Juan Vereo Guzmán 1896-1947 La sangre de los ... - Bicentenario
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<strong>Juan</strong> <strong>Vereo</strong> <strong>Guzmán</strong><br />
<strong>1896</strong>-<strong>1947</strong><br />
<strong>La</strong> <strong>sangre</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> vencidos<br />
El bravío guerrillero <strong>de</strong>l Nayarit, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrojar el habano, iba a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
compañeros <strong>de</strong> armas que lo ro<strong>de</strong>aban, cuando en el reloj <strong>de</strong>l casino sonaban las diez <strong>de</strong><br />
la noche. Lo <strong>de</strong>tuve con un gesto y señalándole un enorme calendario suspendido en la<br />
pared y que mostraba negro 24 sobre una lámina <strong>de</strong> enero, insinué:<br />
—Tengo entendido que es el primer aniversario <strong>de</strong> la toma <strong>de</strong> Morelia; Usted<br />
fue uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> heroicos <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> esta plaza y todos oiríamos con gusto una<br />
narración <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> sucesos que apenas llegaron a la periferia <strong>de</strong>l país en son <strong>de</strong> una<br />
ráfaga homérica.<br />
Nada hay para interesar y conmover a un veterano, como pedirle que remueva<br />
sus páginas <strong>de</strong> gloria. Cuando la evocación encien<strong>de</strong> sus lámparas, todo en él retrograda<br />
hasta vivir nuevamente el episodio <strong>de</strong> pólvora y <strong>sangre</strong> que ar<strong>de</strong> perenemente en<br />
memoria; se le ilumina la mirada con el fulgor <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> días y estalla otra vez en sus<br />
labios el retumbar <strong>de</strong> la epopeya con todos <strong>los</strong> prestigios <strong>de</strong>l pasado.<br />
El guerrillero nayarita encendió otro habano, se arrellanó en la poltrona, y<br />
observando en <strong>los</strong> rostros <strong>de</strong> sus amigos ansioso interés por el relato, principió diciendo:<br />
—Con efecto, hoy hace un año que la plaza <strong>de</strong> Morelia, <strong>de</strong>fendida por un<br />
puñado <strong>de</strong> leales cayó en po<strong>de</strong>r las fuerzas <strong>de</strong>l general Enrique Estrada. <strong>La</strong> toma <strong>de</strong><br />
Morelia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista militar es gloriosa para el Ejército y fue inútil para <strong>los</strong><br />
sublevados. El general Obregón estuvo acertado al <strong>de</strong>cir: “No tiene importancia militar<br />
la toma <strong>de</strong> Morelia”. Pero a la historia, ese episodio pasa llevando imborrable baldón<br />
para quienes no tuvieron la hidalguía <strong>de</strong> respetar a vencidos que, con valor tan ejemplar,<br />
habían conquistado no sólo la admiración <strong>de</strong> <strong>los</strong> vencedores, sino <strong>los</strong> laureles <strong>de</strong> la<br />
gloria¡<br />
rubio.<br />
—¿Usted consi<strong>de</strong>ra inútil el sacrificio <strong>de</strong> Morelia? Interrogó un coronel joven y<br />
—Para la infi<strong>de</strong>ncia, completamente inútil. Ello no fue más que una exp<strong>los</strong>ión<br />
<strong>de</strong> soberbia ante la viril negativa <strong>de</strong>l general López para secundar el movimiento<br />
<strong>de</strong>lahuertista; ello no tuvo más objeto que aplastar con la avalancha <strong>de</strong> un formidable
