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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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usos, de uniforme verde, besaban el icono de la Virgen de Smolensk y escuchaban<br />

la proclama de su comandante en jefe. <strong>Napoleón</strong>, decía Kutuzov, era el anticristo y<br />

el enemigo de Dios, <strong>los</strong> calificativos endilgados al emperador francés por la<br />

jerarquía rusa en vista de que él había restablecido el sanedrín judío.<br />

<strong>Napoleón</strong> continuaba sintiéndose enfermo. Después de hablar a sus generales<br />

se apostó frente a la. Guardia, sobre terreno alto, a un kilómetro y medio de <strong>los</strong><br />

reductos rusos. Desde allí podía ver el centro del campo de batalla, una tercera<br />

pane del total; <strong>los</strong> bosques ocupaban <strong>los</strong> dos tercios restantes. Inmediatamente<br />

frente a <strong>Napoleón</strong> estaban las principales baterías francesas. A las cinco y media de<br />

la mañana <strong>Napoleón</strong> les ordenó abrir fuego. Los cañones rusos contestaron<br />

inmediatamente. Desde el punto de vista técnico eran excelentes, ligeramente más<br />

grandes, y tenían más alcance; pero sus artilleros eran menos diestros y su fuego<br />

menos preciso. El fuego de más de mil cañones estremecía la tierra.<br />

El príncipe Eugene comenzó la batalla con el ataque de Borodino.<br />

Después, Davout y Ney arrojaron a la infantería sobre las defensas y <strong>los</strong><br />

emplazamientos de artillería de las Tres Flechas. Los rusos lanzaron metralla sobre<br />

las filas de vanguardia; el caballo de Davout cayó muerto y su jinete fue despedido<br />

inconsciente. <strong>Napoleón</strong> ordenó a Rapp que asumiera el mando, pero también él fue<br />

herido; entonces, <strong>Napoleón</strong> envió a Desaix en sustitución de Rapp, y Desaix<br />

también cayó. Entretanto, Ney se apoderó del emplazamiento más meridional, y<br />

resistió tres contraataques rusos.<br />

<strong>Napoleón</strong> envió a la caballería de Murat en ayuda de Ney. <strong>Napoleón</strong> se<br />

sorprendió ante la tenacidad con que <strong>los</strong> rusos se aferraban a una posición. Donde<br />

<strong>los</strong> austríacos o <strong>los</strong> prusianos, superados en número, finalmente se rendían, <strong>los</strong><br />

rusos preferían morir. <strong>La</strong> razón era que estaban acostumbrados a combatir contra<br />

<strong>los</strong> turcos, que mataban a todos <strong>los</strong> que eran capturados. Esta actitud complicó<br />

enormemente la tarea de <strong>Napoleón</strong>. Dijo de <strong>los</strong> soldados de infantería rusos: «Son<br />

ciudadelas a las que es necesario demoler a cañonazos».<br />

Hacia las diez el plan original de <strong>Napoleón</strong> se había visto superado por el<br />

desarrollo de <strong>los</strong> acontecimientos. Eugene se había desempeñado mejor de lo<br />

previsto; se había apoderado de Borodino, y después de acercar la artillería<br />

estaban batiendo el Gran Reducto. Pero Poniatowski había obtenido peores<br />

resultados de lo previsto. Aunque había batido a la derecha rusa —el general<br />

Tuchkov estaba muerto y Bagration agonizaba a causa de sus heridas— había<br />

hallado intensa resistencia en <strong>los</strong> bosquecil<strong>los</strong> de <strong>los</strong> terrenos más altos y no podría<br />

acercarse por detrás de las Tres Flechas. En ese momento era evidente que la<br />

batalla se convertiría en due<strong>los</strong> de artillería, ataques frontales y combates cuerpo a<br />

cuerpo. <strong>La</strong>s Tres Flechas era el sector más prometedor. Poco después de las diez,<br />

<strong>Napoleón</strong> recibió una nota de Ney en que le rogaba que ordenase avanzar contra<br />

las Tres Flechas a todas sus reservas, es decir, a la Guardia. A juicio de Ney, era el<br />

único modo de convertir en victoria un progreso limitado.<br />

Mientras tomaba medicinas para calmar el dolor de garganta, consecuencia del<br />

resfriado, y trataba de ver entre el humo de <strong>los</strong> cañones, <strong>Napoleón</strong> consideró la<br />

petición de Ney. En sí misma era razonable; Ney y Murat habían mostrado un<br />

soberbio coraje durante varias horas y estaban casi exhaustos. Pero mientras<br />

<strong>Napoleón</strong> reflexionaba, llegó un mensaje inesperado del flanco izquierdo. Kutuzov<br />

había lanzado al campo de batalla a su caballería cosaca de reserva, y Eugene se<br />

veía forzado a pasar a la defensiva. <strong>Napoleón</strong> consideraba que su izquierda era<br />

vital, porque cubría su única línea de comunicación, el camino principal a<br />

Smolensk. Habría sido una actitud audaz jugarse el todo por el todo en un ataque a<br />

las Tres Flechas, pero era prudente mantener en reserva a la Guardia. Como dijo el<br />

mariscal Bessiéres, comandante de la Guardia: «¿Arriesgará sus últimas reservas a<br />

1.300 kilómetros de París?» <strong>Napoleón</strong> podía ser audaz cuando así lo decidía, pero<br />

casi siempre adoptaba esa actitud en el contexto de la prudencia. «No —contestó—<br />

