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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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continuó con su plan original, es decir el intento de iniciar conversaciones de paz. El<br />

día 20 escribió en ese sentido a Alejandro. El zar estaba en San Petersburgo, de<br />

modo que su respuesta no podía llegar antes de dos semanas.<br />

Pasaron las dos semanas y <strong>Napoleón</strong> no recibió contestación. A <strong>los</strong> ojos de un<br />

observador imparcial, <strong>los</strong> elementos disponibles sugerían que Alejandro no quería<br />

discutir la paz. Allí estaban las ruinas ennegrecidas de Moscú; Caulaincourt, que lo<br />

conocía bien, dijo que el zar jamás haría la paz; y además estaba la presión de <strong>los</strong><br />

nobles, ansiosos de volver a vender <strong>los</strong> cereales, la madera y el cáñamo a<br />

Inglaterra. Sin embargo, <strong>Napoleón</strong> estaba convencido de que él y Alejandro podían<br />

ser nuevamente buenos amigos, y envió un representante al zar, con orden de<br />

repetir su ofrecimiento de paz. También envió a <strong>La</strong>uriston, para tratar de negociar<br />

directamente con Kutuzov. Cuando ambos emisarios fueron devueltos sin llegar a<br />

destino, <strong>Napoleón</strong> se desconcertó y se sintió deprimido; a veces pasaba horas<br />

enteras sin decir palabra.<br />

<strong>Napoleón</strong> mostraba cierta insensibilidad en las relaciones humanas, un rasgo<br />

que se manifiesta en sus observaciones hirientes y su costumbre de retorcer las<br />

orejas a Josefina. No podía comprender una reacción imprevista, por ejemplo la<br />

actitud de <strong>los</strong> soldados rusos que rehusaban rendirse. Y tampoco podía entender a<br />

Alejandro. En realidad, jamás entendió el giro de Alejandro, y si se hubiese<br />

enterado del asunto tampoco habría comprendido la promesa que realizó Alejandro<br />

a su pueblo en el sentido de que no haría la paz mientras un solo soldado enemigo<br />

permaneciera en suelo ruso, prefería dejarse crecer la barba y comer patatas con<br />

<strong>los</strong> siervos.<br />

¿Qué podía hacer <strong>Napoleón</strong>? Su plan original había sido invernar en Moscú;<br />

antes de Borodino había dicho a sus soldados que la victoria les suministraría<br />

«buenos cuarteles de invierno». En Moscú se sentían cómodos; tenían comida y<br />

bebida abundantes, y entre <strong>los</strong> licores estaban el champán y el brandy de las<br />

bodegas de <strong>los</strong> nobles. <strong>Napoleón</strong> ordenó que se representasen obras a cargo de<br />

una compañía francesa que casualmente estaba en Moscú, y <strong>los</strong> actores<br />

comenzaron con Lejeu de 1'amouretdu hasarcL, de Marivaux; y también redactó<br />

una lista de actores de la Comedie Francaise, <strong>los</strong> que según él esperaba llegarían a<br />

Moscú.<br />

Ciertamente, invernar en Moscú era la actitud razonable. Con respecto a <strong>los</strong><br />

peligros que podían correr <strong>los</strong> franceses si no invernaban allí, <strong>Napoleón</strong> tenía plena<br />

conciencia del asunto. Había comenzado a leer la Historia de Car<strong>los</strong> XII, de<br />

Voltaire, y en ese relato el rey sueco, aislado de Polonia y rodeado por enemigos,<br />

resuelve desafiar <strong>los</strong> rigores de un invierno ruso. Primero sus cabal<strong>los</strong> mueren en la<br />

nieve, y sin cabal<strong>los</strong> para arrastrar<strong>los</strong> tiene que arrojar a <strong>los</strong> pantanos y a <strong>los</strong> ríos<br />

la mayor parte de su artillería. Después, sucumben sus soldados. En una de sus<br />

marchas Car<strong>los</strong> ve morir de frío a dos mil de sus hombres.<br />

Con esa lección literalmente frente a <strong>los</strong> ojos, ¿por qué <strong>Napoleón</strong> renunció a su<br />

plan original de invernar en Moscú? <strong>La</strong> respuesta está en la profundidad misma de<br />

su carácter. Este hombre desbordante de energía, que actuaba mucho más<br />

rápidamente que sus semejantes, tenía el defecto que emanaba de su principal<br />

cualidad: era impaciente. En el dormitorio de Josefina, mientras ella se vestía para<br />

cenar, preguntaba:<br />

«¿Aún no estás lista?»; si Josefina estaba ausente: «Estoy impaciente por verte<br />

de nuevo»; del Papa que viajaba hacia París: «Debe darse prisa.» <strong>La</strong> impaciencia<br />

de <strong>Napoleón</strong> se expresaba de un modo especial; se mostraba renuente, cualquiera<br />

que fuese la situación, a representar un papel pasivo. Él era siempre quien debía<br />

controlar <strong>los</strong> hechos, incluso en la corte. Por ejemplo, durante el otoño de 1807<br />

<strong>Napoleón</strong> se había quejado aTalleyrand: «Invité a mucha gente a Fontainebleau.<br />

Deseaba que se divirtiesen. Organicé todos <strong>los</strong> entretenimientos y todos tenían la<br />

cara larga y parecían cansados y sombríos.» <strong>La</strong> respuesta de Talleyrand señala la<br />

diferencia entre <strong>Napoleón</strong> el estadista y el propio Talleyrand, que era diplomático:<br />

«Eso sucedió porque el placer no puede imponerse a toque de tambor, y aquí,<br />

prominentes. Según explicó, esa medida «acostumbraría a <strong>los</strong> notables egipcios a<br />

usar las ideas de asamblea y gobierno». En cada una de las catorce provincias<br />