ejército, a una pequeña guarnición que se rehusaba a contaminarse <strong>de</strong> la fiebre <strong>de</strong><br />
rebeldía que por aquel entonces hizo estragos en la conciencia militar. Des<strong>de</strong> luego el<br />
ataque a Morelia, no fue sino una <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> la falta <strong>de</strong> unidad <strong>de</strong> mando que<br />
caracterizó a la sedición <strong>de</strong>lahuertista.<br />
— ¿Usted se encontraba en esa plaza? ¿no es así? Pregunté con objeto <strong>de</strong> que <strong>los</strong><br />
comentarios quedaran suspendidos y entráramos <strong>de</strong> lleno a conocer <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la<br />
sangrienta jornada.<br />
—Es verdad, yo residí en Morelia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algunos años atrás, completamente<br />
alejado <strong>de</strong>l servicio <strong>de</strong> las armas y atento sólo a la educación <strong>de</strong> mis dos hijos. ¡De <strong>los</strong><br />
hijos que perdí en este trágico episodio…! Pretendía hacer <strong>de</strong> el<strong>los</strong> hombre útiles a la<br />
humanidad y procuraba iniciar<strong>los</strong> en <strong>los</strong> secretos <strong>de</strong> la agricultura. Michoacán es un<br />
campo vastísimo para apren<strong>de</strong>r en el libro <strong>de</strong> la Naturaleza lo que <strong>los</strong> maestros se<br />
olvidan <strong>de</strong> enseñar. Cuando llegaron noticias <strong>de</strong> la sublevación <strong>de</strong>l general Estrada,<br />
visité al general Manuel N. López, quien tenía el mando <strong>de</strong> operaciones en Michoacán<br />
y, a<strong>de</strong>más, era viejo amigo y compañero mío.<br />
—General, le dije, estoy a sus ór<strong>de</strong>nes con mis dos muchachos. Los tres<br />
estábamos retirados <strong>de</strong>l servicio, pero cumplimos con el <strong>de</strong>ber al presentarnos…<br />
El general López me estrechó la mano y se limitó respon<strong>de</strong>rme:<br />
—Cuando oigan uste<strong>de</strong>s el primer tiro, tomen sus armas y síganme.<br />
El bravo guerrillero nayarita, enjugó su luenga barba gris, arrojó el habano<br />
agotado, encendió uno más y prosiguió:<br />
*******<br />
—<strong>La</strong> tragedia nos envolvía el 21 <strong>de</strong> enero. <strong>La</strong>s caballerías <strong>de</strong>l general Estrada, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> aparatosas marchas y contra-marchas, se avistaron frente a la plaza <strong>de</strong> Morelia; a las<br />
cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>los</strong> piquetes <strong>de</strong> exploradores batían <strong>los</strong> campos cercanos. Tan pronto<br />
como <strong>los</strong> servicios <strong>de</strong> vigilancia dieron cuenta <strong>de</strong> que la caballería enemiga se<br />
aproximaba, el toque <strong>de</strong> “generala” retumbó en <strong>los</strong> cuarteles y el temor y la alarma<br />
corrieron por la ciudad. El comercio clausuró sus puertas, las familias se refugiaron en<br />
<strong>los</strong> sitios <strong>de</strong> menor peligro, y mis dos hijos y yo, armados y municionados, nos<br />
presentamos en el Cuartel General, en don<strong>de</strong> culminaban <strong>los</strong> preparativos <strong>de</strong> combate,<br />
se sucedían las ór<strong>de</strong>nes, vibraban <strong>los</strong> teléfonos y <strong>los</strong> comandantes <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>stacamentos<br />
pedían ór<strong>de</strong>nes con urgencia. A todos atendía la serenidad fatalista <strong>de</strong>l general López.
