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AVATARES II 73<br />
la fiesta estrangulada en sus gargantas. Por más esfuerzo que<br />
hubiera hecho no podría haber visto el cielo.<br />
Jamás lo intenté, estaba demasiado concentrado en controlar<br />
el temblor súbito de mis piernas. En eso andaba cuando sentí<br />
una explosión de voces, un estruendo de luces en el aire seguido<br />
por un penetrante olor a pólvora, y detrás de eso, once muchachos<br />
de amarillo, de rostro tenso, desafiante, como de quien<br />
va a jugarse la vida en una batalla. Había en ese equipo de<br />
Brasil un aire de superioridad justificada, ellos habían llegado a<br />
esa final arrollando a todos sus rivales, con goleadas contundentes,<br />
como cumpliendo un mandato divino, que iba a sellarse con<br />
una última goleada ante nosotros, un puñado de uruguayos con<br />
mas garra y orgullo que destreza. Recuerdo que a los brasileros<br />
les bastaba el empate para cumplir pero eso no estaba en los<br />
planes de nadie. Nosotros éramos los invitados necesarios a la<br />
fiesta, la firma que faltaba para sellar el trámite. Entonces recordé<br />
lo que había pasado minutos antes en el vestuario, uno de<br />
los dirigentes más importantes del fútbol uruguayo, queriendo<br />
darnos el ánimo habitual, nos dijo que con que perdiéramos 4 a<br />
0 estaba bien. El Negro Obdulio lo miró con fiereza.<br />
El sonido del silbato aniquiló mis pensamientos, la gente<br />
daba alaridos, se movía nerviosa al igual que su equipo y nuestro<br />
arquero no pasaba mayores sobresaltos. Obdulio le daba<br />
indicaciones a los zagueros para que tomaran bien las marcas<br />
y a Schiafino y Ghigia para que molestaran arriba. Si bien<br />
Brasil dominaba el juego no llegaba con peligro a nuestra valla.<br />
A medida que iba pasando el tiempo yo acrecentaba mi confianza;<br />
salvo algunas llegadas bien resueltas por nuestra defensa,<br />
estábamos controlando el juego y eso se notaba en el<br />
público que había canjeado gritos por ansiedad. El primer tiempo<br />
terminó sin goles y en el vestuario Obdulio nos reunió a<br />
todos y dijo que era nuestro momento. Todos lo miramos un<br />
tanto incrédulos, ya nos parecía heroico estar logrando un empate<br />
y no haber recibido goles. Pero el Negro tenía la convicción<br />
de los que sienten que construyen su destino.