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ANA BAUCHIERO<br />
La anciana trató de hacerse de todo su coraje y, con aparente<br />
resolución, comenzó a explicar el motivo de su visita: –Le<br />
ruego que me perdone si lo molesto, pero hace pocos días, en<br />
la estación Belgrano, un joven pasó corriendo a mi lado y me<br />
arrancó la cartera.<br />
El rostro del gordo se tornó pétreo: –¿Y yo qué tengo que<br />
ver con eso?<br />
–Sucede que al ver mi desesperación, el agente de guardia<br />
y el encargado de la boletería me dijeron que tal vez aquí...<br />
–Aquí que... ¡Me parece que Usted está inventando todo<br />
eso para arruinarme! –gritó el patrón, cada vez más furioso.<br />
–Por favor, no se enoje... Yo sólo quería encontrar a un<br />
cierto señor, “el Rata”, para pedirle que, si sabe algo de mi<br />
cartera... No es que yo quiera hacerle ningún daño y ni siquiera<br />
me interesan el dinero o los documentos, pero adentro tenía<br />
una medalla de oro que para mí, valía mucho.<br />
El hombrón sonrió con malicia: –¡Aja! de oro y Usted cree<br />
que yo tengo su medalla.<br />
Cada vez más turbada la mujer continuó: –No. No me<br />
malentienda. Yo soy maestra jubilada y, el día de mi despedida,<br />
mis alumnos y ex-alumnos, hicieron una colecta y me regalaron<br />
una hermosa medalla de oro. Era casi lo único que me<br />
quedaba de treinta años de trabajo. La llevaba siempre conmigo,<br />
y como vivo sola, era como si los tuviera a ellos junto a mí,<br />
acompañándome. Es por eso que me animé a venir aquí a<br />
buscar al señor Rata, para ofrecerle comprar mi medalla.<br />
El gordo enfurecido comenzó a gritar: –Mire, señora, aquí<br />
no hay ningún Rata y mucho menos ladrón. ¡Somos todos<br />
gente honrada!<br />
A esta altura, todos los miraban y hasta los borrachos habían<br />
salido de su sueño de alcohol.<br />
La maestra no sabía cómo continuar, pero tampoco quería<br />
darse por vencida: –Vea, yo no intento hacerle ningún daño. Le