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72<br />
ADRIÁN MEREL<br />
Tan oscura y tan noche como cada madrugada que embriagado<br />
con Malbec sueño que tres golpes desperezan la puerta.<br />
M<br />
OCHO HO MMINUT<br />
M INUT INUTOS INUTOS<br />
OS<br />
Recién ahora que estoy pisando el ocaso de mi vida vengo<br />
a aprender que la historia se vuelve historia sólo si es contada.<br />
Esta que les quiero relatar pasó de boca en boca, de alma en<br />
alma, de tiempo en tiempo y sospecho que después de tanto<br />
viaje es lógico que se haya vuelto hazaña. Según dicen los que<br />
la contaron antes que yo, fui parte de esa hazaña. Pero lo que<br />
recuerdo nítidamente aún es la figura de un hombre, igual a<br />
todos los hombres, que me enseñó que a la espalda de la<br />
alegría siempre baila el dolor.<br />
Por empezar puedo decirles que nunca vi. tanta gente en mi<br />
vida, un mar humano, un desierto inextinguible de cabezas que<br />
gritaban, reían, soñaban con que esos once muchachos de amarillo<br />
les dieran una alegría acorde al tamaño de aquel inconmensurable<br />
estadio. Si hasta lo habían construido para la ocasión; el<br />
más grande del mundo según se dijo por mucho tiempo.<br />
Yo era un botija desobediente, eso me había valido muchos<br />
reproches en la vida y muchos aplausos en la cancha. También<br />
me había servido para lucir la casaca celeste que llevaba en el<br />
pecho en aquella Copa del Mundo. El negro Obdulio, nuestro<br />
capitán, nos había dicho en el vestuario que no miráramos para<br />
arriba, que al salir no levantáramos la cabeza. Obviamente bastó<br />
que me aconsejara eso para que yo hiciera lo contrario. ¡Que<br />
sabía el Negro! pensaba sin pensar cuando desde el túnel ancho<br />
y oscuro el camino se hizo claridad, luz repentina acompañada<br />
de una silbatina que abrazaba violentamente el ambiente.<br />
Apenas pisé el perfecto césped verde alcé la cabeza y<br />
comprendí que el “negro” tenía razón. Hombres, mujeres, ancianos,<br />
niños, una marea amenazante que sólo deseaba soltar