17.05.2013 Views

La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

detallado informe de Le Pére sería uno de <strong>los</strong> documentos fundamentales de la<br />

decisión, adoptada muchos años después, de construir un nuevo canal.<br />

Como todos <strong>los</strong> visitantes de Egipto, <strong>Napoleón</strong> sintió un vivo interés por las<br />

pirámides. Un día salió a caballo para visitarlas, acompañado por Berthier, cuyo<br />

amor a Giuseppina Visconti estaba adquiriendo proporciones extravagantes. Insistía<br />

en avisar a <strong>Napoleón</strong> que se proponía renunciar y reunirse con ella en Italia. Solía<br />

mirar soñadoramente la luna en el momento preciso en que sabía que en Milán su<br />

bienamada comenzaba a verla. Ideó una tienda especial transportada por tres<br />

muías, y cuando la armaba se convertía en un santuario consagrado a Giuseppina<br />

Visconti. Contenía un altar sobre el cual Berthier depositaba el retrato de su dama<br />

y frente al cual, con profunda reverencia, quemaba incienso. <strong>Napoleón</strong>, a quien<br />

agradaba burlarse de Berthier, solía entrar en la tienda calzado con sus botas y se<br />

recostaba indiferente sobre el sofá, y entonces Berthier farfullaba que <strong>Napoleón</strong><br />

estaba «profanando el santuario».<br />

<strong>Napoleón</strong> y Berthier llegaron a la Gran Pirámide e inspeccionaron el trabajo<br />

ordenado por <strong>Napoleón</strong>, es decir, retirar la arena de la Esfinge medio enterrada.<br />

Berthier decidió escalar la pirámide, y con Monge, que también era de la partida,<br />

inició el ascenso. Monge llegó a la cima, pero en mitad de la subida <strong>Napoleón</strong><br />

advirtió que el enamorado Berthier se volvía desconsolado. «¿Ya desciende? —gritó<br />

<strong>Napoleón</strong>—. Ella no está en la cima, mi pobre Berthier, ¡pero tampoco está aquí<br />

abajo!» El teniente segundo Bonaparte había copiado en su cuaderno, tomándolas<br />

del volumen Historia de Rollin, las dimensiones de la Gran Pirámide, incluso su<br />

masa. Es probable que esta cifra haya permanecido en la mente de <strong>Napoleón</strong>, pues<br />

tenía una memoria notablemente fiel para <strong>los</strong> números.<br />

Así pues, después de inspeccionar la pirámide, <strong>Napoleón</strong> dijo a Monge que con<br />

las piedras de ese monumento podía construirse un muro que rodease París, de un<br />

ancho de un metro y una altura de tres metros. Después, Monge confirmó que el<br />

cálculo de <strong>Napoleón</strong> era acertado, pero posee idéntico interés el hecho de que<br />

<strong>Napoleón</strong> considerase a la pirámide precisamente como lo hizo: es decir, no con<br />

referencia al poder de <strong>los</strong> faraones, ni a la tumba que guardaba, ni siquiera a <strong>los</strong><br />

problemas tecnológicos suscitados por su construcción; sino con referencia a su<br />

tamaño, expresado en cifras que relacionaba, de algún modo, con Francia.<br />

El ansia de saber de <strong>Napoleón</strong> tenía su lado cómico. En cierta ocasión <strong>Napoleón</strong><br />

pidió al dibujante Rigo que realizara bocetos de <strong>los</strong> nubios, <strong>los</strong> habitantes más<br />

atrasados de Egipto, ataviados con sus prendas nativas.<br />

Rigo comenzó a trabajar, pero apenas <strong>los</strong> hombres de piel negra vieron sus<br />

imágenes sobre la tela, se atemorizaron. «¡Me ha cogido la cabeza!», «¡Me ha<br />

cogido el brazo!», gritaban huyendo depavoridos. <strong>Napoleón</strong> invitó nuevamente al<br />

pueblo de El Cairo a visitar <strong>los</strong> talleres del Instituto, donde Conté fabricaba de todo,<br />

desde salitre hasta trompetas. Pero todo eso era demasiado nuevo para hombres<br />

que no conocían ni siquiera la carretilla o las tijeras. Los egipcios estaban seguros<br />

de que Conté era un alquimista que trasmutaba el plomo en oro, y cuando organizó<br />

una exhibición de globos y <strong>los</strong> sacos redondeados comenzaron a elevarse en el<br />

cielo azul y se balancearon sobre el Nilo, asintieron con la cabeza cubierta por el<br />

turbante y murmuraron: «¡Estos franceses tienen un pacto con el demonio!».<br />

Por supuesto, <strong>los</strong> ingleses se burlaron de las maneras heterodoxas de la<br />

campaña de su enemigo. Un caricaturista inglés imaginó a una pareja de<br />

harapientos científicos franceses atacados por enojados cocodri<strong>los</strong>: a uno lo<br />

mordían en el muslo, al otro en el trasero. De acuerdo con la caricatura de <strong>los</strong><br />

científicos, eran <strong>los</strong> autores de tratados acerca de «<strong>La</strong> educación de <strong>los</strong> cocodri<strong>los</strong>»<br />

y «Los derechos de <strong>los</strong> cocodri<strong>los</strong>».<br />

<strong>Napoleón</strong> comprendió que si deseaba conocer profundamente a <strong>los</strong> egipcios<br />

tenía que descubrir lo que habían sido y hecho en el pasado; pero la historia<br />

egipcia era, tanto para <strong>los</strong> europeos como para <strong>los</strong> egipcios, un libro casi<br />

completamente cerrado, de modo que envió a Vivant Denon a explorar las<br />

antigüedades del Alto Egipto. Denon acompañó al cuerpo de ejército del general<br />

