La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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CAPÍTULO DIEZ<br />
Más allá de las pirámides<br />
Cuando regresó de Italia, se encomendó a <strong>Napoleón</strong> una nueva tarea: la<br />
jefatura del ejército contra Inglaterra. En febrero de 1798 fue al noroeste de<br />
Francia en visita de inspección, soportando vientos borrascosos, las tropas y <strong>los</strong><br />
barcos reunidos en <strong>los</strong> puertos del Canal. Los directores confiaron en que <strong>Napoleón</strong><br />
decidiría dirigir estas fuerzas contra Inglaterra, el único país que aún se mantenía<br />
en guerra con Francia.<br />
<strong>Napoleón</strong> estudió cuidadosamente la situación. Observó que la mayoría de <strong>los</strong><br />
hombres estaba formada por nuevos reclutas, y que <strong>los</strong> dirigían oficiales sin<br />
experiencia. Había escasez de barcos y equipos. El año precedente <strong>los</strong> ingleses<br />
habían destruido las flotas de España y Holanda, aliadas de Francia, y mantenían la<br />
supremacía indiscutida de <strong>los</strong> mares.<br />
Pero el hecho que gravitó más en el ánimo de <strong>Napoleón</strong> fue que, dos meses<br />
antes, Hoche no había conseguido desembarcar una fuerza expedicionaria en<br />
Irlanda, y sin embargo su ejército tenía sólo 15.000 hombres. ¿Qué sucedería con<br />
100.000 hombres? <strong>Napoleón</strong> contempló las aguas grises y agitadas y rechazó la<br />
¡dea de invadir Inglaterra. «Demasiado arriesgado —dijo a su secretario<br />
Bourrienne—. No deseo jugarme la hermosa Francia a una tirada de dados».<br />
<strong>Napoleón</strong> decidió en cambio acometer otra empresa, una invasión que asestaría<br />
a Inglaterra un golpe casi tan duro como el desembarco de la costa de Sussex.<br />
Invadiría Egipto. Ya el 16 de agosto de 1797 había escrito: «Para destruir por<br />
completo a Inglaterra, tenemos que apoderarnos de Egipto.» A menudo se ha<br />
afirmado que esta expedición fue la fantasía temeraria de un aventurero, el sueño<br />
de un aspirante a Alejandro. Nada más lejos de la verdad. Era una operación<br />
mucho menos peligrosa que invadir Inglaterra, y <strong>Napoleón</strong> la eligió precisamente<br />
porque era menos peligrosa.<br />
Tampoco era una idea nueva. <strong>La</strong> idea había estado gravitando sobre el<br />
Ministerio de Relaciones Exteriores desde el año del nacimiento de <strong>Napoleón</strong>, y en<br />
1777, De Tott había visitado Egipto e informado en favor de que se lo colonizara.<br />
Pero <strong>Napoleón</strong> recogió la idea y la desarrolló.<br />
Oyó hablar del país por primera vez cuando Constanun de Volney, autor del<br />
mejor libro acerca de esa región, fue a Córcega a cultivar algodón. <strong>La</strong> idea había<br />
madurado en Italia —el Imperio Romano había convertido a Egipto en una de sus<br />
provincias y Venecia se había enriquecido gracias al comercio de las especias<br />
egipcias—, y al posesionarse de las islas Jónicas, <strong>Napoleón</strong> se aseguró la<br />
indispensable línea de comunicaciones. Cuando aún estaba en Italia, <strong>Napoleón</strong><br />
propuso la idea al ministro de Relaciones Exteriores Talleyrand, que la aprobó en<br />
principio, y el 5 de marzo <strong>los</strong> directores otorgaron a <strong>Napoleón</strong> plenos poderes para<br />
reunir la flota y el ejército necesarios.<br />
<strong>La</strong> expedición perseguía tres propósitos: en primer lugar, <strong>Napoleón</strong> ocuparía<br />
Egipto para librarlo de su casta gobernante, <strong>los</strong> mamelucos, y convertirlo en colonia<br />
francesa. Se preveía escasa resistencia. Egipto era un estado débil, de hecho<br />
independiente, aunque en teoría pertenecía al sultán de Turquía. <strong>Napoleón</strong> quería a<br />
toda costa que Turquía declarase la guerra a causa de Egipto. Talleyrand debía<br />
viajar a Constantinopla, y desde una posición de fuerza negociaría un tratado<br />
hombres que atravesaron el frágil puente de madera. Hacia las cuatro se completó<br />
el puente más grande, y <strong>Napoleón</strong> envió inmediatamente <strong>los</strong> cañones, las carretas<br />
y la caballería. A esa altura de las cosas Tchitchagov ya había advertido su error, y<br />
atacaba a Oudinot con treinta mil hombres. El propio Oudinot fue derribado de su<br />
montura por un disparo, y Ney, que ocupó su lugar, continuó una acción defensiva<br />