En un momento <strong>de</strong> calma, el general en jefe me dijo:<br />
—Compañeros, vamos al sacrificio; el enemigo es muy superior en número a<br />
nuestros efectivos, el estado <strong>de</strong> ánimo <strong>de</strong> sus tropas, excelente; carecemos el parque<br />
necesario para resistir un largo asedio, no hay esperanzas <strong>de</strong> refuerzos; pero no importa,<br />
algún día otros tomarán la revancha.<br />
sonriendo:<br />
Y <strong>de</strong>spejándose repentinamente <strong>de</strong> sus ojos la sombra que <strong>los</strong> anegaba, agregó<br />
—Mi general Diéguez, mi antiguo superior, acababa <strong>de</strong> hablarme por teléfono<br />
invitándome a secundar la revuelta. Como yo me he negado rotundamente, él me<br />
contestó que viene a tomar la plaza.<br />
espartano.<br />
—Y ¿qué respuesta dio usted a esa amenaza? Interrogó sospechando un gesto<br />
—Le dije —murmuró el general López, con invicta sencillez—, si viene usted a<br />
tomar la plaza, evítese la molestia <strong>de</strong> pedírmela y venga a tomarla.<br />
Ante respuesta <strong>de</strong> esa magnitud, las tropas <strong>de</strong> vanguardia, mandadas por el<br />
general Diéguez, emprendieron el ataque. <strong>La</strong> primera embestida se estrelló en las riberas<br />
<strong>de</strong>l Cuitzeo. Los valerosos <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong>l vado, resistieron el empuje <strong>de</strong>l 9o.<br />
Regimiento. Los soldados <strong>de</strong> la rebelión <strong>de</strong>splegaron también un valor sin límites, y en<br />
más <strong>de</strong> una vez <strong>los</strong> dragones <strong>de</strong>l 9o. se lanzaron en masa, resueltos a trasponer el río.<br />
<strong>La</strong>s azules ondas <strong>de</strong>l Cuitzeo arrastraban jinetes y cabal<strong>los</strong> y trocaba su placi<strong>de</strong>z cerúlea<br />
por un matiz <strong>de</strong> púrpura difuso. En la ciudad repercutía el combate y las campanas <strong>de</strong><br />
<strong>los</strong> temp<strong>los</strong> tañían lúgubremente.<br />
El paso <strong>de</strong>l río tomaba proporciones <strong>de</strong> inexpugnable; <strong>los</strong> <strong>de</strong>fensores, ebrios <strong>de</strong><br />
pólvora, saltaban <strong>de</strong> <strong>los</strong> parapetos, se aventuraban en el fango y <strong>de</strong>safiaban la lluvia <strong>de</strong><br />
balas. Al fin, durante la noche <strong>de</strong>l 22, el 9º Regimiento, sostenido por un grueso<br />
contingente <strong>de</strong> infantes que abrió sobre las posiciones fe<strong>de</strong>rales un nutrido fuego <strong>de</strong><br />
fusilería, logró plantar <strong>los</strong> cascos <strong>de</strong> sus corceles en <strong>los</strong> parapetos indomables. Era<br />
imposible más resistencia, y unos cuantos héroes barbotando injurias, se fueron<br />
batiendo en retirada y quemando <strong>los</strong> últimos cartuchos. Ese mismo día y en tanto que<br />
<strong>los</strong> <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong>l Cuitzeo realizaban su hazaña <strong>de</strong> suicidio, por el oriente y por el sur<br />
<strong>de</strong> la plaza hicieron irrupción las fuerzas mandadas personalmente por el general<br />
Estrada, que llevaba como lugarteniente a <strong>los</strong> generales Ramiro Garrido y Rafael<br />
Buelna y <strong>los</strong> coroneles Jesús Medina, Luciano Valdés, Barajas y otros. El general<br />
Buelna intrépidamente y seguido <strong>de</strong> una pequeña escolta procuró localizar las
posiciones fe<strong>de</strong>rales <strong>de</strong>l Cuartel Blanco. El general Ávila Camacho <strong>de</strong>fendía esa<br />
posición y correspondió a la pesquisa <strong>de</strong>l general Buelna con nutrido fuego <strong>de</strong> fusiles y<br />
ametralladoras. En las posiciones <strong>de</strong>l Cuartel Blanco, se estrellaron <strong>los</strong> ímpetus <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
atacantes, quienes en cada intentona se veían obligados a retirarse con sensibles<br />
pérdidas.<br />
Durante el 23, el grueso <strong>de</strong> <strong>los</strong> efectivos rebel<strong>de</strong>s, gracias a que el paso <strong>de</strong>l río<br />
