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AVATARES II 75<br />
estaban nerviosos igual que otros tantos millones furiosos por<br />
el visitante que sin presentarse raptó a la novia en medio del<br />
baile nupcial.<br />
¡Tienen miedo! ¡Ahora vamos a ganar! ordenó el gran capitán.<br />
Esta vez todos le creímos y el resto ustedes ya lo conocen. Pepe<br />
Schiafino empató de media distancia y Ghigia a ocho minutos del<br />
final nos puso en ventaja. Uruguay ganó el partido, la copa del<br />
mundo y el reconocimiento de todo un continente. Obdulio se<br />
ganó el respeto y la admiración incondicional de todos sus compañeros<br />
incluido este botija, malcriado en los potreros del Parque<br />
Rodeau. Nos enseñó que un hombre es sabio cuando se sabe<br />
igual al resto de los hombres y entendimos el por qué de la fiereza<br />
permanente en su mirada. Hoy se sigue contando esta historia,<br />
quizás porque Uruguay nunca volvió a vivir una epopeya semejante,<br />
quizás porque la caprichosa justicia quiso conservar la memoria<br />
a salvo de la erosión del tiempo.<br />
Por la noche, luego de recibir las entusiastas felicitaciones<br />
y promesas de un futuro mejor de los dirigentes de la Asociación<br />
Uruguaya fuimos con Obdulio y Pepe Schiafino a marear<br />
nuestra alegría en el fondo de un vaso.<br />
La desolación popular cubría los rostros con su manto transparente<br />
y pesado, contradictoria con la felicidad que nos habitaba.<br />
Las calles oscuras retornaban a la rutina de sus miserias,<br />
a sus infranqueables grises, y el aire cortaba la garganta de<br />
esos hombres y mujeres despojados de un sueño.<br />
Nos metimos los tres en un bar pequeño, tratando ya de<br />
ocultarnos de aquel drama. Al entrar todos nos reconocieron,<br />
incluidos algunos jugadores brasileños que, abatidos, invitaron<br />
a Obdulio a beber con ellos. Alzaron las copas ¡A la salud de<br />
Obdulio Varela, el hombre que nos ganó la copa del mundo! El<br />
negro levantó su brazo tímidamente, no entendía como podían<br />
estar brindando en honor a su verdugo. Luego, todos los presentes<br />
le regalaron un cerrado aplauso. La amargura volvió a<br />
derramarse en cada trago. Obdulio, cabizbajo, nos miró y sen-