<strong>Napoleón</strong> creó un diván de hasta nueve miembros, todos egipcios, pero asesorados<br />

por un civil francés; estos organismos atendían el servicio de policía, <strong>los</strong><br />

suministros de alimentos y <strong>los</strong> servicios sanitarios.<br />

Mediante una serie de decretos, <strong>Napoleón</strong> creó el primer sistema postal regular<br />

de Egipto, y un servicio de diligencias entre El Cairo y Alejandría. Inauguró una<br />

casa de moneda para convertir el oro de <strong>los</strong> mamelucos en escudos franceses.<br />

Construyó molinos de viento para elevar el agua y moler el trigo. Comenzó el<br />

trazado de mapas de Egipto, de El Cairo y Alejandría. Instaló las primeras lámparas<br />

en El Cairo, separadas por una distancia de diez metros en las calles principales.<br />

Comenzó <strong>los</strong> trabajos de un hospital de trescientas camas para <strong>los</strong> necesitados.<br />

Organizó cuatro centros de cuarentena para controlar uno de <strong>los</strong> azotes de<br />

Egipto, la peste bubónica. Había llevado consigo un juego de tipos arábigos —<br />

requisado a una organización papal llamada la Propagación de la Fe— y con él<br />

produjo <strong>los</strong> primeros libros impresos de Egipto; no catecismos, sino una explicación<br />

de la oftálmica, y manuales acerca del modo de tratar la peste bubónica y la<br />

viruela.<br />

<strong>Napoleón</strong> había leído el Corán durante el viaje a Egipto, y lo había hallado<br />

«sublime». En su condición de racionalista del siglo XVIII y admirador deVoltaire,<br />

<strong>Napoleón</strong> creía que <strong>los</strong> hombres son hermanos, y comparten la creencia en un Dios<br />

benéfico. Sólo las barreras doctrinarias levantadas por <strong>los</strong> sacerdotes y <strong>los</strong> teólogos<br />

embrollones impedían que la fraternidad de <strong>los</strong> hombres venerase colectivamente<br />

al único Dios que <strong>los</strong> había creado.<br />

<strong>Napoleón</strong> no halló en el Corán nada que contradijese esta creencia.<br />

Como sabía de la importancia de la religión en Egipto, <strong>Napoleón</strong> anunció en su<br />

primera proclama: «Cadís, jeques, imanes, decid al pueblo que también nosotros<br />

somos verdaderos musulmanes. ¿Acaso no somos <strong>los</strong> hombres que hemos<br />

destruido al Papa, que predicaba la guerra eterna contra <strong>los</strong> musulmanes? ¿No<br />

somos <strong>los</strong> que han destruido a <strong>los</strong> Caballeros de Malta, porque esos locos creían<br />

que debían librar una guerra permanente contra vuestra fe?» Más tarde, cuando<br />

anunciaba las victorias francesas, adoptó una argumentación análoga. Un firme<br />

creyente en la Providencia, aunque a diferencia de Josefina, no en el destino. Con<br />

absoluta sinceridad <strong>Napoleón</strong> atribuía a Alá <strong>los</strong> éxitos franceses, y afirmaba que era<br />

el hombre enviado por el Todopoderoso para expulsar a <strong>los</strong> turcos y a sus secuaces<br />

<strong>los</strong> mamelucos.<br />

<strong>Napoleón</strong> trató de ganar el apoyo de <strong>los</strong> líderes religiosos. Habló de teología con<br />

<strong>los</strong> muflís y les dijo que admiraba a Mahoma. Con el propósito de honrar el<br />

cumpleaños del Profeta, ordenó desfiles, salvas de cañonazos y fuegos artificiales.<br />

Cierto día en que se sentía eufórico, se vanaglorió de que construiría una mezquita<br />

que abarcaría media legua a la redonda, donde él y todo su ejército podrían<br />

celebrar el culto. Después, formuló un pedido a <strong>los</strong> muftís: ¿Estaban dispuestos a<br />

anunciar en las mezquitas que <strong>los</strong> franceses eran auténticos musulmanes como<br />

el<strong>los</strong> mismos, y a aconsejar a todos <strong>los</strong> egipcios que jurasen lealtad al gobierno de<br />

<strong>Napoleón</strong>? Los muftís contestaron que si <strong>los</strong> franceses eran verdaderos<br />

musulmanes debían someterse a la circuncisión y renunciar al vino. <strong>Napoleón</strong><br />

consideró que eso era llevar un poco lejos la adaptación. Finalmente, llegaron a un<br />

compromiso: <strong>Napoleón</strong> continuaría protegiendo al Islam, y <strong>los</strong> muftís formularon<br />

una declaración limitada pero muy útil que afirmaba que <strong>Napoleón</strong> era un<br />

mensajero de Dios y amigo del Profeta.<br />

<strong>Napoleón</strong> consiguió, sobre todo gracias a su tolerancia religiosa, ocupar y<br />

gobernar pacíficamente a un país que tenía el doble de superficie que Francia.<br />

Afrontó un alzamiento grave, en el que <strong>los</strong> fanáticos religiosos mataron a algunos<br />

hombres de la guarnición francesa de El Cairo. Tallien, representante del gobierno,<br />

lo exhortó a incendiar todas las mezquitas y matar a todos <strong>los</strong> sacerdotes, pero por<br />

supuesto <strong>Napoleón</strong> no hizo nada parecido. Condenó a muerte a <strong>los</strong> jefes y permitió<br />

que la rebelión se extinguiese por sí misma. No se repitió.

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