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Las Artes y los Oficios - Ministerio del Poder Popular del Despacho ...

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de la secta de <strong>los</strong> Nestorianos, pero se sabe con certeza que <strong>los</strong><br />

anteojos como artificio para corregir <strong>los</strong> defectos de la vista fueron<br />

inventados como tantas otras maravillas de nuestra Cultura Occidental<br />

por <strong>los</strong> chinos, y <strong>los</strong> primeros europeos que hablaron de el<strong>los</strong> fueron<br />

Roger Bacon y Marco Polo, quien <strong>los</strong> había visto en la corte de Kublai<br />

Khan. De entonces a esta parte <strong>los</strong> anteojos han recorrido un largo<br />

camino histórico que puede resumirse en esta afirmación: inventados<br />

por el oriental para ver bien, <strong>los</strong> anteojos fueron adoptados por el<br />

occidental para ser bien visto. Hoy día la montura tiene mayor<br />

importancia que <strong>los</strong> cristales y la coquetería lleva a <strong>los</strong> hombres (y a<br />

las mujeres, por supuesto) a correr <strong>los</strong> riesgos más horripilantes. En<br />

este sentido, la clientela <strong>del</strong> oculista se puede dividir en dos grupos:<br />

el de aquel<strong>los</strong> que lo consultan porque quieren usar anteojos y el de<br />

<strong>los</strong> que van porque <strong>los</strong> necesitan. Curiosamente, el defecto de refracción<br />

opera en ambos grupos de manera contradictoria. Los que desean<br />

ponerse anteojos para darse importancia mienten al oculista, y <strong>los</strong><br />

otros también. Veamos cómo actúa cada uno.<br />

Cliente que quiere usar lentes.- Este va al oculista como quien<br />

ordena un traje al modisto <strong>del</strong> momento. Podría pedir simplemente<br />

que le coloquen unos vidrios naturales en esa montura tan interesante<br />

que vio en la vitrina, pero no; <strong>los</strong> anteojos, para que “vistan” deben<br />

ser de sopotocientas dioptrías (la palabra dioptría tiene un efecto<br />

mágico sobre la personalidad <strong>del</strong> anteojudo), cuanto más gruesos<br />

mejor. El oculista le pone por <strong>del</strong>ante un cartel con una N <strong>del</strong> tamaño<br />

de un edificio de seis pisos y él dice que no puede asegurar si lo que<br />

ve es una L o un dibujo de Picasso. Le da para que lea una tarjeta<br />

con un párrafo de Doña Bárbara y él responde “gracias, no fumo”. Le<br />

pregunta de qué color es la pared que tiene al frente y él a su vez<br />

pregunta “¿cuál pared?”. El resultado es siempre el mismo: un hombre<br />

cuya vista podrían envidiar las águilas más certeras ingresa al gremio<br />

de <strong>los</strong> cegatos. Sale <strong>del</strong> consultorio aferrado al brazo <strong>del</strong> oculista,<br />

derribando sillas y viendo paredes gelatinosas que se le vienen<br />

encima, pero eso sí, con unos anteojos como para impresionar al<br />

mismísimo Jurado <strong>del</strong> Premio Nóbel.<br />

LAS ARTES Y LOS OFICIOS<br />

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