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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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mandado por Víctor estaba más al norte, y contenía a Wittgenstein, mientras otro<br />

cuerpo a las órdenes de Oudinot fue enviado por <strong>Napoleón</strong> al sur, para impedir que<br />

Tchitchagov se apoderara del puente principal que atravesaba el Beresina en<br />

Borissov.<br />

El día 22, en la aldea de Lesznetza, <strong>Napoleón</strong> supo que Tchitchagov había<br />

quemado el puente de Borissov. Era una noticia muy grave. «Al parecer,<br />

cometemos un error tras otro», comentó <strong>Napoleón</strong>. Tchitchagov, consciente de que<br />

había aislado a la Grande Armée, incluso había difundido una descripción de<br />

<strong>Napoleón</strong>, porque estaba seguro de que lo capturaría: «Es bajo, pálido, tiene el<br />

cuello grueso y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> negros».<br />

En las filas de la Grande Armée se murmuraba que había llegado el momento<br />

de capitular. A decir verdad, <strong>Napoleón</strong> consideraba tan grave la situación que<br />

quemó todos sus papeles personales. Pero después pronunció un discurso ante sus<br />

tropas, y les aseguró que estaba decidido a abrirse paso luchando hasta la frontera.<br />

«Fue un momento espléndido —dijo el sargento Bourgogne—, y durante un<br />

momento olvidamos nuestros padecimientos».<br />

<strong>La</strong> tarde del día 25, después de una tormenta de nieve, <strong>Napoleón</strong> llegó al río<br />

Beresina. Aunque normalmente a fines de noviembre estaba helado, un deshielo<br />

reciente lo había convertido en un torrente tumultuoso. Tenía unos 220 metros de<br />

ancho, y el puente había sido quemado en tres lugares distintos; a causa del<br />

intenso fuego ruso que llegaba desde la orilla opuesta, era irreparable. <strong>Napoleón</strong><br />

contaba con 49.000 hombres todavía aptos para combatir y 250 cañones.<br />

Wittgenstein, con 30.000 hombres, venía a marchas forzadas desde el norte, y<br />

Tchitchagov con 34.000 hombres ocupaba la orilla opuesta, y estaba preparado<br />

para oponerse a cualquier intento de cruce; por su parte Kutusov, con 80.000<br />

hombres, avanzaba desde la retaguardia. Superado en una proporción de tres a<br />

uno, <strong>Napoleón</strong> debía contener a esta masa de rusos, salvar el río y llevar a lugar<br />

seguro a su ejército.<br />

Una buena noticia esperaba a <strong>Napoleón</strong>. Un oficial de caballería llamado<br />

Corbineau había cruzado el Beresina viniendo desde el oeste dos días antes, y por<br />

un campesino se había enterado de la existencia de un vado poco conocido, cerca<br />

de la aldea de Studienka, a unos quince kilómetros río arriba. Allí, el río tenía un<br />

ancho de setenta metros y la profundidad máxima llegaba a un metro. <strong>Napoleón</strong><br />

decidió cruzar por ahí. Aún tenía dos forjas de campaña, dos vagones de carbón y<br />

seis vagones cargados con herramientas de zapadores y equipos para construir<br />

puentes; y sería posible demoler las casas de la aldea para obtener madera. Con el<br />

fin de encubrir esta operación, <strong>Napoleón</strong> envió un destacamento mandado por<br />

Oudinot unos diez kilómetros río abajo; debían talar árboles ruidosamente, como si<br />

se dispusieran a construir un puente, y encender grandes fuegos. Después,<br />

<strong>Napoleón</strong> se acostó y esa noche durmió hasta las once.<br />

Al alba del día siguiente <strong>Napoleón</strong> estableció su cuartel general en un molino de<br />

harina de Studienka. Hubo un momento de alegría cuando vio que Tchitchagov<br />

despachaba todas sus tropas hacia el sur:<br />

«Engañé al almirante.» Ataviado con un abrigo gris, observó el trabajo de<br />

cuatrocientos pontoneros que metidos hasta la altura de las axilas en el agua<br />

helada se esforzaban por construir dos puentes, uno liviano para la infantería y otro<br />

más sólido, 150 metros río abajo, para las carretas y cañones. Primero hundieron<br />

pilastras en el lodo; les atornillaron caballetes, y finalmente, sobre <strong>los</strong> caballetes,<br />

aplicaron planchas. Trabajaron heroicamente veinticuatro horas, con breves<br />

períodos de descanso, durante <strong>los</strong> cuales <strong>Napoleón</strong> ordenó que se les distribuyera<br />

vino.<br />

A la una se completó el puente destinado a la infantería y <strong>Napoleón</strong> decidió que<br />

Oudinot pasara primero. Oudinot era el sencillo y animoso hijo de un cervecero,<br />

cuyo juego favorito era apagar velas después de la cena con disparos de pistola; su<br />

inclinación natural era dirigirse a la primera línea y encabezar una carga o dos; de<br />

ahí las treinta heridas que exhibía en su cuerpo. Ahora, encabezó a <strong>los</strong> once mil<br />

favorable con la Sublime Puerta. <strong>La</strong> promesa de Talleyrand de realizar esa gestión<br />

era parte integral de <strong>los</strong> planes de <strong>Napoleón</strong>.<br />

