ANTOLOGÍA - Aula Avatares
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M LA MMED M ED EDALL ED ALL ALLA ALL Era un cafetucho de la peor estirpe. Al abrir la puerta, ésta desarrajaba un chirriante sonido, similar al aullido desesperado de un lobo hambriento. El recinto estaba impregnado de un olor acre y nauseabundo. Dos o tres borrachos en estado calamitoso se recostaban sobre un friso antiguo de flores de humedad. Sobre el mostrador, una inquietante arquitectura de botellas transpiradas por tanto esfuerzo, hacía marco al pulido níquel. La resolana hería la superficie de las mesas bordadas de suciedad. Dos o tres parroquianos discutían animados acerca del último partido de Boca... Una anciana pulcra y vacilante entró, se sentó en un rincón, junto a la única ventana del local y pidió un café. Tenía miedo. Jamás había pisado un lugar así y una vieja maestra jubilada desentonaba tanto en aquel ambiente, como una porcelana china en un bazar de feria. Cuando el mozo se acercó con el café, ella sentía ya como, de las raíces de su cabello, descendían por su frente diminutas gotas de sudor. Con una profunda inspiración, cobró fuerzas y dijo, con una voz tímida: –Quisiera hablar con el dueño del local. El hombre la miró con los ojos muy abiertos y volviéndose hacia el mostrador, donde un gordo grasiento frotaba el estaño con un trapo endurecido de mugre, gritó: –¡Che, Turco, la vieja quiere hablar con vos! El gordo se acercó, tratando de acomodar, dentro de sus raídos pantalones, los pliegues de su camisa y los rollos sobrantes de su voluminoso abdomen. Era un hombrón desagradable y mientras la miraba con curiosidad, secaba sus manos en un delantal, cuyas manchas simulaban un extraño mapa.
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LA MMED<br />
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Era un cafetucho de la peor estirpe. Al abrir la puerta, ésta<br />
desarrajaba un chirriante sonido, similar al aullido desesperado<br />
de un lobo hambriento.<br />
El recinto estaba impregnado de un olor acre y nauseabundo.<br />
Dos o tres borrachos en estado calamitoso se recostaban<br />
sobre un friso antiguo de flores de humedad. Sobre el<br />
mostrador, una inquietante arquitectura de botellas transpiradas<br />
por tanto esfuerzo, hacía marco al pulido níquel. La resolana<br />
hería la superficie de las mesas bordadas de suciedad.<br />
Dos o tres parroquianos discutían animados acerca del último<br />
partido de Boca...<br />
Una anciana pulcra y vacilante entró, se sentó en un rincón,<br />
junto a la única ventana del local y pidió un café. Tenía miedo.<br />
Jamás había pisado un lugar así y una vieja maestra jubilada<br />
desentonaba tanto en aquel ambiente, como una porcelana<br />
china en un bazar de feria.<br />
Cuando el mozo se acercó con el café, ella sentía ya<br />
como, de las raíces de su cabello, descendían por su frente<br />
diminutas gotas de sudor. Con una profunda inspiración, cobró<br />
fuerzas y dijo, con una voz tímida: –Quisiera hablar con el<br />
dueño del local.<br />
El hombre la miró con los ojos muy abiertos y volviéndose<br />
hacia el mostrador, donde un gordo grasiento frotaba el estaño<br />
con un trapo endurecido de mugre, gritó:<br />
–¡Che, Turco, la vieja quiere hablar con vos!<br />
El gordo se acercó, tratando de acomodar, dentro de sus<br />
raídos pantalones, los pliegues de su camisa y los rollos sobrantes<br />
de su voluminoso abdomen. Era un hombrón desagradable<br />
y mientras la miraba con curiosidad, secaba sus manos<br />
en un delantal, cuyas manchas simulaban un extraño mapa.