había sido forzado; pudo aproximarse hasta las posiciones fe<strong>de</strong>rales ubicadas en el<br />
Carmen y en el Templo <strong>de</strong> San José, <strong>de</strong>fendidas por <strong>los</strong> fe<strong>de</strong>rales López y Albino<br />
García, con un puñado <strong>de</strong> hombres sueltos, entre quienes nos encontrábamos mis hijos y<br />
yo. <strong>La</strong> <strong>de</strong>fensa se hacía victoriosa; <strong>los</strong> esforzados leales, conscientes <strong>de</strong> la fuerza moral<br />
<strong>de</strong> su justicia, centuplicaban sus esfuerzos y en cada parapeto se hubiera creído que no<br />
había hombres sino titanes. <strong>La</strong> noticia <strong>de</strong> que el general Buelna había caído en un<br />
combate parcial, recru<strong>de</strong>ció la lucha, pues animó a unos y encolerizó a otros.<br />
En la noche <strong>de</strong>l 23 al 24, un cansancio <strong>de</strong> horror llenó la plaza. <strong>La</strong>s calles, sin<br />
luz, recibían el reflejo fantástico <strong>de</strong> las luminarias encendidas en <strong>los</strong> campamentos.<br />
Algún tiro disparado al azar, sobresaltaba el sopor <strong>de</strong> la noche, y <strong>los</strong> silbatos <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
centinelas incesantemente rasgaban el silencio. Nosotros no podíamos hacer más lo que<br />
lo que hacíamos, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rnos, en tanto, el enemigo no <strong>de</strong>scansaba. Aprovechándose <strong>de</strong><br />
la obscuridad imperante, las tropas que atacaban por el norte, horadaron manzanas<br />
enteras y al amanecer <strong>de</strong>l 24, estaban a diez metros <strong>de</strong> nuestras posiciones. El momento<br />
fue más que solemne, terrible, que si valor había en nuestros soldados, valor había<br />
también en <strong>los</strong> insurrectos, y durante todo el 24, la lucha cuerpo a cuerpo se enconó<br />
inexorable. Nuestros soldados combatían a través <strong>de</strong> <strong>los</strong> parapetos, <strong>de</strong>jaban una aspillera<br />
o el cuerpo <strong>de</strong> una torre, cuando el parque se agotaba y ya la <strong>de</strong>fensa era imposible. El<br />
enemigo se <strong>de</strong>rramaba en las casas circunvecinas, puertas y ventanas eras sus parapetos<br />
y las bombas <strong>de</strong> mano estallaban en las moles <strong>de</strong> <strong>los</strong> temp<strong>los</strong> que nos servían <strong>de</strong><br />
baluartes, sembrando la muerte. Ya no temíamos al peligro, éramos en esos momentos<br />
superiores a la muerte, y en plena inconsciencia nadie se percataba <strong>de</strong>l que caía<br />
mutilado por <strong>los</strong> cascos <strong>de</strong> las bombas o atravesado por las balas <strong>de</strong> <strong>los</strong> fusiles. En el<br />
estrépito, en el horrísono fragor <strong>de</strong> la batalla, se confundían <strong>los</strong> gritos <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />
combatientes y <strong>los</strong> gemidos <strong>de</strong> <strong>los</strong> moribundos, En ocasiones <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> las torres, un<br />
cuerpo se <strong>de</strong>sprendía, se agitaba en el espacio y restallaba cruelmente en las baldosas <strong>de</strong><br />
la calle. El general López estaba iluminado por la tragedia; resplan<strong>de</strong>cía sobre su frente<br />
la majestad <strong>de</strong> las homéridas y <strong>de</strong>safiando el peligro se multiplicaba en las trincheras,
ávido <strong>de</strong> contienda, infatigablemente, resucitando la visión <strong>de</strong> Aquiles… Hasta que en<br />
un momento <strong>de</strong> intensa lucha, se <strong>de</strong>rrumbó como un co<strong>los</strong>o; una bala le perforó una<br />
pierna y no pudo sostenerse en pie. Cayó mordiéndose <strong>los</strong> labios en un rictus <strong>de</strong> cólera y<br />
se <strong>de</strong>svaneció a causa <strong>de</strong> la hemorragia. <strong>La</strong> <strong>de</strong>smoralización cundió en las filas, y las<br />
ban<strong>de</strong>ras blancas pidiendo parlamento, comenzaron a on<strong>de</strong>ar dolientemente en el<br />