Esto supone que mañana libremos otra batalla».<br />

<strong>Napoleón</strong> dio ayuda limitada a Ney. Acercó más cañones, hasta que un total de<br />

cuatrocientas piezas estuvieron batiendo el área de las Tres Flechas, y envió otra<br />

completar ni siquiera uno, que es lo que yo hubiera deseado». Entre las<br />

antigüedades que registró para conocimiento de Europa, estaban el templo de<br />

Edfu, con casas árabes en el techo, y el templo de Ptolomeo en Dendera. Después<br />

de examinar el vestíbulo de este monumento, con su techo sostenido por columnas<br />

y perfectamente conservado, Denon anotó en su diario: «¡Los griegos no<br />

inventaron nada!».<br />

<strong>Napoleón</strong> alentó también el estudio de <strong>los</strong> jeroglíficos. Los franceses copiaron<br />

exactamente las inscripciones de <strong>los</strong> principales monumentos; más aún, copiaron<br />

tantas que se les agotaron <strong>los</strong> lápices, y Conté tuvo que improvisar lápices nuevos,<br />

y con ese fin fundió balas de plomo dentro de juncos extraídos del Nilo. Pero no<br />

consiguieron descifrar <strong>los</strong> extraños signos. Siguiendo en esto a <strong>los</strong> griegos,<br />

creyeron equivocadamente que <strong>los</strong> jeroglíficos eran todos signos figurativos, y que<br />

el egipcio era esencialmente un lenguaje semejante al chino.<br />

<strong>La</strong> verdad fue revelada de manera dramática, y gracias a un factor inesperado:<br />

una enorme y fea piedra negra. Durante una sesión del Instituto, en julio de 1799<br />

—la más importante celebrada bajo la dirección de <strong>Napoleón</strong>— se leyó un trabajo<br />

del ciudadano <strong>La</strong>ncret, que anunciaba «el descubrimiento en Rosetta de ciertas<br />

inscripciones que pueden ser muy interesantes». Sobre una <strong>los</strong>a de basalto de un<br />

metro doce centímetros de longitud y 72 centímetros de ancho apareció un texto<br />

inscrito en tres escrituras distintas: jeroglíficos, demótico —el lenguaje del Egipto<br />

moderno— y griego. <strong>La</strong>ncret sabía leer griego: era un decreto que conmemoraba el<br />

ascenso de Ptolomeo V Epifanes al trono de Egipto en 197-196 a.C., y que<br />

enumeraba <strong>los</strong> beneficios que había otorgado a <strong>los</strong> sacerdotes. Cuando se comparó<br />

el griego con <strong>los</strong> jeroglíficos, pudo identificarse el signo que significaba Ptolomeo y<br />

por lo tanto <strong>los</strong> valores de «p», «o» y «I».<br />

Jean Francois Champollion, un brillante y joven francés que sabía nueve<br />

lenguas orientales, profundizaría en las pistas aportadas por la Piedra Rosetta.<br />

Descubrió más y más valores, siempre mediante el descifrado de nombres<br />

extranjeros. Entonces surgió un interrogante. ¿Los egipcios habían utilizado las<br />

tarjetas sólo como un modo casual de escribir <strong>los</strong> nombres que eran extraños a<br />

Egipto, o <strong>los</strong> empleaban para sus propios reyes? Al examinar una figura oval<br />

copiada poco antes en Abú Simbel, Champollion advirtió que contenía un círculo<br />

semejante a un sol, al que él había atribuido el valor de «m» (en realidad, era<br />

«ms») y finalmente dos signos a <strong>los</strong> cuales había asignado el valor de «s». Percibió<br />

que si atribuía al disco solar su sonido copto «Re» y al mismo tiempo lo identificaba<br />

con el dios Ra mencionado por <strong>los</strong> autores griegos, tenía al faraón Ramsés,<br />

mencionado en la Biblia. Muy excitado, Champollion examinó otra tarjeta; contenía<br />

la imagen de un ibis, sagrado para el dios Thoth, y el mismo signo «ms» de la<br />

primera tarjeta. De ese modo obtenía Thothmes, que de acuerdo con <strong>los</strong> registros<br />

griegos era otro faraón. En ese momento cayó el velo que envolvía a <strong>los</strong> jeroglíficos<br />

egipcios. El secreto de la escritura egipcia era que combinaba signos que<br />

representaban ideas con signos que representaban sonidos.<br />

<strong>La</strong> Piedra Rosetta fue el descubrimiento más importante de la expedición de<br />

<strong>Napoleón</strong>. Revelaría no sólo el misterio de <strong>los</strong> jeroglíficos sino el mundo<br />

desconocido de la historia egipcia. Por eso mismo infundió en <strong>los</strong> egipcios la<br />

conciencia de que eran un pueblo con un gran pasado, y por lo tanto quizá con un<br />

gran futuro. Puede afirmarse que este descubrimiento, así como muchos progresos<br />

médicos y científicos promovidos por <strong>los</strong> «perros pequineses» de <strong>Napoleón</strong>, son la<br />

base del Egipto moderno.<br />

En octubre de 1798 <strong>Napoleón</strong> podía sentirse bastante satisfecho con sus cuatro<br />

meses de Egipto. Había ocupado el país y estaba desarrollándolo deprisa. Gracias a<br />

<strong>los</strong> entretenimientos que él organizó, como conciertos, representaciones teatrales y<br />

cacerías de avestruces, sus tropas no estaban demasiado desmoralizadas. El propio<br />

<strong>Napoleón</strong> gozaba de excelente salud, y estaba rodeado de amigos, incluido su<br />

hijastro Eugéne, un joven franco y disciplinado de diecisiete años, con quien<br />

<strong>Napoleón</strong> simpatizaba, y que fue su ayudante de campo. Sin embargo, dos<br />

traiciones vinieron a turbar este período de felicidad.

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