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CUENT UENT UENT UENTO UENT<br />
LIBRES IBRES<br />
Ayacucho…calle de ensueño. Alameda de árboles frondosos<br />
de flores azul celeste como las del jacarandá, tipas y álamos<br />
extendidos. Un lugar y un pedazo de historia. Desde lejos<br />
la calle con sus árboles parece una postal donde el cartón nos<br />
enamora.<br />
Caminan por ella tomados de las manos, una mujer alta,<br />
corpulenta y un niño. Ella viste ropas negras y lleva grandes<br />
gafas oscuras. Sin detenerse siquiera, de pronto lo zamarrea.<br />
¡Soltá esa porquería! –acalorada mira el cielo enfundado en<br />
nubes.<br />
¡No!, ¡No! –contesta el niño y enojado golpea con tanta<br />
fuerza el piso que desde su rodilla, la rótula casi se escapa<br />
fuera de la piel.<br />
En el piso yacen hojas, ramas con frutos secos que lucen<br />
como pintados. El perfume de las flores los rodea. Alguien más<br />
marcha cerca de ellos. Es también una mujer. Su mirada dulce<br />
y su figura espigada se funden con el paisaje. En el rostro<br />
profundos hoyuelos denuncian sonrisas; llaman la atención sus<br />
aros, brillantes y largos. Como un resorte se agacha y recoge<br />
una rama pequeña que se abre en otras tres cargadas de<br />
frutos rojos. Los observa detenidamente, piensa en la obra<br />
creadora de la naturaleza, la perfección indefinible. En ese momento<br />
un carro cargado de cartones y desechos pasa a trote<br />
lento. La mujer con la rama en la mano había presenciado la<br />
escena entre la madre y el niño, también escuchó que el nombre<br />
del niño es Francis. y ella ama profundamente a los niños.<br />
El niño que ahora se ha detenido, no advierte la presencia de<br />
aquella mujer. Deja algo sobre el suelo cubierto de frutos, hojas,<br />
flores y toma una rama que también se abre en tallos más<br />
pequeños repletos de frutos. Arranca una a una las hojas de