espacio. Uno <strong>de</strong> mis hijos había caído sobre la trinchera <strong>de</strong> cara al sol, empuñando<br />
frenéticamente el mausser y salpicado <strong>de</strong> lodo y <strong>sangre</strong>; el otro, se batía en el templo <strong>de</strong><br />
San José, que no capitulaba y en don<strong>de</strong> sólo treinta hombres hacían el sacrificio <strong>de</strong> su<br />
vida en una lucha cuerpo a cuerpo que hubiera podido llenar una página <strong>de</strong> Hugo.<br />
El templo <strong>de</strong> San José no sucumbía, y entonces el enemigo logró emplazar una<br />
ametralladora frente a la puerta principal <strong>de</strong>l templo, en don<strong>de</strong> <strong>los</strong> diezmados <strong>de</strong>fensores<br />
pugnaban por resistir en último y <strong>de</strong>sesperado esfuerzo. Cuando a <strong>los</strong> golpes <strong>de</strong><br />
improvisados arietes cayó la puerta, la ametralladora <strong>de</strong>sbordó su rosario <strong>de</strong> fuego sobre<br />
aquel<strong>los</strong> <strong>de</strong>nodados vencidos. Allí cayó mi hijo menor, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrojarse locamente<br />
sobre la ametralladora enemiga, dispuesto a arrebatarla. Le fue imposible consumar su<br />
heroísmo: no habían llegado a la mitad <strong>de</strong> la distancia, cuando veinte balas lo<br />
atravesaron. Murió como había vivido, impulsivamente, mostrando el puño airado a sus<br />
verdugos.<br />
En <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l viento guerrillero nayarita, se licuaba una lágrima —General, se<br />
quema usted <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos, observó el coronel joven y rubio. Con efecto, el guerrillero,<br />
absorto en la rememoración <strong>de</strong> la tragedia, febrilmente apuraba el habano. Tuvo una<br />
sonrisa preñada <strong>de</strong> dolorosas remembranzas, arrojó la colilla y a una súplica unánime,<br />
epilogó su relato:<br />
—<strong>La</strong>s campanas <strong>de</strong> <strong>los</strong> temp<strong>los</strong> voltejearon en <strong>los</strong> espacios anunciando la<br />
victoria. <strong>La</strong>s chusmas, <strong>de</strong>senfrenadas, se lanzaron al saqueo y a duras penas el general<br />
Estrada pudo imponer el or<strong>de</strong>n.<br />
El Cuartel Blanco, último reducto <strong>de</strong> <strong>los</strong> leales, capituló al fin durante la caída<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Tanto y tan pujante fue el valor <strong>de</strong> quienes <strong>de</strong>fendieron esa posición, que <strong>los</strong><br />
oficiales <strong>de</strong>l 9º Regimiento, ya dueños <strong>de</strong> la plaza, permitieron a <strong>los</strong> vencidos que<br />
abandonaran <strong>los</strong> parapetos en que se habían sublimizado, llevando sus armas y<br />
pertrechos. Aquella capitulación fue honrosa para vencidos y vencedores.<br />
Los últimos combatientes <strong>de</strong>l Carmen, caímos prisioneros, casi todos heridos, y<br />
entre el<strong>los</strong> el general López, quien en estado <strong>de</strong> gravedad, fue conducido al local <strong>de</strong>l<br />
Registro Público, en el Palacio <strong>de</strong> Gobierno. El general Cecilio García y su hijo, jefes
<strong>de</strong> una <strong>de</strong> nuestras ínclitas mesnadas, fueron encarcelados en el Cuartel Blanco, y aun<br />
cuando el general Estrada, ofreció solemnemente respetar sus vidas, hechos prisioneros<br />
llenaron <strong>de</strong> oprobio esa página <strong>de</strong> la última rebelión.<br />
Durante la noche <strong>de</strong>l 26, el ex coronel Benjamín Arnaiz, hecho general <strong>de</strong> la<br />
asonada, ebrio <strong>de</strong> alcohol y <strong>de</strong> rabia por la muerte <strong>de</strong> Rafael Buendía, or<strong>de</strong>nó a un<br />
matoi<strong>de</strong> que le servía <strong>de</strong> verdugo y a quien apodaban “El malacate” que asesinara al<br />
general López y fusilara al general García y al hijo <strong>de</strong> éste, prisioneros <strong>de</strong> guerra y<br />
consi<strong>de</strong>rados como inviolables por la palabra <strong>de</strong>l general en Jefe <strong>de</strong> las fuerzas<br />