Desaix, y ejecutó bocetos «casi siempre de pie o arrodillado, incluso a caballo, y sin<br />

división al mando del general Friant. Ney pudo mantener la posición pero no<br />

afirmar su ventaja.<br />

A mediodía, después de rechazar la comida que le habían preparado, <strong>Napoleón</strong><br />

comió un pedazo de pan y bebió una copa de Chambenin, después tomó su<br />

medicación para el dolor de garganta y continuó barriendo el campo con su<br />

catalejo, recibiendo informes del frente, impartiendo órdenes y desplazando<br />

cañones. El centro de la acción estaba trasladándose al Gran Reducto, el<br />

emplazamiento fortificado de veintisiete cañones rusos. Tan áspera era la lucha allí<br />

que, de acuerdo con la versión de un testigo ocular, «<strong>los</strong> caminos de acceso, las<br />

zanjas y el interior desaparecían bajo una montaña de muertos y moribundos, un<br />

promedio de seis a ocho hombres apilados unos sobre otros».<br />

El capitán Francois, de la I." división, era uno de <strong>los</strong> que atacaban el reducto.<br />

«Cuando llegamos al borde de la hondonada, nos acribilló la metralla de esta<br />

batería y otras que la flanqueaban. Pero nada nos detuvo; pese a mi pierna herida<br />

actué con la misma eficacia que mis voltigeurs pues todos tratábamos de evitar la<br />

metralla que atravesaba nuestras filas.<br />

Filas enteras, incluso medios pelotones, caían bajo el fuego enemigo y dejaban<br />

enormes huecos. El general Bonnamy, al frente del 30.°, nos detuvo en medio de la<br />

metralla. Nos reagrupó y cargamos nuevamente.<br />

Una línea rusa intentó detenernos, pero a poco más de veinte metros<br />

disparamos una andanada y pasamos. Después nos lanzamos sobre el reducto y<br />

entramos por las troneras... Los artilleros rusos nos recibieron con picas y<br />

baquetas, y luchamos cuerpo a cuerpo».<br />

Los rusos expulsaron del reducto al capitán Francois. «<strong>La</strong> metralla me había<br />

arrancado el morrión; <strong>los</strong> faldones de mi chaqueta estaban en manos rusas...<br />

Estaba magullado de la cabeza a <strong>los</strong> pies, y la pierna me dolía horriblemente;<br />

después de varios minutos de descanso sobre terreno llano, cuando volvimos a<br />

reagruparnos me desmayé a causa de la pérdida de sangre. Algunos voltigeurs me<br />

alzaron y me llevaron a la ambulancia de campo.» Allí se lavaban las heridas con<br />

una cocción de malvavisco y se las vendaba con compresas de vino. Si el brazo o la<br />

pierna estaban heridos de mucha gravedad había que amputar<strong>los</strong>, porque de lo<br />

contrario se gangrenaban. Durante la batalla y las doce horas siguientes, <strong>La</strong>rrey, el<br />

cirujano principal, y un hombre consagrado a su profesión a quien <strong>Napoleón</strong><br />

apreciaba mucho, amputó doscientos miembros.<br />

Consideraba esencial amputar dentro de las veinticuatro horas, «mientras la<br />

naturaleza se mantiene en calma». Los únicos auxiliares eran una servilleta para<br />

morder, y a veces un rápido trago de brandy.<br />

Hacia el final de la tarde, el príncipe Eugene por el norte y Ney y Murat por el<br />

sur desencadenaron un ataque combinado contra el Gran Reducto. Esta vez<br />

consiguieron tomarlo. Después, dieron la vuelta a <strong>los</strong> cañones y dispararon sobre<br />

<strong>los</strong> rusos que se retiraban. <strong>Napoleón</strong>, que una vez más se mostró prudente, no<br />

permitió que sus tropas persiguieran al enemigo. Al anochecer, <strong>los</strong> rusos se<br />

retiraban ordenadamente hacia Moscú.<br />

En Borodino, las pérdidas rusas entre muertos y heridos fueron de 44.000<br />

hombres; sólo tuvieron dos mil prisioneros. <strong>La</strong>s pérdidas francesas se elevaron a<br />

33.000 hombres. Desde el punto de vista aritmético, y en vista de que el camino a<br />

Moscú estaba abierto, Borodino fue una victoria francesa, pero no fue una victoria<br />

aplastante como la que <strong>Napoleón</strong> había esperado. En efecto, había costado a<br />

<strong>Napoleón</strong> un elevado número de altos oficiales, incluidos cuarenta y tres generales.<br />

El propio <strong>Napoleón</strong> consideró que había sido la más terrible de sus batallas.<br />

<strong>Napoleón</strong> solía visitar inmediatamente el campo para comprobar que se<br />

atendiera a todos <strong>los</strong> heridos. Pero en Borodino después de la batalla, agotado<br />

físicamente por un frío que le provocaba fiebre, y mentalmente por la tenacidad de<br />

la resistencia rusa, se tendió sobre su catre de campaña y consiguió conciliar un<br />

sueño inquieto. Al alba del día siguiente cabalgó en silencio a través del campo,<br />

pasando revista a <strong>los</strong> muertos, y encargando a uno de sus hombres que atendiese<br />

a este o a aquel herido. Durante este sombrío recorrido el caballo de uno de sus

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!