La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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El 5 de diciembre a las diez de la noche <strong>Napoleón</strong> salió en trineo de Smorgoni.<br />
A su lado Caulaincourt ocupaba un asiento. En dos trineos más iban Duroc, el<br />
intérprete polaco de <strong>Napoleón</strong>, tres valets, dos ayudantes y Rustam, su<br />
guardaespaldas mameluco. Caulaincourt no podía recordar «un frío como el que<br />
soportamos entre Vilna y Kovno [noventa y cinco kilómetros]. El termómetro<br />
marcaba 25 °C bajo cero.<br />
Aunque el emperador estaba protegido por gruesas prendas de lana y cubierto<br />
con una buena manta, las piernas enfundadas en botas de piel, y después en un<br />
saco confeccionado con piel de oso, se quejaba tanto del frío que tuve que cubrirlo<br />
con la mitad de mi propia piel de oso. El aliento se congelaba en <strong>los</strong> labios y<br />
formaba pequeños carámbanos bajo la nariz, sobre las cejas, y alrededor de <strong>los</strong><br />
párpados. Todas las partes de tela del vehículo, y sobre todo la capota, hacia la<br />
cual se elevaba nuestro aliento, estaban blancas de hielo».<br />
Al día siguiente, cuando cruzaron el Niemen y penetraron en el Gran Ducado de<br />
Varsovia, <strong>Napoleón</strong> se sintió más reanimado. Nunca podía permanecer ocioso, y<br />
como en el trineo no estaba en condiciones de hacer otra cosa, habló hasta que<br />
llegó a Varsovia. En primer lugar, sobre todo acerca del ejército, y señaló que a su<br />
juicio Murat podía reagruparlo en Vilna. Lo inquietaban únicamente las<br />
consecuencias del contratiempo sufrido en Rusia sobre Viena y Berlín. Pero cuando<br />
llegase a París pensaría en algo, pues según dijo, Europa entera tenía un enemigo<br />
en «el co<strong>los</strong>o ruso». Después, retornó a <strong>los</strong> hechos recientes.<br />
«El incendio de las ciudades rusas, el incendio de Moscú, fueron simplemente<br />
estupideces. ¿Por qué usar el fuego si él (Alejandro) confiaba tanto en el invierno?<br />
<strong>La</strong> retirada de Kutuzov fue mera ineptitud. El invierno ha sido nuestro peor<br />
enemigo. Hemos sido víctimas del clima».<br />
Trataba de justificarse, quizás ensayando, para beneficio de Caulaincourt, lo<br />
que diría en París. Según afirmó, había cometido dos errores:<br />
el primero en julio, cuando había «pensado conseguir en un año lo que podía<br />
obtenerse sólo en dos campañas». «Yo debería haber permanecido en Vitebsk. En<br />
este momento, Alejandro estaría de rodillas frente a mí. <strong>La</strong> división del ejército<br />
ruso después del cruce del Niemen me sorprendió.<br />
Puesto que <strong>los</strong> rusos no habían podido derrotarnos, y obligaron al zar a<br />
nombrar a Kutuzov en lugar de Barclay, que era mejor soldado, imaginé que un<br />
pueblo que permitía que le endosaran un mal general ciertamente pediría las<br />
condiciones de la paz».<br />
El segundo error, dijo <strong>Napoleón</strong>, era que, después de haber llegado a Moscú,<br />
permaneció allí una quincena de más. «Pensé que podía concertar la paz, y que <strong>los</strong><br />
rusos la ansiaban. Me engañaron, y me engañé.» Y también: «El buen tiempo me<br />
engañó. Si yo hubiese partido una quincena antes, mi ejército estaría en Vitebsk.»<br />
Es interesante observar que <strong>Napoleón</strong> se acusaba únicamente de no haber actuado<br />
con rapidez.<br />
No explicó a Caulaincourt por qué había decidido que no invernaría en Moscú; la<br />
impaciencia era una parte tan natural de la estructura de su carácter que ni<br />
siquiera él mismo la percibía.<br />
Después de autocriticarse, también criticó a <strong>los</strong> ingleses; el<strong>los</strong> lo habían forzado<br />
a dar cada uno de <strong>los</strong> sucesivos pasos. «Si <strong>los</strong> ingleses me lo hubiesen permitido,<br />
yo habría vivido en paz... No soy Don Quijote, ni tengo ansias de aventuras. Soy un<br />
ser razonable, que hace únicamente lo que cree que está bien.» Después, describió<br />
<strong>los</strong> placeres de la paz general, <strong>los</strong> canales y <strong>los</strong> caminos que construiría, <strong>los</strong><br />
progresos del comercio y la industria.<br />
Después de cuatro días y cinco noches de dieciséis horas en el trineo, <strong>Napoleón</strong><br />
llegó a Varsovia. Era una mañana luminosa, y después de cruzar el puente de<br />
Praga, <strong>Napoleón</strong> se apeó para estirar las piernas.<br />
Comenzó a caminar por el boulevard Cracovia. Otrora había realizado allí un<br />
gran desfile, y se preguntó si lo reconocerían. Pero la gente estaba atareada con<br />
sus compras y sus asuntos; nadie prestó atención a la figura solitaria de capa de<br />
terciopelo verde, revestida de piel con alamares de oro y un gran gorro de<br />
incluso diplomático. De acuerdo con la versión de Antoine Arnault, un dramaturgo<br />
que lo vio a menudo en Mombello, <strong>Napoleón</strong> «no muestra altivez, pero tiene la<br />
apostura de quien conoce su propio valor y siente que ocupa el lugar que le<br />
corresponde».<br />
En noviembre de 1797 <strong>Napoleón</strong> fue a Rastadt para obtener la ratificación del<br />
Tratado de Campoformio, y de allí pasó a París. El 10 de diciembre, en una<br />
ceremonia pública realizada en Luxemburgo, fue vitoreado como no se había<br />
vitoreado jamás a otro general francés; mostró la nueva apostura observada por<br />
Arnault, y con esa actitud entregó a <strong>los</strong> directores el Tratado de Campoformio,<br />
ratificado por el emperador y pronunció un breve discurso que situó en perspectiva<br />
la campaña. «<strong>La</strong> religión —dijo—, el sistema feudal y la monarquía han gobernado<br />
sucesivamente a Europa durante veinte sig<strong>los</strong>, pero de la paz que vosotros acabáis<br />
de firmar nace la era de <strong>los</strong> gobiernos representativos. Habéis logrado organizar a<br />
esta gran nación, de modo que su territorio está circunscrito por <strong>los</strong> límites que la<br />
Naturaleza misma quiso. Habéis hecho aún más; <strong>los</strong> dos países más bel<strong>los</strong> de<br />
Europa, otrora tan famosos por las artes, las ciencias y <strong>los</strong> grandes hombres que<br />
nacieron en el<strong>los</strong>, contemplan con gozosa expectativa cómo el espíritu de la<br />
libertad se eleva de las tumbas de sus antepasados».