ANTOLOGÍA - Aula Avatares
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90 Colonia y la reconocía otra vez, más bella que nunca. Ya habían transcurrido treinta años desde la partida de Uruguay, de pronto otra vida aletargada parecía levantarse. Claro que ya tenía una y no le había ido mal; la suya era una familia feliz. Desembarcó y comenzó a recorrer las callecitas de adoquín y árboles frondosos. Cientos de pájaros cobijados en ellos parecían recibirlo para llevarlo hacia el pasado con la fuerza de sus trinos. Se alejó del río inmenso perdiéndose entre las casas antiguas atiborradas de glicinas y plantas de Santa Rita florecidas. Subió al ómnibus que lo llevaría a sus amigos, a la tumba de su perro, ¿estaría el árbol que allí había plantado? ¿Cómo lo recibirían? Sabía que muchos faltaban aunque para él no era así. Cuando el micro cruzó el arroyo donde tiritaban los juncos después de la escarcha las mañanas en que iban todos juntos a pescar mojarras; los vio. A todos y…a él. Cuando el ómnibus se detuvo, descendió pero no dejaba de repasar aquellos momentos hasta que llegó a la casa. Allí había nacido, allí estaban los mismos árboles, los colores y su gente que salió a recibirlo. Nunca les había escrito. Necesitaba palabras muchas palabras para alcanzarlos porque no lo habían olvidado. Con ellos comenzó a recorrer el lugar, turnándose para caminar abrazados palmeándose y riendo. Cuando llegó a la tumba de su perro, lo vio. Erguido, fuerte, protector. Entonces se abrazó al tronco añoso y bajo su sombra lloró. CAR AR ARTA AR MARÍA E. ORTIZ A MI MI PADRE ADRE Hace mucho que no hablamos papá, entonces se me ocurre que podía escribirte una carta.
AVATARES II 91 Te escribo desde la niñez lejana, desde aquel corazón donde guardé el sueño de tu regreso. Y caminé por la vereda gris y traté de alejarte. También esperé sin preguntar. Sólo encontré espacios sin voces. Tu apodo era “el pájaro”, y en cada rama te oía. y mi alma niña escuchaba que no volverías. Pasó el tiempo. El verano implacable se hizo sentir. Ansiosa te esperé bajo la sombra de aquel eucalipto; ¡tantos recuerdos! Y el viento me lo dijo. Finalmente lo supe: no volverías. Presentimiento –ahora pienso. ¿Por qué no he podido convencerme? ¿Por qué este duelo sin fin? Tal vez por no querer verte en ese cedro frío en cuyos gajos se cobijaron quizás miles de pájaros que como vos; volaron muy alto para caer después con las alas truncas. Papá: en cada árbol te veo, en cada nido te espero y cada mañana oigo tu voz que me dice: “ voy para viejo” La vida se te hizo corta y un duende tronchó tu voz y ya nunca regresarás y ya tu canto sonoro comienza a escucharse lejano… POESÍA OESÍA NECESID ECESID ECESID ECESIDAD ECESID AD CER CERCAN CER AN ANA AN Lejana en el patio te veo. Juventud bajo la sombra de la parra y escucho como silban el canario, el zorzal y la calandria.
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Te escribo desde la niñez lejana, desde aquel corazón donde<br />
guardé el sueño de tu regreso. Y caminé por la vereda gris y<br />
traté de alejarte. También esperé sin preguntar.<br />
Sólo encontré espacios sin voces. Tu apodo era “el pájaro”,<br />
y en cada rama te oía. y mi alma niña escuchaba que no<br />
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Pasó el tiempo. El verano implacable se hizo sentir. Ansiosa<br />
te esperé bajo la sombra de aquel eucalipto; ¡tantos recuerdos!<br />
Y el viento me lo dijo. Finalmente lo supe: no volverías.<br />
Presentimiento –ahora pienso.<br />
¿Por qué no he podido convencerme? ¿Por qué este duelo<br />
sin fin?<br />
Tal vez por no querer verte en ese cedro frío en cuyos<br />
gajos se cobijaron quizás miles de pájaros que como vos; volaron<br />
muy alto para caer después con las alas truncas.<br />
Papá: en cada árbol te veo, en cada nido te espero y cada<br />
mañana oigo tu voz que me dice: “ voy para viejo”<br />
La vida se te hizo corta y un duende tronchó tu voz y ya<br />
nunca regresarás y ya tu canto sonoro comienza a escucharse<br />
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en el patio te veo.<br />
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y escucho como silban<br />
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