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AVATARES II 31<br />
especie de mantel blanco de hilo. Lo guardó prolijamente en<br />
una bolsa de tela y fue al comedor a bajar la persiana del<br />
ventanal a la calle.<br />
Recién entonces se dio cuenta que su marido había llegado.<br />
Su piloto colgaba del perchero del hall de entrada. Bajó la<br />
cortina.<br />
Antes, ése era su lugar de tejido. La mejor luz para el<br />
transcurrir de sus días. El punto de encuentro con sus vecinos.<br />
Una tapa de cristal que sellaba su vida.<br />
La abría por las mañanas para airear la casa y algunas<br />
veces por las tardes mientras tejía, cuando el sol, o algún<br />
sueño, le calentaba las mejillas.<br />
Una vez al mes limpiaba la reja desde adentro. Desde que<br />
pusieron el letrero de venta ya no quiso estar ahí. La franja<br />
negra y blanca de “vendida” que cruzaba el cartel, parecía<br />
dedicarle una risa de payaso.<br />
Nunca habló tanto Braulio con ella como el día en que le<br />
dijo “hay que vender la casa”.<br />
Herminia recordaba frases como, “debemos achicarnos”,<br />
“Jesús pronto se irá”, “necesitamos tener una renta”, “cada vez<br />
tengo menos trabajo”, pero no tenía noción de en qué momento<br />
ella estuvo de acuerdo.<br />
A no ser que fuera cuando él le preguntó si entendía lo que<br />
le estaba diciendo y contestó que sí.<br />
Salvo por eso, no podía acertar en qué momento del camino<br />
entre comprender y acceder se le extravió el pensamiento y<br />
la opinión. Aunque sabía que de esas cosas no tenía mucho<br />
por recordar.<br />
Su esposo siempre tomó las riendas de la economía familiar<br />
y tuvo épocas de grandes logros.<br />
Había sabido darles confort y seguridad a cambio de no ser<br />
molestado con temas domésticos como, la educación de su<br />
hijo o el amor de su mujer.