vencedoras. A las doce <strong>de</strong> la noche, “El malacate” se presentó acompañado <strong>de</strong> una<br />
escolta a exigir a la Compañía que guarnicionaba el Palacio <strong>de</strong> Gobierno, la entrega <strong>de</strong>l<br />
general López. El oficial que custodiaba al prisionero, se negó rotundamente a ponerlo<br />
en manos <strong>de</strong>l asesino, y salió para dar cuenta al general Alfredo C. García, segundo <strong>de</strong><br />
Estrada, <strong>La</strong> entrega <strong>de</strong>l prisionero se dilataba y el general Arnaiz, impaciente, envío<br />
ór<strong>de</strong>nes terminantes a su subalterno para que <strong>de</strong> cualquier modo hiciera <strong>de</strong>saparecer al<br />
primer general López. El héroe <strong>de</strong> Morelia, herido, no había conciliado el sueño y se dio<br />
cuenta <strong>de</strong> las pretensiones aviesas <strong>de</strong> “El malacate”. Al fin, incorporándose en el lecho,<br />
preguntó al verdugo:<br />
asesino.<br />
—¿Qué <strong>de</strong>sea?<br />
—Dice mi general Arnaiz que le haga favor <strong>de</strong> ir allá, repuso sombríamente el<br />
—Estoy herido —objetó el general López— y por eso no puedo ir; que el<br />
general Arnaiz me haga el favor <strong>de</strong> venir… Pero veo en usted muy malas intenciones; lo<br />
que tenga que suce<strong>de</strong>r, dígamelo —agregó resueltamente.<br />
—Pues tiene razón, general, vine a esto… Vociferó “El malacate” y<br />
<strong>de</strong>senfundando su pistola, una escuadra calibre cuarenta y cinco, agotó la carga sobre el<br />
cuerpo inerme <strong>de</strong>l valeroso general, quien trató <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r cara su vida, pues haciendo<br />
un supremo esfuerzo empuñó una pistola, que había logrado ocultar y trató <strong>de</strong> hacer<br />
fuego… Le fue imposible… y cayó, <strong>de</strong>finitivamente.<br />
Al estridor <strong>de</strong> las <strong>de</strong>tonaciones, <strong>los</strong> oficiales <strong>de</strong> la guardia penetraron en el<br />
cuarto que había servido <strong>de</strong> prisión al general López y ante la consumación <strong>de</strong> tanta<br />
villanía, se sintieron indignados y hubieran ejecutado allí mismo a “El malacate”, si el<br />
Jefe <strong>de</strong> Día, quien llegó en esos momentos, no lo impi<strong>de</strong>.<br />
Al día siguiente, entre <strong>los</strong> generales Estrada y García por una parte y Arnaiz por<br />
la otra, hubo un agrio altercado, surgiendo la primera escisión entre <strong>los</strong> jefes <strong>de</strong>
occi<strong>de</strong>nte. Arnaiz, en actitud agresiva para las fuerzas <strong>de</strong> Estrada, salió rumbo a<br />
Uruapan con sus tropas. En esa misma noche trágica, fueron fusilados el general García<br />
y su hijo, en cumplimiento <strong>de</strong> las implacables ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Arnaiz.<br />
El cadáver <strong>de</strong>l héroe <strong>de</strong> Morelia, fue inhumado clan<strong>de</strong>stinamente en las<br />
márgenes <strong>de</strong>l Cuitzeo que más piadoso que <strong>los</strong> hombres, arrulló con el ritmo <strong>de</strong> sus<br />
aguas el último sueño <strong>de</strong>l paladín caído.<br />
Pocos días <strong>de</strong>spués, pu<strong>de</strong> fugarme; en breve organicé una guerrilla en las feraces<br />
sierras michoacanas y tenazmente, enconadamente, hostilicé con mi puñado <strong>de</strong><br />
campesinos a las caballerías <strong>de</strong> Estrada, que más tar<strong>de</strong> vi huir en Palo Ver<strong>de</strong>,<br />
<strong>de</strong>sbandarse en Ocotlán y sucumbir en las márgenes <strong>de</strong>l Lerma…<br />
El viejo guerrillero nayarita, en medio <strong>de</strong> un silencio religioso, rubricó la época<br />
rapsodia en el humo infatigable <strong>de</strong> su enésimo habano.<br />
corazones…<br />
Afuera, se clavaban en la calle <strong>los</strong> alfileres <strong>de</strong> la lluvia, y el frío helaba hasta <strong>los</strong><br />
Tomado <strong>de</strong> El mirar con mis cristales (novelas mínimas), Editorial “Alas”, San Luis Potosí, México,<br />
1934.