitos rusos en Smolensk, una de las principales<br />

ciudades de Rusia. Pero <strong>los</strong> rusos lo esquivaron nuevamente; sacrificaron a su<br />

retaguardia y levantaron entre el<strong>los</strong> y <strong>los</strong> franceses una barrera de fuego.<br />

Incendiaron Smolensk. Era el 17 de agosto.<br />

<strong>Napoleón</strong> llevaba siete semanas de marcha, y solamente había conquistado el<br />

espacio vacío. Cuanto más profundamente penetraba en Rusia, más conciencia<br />

cobraban él y sus hombres del espacio vacío y el silencio. Cuando llegaban a lo que<br />

en el mapa era una aldea, la hallaban incendiada, y el alimento enterrado. Todos<br />

<strong>los</strong> habitantes habían huido.<br />

Sólo quedaba el espacio. Incluso el cielo ruso parecía vacío de aves.<br />

Como había observado madame de Stael: «Los espacios determinan que<br />

desaparezca todo, salvo el espacio mismo, que persigue a nuestra imaginación<br />

como ciertas ideas metafísicas de las cuales la mente no puede desprenderse una<br />

vez que ellas se afirmaron».<br />

Frente a este vacío, a mediados de agosto <strong>Napoleón</strong> tenía que elegir.<br />

Como él mismo dijo, tenía que golpear la cabeza, el corazón o <strong>los</strong> pies.<br />

<strong>La</strong> cabeza era San Petersburgo, donde gobernaba el zar, pero casi una remota<br />

ciudad escandinava por referencia a Rusia propiamente dicha.<br />

Kiev representaba <strong>los</strong> pies; era la gran ciudad meridional. El corazón era Moscú,<br />

la antigua capital, la ciudad más grande y desde el punto de vista estratégico la<br />

mejor situada. De Smolensk a Moscú había un largo trecho que representaba doce<br />

jornadas, 2.600 kilómetros en línea recta desde París. <strong>Napoleón</strong> esperó una<br />

semana, evaluando la situación y tratando de leer la mente de Alejandro. Después,<br />

impartió la orden de marcha sobre Moscú.<br />

Fue necesario dejar atrás muchas unidades para mantener las comunicaciones,<br />

de manera que una línea mucho más delgada de carros, cabal<strong>los</strong> y tropas continuó<br />

internándose en el territorio vacío. <strong>La</strong>s aldeas aparecían siempre sistemáticamente<br />

incendiadas, era imposible conseguir forraje y varios miles de cabal<strong>los</strong> franceses<br />

murieron. Pero <strong>Napoleón</strong> se sentía bastante confiado. Cierto día, mientras<br />

descansaba en un prado con sus oficiales, empezó a fi<strong>los</strong>ofar, como hacía a veces<br />

durante las pausas. «Gobernar el Imperio es una tarea interesante. Podría estar en<br />

París, pasándolo bien y holgazaneando... En cambio, estoy aquí con ustedes,<br />

acampando; y en la acción podría alcanzarme una bala, como a cualquiera... Estoy<br />

tratando de superarme. Todos, cada uno en su puesto, deben hacer lo mismo. Esto<br />

es la grandeza».<br />

Entretanto, <strong>los</strong> ministros y la opinión de la corte habían forzado a Alejandro a<br />

suspender la retirada. Decían que debía evitar a toda costa la caída de Moscú. De<br />

manera que el zar reemplazó a Barclay por el general Kutuzov, un astuto noble de<br />

sesenta y ocho años que había perdido el ojo derecho como resultado de una bala<br />

turca; era sumamente obeso, y como no podía montar a caballo realizaba la<br />

campaña en un droshky.<br />

«<strong>La</strong> matrona», como <strong>Napoleón</strong> lo llamaba, había sido derrotado en Austerlitz y<br />

había jurado vengarse. Desplegó su ejército al sur de la aldea de Borodino, sobre<br />

un risco cortado por hondonadas, detrás del río Kolotchaun, tributario del Moskowa,<br />

el río que atravesaba Moscú, unos ciento quince kilómetros al este.<br />

recibió respuesta. En realidad, Talleyrand no fue a Turquía. No estaba en <strong>los</strong> planes<br />

de este sinuoso político promover la carrera de <strong>Napoleón</strong> ni soportar la<br />

incomodidad de un viaje de más de 2.200 kilómetros. En consecuencia, durante el<br />

otoño de 1798 sucedió lo que <strong>Napoleón</strong> más temía: presionada por Inglaterra,<br />

Turquía declaró la guerra a Francia. Aquel invierno se formó en Siria un ejército<br />

turco con el fin de invadir Egipto.<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía motivos para alarmarse. Los turcos eran conocidos en Europa<br />

entera por su crueldad. Decapitaban a <strong>los</strong> prisioneros y mantenían intimidada a<br />