El segundo propósito era asestar un golpe a India, la posesión más rica de<br />

Inglaterra. Esto podía lograrse por tierra, en alianza con Turquía y Persia, o más<br />

ambiciosamente, reconstruyendo el antiguo canal a través del istmo de Suez, para<br />

permitir que una flota francesa penetrara en el Mar Rojo, y de allí pasara al océano<br />

Índico.<br />

El tercer propósito de la expedición se originó en <strong>Napoleón</strong>, y representó una<br />

idea completamente nueva. Según <strong>Napoleón</strong> veía las cosas, <strong>los</strong> franceses irían a<br />

Egipto para enseñar y aprender. Enseñarían porque Egipto era un país atrasado, y<br />

<strong>Napoleón</strong>, como Feríeles, creía que su país tenía una gran misión civilizadora. En<br />

las instrucciones de <strong>los</strong> directores al comandante en jefe —en realidad redactadas<br />

por el mismo <strong>Napoleón</strong>— se afirma que «él utilizará todos <strong>los</strong> medios a su alcance<br />

para mejorar la suerte de <strong>los</strong> nativos de Egipto». Por lo tanto, se pondrían a<br />

disposición de <strong>los</strong> egipcios <strong>los</strong> más modernos conocimientos médicos, científicos y<br />

tecnológicos. Al mismo tiempo, <strong>los</strong> franceses intentarían aprender acerca de un<br />

país prácticamente desconocido en Europa. Explorarían, dibujarían mapas,<br />

observarían y registrarían <strong>los</strong> fenómenos naturales. Sería una expedición no sólo de<br />

conquista militar sino de descubrimiento científico.<br />

Con el consentimiento de <strong>los</strong> directores, <strong>Napoleón</strong> comenzó a reclutar un<br />

extraño ejército: eruditos, científicos y artistas. No les dijo adonde iban para<br />

prevenirse de <strong>los</strong> espías ingleses; se limitó a invitar<strong>los</strong> a participar en una nueva<br />

expedición. Entre <strong>los</strong> que aceptaron estaban el naturalista Geoffroy Saint-Hilaire,<br />

Nicolás Conté —que era una autoridad en el tema de la guerra de aeróstatos, y el<br />

inventor del lápiz de plomo—, Gratet de Dolomieu, el mineralogista que dio su<br />

nombre a las Dolomitas; Jean Baptiste Fourier, un brillante y joven matemático<br />

especializado en el estudio del calor; Vivant Denon, talentoso dibujante y grabador,<br />

y un aficionado a la aventura; y Redouté, el pintor floral. Hubo algunos rechazos. El<br />

abadjacques Delille, cuya poesía había gustado a <strong>Napoleón</strong> en sus tiempos de<br />

escolar, lamentó que con sesenta años, era demasiado viejo. El compositor Méhuí<br />

no deseaba salir de Francia, y el cantante Loys temía pescar un resfriado: como<br />

muchos, probablemente creyó que el destino de <strong>Napoleón</strong> era Flushing. <strong>Napoleón</strong><br />

asignó el lugar de estos hombres a Parseval-Grandmaison, un poeta que había<br />

traducido a Camoens; a Riget y a Villoteau. En el lapso de diez semanas <strong>Napoleón</strong><br />

reclutó ciento cincuenta civiles, entre el<strong>los</strong> a casi todos <strong>los</strong> científicos jóvenes<br />

talentosos de Francia. Se estaba muy lejos de 1794, cuando Coffinhal había<br />

enviado a <strong>La</strong>voisier a la guillotina con esta <strong>observación</strong>: «<strong>La</strong> República no necesita<br />

científicos».<br />

Una vez reunidos el ejército y la flota. <strong>Napoleón</strong> llegó a Tolón con Josefina. <strong>La</strong><br />

amaba tanto como siempre, pero su felicidad estaba ensombrecida por el hecho de<br />

que ella aún no le había dado un hijo. Después de la partida de <strong>Napoleón</strong>, Josefina<br />

iría a Plombiéres, un lugar de descanso, pues se creía que las aguas sulfurosas<br />

favorecían la fertilidad. Sus hermanos habían advertido a <strong>Napoleón</strong> que Josefina<br />

había dicho que así lo haría. Estaba sintiéndose más cerca de <strong>Napoleón</strong>, según dijo<br />

a Barras en una carta, «pese a sus pequeños defectos». Entre <strong>los</strong> pequeños<br />

defectos ella seguramente incluía las palmadas amorosas, <strong>los</strong> pellizcos y <strong>los</strong><br />

tirones, administrados con cálido afecto por <strong>Napoleón</strong>, pero dolorosos para<br />

Josefina.<br />

Una mañana en que <strong>Napoleón</strong> y Josefina permanecieron acostados hasta tarde,<br />

Alexandre Dumas, uno de <strong>los</strong> generales de <strong>Napoleón</strong>, entró en el dormitorio. El<br />

general Dumas era nativo de las Indias occidentales, y poseía una enorme fuerza:<br />

metiendo cuatro dedos en <strong>los</strong> cañones de cuatro mosquetes, podía levantar<strong>los</strong> —<br />

unos 18 kilogramos— manteniendo el brazo en alto. Dumas vio que Josefina estaba<br />

llorando. <strong>Napoleón</strong> explicó: «Quiere ir a Egipto. —Y después agregó—: Dumas,<br />

¿usted lleva a su esposa?» «¡Cie<strong>los</strong>, no! Sería una grave molestia!», replicó el<br />

aludido.

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