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Las Artes y los Oficios - Ministerio del Poder Popular del Despacho ...

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chiqui-chiqui, chiqui-chiqui, pero cortan en uno solo de cada dos o<br />

trescientos chiquis. De vez en cuando el barbero se retirará unos pasos<br />

para ver cómo va su obra, a la manera de <strong>los</strong> pintores. Cuando el<br />

cliente esté más distraído, o amodorrado, se le vendrá encima, le<br />

torcerá la cabeza hacia a<strong>del</strong>ante y hacia un lado, y comenzará a<br />

restregarle el pelo furiosamente, metiendo luego la tijera y moviéndola<br />

a grandes mordiscos, como si el instrumento fuese un caimán<br />

enfurecido que devora la pelambre <strong>del</strong> paciente. Luego pasa el peine,<br />

unos cuantos tijeretazos aislados y entonces viene lo más divertido:<br />

la rasurada. El cliente ha aceptado discutir sobre fútbol o cualquier<br />

otro tema -pero preferiblemente fútbol-; el barbero puede lograr un<br />

gran efecto si aparenta estar muy acalorado francamente, enardecido<br />

en el momento de asentar la navaja: está comprobado que de cada<br />

tres barberos que emplean este truco, dos ganan la discusión. Pero ya<br />

empieza la rasurada: es increíble la habilidad que despliega el barbero<br />

para pasarnos la navaja exactamente a medio milímetro <strong>del</strong> punto<br />

preciso por donde nos gustaría que la pasara porque tenemos una<br />

pequeña comezón. La comezón crece, no nos atrevemos a hacer el<br />

menor movimiento por temor a cortarnos y la navaja pasa cada vez<br />

más cerca, pero nunca por el punto donde nos pica. Para completar la<br />

tortura, ese momento de inmovilidad forzada, cuando un movimiento<br />

imperceptible podría significar un tajo en la nuca o una oreja menos,<br />

es el que aprovecha una linda muchacha para detenerse a la puerta<br />

<strong>del</strong> establecimiento a conversar con el barbero, pero ubicada de tal<br />

manera que por el espejo apenas se le ve un tercio <strong>del</strong> hermoso cuerpo.<br />

A veces no se trata de una muchacha bonita, sino de una sabrosa<br />

pelea que se ha armado frente a la barbería y que desde luego nos<br />

gustaría ver por el espejo. En uno y otro caso es preferible cerrar <strong>los</strong><br />

ojos antes que arriesgarse a quedar bizco o dejar medio pescuezo en<br />

las manos <strong>del</strong> fígaro. Pero sigamos a<strong>del</strong>ante: viene ahora la ceremonia<br />

<strong>del</strong> algodoncito empapado en alcohol, una sacudida al paño y vuelta<br />

a las tijeras. Media hora más de chiqui-chiqui, el resoplido <strong>del</strong><br />

pulverizador con acompañamiento de estrujones que casi nos<br />

hacen saltar las lagrimas, el peinado, la pasada de cepillo con talco...<br />

¿Ha concluido el servicio? ¡De ninguna manera! El barbero se<br />

LAS ARTES Y LOS OFICIOS<br />

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