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ANTOLOGÍA - Aula Avatares

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AVATARES II 49<br />

–Desde, no sé... es linda esta plaza, todos los chicos se<br />

divierten y están las palomas, a veces compartimos la comida.<br />

–¿Te escapaste de algún lugar? –pregunté sin querer preguntar.<br />

–No, vivo en la plaza, me gusta, es diferente –respondió<br />

mientras observaba el entorno, una voz chiquita.<br />

–¿Estás seguro de que no querés comer nada? Insistí necesitaba<br />

que me dijera que sí.<br />

El niño me tomó de las manos. Con un suspiro miró hacia<br />

la basura que apilada en una punta de la plaza aguardaba ser<br />

recogida y dijo:<br />

– Hace frío. –Y apretó mis manos buscando calor. Me quedé<br />

sin aliento, con el cuerpo erguido, sin palabras, sin nada<br />

para decir...<br />

Pensé que debía ir a mi trabajo y como disparado por el<br />

impulso de un resorte me levanté y me fui dejando atrás al niño.<br />

Atravesé calles y calles sin mirar semáforos. Las voces de<br />

la gente me aturdían. Y por un momento completo y largo odie<br />

a Buenos Aires.<br />

El día pasó muy lentamente. Salí del trabajo y busqué la<br />

plaza, podía no pasar por allí, pero quería volver. Algunas personas<br />

se hallaban cerca del banco murmurando. Me acerqué, el<br />

niño parecía dormir. Cierta frescura mezclada con angustia se<br />

reflejaba en la expresión de su cara. Observé sus frazadas. No se<br />

movían, hice la gente a un lado y me senté junto a él. Las mantas,<br />

casi harapos se extendían tristemente. Desconcertado las tomé y<br />

me abrigué con ellas, mordiéndome los labios, el remordimiento<br />

rasguñó mi garganta. No me perdonaría jamás haber ido ese día<br />

al trabajo. No me importaron las miradas de la gente.<br />

Después... cerré los ojos. Algo tibio me tocó, se había dormido<br />

y yo creí… Suspiré, ahora yo lo tomé de las manos y<br />

mientras empezamos a caminar juntos le dije que en casa

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