Grecia con masacres periódicas de aldeas enteras, operaciones en las que mataban<br />

también a las mujeres y <strong>los</strong> niños. Si un ejército turco entraba en Egipto, sería una<br />

catástrofe tanto para <strong>los</strong> egipcios como para <strong>los</strong> franceses. <strong>Napoleón</strong> decidió<br />

anticiparse al ataque.<br />

A fines de enero reunió 13.000 hombres, 900 soldados de caballería y cuarenta<br />

y nueve cañones para invadir Siria, como se llamaba entonces Tierra Santa.<br />

Después de una difícil marcha a través del desierto del Sinaí,durante la cual se<br />

vieron reducidos a comer asnos y camel<strong>los</strong>, <strong>Napoleón</strong> y sus hombres desembocaron<br />

en la fértil llanura que se extiende alrededor de Gaza, donde <strong>los</strong> limoneros y <strong>los</strong><br />

bosquecil<strong>los</strong> de olivos recordaron a <strong>Napoleón</strong> la fisonomía del <strong>La</strong>nguedoc. Capturó<br />

Gaza el 25 de febrero e hizo dos mil prisioneros turcos. El principal problema de<br />

<strong>Napoleón</strong> estaba en <strong>los</strong> alimentos —tenía apenas lo suficiente para su propio<br />

ejército—, de manera que liberó a <strong>los</strong> turcos capturados con la condición de que no<br />

volvieran a participar en la guerra. Después continuó avanzando, y el 7 de marzo<br />

tomó por asalto Jaffa. Aquí capturó a otros cuatro mil turcos. Varios centenares de<br />

el<strong>los</strong> eran hombres de <strong>los</strong> liberados por <strong>Napoleón</strong> bajo palabra en Gaza.<br />

<strong>Napoleón</strong> afrontaba una decisión terrible. Podía mantener prisioneros a <strong>los</strong><br />

turcos. Pero en ese caso no podría alimentar<strong>los</strong>. A 480 kilómetros de su base de El<br />

Cairo, sus propios hombres apenas disponían de galletas suficientes para el<strong>los</strong><br />

mismos y en un país desértico no hallarían más alimentos. O podía liberar a <strong>los</strong><br />

prisioneros. Era evidente que se reincorporarían al ejército turco principal, y de ese<br />

modo reforzarían el poderío de una fuerza que ya era muy superior a la francesa. O<br />

<strong>los</strong> turcos pasaban hambre, o <strong>Napoleón</strong> tendría que combatir nuevamente contra<br />

el<strong>los</strong>, y al hacerlo se vería obligado a derramar sangre francesa. <strong>Napoleón</strong><br />

consideró que la decisión era demasiado terrible para resolver por sí mismo el<br />

asunto, e hizo lo que nunca había hecho antes: convocó a un consejo militar de<br />

todos sus oficiales superiores. Hablaron durante dos días del tema, y cada uno<br />

manifestó su opinión. <strong>La</strong> mayoría afirmó que solamente quedaba un camino: fusilar<br />

a <strong>los</strong> prisioneros. Parecía una actitud muy cruel, pero entendían que era un mal<br />

menor que cualquiera de las dos posibilidades restantes. <strong>Napoleón</strong> impartió las<br />

órdenes necesarias y el 10 de marzo <strong>los</strong> turcos fueron fusilados.<br />

<strong>Napoleón</strong> continuó avanzando por la costa en dirección a Acre, un puerto<br />

rodeado por el mar en tres de sus lados; en el cuarto lado tenía el más formidable<br />

sistema defensivo de Medio Oriente: un castillo construido por <strong>los</strong> cruzados con la<br />

solidez de la Gran Pirámide, defendido por un foso, contrafuertes y 250 cañones.<br />

Tenía una fuerte guarnición turca y 800 marineros ingleses al mando de Sidney<br />

Smith, un valiente oficial que había luchado contra <strong>Napoleón</strong> en Tolón.<br />

<strong>Napoleón</strong> decidió que intentaría capturar Acre. Si lo conseguía privaría de su<br />

base más importante a la flota inglesa, y él mismo tendría abierta una ruta<br />

importante de Damasco a Constantinopla. <strong>La</strong>s ventajas posibles eran grandes, pero<br />

también lo eran <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong>, ya que con el propósito de evitar el accidentado<br />

terreno del desierto había enviado por mar la mayoría de sus cañones, y <strong>los</strong><br />

ingleses <strong>los</strong> habían capturado. <strong>Napoleón</strong> tenía ahora sólo doce cañones, y estaba<br />

tan escaso de munición que se vio obligado a recoger las balas de cañón usadas<br />

por el enemigo.<br />

Con esta munición logró perforar <strong>los</strong> muros del castillo; tres veces sus hombres<br />

consiguieron entrar en el antepatio, y otras tantas se vieron obligados a retroceder<br />

ante las relampagueantes cimitarras. En este momento <strong>Napoleón</strong> recibió un<br />

mensaje urgente del general Kléber, que defendía el flanco derecho y había sido

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