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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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<strong>La</strong> primera traición llegó en la forma de una carta, pues a pesar del bloqueo de<br />

Nelson, de vez en cuando una nave proveniente de Francia conseguía pasar. <strong>La</strong><br />

carta estaba dirigida ajunot, y como traía noticias de Josefina, Junot se consideró<br />

obligado a mostrarla a <strong>Napoleón</strong>. Josefina había retornado del balneario de<br />

Plombiéres con Hippolyte Charles en su carruaje. En varias escalas para pasar la<br />

noche, ella y Charles se habían alojado en la misma posada. De regreso a París,<br />

Josefina había estado recibiendo a Charles en la rué Chantereine, 6 y la habían<br />

visto con él en público, en <strong>los</strong> palcos más iluminados del cuarto piso del Théátre<br />

des Italiens. En definitiva, París entero tenía la certeza de que Josefina e Hippolyte<br />

eran amantes.<br />

Cuando leyó la carta acerca de Josefina, al principio <strong>Napoleón</strong> no quiso creerlo.<br />

Hasta ese momento nunca había tenido pruebas concretas de que su esposa le<br />

hubiera sido infiel. Preguntó a varios de sus amigos, entre el<strong>los</strong> Berthier, acerca de<br />

Hippolyte Charles y le confirmaron la noticia. Al parecer, todos menos él lo sabían.<br />

<strong>Napoleón</strong> palideció, se golpeó varias veces la cabeza y dijo a Bourrienne con voz<br />

rota: «Josefina! ¡Y yo estoy a 600 leguas de distancia!» Juró exterminar a Charles<br />

y a toda su calaña de petimetres, y después se lanzó contra Josefina: «Me<br />

divorciaré. Sí, será un escanda<strong>los</strong>o divorcio público».<br />

<strong>Napoleón</strong> era un perfeccionista, y como todos <strong>los</strong> perfeccionistas cuando las<br />

cosas salían mal se mostraba propenso a sufrir profundos accesos de desánimo. El<br />

año precedente, en la conversación con un amigo había comparado a la vida como<br />

«un puente tendido sobre un río de corriente rápida. Los viajeros lo cruzan, algunos<br />

con paso tardo, otros corriendo, algunos siguen un curso recto, otros se desvían.<br />

Un grupo, con <strong>los</strong> brazos inertes, se detiene para dormir o contemplar el río. Y hay<br />

otros que van cargados y no descansan, que se fatigan tratando de atrapar las<br />

burbujas de todos <strong>los</strong> colores que <strong>los</strong> charlatanes soplan al vacío desde plataformas<br />

profusamente adornadas. Apenas se las toca esas burbujas desaparecen, y<br />

ensucian la mano que intentó alcanzarlas».<br />

Y había estallado otra burbuja. Desde el principio mismo <strong>Napoleón</strong> había tenido<br />

sus dudas acerca del amor que Josefina le profesaba, y cuando esas dudas se<br />

confirmaron, escribió una carta a Joseph, su confidente favorito, para manifestar<br />

toda la desilusión que sentía. «Se ha desgarrado horriblemente el velo. Eres la<br />

única persona que me queda; valoro tu amistad... Prepara una casa para mi<br />

regreso, en París o en Borgoña... Estoy cansado de la naturaleza humana. Necesito<br />

estar solo y aislado. Los grandes acontecimientos me dejan frío. Todo lo que es<br />

sentimiento se ha agotado. <strong>La</strong> fama es insípida».<br />

Incluso esta carta, que había ayudado a aliviar su dolor, se volvería contra<br />

<strong>Napoleón</strong>, y en definitiva acentuaría su sufrimiento. Nelson la interceptó, junto a<br />

una cana de Eugéne a Josefina que describía la infelicidad de <strong>Napoleón</strong>. Ambas<br />

canas fueron publicadas en el Morning Chronicle de Londres el 24 de noviembre, y<br />

antes de que hubiese terminado el mes, <strong>Napoleón</strong> era el hazmerreír de París.<br />

<strong>Napoleón</strong> detestaba hacer el papel de tonto, y, sin pérdida de tiempo, buscó el<br />

modo de salir de la situación en que se encontraba. Desde Egipto no podía iniciar el<br />

«escanda<strong>los</strong>o divorcio público», pero por lo menos podía demostrar que no era un<br />

marido inconsolable, es decir el más ridículo de <strong>los</strong> hombres. Entre las trescientas<br />

mujeres francesas que acompañaban a su ejército como costureras y lavanderas<br />

había una bonita rubia de Carcassone, esposa de un teniente de infantería; se<br />

llamaba Pauline Foursé. Ella y su marido no estaban unidos por un amor muy<br />

profundo, y cuando <strong>Napoleón</strong> le mostró interés, Pauline se divorció de su marido.<br />

<strong>Napoleón</strong> no amaba a Pauline —<strong>los</strong> soldados afirmaban, y no se equivocaban, que<br />

el Instituto era la «amante favorita» del general-—, pero ella era bonita y tierna.<br />

<strong>Napoleón</strong> se paseaba en carruaje con Pauline por las calles de El Cairo sin el más<br />

mínimo disimulo, y de acuerdo con lo que él había previsto, en París se supo que el<br />

nuevo conquistador de Egipto tenía una Cleopatra.<br />

<strong>La</strong> segunda traición tuvo consecuencias más trascendentes que la primera. En<br />

sucesivas canas <strong>Napoleón</strong> insistía en preguntar si Talleyrand había cumplido su<br />

promesa y había viajado a Constantinopla para negociar un tratado con Turquía. No<br />

