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cauce. De golpe vio un abanico de gente amontonándose como<br />
hormigas. La muchacha se aproximó.<br />
–¿Qué pasa? –preguntó un par de veces.<br />
–Un niño –alguien dijo mordiendo las palabras. Se acercó<br />
despacio, reconoció la camisita a cuadros y los pantalones<br />
cortos. Ahogó un grito.<br />
–¿Qué dijo? –preguntaron muchos.<br />
–Era su hermano –contestó uno solo.<br />
La madre en ese momento cerraba el libro que por fin<br />
había acabado: “La muerte del ahogado”<br />
REL EL ELATOS EL OS<br />
MARÍA E. ORTIZ<br />
DESINTERÉS<br />
ESINTERÉS<br />
Era una noche inconmensurable, de cielo despejado, como<br />
el alma de todos los que habitaban la casa de ventanas iluminadas.<br />
Hombres y mujeres ejercían su libre albedrío.<br />
Todos disfrutaban de esa espectacular fiesta en libertad.<br />
Desde las ventanas se observaba la ciudad iluminada, cuyas<br />
luces se reflejaban en el lechoso y oscuro río. De pronto<br />
sin nada que lo pudiese explicar, corrieron hacia las ventanas<br />
como llevados por miedos pequeños. Infinidad de luces desde<br />
el cielo y un estruendo atronador que se fue apagando lentamente<br />
los sobrecogió. Todos quedaron sin voz y extrañamente<br />
exhaustos. Esperaron la mañana para salir y entender lo que<br />
presentían. ¿Ovnis?, ¿un meteorito? ¡Quién podía explicarlo!<br />
Lo cierto es que sólo encontraron un hoyo profundo, grisáceo,<br />
arenoso y todo vestigio de pasto, o lo que fuera en estado<br />
de ausencia. Alguien señaló hacia arriba, en ese momento una<br />
paloma blanca pasó sobre ellos, en el pico llevaba algo verde.<br />
Probablemente ella hubiese podido explicar lo sucedido. Aún