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116<br />
Pensó una vez más en todo lo que la hacía sentir vacía y<br />
en aquel que le besó la boca, sus pálidos y finos labios, para<br />
ponerlo justo ahí, en el doble filo de la tentación, en el diente<br />
agudo de la conciencia.<br />
¡Ah! qué peso el de esas manos, tan frágiles y temblorosas.<br />
Luisa ya había dejado el segundo descanso, su andar se<br />
oía con claridad y, llegando al umbral del estupor, comenzó a<br />
golpetear como la hacía siempre a la hora de la cena, la cuchara<br />
contra la ennegrecida bandeja plateada.<br />
La ventana abierta de par en par, y un cuerpo desnudo,<br />
enredado en la cortina sucia y descolorida, donde perlas de<br />
cristal caían en lluvia granizada.<br />
“Los traidores a sus cenizas”, había dicho la hermana de la<br />
infame a Luisa, días después, en esa misma habitación, cuando<br />
esta le dejaba una ennegrecida bandeja con la cena.<br />
Luego se recostó en la cama, y el crujir de la madera parecía<br />
entenderse con el gran espiral, por donde Luisa continuaba<br />
de regreso a la sala, encendió un cigarrillo, tomó su libro y,<br />
mientras se dejaba llevar por la “continuidad de los parques”,<br />
fumaba con un temblequeo familiar.<br />
POESÍA OESÍA<br />
JUAN VIAGGIO<br />
INTERIOR<br />
NTERIOR<br />
NTERIOR<br />
Los sueños maltratados,<br />
la huella de una estrella,<br />
la garganta avinagrada,<br />
el canto amargo,<br />
las pupilas endebles,<br />
la razón sin razón,