ANTOLOGÍA - Aula Avatares
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50 MAIRA JIMÉNEZ había una habitación desocupada y una caja con chocolates, a mi mujer y a mí nos encantaban los chocolates. Ya no había sol, me saqué el saco y se lo puse. Le llegaba hasta los pies, nos pusimos a reír y dejamos las frazadas junto a la basura antes de cruzar la calle. INTEMPERIE NTEMPERIE El hombre terminó de redactar una historia fantástica y vagaba por una de las galerías, donde la salida tardaba en llegar y se diluía en paredes blancas y asientos largos sin respaldo. Luego, se dirigió hacia una escalera que daba lugar a otra sala, también del mismo aspecto. Rápidamente subió para buscar algo, alguien. Y entró en aquella habitación de puerta oscura y amarronada. El hombre tomó una silla se sentó y cruzó las piernas para poder empezar a leer su historia a ese alguien que le abrió la puerta pero no entendía nada... Entonces, tosió un cachito como para entonar su voz y comenzar. Cuando finalizó de contarla largó una lágrima gorda y se dirigió nuevamente a otra habitación, un cuartucho blanco con una ventana pequeña ubicada lateralmente al lado de la cama que causaba pavor... El hombre se detuvo ante la ventana de vidrios veteados, más que traslúcidos eran opacos y comenzó a desplazar su dedo índice sobre el reflejo de su rostro, mirándolo detenidamente, luego inclinó su cabeza hacia los pies, hacia sus manos y hacia su disfraz blanco... De repente golpearon la puerta de su habitación y el hombre por primera vez escuchó una voz conocida que lo llamaba suavemente. Tras esto con un asombro que lo hizo temblar de alegría y emoción, arregló apresuradamente su pelo corto, ondu-
AVATARES II 51 lado de color gris oscuro, peinándoselo desordenadamente para ambos costados de la cabeza. Tomó su cuento de fantasías. Él esperaba un recibimiento quizás un abrazo. La puerta se abrió. La misma enfermera que siempre lo atendía fue la que lo saludó como todos los días para darle luego su medicina. Después y otra vez se cerró la puerta. El hombre se sentó sobre la cama, de sábanas blancas y limpias, derramando lágrimas, abrazándose sobre él mismo, inclinándose de atrás para delante. Buscaba consuelo, seguramente Cerrando los ojos trató de recordar su historia fantástica, y una especie de mueca de felicidad invadió su rostro pálido. –¡Despierta!, le dijo una pequeña princesa con cara de hada. –¡Mírame a los ojos!, le dijo un enano barbudo con cara de viejo gruñón, que lo sorprendió detrás de espalda. El hombre no entendía de qué manera los personajes habían logrado escaparse de su historia. Miró a la princesita, luego miró al enano de barba rojiza. Les sonrió como un niño tímido, con el dedo pulgar entre sus dientes gastados. ¡Mírame a los ojos, cobarde!, le dijo el enano con furia. –¡Despierta, despierta, mi amado!, insistía la princesa con tierno tono de voz, moviendo su precioso vestido de plumas naranjas y hojas secas. El hombre empezaba a temblar... –¡Tengo mucho frío, mucho frío! –dijo tristemente el hombre y echó aliento en sus manos. –¡Despierta!... –Insistía la princesa, otra vez, con desesperanza. –¡Mírame, mírame!, le dijo el enano, ahora con voz más suave y hasta con dulzura. –Tengo frío y nadie vino por mí. Ustedes no son, en realidad son parte mía, o sea, nada... –Al decir esto, el hombre agachó amargamente su mirada y lloró.
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lado de color gris oscuro, peinándoselo desordenadamente para<br />
ambos costados de la cabeza. Tomó su cuento de fantasías. Él<br />
esperaba un recibimiento quizás un abrazo. La puerta se abrió.<br />
La misma enfermera que siempre lo atendía fue la que lo<br />
saludó como todos los días para darle luego su medicina.<br />
Después y otra vez se cerró la puerta. El hombre se sentó<br />
sobre la cama, de sábanas blancas y limpias, derramando lágrimas,<br />
abrazándose sobre él mismo, inclinándose de atrás<br />
para delante. Buscaba consuelo, seguramente<br />
Cerrando los ojos trató de recordar su historia fantástica, y<br />
una especie de mueca de felicidad invadió su rostro pálido.<br />
–¡Despierta!, le dijo una pequeña princesa con cara de hada.<br />
–¡Mírame a los ojos!, le dijo un enano barbudo con cara de<br />
viejo gruñón, que lo sorprendió detrás de espalda.<br />
El hombre no entendía de qué manera los personajes habían<br />
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Miró a la princesita, luego miró al enano de barba rojiza.<br />
Les sonrió como un niño tímido, con el dedo pulgar entre sus<br />
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¡Mírame a los ojos, cobarde!, le dijo el enano con furia.<br />
–¡Despierta, despierta, mi amado!, insistía la princesa con<br />
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El hombre empezaba a temblar...<br />
–¡Tengo mucho frío, mucho frío! –dijo tristemente el hombre<br />
y echó aliento en sus manos.<br />
–¡Despierta!... –Insistía la princesa, otra vez, con desesperanza.<br />
–¡Mírame, mírame!, le dijo el enano, ahora con voz más<br />
suave y hasta con dulzura.<br />
–Tengo frío y nadie vino por mí. Ustedes no son, en realidad<br />
son parte mía, o sea, nada... –Al decir esto, el hombre<br />
agachó amargamente su mirada y lloró.