<strong>Napoleón</strong> llegó a las pendientes que estaban frente a <strong>los</strong> rusos el 6 de<br />

septiembre. Se sentía muy mal. Una vieja dolencia, la disuria, había reaparecido,<br />

de modo que soportaba dolores al orinar, y además padecía escalofríos febriles.<br />

Salió por la tarde para inspeccionar las líneas rusas y algunos lo vieron detenerse y<br />

refrescar la frente calenturienta en la rueda de un cañón. Pero se reanimó cuando<br />

llegó de París una valija que traía el retrato de su pequeño hijo realizado por<br />

Gérard; el niño descansaba sobre un cojín de terciopelo verde y jugaba con un<br />

cetro de marfil.<br />

<strong>Napoleón</strong> llamó a sus oficiales de Estado Mayor y a otros y <strong>los</strong> invitó a<br />

compartir su placer. «Caballeros, si mi hijo tuviera quince años, seguramente<br />

estaría aquí en persona.» «Un cuadro admirable», fue su opinión, y ordenó que lo<br />

pusiesen sobre una silla frente a su tienda, donde la Guardia pudiese verlo.<br />

<strong>Napoleón</strong> permaneció levantado hasta tarde esa noche, dictando órdenes. Se<br />

acostó a la una y se levantó nuevamente a las tres. ¿Los rusos se habían retirado<br />

otra vez? No, del lado opuesto del valle podía ver <strong>los</strong> fuegos del campamento. Caía<br />

una lluvia fina y fría, y un fuerte viento inflaba <strong>los</strong> costados de la tienda. Pidió<br />

ponche caliente y después montó a caballo y fue a reconocer el terreno. Ésta era la<br />

batalla que él deseaba, pero el campo de batalla no era el que hubiese elegido. El<br />

terreno era boscoso —por lo menos la mitad consistía en bosquecil<strong>los</strong> y árboles<br />

adultos— y por lo tanto inapropiado para la caballería y para esos brillantes<br />

movimientos de flanqueo con que <strong>Napoleón</strong> solía avanzar sobre el enemigo.<br />

Además, <strong>los</strong> rusos habían tenido tiempo para atrincherarse en el terreno en<br />

pendiente; sus principales baterías estaban protegidas por barricadas de turba y<br />

sería difícil capturarlas.<br />

<strong>La</strong>s líneas enemigas se extendían de norte a sur en una extensión de cuatro<br />

kilómetros, desde Borodino hasta el terreno más elevado junto a la aldea de Utitza,<br />

sobre el antiguo camino de Smolensk a Moscú. A la derecha de <strong>los</strong> rusos, Barclay<br />

con 75.000 hombres ocupaba terrenos altos protegidos por túmu<strong>los</strong>, lo que <strong>los</strong><br />

franceses denominaban el Gran Reducto; después venía una depresión; después de<br />

la depresión, más reductos —las Tres Flechas— defendidos por 30.000 hombres al<br />

mando del príncipe Bagration, un audaz georgiano a quien <strong>Napoleón</strong> respetaba; y<br />

finalmente, el terreno boscoso alrededor de Utitza, defendido por Tuchkov. <strong>La</strong><br />

fuerza total de <strong>los</strong> rusos, incluidas las reservas, estaba formada por 120.000<br />

hombres y 640 cañones; <strong>los</strong> franceses tenían 133.000 hombres y 587 cañones.<br />

<strong>Napoleón</strong> decidió ejecutar un plan sencillo; su hijastro Eugene debía atacar la<br />

aldea de Borodino, como si <strong>los</strong> franceses hubieran pensado descargar el golpe<br />

principal sobre la derecha rusa. En realidad, el ataque principal debía descargarse<br />

sobre el centro y la izquierda de <strong>los</strong> rusos.<br />

Allí, Davout atacaría al príncipe Bagration, y la caballería del príncipe<br />

Poniarowski, utilizando el antiguo camino Smolensk-Moscú, trataría de rodear a<br />

Bagration para atacarlo por la retaguardia.<br />

Mientras <strong>Napoleón</strong> concluía el reconocimiento, sus oficiales se preparaban para<br />

el gran día. Los más veteranos habían combatido en todos <strong>los</strong> rincones de Europa,<br />

del Tajo al Elba, de <strong>los</strong> ventisqueros del San Bernardo a las colinas calcinadas por<br />

el sol de Calabria. Muchos mostraban las señales de estas campañas; Rapp, el<br />

ayudante de <strong>Napoleón</strong>, el hombre que había arreglado el chai de Josefina el día que<br />

habían intentado asesinarlo, tenía veintiuna heridas.<br />

Pero todos ansiaban conquistar aún más gloria y demostrar su coraje. Si en esa<br />

oportunidad se mostraban bastante valerosos, <strong>Napoleón</strong> <strong>los</strong> ascendería a coronel,<br />

general, mariscal, quizás a la dignidad real, como había sido el caso de Murat, hijo<br />

de un posadero. Por eso vestían <strong>los</strong> uniformes de gala con alamares dorados,<br />

túnica escarlata o azul y pantalones claros. Eran blancos más fáciles, pero todos<br />

verían mejor sus actos de arrojo.<br />

Leyeron a las tropas la proclama que <strong>Napoleón</strong> había redactado la noche de la<br />

víspera. Había llegado al fin el momento de librar la batalla que tanto habían<br />

esperado. Si todos luchaban bien obtendrían la victoria que les aseguraría buenos<br />

cuarteles de invierno y un pronto regreso a casa. Del lado opuesto del valle, <strong>los</strong>

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