en uno de <strong>los</strong> episodios más valientes de la campaña.<br />
<strong>Napoleón</strong> cruzó el Beresina con la Guardia la tarde del día 27. A lo largo del día<br />
y de la noche <strong>los</strong> hombres fatigados y el material maltrecho cruzaron el río. El día<br />
28, Wittgenstein llegó lo bastante cerca para bombardear <strong>los</strong> puentes. <strong>La</strong>s tropas<br />
que continuaban en la orilla opuesta presionaron con el fin de cruzar, pero para<br />
hacerlo tenían que pasar sobre centenares de cabal<strong>los</strong> muertos y carretas<br />
destrozadas. Se quebró la disciplina y densas masas de tropas lucharon para llegar<br />
al río. «No era posible dar un solo paso en falso, porque apenas uno caía, el<br />
hombre que estaba detrás le pisaba el estómago y pronto uno iba a engrosar el<br />
total de muertos».<br />
En la mañana del día 29 <strong>Napoleón</strong> había conseguido que todas las tropas en<br />
condiciones de combatir cruzaran <strong>los</strong> puentes; quedaban sólo unos veinticinco mil<br />
rezagados y refugiados de Moscú. Acurrucados alrededor de las fogatas, debilitados<br />
por el hambre y la intemperie, estaban tan poseídos por la apatía que ni las<br />
amenazas ni las exhortaciones lograban inducir<strong>los</strong> a cruzar el río. Sólo cuando el<br />
general Ebbé comenzó a destruir <strong>los</strong> puentes algunos intentaron desesperadamente<br />
pasar. Ocho mil continuaban en la orilla oriental, y fueron muertos o capturados<br />
por <strong>los</strong> cosacos de la vanguardia de Wittgenstein.<br />
El cruce del Beresina es una de las hazañas más notables de la historia de la<br />
guerra. Pese a <strong>los</strong> terribles obstácu<strong>los</strong>, en momentos en que incluso Murat, un<br />
hombre generalmente animoso, creía que el juego había terminado, <strong>Napoleón</strong><br />
insistió fríamente y concibió un sencillo ardid que fue eficaz. En condiciones<br />
abrumadoras, personalmente supo inspirar heroísmo en <strong>los</strong> pontoneros; la mayoría<br />
de esos cuatrocientos bravos moriría como resultado de esas heladas veinticuatro<br />
horas. Gracias a la serenidad de <strong>Napoleón</strong>, al heroísmo de <strong>los</strong> pontoneros y al<br />
coraje de Oudinot y Ney en la defensa de la cabeza de puente, más de cuarenta mil<br />
hombres y toda la artillería excepto veinticinco cañones, cruzaron el Beresina, y por<br />
otra parte las batallas alrededor del río infligieron por lo menos veinte mil bajas a<br />
<strong>los</strong> rusos.<br />
Antes del cruce y durante la operación, <strong>Napoleón</strong> había mantenido la reserva<br />
acerca de una mala noticia. En la noche del 22 de octubre el general Malet, que ya<br />
había participado en conspiraciones contra el gobierno, escapó de su lugar de<br />
detención en Francia, y utilizando documentos falsos que anunciaban la muerte de<br />
<strong>Napoleón</strong> bajo las murallas de Moscú, asumió el mando de mil doscientos guardias<br />
nacionales, arrestó al prefecto de policía, y estuvo a un paso de formar un gobierno<br />
provisional. «¿Y mi hijo? —preguntó <strong>Napoleón</strong>—. ¿Nadie pensó en él?» No se oyó el<br />
grito «El emperador ha muerto... ¡Viva el emperador!» Que la conspiración de<br />
Malet casi alcanzara éxito reveló a <strong>Napoleón</strong> cuan frágil era la dinastía imperial,<br />
pero cuando conoció la noticia, a principios de noviembre. <strong>Napoleón</strong> había decidido<br />
permanecer con su ejército hasta que éste se encontrase a salvo al otro lado del<br />
Beresina.<br />
Cinco días después del cruce, cuando el ejército estaba apenas a sesenta y<br />
cinco kilómetros de Vilna, una ciudad atestada de alimentos, <strong>Napoleón</strong> convocó a<br />
un Consejo de Guerra. Informó a sus generales de la conspiración de Malet, aludió<br />
a sus efectos probablemente negativos sobre Austria y Prusia, y dijo que seis días<br />
antes había escrito a su ministro de Relaciones Exteriores: «Creo que tal vez sea<br />
necesario para Francia, para el Imperio e incluso el ejército que yo esté en París.»<br />
Los generales vieron que era fundamental que <strong>Napoleón</strong> se encontrase en el centro<br />
de <strong>los</strong> hechos cuando se conociera la noticia de la retirada, y unánimemente le<br />
aconsejaron que partiese. <strong>Napoleón</strong> entregó el mando a Murat.